2021: AMISTAD - Vol XLIII nº 1 y 2

Samuel Arbiser: Médico. Psicoanalista. Miembro Titular con Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA) y Full Member de la International Psychoanalytical Association (IPA). Ex Miembro del Comité de Publicaciones de la IPA. Profesor Titular de la Especialización en Psicoanálisis del Instituto Universitario de Salud Mental (IUSAM). Trabajos publicados en inglés, francés, alemán, italiano, portugués y español en Revistas de Psicoanálisis de Eu-ropa, Latinoamérica y Estados Unidos, así como capítulos en diversos libros. Libros: On Freud’s Inhibition, Symptom and Anxiety (Karnac) como editor, y autor de El Grupo Interno. Psiquis y Cultura (Biebel) y en imprenta La imperfecta realidad humana (Biebel).

Introducción

La propuesta que sugiere el título pretende ser una continuidad consecuente con los aportes originales de Enrique Pichon Rivière acerca del ‘ECRO’ por una parte, y de David Liberman, en tanto concebir y teorizar la operación psicoanalítica como una ‘interacción comunicativa’ por la otra 1. Incluso las palabras que componen dicho título se corresponden con términos trajinados por estos autores.

A fin de poner en contexto el enfoque general de este trabajo es preciso señalar que la calificación de original atribuida a las contribuciones de los mencionados autores alude a que éstos proporcionaron, no tanto un paradigma más dentro del abundante inventario de teorías contemporáneo, sino más bien porque proveyeron una visión filosófica diferente del hombre mismo; visión inspirada en lo que J. P. Sartre denominó el hombre en situación, que implica —apelando a una definición harto escueta— atender más a su ‘existencia’ que a su ‘esencia’. De este modo se instituye al hombre como un ser indisociablemente inserto en su entorno sociocultural; y consecuentemente se le provee una dimensión ‘colectiva’ e ‘histórica’, que hace constitutivamente inherente a su condición la ‘interrelación humana’, cuya manifestación empírica es la mencionada interacción comunicativa. Esta perspectiva que he tratado de delinear en numerosos escritos, y que he sintetizado bajo el título de ‘Vertiente Psico-social del Psicoanálisis Argentino’ (Arbiser, 2018) admite, y además obliga a una amplia reformulación y reordenamiento de muchos conceptos psicoanalíticos clásicos; entre otros, el diseño de un aparato psíquico acorde a la mencionada dimensión colectiva que la noción de ‘grupo interno’ (Arbiser, 2001, 2013) intenta cumplimentar; noción que conlleva, en atención a la coherencia epistemológica, la necesidad de incorporar tópicos de la Psicología Social tales como la temática de los ‘roles’ y la de la ‘pertenencia’.

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1 Cabe recordar que una contribución central de este autor se titula Lingüística, Interacción comunicativa y Proceso Psicoanalítico (Liberman, 1970).

Retomando la ilación, cabe suponer que puede ser ampliamente compartible por el lector la idea de que en la práctica clínica psicoanalítica se amalgaman dos componentes que se intrincan en diversos grados de aleación: el factor ‘personal’ del operador, por una parte y la /las teoría/s que sustentan su tarea, por la otra. En términos comparativos con otra actividad asistencial, se puede decir —quizás con más precisión— que mientras la actividad médica tradicional se sirve de agentes que actúan física o químicamente sobre el organismo de los pacientes para cumplir su objetivo asistencial, la psicoterapia en cambio se vale exclusivamente de la influencia personal; y, si tal influencia aspira ser terapéutica debe necesariamente sostenerse y acotarse en un corpus teórico-técnico y ético acorde a tal objetivo. Esto significa afirmar que el instrumento terapéutico de las psicoterapias en general y del psicoanálisis en particular reside mayormente en la personalidad del psicoanalista, cuyo ‘órgano’ específico para cumplir tal objetivo lo designaría como ‘self psicoanalítico operativo’; que, en otros términos, sería aquella parte de la personalidad que se pone en juego cuando se asume el rol de psicoanalista en el consultorio.

Intencionalmente sesgadas por la perspectiva que pretendo exponer, en lo que sigue plantearé dos trayectorias expositivas que confluyen finalmente en mi propuesta de un self psicoanalítico operativo. En la primera plantearé las diversas formas en que puede concebirse la operación clínica psicoanalítica, y en la segunda me referiré al campo teórico y el ECRO.

Del modelo ‘arqueológico’ al ‘diálogo analítico’

En este recorrido me importaría destacar el creciente reconocimiento conceptual del involucramiento del factor personal en la operación psicoanalítica a lo largo de la extensa construcción teórica Freudiana; y, más allá, en su evolución a la concepción de la terapia analítica como ‘interacción comunicativa’ en el ‘diálogo analítico’ propuesta por D. Liberman.

Se parte de los primeros intentos en el ejercicio clínico del joven neurólogo Sigmund Freud, apadrinado por el ya entonces consagrado doctor Joseph Breuer, creador del ‘método catártico’. De esta fructífera colaboración, tanto como de los desacuerdos entre ellos, nos testimonia el libro Estudios sobre la Histeria (1895). Pueden seguirse allí los tempranos tanteos que llevaron al decisivo pasaje del objetivo terapéutico de la ‘supresión sintomática’ expeditiva a la ‘interrogación del síntoma’; pilar esencial de la doctrina médica la primera, y columna central en que se sustenta el método analítico la segunda. La interrogación del síntoma apuntaba en esos momentos iniciales a rastrear y recuperar para la conciencia, a través de la hipnosis primero y por el ‘apremio asociativo’ luego, los recuerdos ‘traumáticos’ ocultos por una tendenciosa amnesia; le siguieron bien pronto la indagación de la vida onírica a tono con la fuerte impronta de los progresos teóricos, que culminaría en la monumental ‘Interpretación de los sueños’ (Freud, 1900); obra que consolida lo que se podría denominar el ‘modelo arqueológico’ y su consecuente tarea de ‘desciframiento’ como meta terapéutica. Y así como Jean François Champollion descifró ‘la piedra de Rosetta’, Freud nos ejercita en desentrañar el lenguaje cifrado de los sueños y de paso —algo no menor— en teorizar acerca de la dinámica y lógica del inconsciente o el ‘proceso primario’ que los ‘elabora’ (Freud, 1900, caps. 6 y 7). En síntesis: en esta etapa del desarrollo de la disciplina analítica la tarea del psicoanalista consiste en develar los contenidos del inconsciente del paciente de la manera más impersonal y distante posible; y, en consecuencia, la inexorable contaminación por el factor personal que insiste obstinadamente en infiltrarse, con el nombre de ‘transferencia’, solo cuenta como incómodo accidente en el caso de Anna O con J. Breuer o, como responsable —al ser desatendido— de la deserción prematura de Dora del tratamiento (Freud, 1905). No obstante, a medida que transcurre la primera y segunda década del siglo pasado, la transferencia va adquiriendo cada vez mayor entidad y aceptación; y llega así a ostentar un estatus conceptual prioritario en varios trabajos (Freud, 1912, 1914 y 1915) de la producción teórica Freudiana en los que ya no solo se la caracteriza como molesta intrusa, sino además como contundente aliada de la cura; caracterización sintetizada en la conocida frase: “… pues, en definitiva, nadie puede ser ajusticiado in absentia o in efigie” (op. Cit, 1912, p. 105). De todos modos, en la adenda de “Inhibición, Síntoma y Angustia” (Freud, 1926) la transferencia figura como una de las ‘resistencias del yo’.

Más adelante, con la diversificación teórica post-freudiana, al ocupar un lugar relevante, y en muchos ámbitos dominantes, las teorizaciones basadas en ‘las relaciones de objeto’ y el ´desarrollo temprano’ (Klein, Winnicott, Fairbairn, Bolwy, entre muchos otros) la transferencia no es ya solo considerada como una aparición episódica sino que adquiere una presencia teóricamente implícita en la relación paciente-analista. En un artículo anterior (Arbiser, 1990) pretendí hacer inteligible ese cambio de enfoque de la transferencia sugiriendo denominar transferencia ‘centrífuga’ aquella que, en las prescripciones de la teoría de la técnica, apresuran al clínico a remitir la situación transferencial detectada al destinatario original; y designar, en cambio, ‘centrípeta’ aquella en la que esas prescripciones alientan al analista a remitir al ‘aquí y ahora’ todo el material asociativo producido en la sesión.

Si la transferencia fue al principio considerada como obstáculo, la consideración de la ‘contratransferencia’ fue mucho más largamente resistida. Es Freud (1910) mismo quien la introduce en un artículo titulado ‘Perspectivas futuras de la terapia analítica’; y en ésta, en contraste con su contraparte —la transferencia—, no pudo superar el sesgo indeseable que, para él, desnudaba las limitaciones formativas del analista; incluso parte de sus diferencias con Ferenczi provienen de los desacuerdos en tanto los límites de la injerencia del factor personal (Imre Szecsödy, 2013). Recién en la década de los años 50 del siglo pasado, Paula Heimann (1950) y Heinrich Racker (1955) no solo la enderezan de ese sesgo, sino que la transforman en valioso instrumento para ampliar la comprensión del mundo interior del paciente. Ni es necesario aclarar que el uso de la contratransferencia no implica su confesión explícita, sino que forma parte del procesamiento que el analista ejercita en su propio self para integrarla, junto con los demás indicios que recoge en la sesión, y producir finalmente la respuesta interpretativa. Y así, pese a la determinación innegociable de neutralidad como prescripción básica de la técnica analítica, el flujo emocional bidireccional es conceptualmente visualizado y sistematizado, precisamente para perfeccionar tal neutralidad. Para abundar en este punto recurro a otro artículo (Arbiser, 2003, p. 167) en que afirmo:

La dimensión de los aportes de H. Racker debe ser valorada a la luz de la significación que el registro de la contratransferencia y su uso instrumental suponen. A mi juicio constituye un nuevo punto de inflexión en la concepción del psicoanálisis en tanto se consolida el reconocimiento de la interacción humana como instrumento terapéutico e implica un voto de humildad porque, si bien no se resigna la asimetría del encuadre, paciente y analista comparten la misma substancia humana conflictiva. El compromiso personal del analista es así reconocido y validado en tanto su respuesta interpretativa resulte del procesamiento psicoanalítico de sus vivencias, y se encuadre dentro de una distancia óptima, soslayando la repuesta o reacción directa y corriente que se da entre las personas que interactúan fuera del dispositivo analítico.

Acorde a lo anunciado en la Introducción, en lo que sigue, me referiré sucintamente a los aportes de David Liberman acerca del ‘dialogo analítico’ y la ‘interacción comunicativa’ que implica la interrelación humana referida al principio. Sin embargo, previamente es necesario diferenciar la postura Libermaniana, desarrollada en nuestro medio, de otros aportes emparentados orientados en esta misma dirección, que nacieron y prosperaron en otras latitudes. Glen Gabbard (2002), bajo el título de Visiones posmodernas, menciona a un conjunto de autores del hemisferio norte que adoptan también un posicionamiento ‘relacional’. Con el fin de sintetizar en forma muy resumida las diferencias y siguiendo a este autor, entre los aportes que menciona aparecen algunos que entienden en forma simétrica la relación analista-paciente y, algunos otros que, acordes con las posturas filosóficas de la posmodernidad, proponen una intersubjetividad radical, con la cual destituyen toda aspiración de objetividad o, finalmente, desestimarían la ecuación etiológica de las series complementarias Freudianas. En mi opinión, ninguna de estas dos cuestiones cuentan en las contribuciones de David Liberman. Para este último, la asimetría es constitutiva de toda prestación asistencial en tanto instituye en la relación prestataria los roles ‘verticales’ de ‘demandante’ y ‘proveedor’; polaridad responsable de la dinámica de las sesiones y el proceso terapéutico, en tanto expresión empírica de lo que denomino ‘vector motivacional’ 2. Respecto a la mencionada subjetividad radical, Liberman, al recurrir al auxilio de las disciplinas auxiliares como la Teoría de la Comunicación, la Semiótica y la Lingüística, fue guiado por su propósito de dotar a nuestra disciplina de un mayor rigor epistemológico y procurar sistematizaciones más objetivas y más cercanas a la base empírica. Y esta base empírica es justamente la sesión analítica misma entendida como ‘diálogo psicoanalítico’, en que los protagonistas del mismo interactúan condicionando mutuamente sus respuestas. Apoyándose entonces en estas disciplinas como referencia, la interacción comunicativa emerge de tal diálogo como el interjuego entre tres circuitos: el intrapsíquico de analista, el intrapsíquico del paciente y el interpersonal entre los dos anteriores. Los dos intrapsíquicos se refieren a la comunicación del yo con sus objetos internos. Ahora bien, para que un diálogo sea analítico y se diferencie de cualquier otro diálogo convencional, debe cumplir con varias condiciones. 1) Como ya fue referido, debe incluirse en el marco de una prestación asistencial donde el objetivo terapéutico esté claramente definido y expresamente consentido. 2) Tiene que darse en un encuadre pactado; y ese encuadre, a su vez, está incluido en un entorno más amplio que David Liberman llamaba ‘la situación analítica’; y ésta alude al amplio ámbito contextual histórico-geográfico y lingüístico-cultural: analista y paciente conviven en un espacio común y comparten la lengua e información de los eventos ambientales que constituyen el así llamado -vox-populi- del medio sociocultural de pertenencia. Por esto último se hace inteligible aquello de lo que se habla en ese diálogo; pero para alcanzar una inteligibilidad analítica, el operador debe estar formado e informado indefectiblemente por el corpus teórico-técnico-ético del psicoanálisis. 3) Además, la preponderancia de respuestas interpretativas en vez de las respuestas directas es también —independientemente del acierto de su contenido— una marca distintiva del diálogo analítico y una función básica de la interpretación, en tanto expresión de la mencionada asimetría. La decisión metodológica de este autor de tomar como punto de partida de la teorización el estudio del diálogo, entendido como la ‘base empírica’ inmediata registrable, permite dar un vuelco decisivo frente a la teorización clásica; aunque, sin desmedro de la utilidad referencial de esta última. Porque el estudio del diálogo con el uso instrumental de las teorías auxiliares ya mencionadas nos permite una teorización —se podría decir— más modesta a nivel de abstracción, aunque más satisfactoria a nivel de validez epistemológica. Conviene recordar que Liberman diferenciaba la tarea psicoanalítica dentro de la sesión del estudio de ésta fuera de la misma. Cuando se está ‘adentro’ se está expuesto al campo emocional propio de la sesión y es mandatario dejar ‘flotar’ a nuestro self psicoanalítico; pero ese dejar flotar impone, por otra parte, el estudio del diálogo y la performance de cada miembro del mismo ‘fuera’ de la sesión, en tanto nos permite un juicio más distanciado y, consecuentemente, la posibilidad de una mayor objetividad 3. El centramiento en el diálogo analítico no solo cumple su propósito en el empeño de una sistematización conceptual más centrada en la cotidianidad concreta de la clínica analítica, sino que además apunta a respaldarse en la ya mencionada interrelación humana, en tanto que en dicho diálogo analítico, el contacto personal estable y continuado que se establece entre paciente y analista en un encuadre consistente, coherente y prolongado, no solo provee un escenario propicio para el surgimiento en la relación transferencial de los conflictos infantiles no resueltos, sino que reproduce en forma figurada el ámbito humano de intimidad en que el neonato es provisto de las necesidades biológicas, afectivas y culturales (el universo significante) imprescindibles para su supervivencia a través del flujo comunicacional preverbal. Probablemente no existe otra prestación tan centrada en la atención humana; ni la suficiente conciencia consensuada de sus efectos terapéuticos.

2 Con esta denominación aludo al mantenimiento vivo de la egodistonía como motor para sostener un proceso terapéutico prolongado que no conduce a una supresión sintomática inmediata sino a esclarecimientos sucesivos parciales.
3 Las contribuciones de D. Liberman ameritan ser estudiadas en sus numerosos textos originales. Un esfuerzo de síntesis de estas contribuciones puede hallarse en Arbiser (2008). Para profundizar más también puede recurrirse a los aportes y ampliaciones de David Maldavsky (2003) y Eduardo Issaharoff y Benzión Winograd (2011).

Recapitulando: respecto de la concepción de la práctica psicoanalítica vista en perspectiva, se la puede entender (siempre en términos esquemáticos) ora, como en el modelo arqueológico, o sea la acción de un operador impertérrito sobre un objeto a operar; ora, como una relación sujeto-objeto unidireccional, propio de las teorizaciones que se basan en las ‘relaciones de objeto’ o, finalmente, como un ‘diálogo analítico’ enmarcado en la interacción humana; es decir en este caso, como relación bidireccional en que las respuestas de cada integrante de la dupla están mutuamente condicionadas, como ya ha sido mencionado más arriba. En las dos primeras opciones se trataría de una concepción unipersonal de la psicología; en cambio la última estaría inspirada en la cosmovisión filosófica el ‘hombre en situación’ que armoniza con la mencionada ‘vertiente psicosocial del psicoanálisis’.

Campo Teórico: del paradigma único al ECRO

…El psicoanálisis no es una ‘verdad revelada’, ni es un cuerpo teórico-técnico creado y acabado de una vez para siempre. Es una disciplina y una práctica que se fue desarrollando trabajosamente a lo largo del tiempo en una permanente interacción entre los desafíos clínicos y los sustentos teóricos para explicarlos; sustentos que, a su vez, se fundaron en los recursos epistemológicos y metodológicos accesibles, acordes a la evolución de los tiempos. (Arbiser, 2016, p. 409)

En contraste con la casi monolítica y obligada cohesión teórica e institucional en vida de Freud —en este punto conviene recordar la vigorosa defensa de Freud (1914) de su creación y su prevención ante los ‘desvíos’ que la acechaban—, apenas luego de su muerte en 1939 se pusieron en evidencia en la comunidad psicoanalítica las distintos líneas teóricas que se perfilaban surgidas de las diferentes ‘lecturas’ de su obra; diferencias que ya se venían gestando a su sombra, y que dieron lugar a las primeras ramas surgidas de ese tronco común Freudiano. Asumiendo el riesgo de ofrecer una versión excesivamente personal y esquemática del periodo que siguió a la muerte de su creador sugiero que se podrían diferenciar o deslindar en ese tiempo por lo menos tres ramas dominantes: una corriente afín a Anna Freud que, haciendo pie en la tópica estructural del aparato psíquico, se fue desarrollando vigorosamente como ‘psicología del yo’; en especial, en el muy receptivo mundo intelectual de USA, en el que hallaron refugio huyendo de la persecución del nazismo muchos eminentes analistas provenientes de Viena, Berlín y Budapest (Jaime Nos Llopis, 2009); una segunda versión recaló en el énfasis en las ‘relaciones de objeto’ y en el ‘psiquismo temprano’, con cierta raigambre en el pensamiento de Ferenczi y Abraham. Melanie Klein y sus numerosos y creativos seguidores lideraron esa postura que tuvo una altísima receptividad en Latinoamérica, especialmente en Argentina. Más tardíamente se hizo patente desde Francia, y con un perfil diferencial muy definido enmarcado en la corriente del pensamiento “estructuralista”, la influencia de Jacques Lacan, también de mucha pregnancia en Latinoamérica y Argentina. Respecto a las dos primeras corrientes, las famosas “Controversias” (King & Steiner, 1991) de la Sociedad Británica son un instructivo testimonio de las posturas en juego en ese entonces. La actualidad (siglo XXI), en cambio, nos enfrenta con un panorama bastante diferente en cuanto esas ramas se fueron multiplicando y dieron lugar a un frondoso árbol de una mayor diversidad; producto de la abundante y variada producción teórica/técnica por una parte, y el predicamento ejercido por los líderes que las encarnan por la otra. Esto último, habida cuenta de una particularidad —en mi opinión— insoslayable de nuestra joven disciplina, que es el hecho de que su cuerpo conceptual no está aún suficientemente distanciado del culto a sus creadores o autores. Atendiendo entonces a tal profusa y abigarrada diversidad del campo teórico de nuestros días se hace muy difícil discernir y elegir los criterios directrices para emprender sistematizaciones racionalmente conducentes en este campo; por lo que me guiaré en forma preponderante por mi interés de describir mi propia visión de tal diversidad teórica apuntando a la meta de este escrito, orientada a reverdecer la noción Pichoniana del ECRO, noción inspiradora de lo que designo como Self Psicoanalítico Operativo.

Sin descartar el candente tema de las identidades y de las pertenencias parroquiales en juego implicados, podemos reconocer que hay analistas que se distinguen unos de otros por el paradigma teórico que abrazan y que, en muchos casos, los define para sí y para los demás. Así es que convivimos con analistas freudianos, kleinianos, winnicottianos, lacanianos, de la escuela del yo, kohutianos, postkleinianos, postlacanianos, intersubjetivistas y muchos otros. En estos colegas, en mayor o menor medida, se aplicaría el comentario del párrafo previo acerca del culto a los creadores o autores.

En contraste con los recién mencionados, dentro también de nuestro acotado universo de psicoanalistas, hay otros que no se acomodan a ningún encasillamiento e intentan nutrirse de una mayor diversidad de fuentes que, a veces, guían la programación sistemática (predominantemente en el proceso de la formación), u otras veces el azar; en general, estos colegas, si bien pueden tener alguna preferencia de paradigmas, al ser más permeables a considerar y utilizar los otros o, más aun, ensayar convergencias e intentar discriminar divergencias entre ellos, se asumen y suelen ser visualizados como ‘pluralistas’. Probablemente también, el ser menos propensos del culto de los creadores los habilita a cierto distanciamiento de los textos que —se supone— facilitaría el ejercicio de una lectura más crítica de los mismos. Además de ampliar el panorama de recursos conceptuales, la temática del pluralismo no está exenta de una gran diversidad de aristas problemáticas; y muchas de éstas han sido abordadas y discutidas por prestigiosos estudiosos, algunos de los cuales solo mencionaré como sugerentes estímulos para el lector interesado: Wallerstein (1988), Sandler (1983), Bernardi (1994), De Leon de Bernardi Beatriz (2018), Zysman (2006), Canestri , Bohleber, Denis, Fonagy (2006).

Un matiz de cierta originalidad por su manera propia de expresarse merecería el pluralismo de algunos destacados autores del Río de la Plata con la noción de ECRO que introdujo Enrique Pichon Rivière. ECRO es el acrónimo del llamado Esquema Conceptual, Referencial y Operativo. Este autor se inspiró, a su vez, en el pensamiento de K. Marx y J. P. Sartre acerca de la noción de ‘praxis’; noción que privilegia precisamente el aprendizaje y el conocimiento a través de la acción. Desbrozando la sigla, con el término ‘Esquema’ se alude a un conjunto articulado de conocimientos; en tanto ‘Conceptual’ es porque ese conocimiento está expresado en forma de enunciados con un cierto nivel de abstracción y generalización propia del lenguaje científico; con ‘Referencial’ se atiende a trazar los límites jurisdiccionales del objeto de indagación; y finalmente la noción de ‘Operativo’ pretende no limitar solo al criterio epistemológico tradicional de ‘verdad’ nuestros esfuerzos, sino que conlleva la producción de cambios. De ahí la noción de ‘praxis’ intricado a la temática del cambio y su dinámica, que surge de la tensión entre la tendencia que empuja al ‘cambio’ y la contraria de ‘resistencia al cambio’ (Arbiser, 1989); dinámica muy cara en el pensamiento Pichoneano. En síntesis: se puede decir que el ECRO se define no solo como instrumento de indagación de un sector de la realidad, sino —en la terapia analítica— conlleva la idea de que la tarea misma de analizar opera como un proceso dinámico y constante de transformación, tanto del objeto de la indagación como del sujeto indagante. De ahí la noción de ECRO va más allá del pluralismo en tanto contiene en su esencia el ejercicio de una revisión crítica permanente de nuestro conocimiento tanto de la realidad interna como de la externa; y, además pretende integrar el bagaje experiencial de la vida misma conciliándolo con el aprendizaje académico; en condiciones deseables ambos aprendizajes deberían complementarse. Para resaltar otro de los rasgos diferenciales que la noción del ECRO espeja, cabría mencionar el arraigo que en este autor tenían las fuentes populares del conocimiento; fuentes donde adquieren forma expresiva las problemáticas cotidianas e inmediatas de las personas; insisto en este punto a través de la palabras del mismo Pichon Rivière (Zito Lema, 1976, p. 80): “…Y sin desechar, por prejuicios, los aportes de la cultura popular, ya que ellos son imprescindibles para abordar ese centro de la realidad que es la vida cotidiana…”.

Coincidiendo con lo expuesto, probablemente sea difícil encontrar mayor precisión y sencillez referida al espíritu que trasunta el ECRO que en esta cita de David Liberman (1976, pp. 30-31):

Considero (…) que pensar en términos de ‘esquema referencial’ en la manera en que lo he realizado, es despojar al mismo de todo apellido famoso en la historia del psicoanálisis y preservarnos así del daño a que esto nos ha conducido. Poner apellidos al esquema referencial es algo que ha resultado nocivo para poder discutir constructivamente sobre nuestros esquemas de abordaje. El o los esquemas referenciales se ponen en actividad y se silencian según las características del caso y del momento que atraviesa el terapeuta. Considero que únicamente es posible y honesto decir con qué ‘esquema referencial’ ha estado uno trabajando, cuando se reexamina la labor efectuada. Solamente así podremos establecer o descubrir correlaciones entre nuestras ideas y las de algunos de los pioneros del psicoanálisis; más aún, quizá entonces podremos decir con qué parte de la obra de tal o cual autor que nos ha dejado enseñanzas estamos operando y con qué parte de la misma no estamos operando.

Redundando: esta cita jerarquiza en el diálogo analítico la preponderancia del componente personal (“…del momento que atraviesa el terapeuta.”) sobre el componente teórico; aunque este último no se desestima ni menoscaba, sino que se rescata, pero asimilado en el self psicoanalítico del operador como introyectos nucleares (Wisdom, 1961), propios de su capacidad operatoria.

En la práctica analítica entonces, el ECRO conforma la vertiente teórica del propuesto ‘self psicoanalítico operativo’, que se configura como la resultante de la construcción de la textura formativa e informativa encarnadas en la personalidad. Por consiguiente denomino ‘self psicoanalítico’ al decantamiento en nuestra estructura identitaria nuclear (Wisdom, op. cit.) de la mayor parte posible de nuestra propia experiencia vital procesada por el análisis terapéutico y didáctico; el estudio crítico de las teorías y de la literatura psicoanalítica en general; la asimilación de las supervisiones; la pertenencia institucional y las diversas influencias de las atmósferas teórico-intelectuales o ‘modas’ de cada época; así el ‘self psicoanalítico operativo’ debería funcionar como una invisible ‘caja de herramientas´, versátil y plástica. En este mismo orden propondría denominar al mencionado pluralismo como ‘concertado´, en tanto la utilización deliberada del adjetivo concertado pretende evocar la idea de concierto en el terreno musical, que supone el arte de lograr un sonido definido y unificado a partir de un conjunto de diferentes instrumentos que oportunamente suenan o callan. La noción de ‘grupo interno’ está implícita en esta propuesta dado que, diseñado para dar respuesta a una visión colectiva y contextual del hombre, admite una visión plástica de las configuraciones del self en relación a los roles que se desempeñan en cada ocasión; y es así que cuando se asume en los hechos el rol de psicoanalista se pone en juego el self psicoanalítico operativo.

Recapitulando: he comenzado por identificar al propio psiquismo del operador psicoanalítico —self psicoanalítico operativo— como la herramienta que ejerce la acción de psicoanalizar; que para conformarse requiere un largo y trabajoso proceso de formación e información. Al acto de psicoanalizar, al alinearlo en la interacción comunicativa propuesta por D. Liberman, lo concibo como una operación en la que prima una relación interpersonal; escenario en el que por acción de los mandatos de la Teoría de la Técnica (regresión), se reproducen y reactivan los diversos momentos del devenir evolutivo en la constitución de la subjetividad; momentos deficitarios o problemáticos que se deben detectar, contener y elaborar en la experiencia terapéutica.

A modo de corolario, habida cuenta del énfasis dado en este escrito al factor personal en el trabajo analítico, expondré a continuación una breve reflexión acerca del ‘método psicoanalítico’, entendiendo por tal la posibilidad de discernir un rasgo diferencial idiosincrático más abarcativo que defina al psicoanálisis. La diversidad de teorías producidas por los principales creadores y pensadores del psicoanálisis proveen valiosos modelos que intentan, en general, dar cuenta racional del funcionamiento psíquico entramado a los hallazgos de la clínica. Pero no solamente eso, sino que, en esa diversidad también existen presupuestos ideológicos, epistemológicos y metodológicos que agudizan tales diferencias inter-teóricas. Atendiendo y —justamente— alentando esa diversidad me animo a sugerir un cambio de óptica en relación a la insistente tendencia de cada paradigma a adjudicarse la representación exclusiva del ‘verdadero’ psicoanálisis. En vez de insistir en esa —a mi juicio— esterilizante visión, sugiero tratar de destilar una formulación del método psicoanalítico abarcativa de nivel más amplio, para cobijar a la mayoría posible de las contribuciones psicoanalíticas con suficiente aceptación epistemológica; parafraseando la terminología matemática escolar, algo así como el ‘común denominador’. Esa formulación debiera buscar abstraer lo más específico del método psicoanalítico que lo diferenciaría claramente de los otros métodos prestatarios en la atención de la salud en general. Como en estos últimos el objetivo del método es esencialmente ‘supresivo’, es decir, apunta a suprimir o a mitigar el padecimiento en la forma más expeditiva posible, sugiero, en cambio, diferenciar el método psicoanalítico como aquel que se basa primordialmente en proponer y obtener una actitud de interrogación al padecimiento; por lo cual lo denominaría método ‘indagatorio’. Este método indagatorio busca también la supresión; pero ésta solo vendrá luego de un rodeo que ahondando y destrabando los impedimentos (‘resistencias’) para sostener sin desmayo la actitud interrogante facilite —mientras se recorre— el crecimiento y la maduración mental; y una mejor aptitud para leer la realidad interna y externa lo menos sesgada posible.

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Resumen: El autor subraya la preeminencia del factor personal en la prestación psicoanalítica a través de poner en juego lo que sugiere como el self psicoanalítico operativo; que debe estar respaldado por un coherente corpus teórico. Inspirado en las contribuciones de David Liberman acerca del diálogo analítico y la noción del ECRO de Enrique Pichon Rivière propone dos trayectorias expositivas que confluyen en la plasmación de la propuesta del self psicoanalítico operativo. En la primera, desde el modelo de desciframiento a la concepción de ‘diálogo analítico’; y en la segunda, referida al campo teórico, diferencia a los que optan por un paradigma teórico excluyente de aquellos que adoptan una posición pluralista para finalmente terminar de presentar al ECRO.

Descriptores: ECRO, Comunicación interpersonal, Diálogo analítico, Método psicoanalítico, Pluralismo.

O self operativo psicanalítico

Resumo: O autor sublinha a preeminência do fator pessoal na pratica psicanalítica ao colocar em jogo o que ele sugere como o self psicanalítico operativo, que deve ser apoiado por um corpus teórico coerente. Inspirado nas contribuições de David Liberman sobre o diálogo analítico e a noção de ECRO de Enrique Pichon Rivière, ele propõe duas trajetórias expositivas que convergem na corporificação da proposta do self psicanalítico operativo. Na primeira, do modelo de decifração à concepção de ‘diálogo analítico’; e na segunda, referente ao campo teórico, diferencia aqueles que optam por um paradigma teórico exclusivo daqueles que adotam uma postura pluralista para finalizar a apresentação do ECRO.

Descritores: ECRO, Comunicação interpessoal, Diálogo analítico, Método psicanalítico, Pluralismo.

The Operative Psychoanalytic Self

Summary: The author underlines the preeminence of the personal factor in psychoanalysis practice by putting into play what he calls the operative psychoanalytic self, which must be backed by a coherent theoretical corpus. Inspired by David Liberman’s contributions about analytic dialog and Enrique Pichon Rivière’s notion of ‘Conceptual, Referential and Operational Schema’ (CROS), he proposes two expository paths that converge in the realization of the operative psychoanalytic self. The first one comprises from the model of deciphering to the conception of ‘analytic dialog’, and the second one, referring to the theoretical field, makes a distinction between those who choose an exclusive theoretical paradigm from those who adopt a pluralist position to finally achieve a full presentation of CROS.

Descriptors: ECRO, Interpersonal communications, Analytical dialog, Psychoanalytic method, Pluralism.

Referencias

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