2021: AMISTAD - Vol XLIII nº 1 y 2

Inés E. Burghi: Psicoanalista. Socia activa, supervisora y docente de los posgrados en psicoanálisis de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados en convenio con la Universidad de la Matanza. Ex-integrante del Servicio de adultos de Psicopatología del Hospital Municipal Dr. Diego Thompson, de San Martín y ex-miembro del Comité Docente de dicho Servicio. Miembro fundadora y ex-secretaría científica de la Fundación Campos del Psicoanálisis, San Isidro.

Atravesando como estamos actualmente una situación de pandemia consideramos que vale la pena interrogar una vez más qué entendemos por “trauma” en el sentido psicoanalítico del término, cuándo decimos que algo representa un trauma para alguien desde el psicoanálisis. Retomamos entonces los planteos de Freud en su texto magistral sobre el más allá del principio del placer, estimando que ubica allí una vuelta definitoria a la noción de trauma ligada a la pulsión y a la repetición.

Pero para internarnos en las reflexiones que el texto nos propone comenzamos por preguntarnos ¿cómo pensamos la idea de un “más allá? ¿qué figura el “más allá” de algo? Desde el lenguaje coloquial solemos hacernos a la idea de que algo que está más allá de otra cosa es algo posterior, consecutivo, algo que se ubica después de los límites de esa otra cosa. El más allá sería un paso más, un escalón más en relación a ella; “más allá” como opuesto a “más acá”.

Desde esa perspectiva lo que Freud planteó como más allá del principio del placer parecería situar en una primariedad el lugar del placer, y el más allá comprendería un a posteriori, algo que franquearía los límites que el placer impone. El más allá representaría un exceso que “arruinaría” el placer.

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Tal concepción supone implícitamente la posibilidad —para el psiquismo— de ubicar el placer y los modos de acceso al mismo en primera instancia de una forma definida y clara, aunque habría que ver cómo dar cuenta de ello.

Por cierto, en sentido contrario a lo que el término sugiere, lo que Freud aborda en el texto sobre el más allá del principio del placer apunta a dilucidar las condiciones para que el principio del placer se instale y participe —de algún modo— en la regulación del aparato anímico.

Consideramos que es muy significativo el uso lingüístico que nuestro autor utiliza en relación con las ideas que allí presenta. Hay una especie de cruce de tiempos en la formulación. En el más allá, al contrario de lo que nos sugiere la expresión, se trata de algo anterior, en el orden lógico, algo previo al despliegue del principio del placer; en términos de Freud (1920): “…tendencias que serían más originarias que el principio del placer e independientes de él.” (p. 17) ¿Por qué entonces enunciarlo de esa manera? ¿Cómo es que algo más primario es nombrado como un “más allá”? Resulta indudable que Freud ha prestado cuidadosa y detallada atención al lenguaje y a los usos del mismo. Cabe entender que la lógica temporal así planteada hace a los requisitos del objeto que aborda.

Lo originario sólo deviene accesible en un a posteriori; podríamos decir que no se lo vislumbra sino desde una secundariedad o quizás aún desde un tiempo tercero.

Al inicio de su texto sobre el “Más allá del principio del placer” Freud retoma la postulación según la cual los procesos anímicos se encontrarían regulados automáticamente por el principio del placer. Pero al explicarlo dice:

…creemos que en todos los casos lo pone en marcha una tensión displacentera, y después adopta tal orientación que su resultado final coincide con una disminución de aquella, esto es, con una evitación de displacer o una producción de placer. (Freud, 1920, p. 7)

Y en estrecha correlación con lo desarrollado en su “Proyecto de psicología” refiere las sensaciones de placer y displacer a la cantidad de excitación presente en la vida anímica y no ligada en modo alguno: el displacer se corresponde con un incremento de dicha cantidad mientras que el placer converge con una reducción de la misma, o sea, un estado de mayor ligadura a nivel de la excitación.

En su indagación acerca del más allá del principio del placer el material sobre el que trabaja es variado y disímil: la reacción anímica frente al peligro exterior, en el caso de las llamadas neurosis traumáticas (accidentes con riesgo de muerte, neurosis de guerra, etc.); el juego infantil de hacer desaparecer y reaparecer un objeto; y el modo en que surgen en la práctica analítica los recuerdos del paciente como vivencias presentes. En estos materiales lo que se destaca de manera fundamental es la repetición. Pero además lo característico es que se trata de la repetición de vivencias que en su momento resultaron traumáticas, desagradables, dolorosas.

Se ubica entonces la “compulsión de repetición”, compulsión que en todos los casos “devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer.” (Freud, 1920, p. 20) Desde esas observaciones surge la hipótesis de que “en la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio del placer.” (Freud, 1920, p. 22) La misma va a ser entrelazada por Freud de manera íntima y estrecha con lo que él llama “satisfacción pulsional placentera directa” y la postula como “más originaria, más elemental, más pulsional que el principio del placer que ella destrona.” (Freud, 1920, p. 23)

Interesa subrayar que al abordar la explicación teórica de estas deducciones sobre la compulsión repetitiva Freud comienza por tratar el tema de la conciencia.

Se destaca de inicio la idea de que la conciencia no puede ser el carácter más universal de los procesos anímicos, sino sólo una función particular de ellos. Lo que va a conformar la estructura del edificio anímico no es el sistema conciente sino la memoria. La memoria se arma en torno a “restos mnémicos que nada tienen que ver con el devenir consciente.” Es en el mismo sentido que en “La interpretación de los sueños” (Freud, 1900, p. 600) sostiene:

Es preciso revertir la sobrestimación por la propiedad ‘conciencia’; es este un requisito indispensable para cualquier intelección correcta del origen de lo psíquico. (…) Lo inconsciente es el círculo más vasto, que incluye en sí al círculo más pequeño de lo consciente; todo lo consciente tiene una etapa previa inconsciente, mientras que lo inconsciente puede persistir en esa etapa y, no obstante, reclamar para sí el valor íntegro de una operación psíquica. Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la consciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales. (destacado en el original)

Pero si bien la conciencia no es más que una de las funciones del psiquismo, indudablemente es solo desde lo conciente que podemos vislumbrar y conjeturar los procesos inconscientes. Es desde la conciencia, desde el pensamiento racional, que se infiere y deduce un Otro pensar, un pensar inconsciente cuyas leyes y características difieren radicalmente de la razón conciente. En otros términos podríamos decir que hay un más allá de lo conciente. Ese más allá necesariamente “llega después”, ya que no podríamos no partir del pensar racional, y sin embargo en cuanto a la estructura psíquica lo que llega después a nuestro conocimiento deducimos que resulta ser la base, el fundamento para la razón conciente.

En la continuación del texto Freud sostiene ideas que combinan y entrelazan algunos de sus principales desarrollos, remontándose a sus primerísimos planteos teóricos. Por ejemplo nos remite al “Proyecto de psicología”: hay elementos del sistema nervioso que habrían sido modificados en los procesos excitatorios sobre los estratos más profundos, habiendo vencido una resistencia de pasaje y dejando una huella permanente. A consecuencia de ello quedó conformada una “corteza” (capa exterior dura y resistente) que recubre al organismo alejándolo de ulteriores modificaciones y es esto lo que determina la posibilidad de que surja la conciencia. Según este planteo la posibilidad -para un organismo- de tener conciencia de sí y del mundo está sujeta a la condición de que haya un acervo de elementos fijados como huellas permanentes de la excitación, insusceptibles de ser modificados, y es esto lo que habilita a generar la conciencia. La conciencia por su parte compone un sistema en el que no funciona resistencia alguna entre los elementos, la energía que allí circula puede ser descargada de manera libre. Queda caracterizada como un sistema diferenciado del resto del psiquismo, sistema en el que los procesos excitatorios no dejan tras de sí una alteración permanente de sus elementos, sino que se desgasta en el devenir-conciente.

De este modo postula Freud la constitución del aparato psíquico: a partir de un núcleo duro de huellas mnémicas fijadas en forma permanente surge la conciencia-pensar secundaria.

La separación entre memoria y conciencia implica entender que para un mismo sistema son inconciliables el devenir-conciente y el dejar como secuela una huella mnémica, de allí la conclusión de que “la consciencia surge en remplazo de la huella mnémica”. (Freud, 1920, p. 25)

En lo que sigue desarrollando sobre el más allá del principio del placer a Freud le preocupa dar cuenta de los movimientos de energía y las reacciones del aparato ante los mismos. En esta línea se detiene a examinar los casos en que el organismo ha sufrido un ingreso violentamente invasivo de excitación, como en ataques en los que se sufren lesiones corporales, por ejemplo, o cualquier ingreso masivo de estímulos externos no previsto. Estos han de resultar singularmente paradigmáticos para observar los comportamientos del órgano psíquico ante las perturbaciones energéticas.

Propone entonces la idea de que —para lograr sobrevivir en un entorno cargado de energías múltiples— el aparato anímico está provisto de una protección antiestímulo. Dicha protección lo recubre, filtrando los volúmenes de estímulo que ingresan y permitiendo la recepción sólo de pequeñas cantidades, pequeñas muestras del mundo externo. Aquellas excitaciones externas que poseen la suficiente fuerza para perforar y atravesar la protección antiestímulo son categorizadas como traumáticas. Lo que interesa situar allí es que el aparato psíquico, viéndose desbordado en su economía energética, pondrá todos sus recursos en pos de dominar el estímulo, esto es, ligar psíquicamente las cantidades ingresantes de excitación para luego poder tramitarlas, es decir, regularlas según el principio del placer.

Al considerar los casos en los que hubo herida o daño corporal, el dolor muestra de manera privilegiada la reacción del aparato que opera con una enorme containvestidura, concentrando en torno a la zona afectada toda la energía, y debilitando por ende a los demás sistemas. Se basa en estos ejemplos para inferir el funcionamiento psíquico desde la postulación, como lo vino haciendo, de dos clases de carga energética: una que fluye libremente en pos de su descarga y una investidura quiescente.

Un sistema de elevada investidura en sí mismo es capaz de recibir nuevos aportes de energía fluyente y trasmudarlos en investidura quiescente, vale decir, ‘ligarlos’ psíquicamente. Cuanto más alta sea su energía quiescente propia, tanto mayor será también su fuerza ligadora; y a la inversa: cuando más baja su investidura, tanto menos capacitado estará el sistema para recibir energía afluyente, y más violentas serán las consecuencias de una perforación de la protección antiestímulo como la considerada. (Freud, 1920, p. 30)

Estas formulaciones acercan la concepción de la teoría psicoanalítica a la “vieja e ingenua doctrina del choque” como explicación de la neurosis traumática común. Ahora desde el psicoanálisis dicha neurosis sería el resultado de una vasta ruptura de la protección antiestímulo. La teoría del choque en cambio la explicaba por el daño directo de la estructura nerviosa. En el abordaje psicoanalítico la diferencia es que prestamos atención a la ruptura de la protección antiestímulo del órgano anímico, al funcionamiento del órgano anímico en relación a cómo percibe, recibe y se comporta respecto de lo que “ocurre” en el cuerpo y sus consecuentes efectos. La diferencia se centra entonces en entender los modos de regular la energía con los que se mueve el órgano anímico y las condiciones de base para que pueda operar. Si la excitación es de una magnitud tal que lo inunda y desborda debe primeramente de manera imperiosa abocarse a tramitar dicha cantidad.

La neurosis traumática común resulta paradigmática en relación a mostrar la vigencia de una compulsión repetitiva que se impone al psiquismo, como tarea que condiciona el acceso al imperio del principio del placer y que es previa al mismo.

En los casos en que cierto preparativo es posible, ante una situación hostil la angustia proporciona recursos para sobreinvestir el sistema que recibirá el estímulo, elevando así la protección. En los accidentes o eventos imprevisibles que irrumpen violentamente desde el afuera tales preparativos no funcionan. En tales circunstancias el órgano anímico afectado demuestra el insistente y reiterado retorno al momento de la irrupción, por ejemplo en los sueños de las neurosis de guerra. Esto demuestra una fijación al momento que resultó traumático y plantea la imposición de una tarea previa al gobierno del principio del placer, independiente y más originaria que dicho principio. Traumático es comprendido aquí como cantidad excesiva, constituye un “algo” difícil de digerir, difícil de asimilar, por ello es como si el aparato se quedara detenido en ese punto, sin poder procesar lo que ingresó al sistema anímico. Esa insistencia repetitiva que muestran las neurosis traumáticas comunes también representa un modo sintomático de reacción, y se vuelve enigmático el hecho de que al sufrir el cuerpo un daño o herida, la posibilidad de contraer neurosis es significativamente menor, aunque esto demuestra que ésta es contraída en relación con la impresión, con lo que se percibió como peligro. Lo que enferma a nivel del psiquismo es el experimentar una vivencia o impresión peligrosa sin contar —desde el aparato— con posibilidades de ligar esa magnitud energética ingresante y sin que ninguna parte del cuerpo fuera efectivamente dañada.

Desde estas reflexiones que suponen un nuevo modo de entender y dar cuenta del problema de la neurosis traumática común y la reacción ante la misma con una compulsión de repetición Freud extiende su teoría a los traumas psíquicos de la infancia tal como se presentan en los psicoanálisis.

El retorno, tanto en sueños como en las vivencias en presente en las que el analizante repite cuestiones que le devuelven el recuerdo de traumas psíquicos infantiles, muestra la fijación a tales puntos traumáticos, ahora referidos a hechos del pasado temprano de la persona. Es decir que también en las psiconeurosis el aparato obedece a una compulsión de repetición que impone la necesidad de lograr la ligazón psíquica de impresiones traumáticas, compulsión que funciona más allá del principio del placer, esto es, de manera previa —en términos lógicos— al principio del placer. Extendiendo la explicación, se trata de que en las psiconeurosis han ingresado cantidades de excitación que en su momento no resultaron posibles de procesar y quedaron como puntos traumáticos a los que se vuelve reiteradamente buscando ligar esa impresión. En términos de nuestro autor:

(…) la tarea de los estratos superiores del aparato anímico sería ligar la excitación de las pulsiones que entra en operación en el proceso primario. El fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática; sólo tras una ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio del placer (y de su modificación en el principio de realidad). Pero, hasta ese momento, el aparato anímico tendría la tarea previa de dominar o ligar la excitación, desde luego que no en oposición al principio de placer, pero independientemente de él y en parte sin tomarlo en cuenta. (Freud, 1920, pp. 34-35)

El trauma se comprende a partir de estos desarrollos como constitutivo, basal y motorizante en relación a la repetición pulsional en el armado del psiquismo.

En el analizado (…) resulta claro que su compulsión a repetir en la transferencia los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio de placer. El enfermo se comporta en esto de una manera completamente infantil, y así nos enseña que las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en el estado ligado, y aún, en cierta medida, son insusceptibles del proceso secundario. A esta condición de no ligadas deben también su capacidad de formar, adhiriéndose a los restos diurnos, una fantasía de deseo que halla figuración en el sueño. [el subrayado es del autor]
(Freud 1920, p. 36)

Por otra parte tal como ya lo mencionáramos en el caso de las neurosis traumáticas comunes cuando al producirse el trauma se sufrió una herida física, las posibilidades de contraer neurosis son significativamente menores. Esto se explica por dos factores de los que da cuenta la teoría psicoanalítica; a) la conmoción mecánica en general representa para el cuerpo erógeno una fuente, entre otras, de excitación sexual; b) el daño físico convoca a centralizar en torno al mismo grandes cantidades de investidura libidinal. Entonces la excitación sexual que se produce por la falta de apronte angustiado, el exceso energético que significó el evento disruptivo, encuentra una deriva “liberadora” en la violencia mecánica, mientras que la herida corporal liga el exceso de excitación por la sobreinvestidura narcisista en el órgano afectado.

Ahora bien, consideramos que cobra un valor fundamental para la teoría lo que la neurosis traumática común tiene la virtud de mostrar, es decir, que torna visible como reacción del aparato anímico y por lo tanto permite inferir como procesos subyacentes. Lo que pone en evidencia aporta a la comprensión del funcionamiento del psiquismo en general, cuestión que dará pie a explicar de manera más exhaustiva, abarcativa y pormenorizada cómo se organiza lo anímico en relación con lo pulsional. Teniendo como eje el mecanismo de la repetición, proceso que desde el comienzo Freud había identificado como basal en la constitución psíquica, ilumina cuestiones específicas del mismo, que lo llevan a reformular su teoría de las pulsiones. La compulsión de repetición aparece ahora como tendencia estructurante, constitutiva pero a la vez conservadora e ingobernable de la vida; como tal deviene la piedra de toque para plantear la pulsión de muerte.

Subrayamos lo que consideramos fundamental y decididamente relevante para la teoría en el texto de marras: protección antiestímulo la hay sólo frente a estímulos externos, no frente a exigencias pulsionales provenientes del organismo. Las pulsiones, fuentes de excitación interna, no responden a los procesos nerviosos ligados, sino que su energía —libremente móvil— insiste y esfuerza en pos de la descarga. Estas integran categorías del llamado proceso primario, que se despliega a nivel inconsciente a través de los representantes de la representación y “aparece” a través de las diversas formaciones del inconsciente, entre las cuales —claro está— encontramos los síntomas y los sueños. En nuestra vida de vigilia en cambio el funcionamiento es regido por el proceso secundario.

Tomando en cuenta la presentación en la cura analítica de la compulsión de repetición que se da en las vivencias transferenciales, en los síntomas, sueños y demás formaciones del inconsciente se evidencia que en las psiconeurosis hay elementos que permanecen sin ligazón y por ende no resultan asequibles al proceso secundario. Esas huellas mnémicas reprimidas que remiten a un tiempo primordial comportan pues de manera significativa un carácter pulsional que se sitúa claramente más allá del principio del placer y allí ubicamos al trauma.

Surge aquí un paralelo relevante: el trabajo que el aparato anímico —desde sus estratos superiores— se ve precisado a realizar, esto es, ligar la excitación pulsional que condiciona el funcionamiento según el principio del placer, es en todo análogo a lo que acontece en la neurosis traumática común. De esta manera vemos que la pulsión queda entendida al modo de una exterioridad con la que tendrá que tramitar el psiquismo, que provoca en éste efectos traumáticos a los que necesariamente debe atender más allá del principio del placer, es decir, condicionando el imperio del mismo. La hipótesis a la que arriba Freud al preguntarse por la ligazón entre la pulsión y la compulsión de repetición contiene esa idea: “Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas.” (Freud, 1920, p. 36)

El carácter universal de las pulsiones que es reconocido a partir de estos desarrollos con claridad y merece ser destacado fuertemente es este lazo inextricable entre pulsión y repetición. La pulsión como tal es conservadora, en el planteo freudiano. A continuación nuestro autor propone sus conjeturas teóricas acerca de lo orgánico y lo inorgánico, que remiten —en última instancia— lo pulsional a la pulsión de muerte, es decir, que apunta a reducir lo orgánico a lo inorgánico. Pero sin adentrarnos en la complejidad de lo que sigue esbozando nos importa subrayar algunos puntos de lo tratado hasta aquí.

La pulsión queda definida como un esfuerzo, una compulsión a repetir un estado anterior. El Drang, uno de los componentes de la pulsión ha sido traducido como esfuerzo, pero también como perentoriedad. La pulsión empuja perentoriamente a repetir impresiones que quedaron en el aparato en estado no ligado Esto implica entender que la pulsión es traumática. Y en este sentido podemos pensarla en una relación de exterioridad con respecto al psiquismo, tal como ha insistido Freud, la pulsión es un concepto límite, no accede al inconsciente sino a través de sus representantes. Definida también como “… una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (Freud, 1915, p. 117) podemos entenderla como el trabajo que la zona erógena impone a lo psíquico en tanto le hace producir fantasías (inconscientes).

He allí un paralelo con las neurosis traumáticas comunes. Hay algo invasivo, y del orden del exceso en la constitución misma del aparato anímico, hay un efecto traumático propio de lo pulsional. Y la observación de la reacción ante traumatismos externos le brindó un punto de apoyo a Freud para inferir acerca del funcionamiento energético en el caso de las psiconeurosis y la conformación psíquica.

Por ende lo fundamental de sus conclusiones sobre el más allá del principio del placer no las centramos en ubicar simplemente que hay una ruptura de la protección antiestímulo en las neurosis traumáticas comunes, esto es, en aquellas en que se ha sufrido un ataque inesperado, un accidente imprevisto o una agresión repentina de cualquier orden. Digamos que en todos estos casos es muy evidente que ha habido algo que desestabilizó al organismo y al órgano psíquico.

Aun así en esas ocasiones desde la teoría del choque no podía explicarse la insistente y repetitiva vuelta a la situación disruptiva ni la baja posibilidad de contraer neurosis cuando se había sufrido una herida en el cuerpo. La comprensión que necesariamente nos llega en un a posteriori —desde lo que inferimos por la conducta de los analizantes, sus sueños, sus síntomas y la conducta de quienes presentan una neurosis traumática común— la comprensión que logramos acerca de la compulsión repetitiva nos aporta elementos más precisos para explicar también las neurosis traumáticas comunes en relación con la tramitación de la energía anímica. Pero lo verdaderamente novedoso del planteo psicoanalítico es la noción de que lo traumático es parte del armado mismo del psiquismo y que la pulsión permanece como una exterioridad para el sujeto; enfatizando ese carácter de algo que nunca cesa, que nunca es abolida, que ninguna formación sustitutiva ni sublimación alguna habrá de cancelar en su tensión. La pulsión constituye un desorden, un desarreglo que no se “supera”, las pulsiones no se unifican jamás, no se integran, sólo alcanzan cierta estabilización a nivel fálico en los fantasmas neuróticos. Este carácter indomeñable es también, claro está, aquello que pulsiona siempre hacia adelante y motoriza una deriva para el deseo y por ende para la vida, algo que resiste e insiste.

Estas propiedades de lo pulsional sólo se presentan como visibles en la clínica a través del retorno de lo reprimido, en síntomas y demás formaciones del inconsciente. Como lo desarrolla Freud posteriormente en “Inhibición, síntoma y angustia” la formación de síntoma se engendra a partir de la moción pulsional afectada por la represión, y encuentra así un sustituto aunque muy coartado, inhibido, descentrado. Postula que entonces ya no es reconocible en modo alguno como satisfacción. En esta degradación a síntoma no se produce ninguna sensación de placer, cobrando en cambio el carácter de compulsión.

Ubicamos que la pulsión es traumática y destacamos su característica externalidad para el psiquismo. Freud habla de la “extraterritorialidad” del síntoma y todos sus retoños. “Como regla general la moción pulsional por reprimir permanece aislada.” (Freud, 1926, p. 93)

Contamos entonces con elementos significativos para diferenciar la noción de trauma desde la perspectiva psicoanalítica de la idea de trauma considerado desde el sentido común como “trauma social”. En el caso del trauma social, un grupo de individuos queda afectado por un mismo hecho que recayó sobre sus organismos. Dimos los ejemplos de ataques imprevistos, accidentes con daño físico y riesgo de perder la vida, agresiones inesperadas de cualquier orden. Es indudable que en estos casos cada uno se verá afectado en su individualidad. Pero entender que nuestro aparato anímico se constituye y estructura sobre una base traumática, que es además absolutamente singular, única, entramada con las vivencias, el entorno y los otros específicos que lo determinaron, entender esta singularidad es lo que nos permite comprender que a un mismo hecho catastrófico o conmocionante se responda de manera diferente según el modo en que cada cual lo procese. El suceso inesperado puede adquirir características verdaderamente disímiles según las condiciones subjetivas desde las cuales se lo experimente. Es decir, respondemos de manera diferente a los traumas externos. Es desde una estructuración que comprende en sí lo traumático que toda nueva impresión, toda nueva vivencia será recibida. En el abordaje psicoanalítico habremos de cuidarnos entonces de considerar de antemano que determinado suceso ha constituido un trauma para un analizante.

Volviendo a la cuestión de la temporalidad entendemos que se ubica allí uno de los puntos cruciales de la teoría. Como decíamos al inicio el más allá nombra no un a posteriori sino algo más originario, más elemental. Pero a la vez nos indica que hay algo anterior a lo que no llegamos sino tardíamente.

¿Acaso no es esta la característica del objeto y la teoría freudianos? En la detenida observación de los síntomas y los lapsus, los actos fallidos y los sueños, es decir, en lo que teóricamente llegaría a considerar el retorno de lo reprimido, se basó Freud para plantear la idea de conflicto psíquico y desde allí la noción de represión. Es desde un tercer tiempo, el síntoma como retorno de lo reprimido, que planteamos la represión secundaria o represión propiamente dicha; y ésta nos lleva a formular un primer tiempo, la represión primordial, que consiste en que “a la agencia representante psíquica de la pulsión se le deniega la admisión en lo consciente.” (Freud, 1915, p. 143) Y es esta denegación, este límite, esta marca de lo que no entra en el sistema lo que permanece como fijación; fijación a la cual a partir de allí continúa inmutablemente ligada la pulsión. Ubicamos así una primariedad en falta, sólo asequible desde un tiempo secundario (conciencia-pensar secundaria) por los huecos, por los desgarros, por las fallas en el decir.

Lo indomeñable de lo pulsional, que queda en evidencia en la compulsión de repetición, nos indica que esa marca de falta inicial no obtura lo que permanece falto de marca en el aparato psíquico. Eso pulsional insiste y esfuerza más allá de cualquier sustituto y cualquier sublimación, pulsando siempre hacia adelante sin admitir aferrarse a ninguna situación preestablecida. El trauma que se entrama y umbilica como centro la vida y el ser del sujeto hablante.

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Resumen: El autor interroga la lógica temporal que involucra la noción de un más allá del principio del placer. Tomando los desarrollos de Freud considera el cruce de tiempos que implica la expresión “más allá”, sugiriendo una posterioridad, con la compulsión de repetición, que se encontraría —por el contrario— como algo más elemental y originario. Considera que la temporalidad así planteada hace a los requisitos del objeto que aborda. Es desde lo secundario, desde la conciencia-pensar secundaria que postulamos Otro pensar, un pensar inconsciente, que implica una primariedad en falta. Se encuentran así fundamentos para diferenciar el llamado trauma social del trauma en sentido psicoanalítico.

Descriptores: Compulsión, Repetición, Temporalidad, Trauma, Pulsión.

Referencias

Freud, S. (1989). La interpretación de los sueños. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 5, pp. 345-611). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1900)
. (2003). Pulsiones y destinos de pulsión. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 14, pp. 105-134). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1915) . (2003). La represión. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 14, pp. 135-152). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1915)
. (2010). Más allá del principio del placer. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 18, pp. 1-62). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1920) . (2012). Inhibición, síntoma y angustia. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 20, pp. 71-164). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1926[1925])