Daniel Glasserman: Psicoanalista. Miembro titular con función didáctica de APdeBA. Profesor del IUSAM. Última publicación en la revista Psicoanálisis de APdeBA: «La historia como tiempo actual en el espacio analítico». vol. XLIII, 1/2, 2021.
Resumen: El escrito pone en contraste a la palabra en el psicoanálisis y la poesía
subrayando las inmensas posibilidades que aportan las características de esta
última para el trabajo analítico. Quien escribe sugiere la posición de alguien causado y atraído pasivamente por aquello imposible de decir. No escribiría quien no obligará a su propio lenguaje a suscitar contacto con ese punto. Un punto tan íntimo como lejano, aproximable tal vez sólo en la escritura o en algún instante privilegiado de un análisis.
Descriptores: Palabra, Poesía, Psicoanálisis, Intimidad, Lenguaje.
Donde el poder de decir y el poder de oír se prueban en su falta,
se someten a la prueba de su imposibilidad.
Maurice Blanchot
La potencia de la palabra
Si recordáramos, junto a Freud, que las palabras son el instrumento esencial del tratamiento analítico; que los juegos con ellas, sus cambios de vía y sentido, son el principal medio del influjo que un hombre puede tener sobre otro: seríamos inmediatamente acusados de formar parte de un viejo manual polvoriento que insiste en formulaciones tradicionales y obvias.
Podríamos alegar en nuestra defensa la frecuencia en que lo obvio no se observa, sobre todo cuando es aquello que constituye una diferencia.
El psicoanálisis ha distinguido y formalizado como nadie el papel de la palabra como un material plástico con el que puede emprenderse toda clase de cosas.
La palabra, propiamente el resto mnémico de la palabra oída, opera desprejuiciadamente en las formaciones del inconsciente: neurosis, sueños, chistes. Como puente que une o arma cadenas asociativas, condensando, disfrazando.
Impacta aún hoy leer en el libro de los sueños el respeto y la confianza que Freud sostuvo por las palabras. Las asociaciones de palabras del soñante (aunque se trate de él mismo) en más de una ocasión parecen dejarlo perplejo; pero el curso de las interpretaciones sigue siempre a la ocurrencia de la palabra asociada por más inesperada o extravagante que pudiera parecerle.
Curiosamente en la actualidad parecieran ser a veces los propios analistas quienes más se empeñan en desmentir la potencia de las palabras.
Hecho doblemente curioso si se observa además que quienes intentan forzar la relevancia de una sesión de análisis en un supuesto más allá de las palabras, inevitablemente recurren a ellas para fundamentar su proceder cuando deben referirse a experiencias clínicas.
Reorientándonos en la lectura de Freud, Lacan nos recordó que el hombre es el sujeto capturado y torturado por el lenguaje. Un logos literal que influye sobre nosotros de manera que no sabemos qué hacer con él, ni podemos curarnos de él. ¡Huid del lenguaje, os persigue!, dijo Jean Paulhan, ¡Perseguid el lenguaje, os rehúye!
Siguiendo esta orientación advertimos que en el espacio analítico son esenciales las diversas formas de la palabra.
Formas que promueven el ir lo más lejos posible en la vía de la realización del fantasma. Dicho de otra manera, palabras que en su forma de decir se aproximan tanto como es posible a lo imposible de decir: el afuera, lo real, el más allá del placer, la infancia, la muerte.
Desvelando al velar. Indicando que aquello está allí, sin poder decirlo. Freud acercó esta idea alguna vez citando al Fausto de Goethe: “Lo mejor que alcanzas a saber no puedes decirlo a los muchachos”1. Bion citando a Milton: “La sabiduría está en el umbral, pero se le cierran las puertas”2.
¡Que notable el vínculo entre el psicoanálisis y la literatura! sobre todo cuando ésta última adquiere cualidades poéticas. Claro está que han nacido de la palabra y que exploran y utilizan sus potencialidades posiblemente más que nadie.
No resulta verosímil atribuir solamente a una inclinación personal de Freud el hecho de que desde las consideraciones sobre Edipo rey y Hamlet en 1897 hasta el prólogo para un estudio psicoanalítico sobre Edgar Allan Poe en 1933, una veintena de trabajos versen predominantemente sobre arte o literatura.
Las características de la palabra en el arte literario, en especial el poético, potencian para el ¿arte psicoanalítico? inmensas posibilidades de enunciación.
¿Por qué sino Lacan dedicaría, en su seminario sobre el deseo y su interpretación, siete clases a estudiar minuciosamente el personaje de Hamlet? ¿Por qué Bion en los tres tomos que componen Memorias del futuro escribiría un relato novelado, en lenguaje poético, donde se vierten de manera incomparable conceptos fundamentales de su pensamiento psicoanalítico?
Sabemos que esta lista podría continuar de manera interminable. Quizás por aquello que señaló Maurice Blanchot sobre la situación del análisis: parece tomada de las novelas fantásticas. ¿Cuáles son las cualidades del decir literario, de la palabra poética, que parecieran explicarnos la forma en que nos interpeló Bion en su último escrito?: ¿Si queremos obtener una idea de la gente y del mundo en dónde habita, elegimos una obra de Shakespeare o vamos a escuchar una conferencia supuestamente científica?
1. Freud, S. (1930). Premio Goethe. Alocución en la casa de Goethe, en Francfort, p. 211.
2. Bion, W. (1977). La tabla y la Cesura, p. 248.
La íntima palabra del afuera
Aquel que suele cuestionarse su interioridad expresa esa vida de la que el habla proviene.
(Holderin)
Entre las incontables referencias posibles sobre los atributos de la palabra poética y el espacio literario del que forma parte nadie nos ha orientado, al menos en el siglo XX, tanto como Maurice Blanchot. En su crítica literaria, en sus ensayos, en sus relatos. Si en el espacio del análisis consideramos fundamental a la pregunta que formula la insistencia de una palabra, nos sentimos profundamente tocados cuando leemos al comienzo de El espacio literario3 que escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar.
Al escribir, así como al poner en juego la palabra en un espacio de análisis, se quiebra el vínculo que une la palabra a uno mismo. En el sentido de que “lo que se escribe entrega a quien debe escribir a una afirmación sobre la que no tiene autoridad”.4
Tomando la palabra un él que ya no es yo; de manera que quien escribe sugiere la posición de alguien causado y atraído pasivamente por aquello imposible de decir, en el límite del automatismo de repetición.5
No escribiría quien no obligara a su propio lenguaje a suscitar contacto con ese punto. Un punto tan íntimo como lejano. Aproximable tal vez sólo en la escritura o en algún instante privilegiado de un análisis.
3. El espacio literario es un libro de Maurice Blanchot que fue publicado en 1955. Un ensayo de crítica literaria y artística que va más allá de su propio marco y acaba constituyendo una exploración de todo lo que sale al encuentro del hombre a la vez que una rigurosa meditación sobre la conducta creadora.
4. Blanchot, M. (1955). El espacio literario, p. 20.
5. La problemática del automatismo de repetición queda aquí solo mencionada sin soslayar que tanto sus formas de aparición como el uso que de ello puede hacerse tienen una enorme importancia en la clínica analítica que mereciera ser extensamente desarrollada. Quizás, aún más que aquí, en un futuro escrito que la aborde como problemática central.
No nos asombra que Freud para escribir y relatar de manera evocadora el movimiento de la experiencia humana “en lugar de servirse de un vocabulario filosófico establecido y de nociones precisas y elaboradas, fuera conducido a un extraordinario esfuerzo de descubrimiento e invención de lenguaje”.6
Esta posibilidad de descubrimiento e invención del lenguaje, que permite traducir algo de la experiencia humana, es dada esencialmente en el espacio de la escritura al poeta.
El poeta es quien aborda lo imposible en el lenguaje, quien entiende que el ser es tal en el seno de la disimulación.
El poema dice en él lo indecible y es envuelto, disimulado en el velo del canto que el poeta transmite a la comunidad, para que se vuelva origen común (…) así el poema es el velo que hace visible el fuego, que lo hace visible por lo mismo que lo vela y disimula. Entonces muestra, ilumina, pero disimulándolo, porque retiene en la oscuridad lo que solo puede iluminarse por lo oscuro, y conservándolo oscuro aún en lo que la oscuridad hace claridad primera.7
La enorme trascendencia de la palabra poética para un psicoanalista residiría en su posibilidad de traducir lo más interior, escuchando aquello que no puede decirse; ya que en el espacio de un análisis aquello que no puede decirse debe, no obstante, oírse. Lo que daría la idea de una escucha que, paradojalmente, no sería posterior al decir.
Se trata aquí y allá de la palabra que se hace deseo. De lo que no puede callar, ni terminar de expresar.
Una voz que solo habla escuchando y que en un mismo movimiento vela y aproxima el afuera haciéndolo expresable. Mitigando lo insoportable a la vez que nos hace vivir el tiempo del desamparo.
Como escribe Blanchot: acercándonos a un punto en que el espacio es a la vez intimidad y afuera. Intimidad que respira.
Una operación que requiere, junto a la agudeza, de un extremo cuidado para preservar la intimidad de un afuera desmesurado que solo puede iluminarse en tanto permanece oscuro.
6. Blanchot (1969). La palabra analítica, p. 11.
7. Blanchot, M. (1955), op., cit., p. 218.
Así lo pedía Brahms, profundo amante de la naturaleza, en sus largas y creativas caminatas veraniegas por montañas, bosques y lagos: “Por este pueblo vagan tantas melodías que hay que estar atento para no pisarlas”.8
En el ámbito del psicoanálisis Wilfred Bion destacó, como un hecho dificultoso y crucial, la idea de sostener una inspiración que permita acoger algo del afuera, de lo abierto. Lo hizo, entre otras formas, llamando pensamientos sin pensador a lo que aquí llamamos afuera.
Existirían en la sesión todo tipo de pensamientos pululando, pudiendo haber o no pensadores para ellos. Pensamientos a la espera de ser pensados por alguien.
Aquello que circula, en espera de ser pensado, está en relación a un límite. Bordeando un fondo de ambigüedad e indiferencia del lenguaje en donde los contrarios ya no son opuestos y en dónde cualquier afirmación dice a la vez su contrario.
Temática que alude a la roca viva del lenguaje y que fue intuida por Freud al escribir sobre el sentido antitético de las palabras primitivas. Temática abordada como en ningún otro espacio por la palabra poética: “Oyó, mientras cantaba y soñaba, a un flautista que tocaba a lo lejos, y nunca hubo una flauta que tan triste sonara y nunca hubo una flauta de tan alegre dejo”.9
Por este camino, un sitio en donde el psicoanálisis ha hecho un aporte invaluable es en su penetrante consideración por el mundo de los sueños. Un mundo en donde, siempre que se tolere seguir durmiendo, el lenguaje roza sus límites; palpando lo abierto, lo ambiguo, lo incesante.
8. Poggi & Vallora (1999). Brahms repertorio completo, p. 264.
9. Yeats (1899). El viento entre los juncos. Antología poética, p. 79.
En extremo llamativa es la conducta del sueño hacia la categoría de la oposición y la contradicción. Lisa y llanamente la omite, el no parece no existir para el sueño. Tiene notable predilección por componer los opuestos en una unidad o figurarlos en idéntico elemento. Y aun se toma la libertad de figurar un elemento cualquiera mediante su opuesto en el orden del deseo, por lo cual de un elemento que admita contrario no se sabe a primera vista si en los pensamientos oníricos está incluido de manera positiva o negativa.10
En sus semejanzas y diferencias, en sus distintos usos o propósitos, la palabra analítica y la poética quisieran indicar el más íntimo afuera, anhelando pensar aquello que no se puede decir. Un afuera al que no se accede en tanto tal ya que está y permanece siempre, encerrado afuera.
Función poética, función analítica
Es obvio que un poeta y un psicoanalista, en la ética de su obrar voluntario, no se proponen lo mismo. Dos personas en una habitación en una conversación que apunta a la transformación de uno de ellos, no es exactamente la imagen que nos hacemos de un poeta escribiendo.
Diríamos que un poeta escribe y habla solo, de manera que su palabra no se incitaría en la inmediatez de un encuentro interpersonal. Sin embargo, desde cierta perspectiva, nadie habla hasta que otro que lo escucha ni escribe hasta ser leído; motivo por el cual, en tanto habitantes del lenguaje, siempre nos dirigimos a otro.
Si bien no dudamos que Rilke o Kafka, cuando escriben, parecen más concentrados en su propio sufrimiento; su talento para indicar el más allá del placer, lo real, la muerte, puede conseguir (aunque no sea su propósito y tal vez por eso mismo) enormes efectos analíticos en un semejante.
Es ante todo en el lenguaje poético en donde se hace evidente que la palabra es, en sí misma y por sí misma, algo sensible.
Las funciones poética y analítica, protagonismo de la metáfora mediante, encuentran un vínculo en lo que efectivamente son capaces de provocar.
10. Freud (1910). Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas, p. 147.
Partiendo de un borramiento de las falsas certezas del ser, disipando las seguridades protectoras, ignorando las cosas jerarquizadas y ordenadas que nuestra vida ordinaria nos propone. Abiertos a todo tipo de transferencia, pero no sólo expuestos a lo indeterminado ya que su tarea será además hacer cosas a partir de la angustia: “Elevar la incertidumbre de la angustia a la decisión de una palabra justa”.11
Como dijo Blanchot sobre la poesía, definiendo involuntariamente de manera admirable la forma y dirección de un análisis: “donde hablar es celebrar haciendo de la palabra una pura consumación radiante que dice cuando no hay nada que decir, que no da nombre a lo que es sin nombre, pero lo acoge, lo invoca, único lenguaje donde la noche y el silencio se manifiestan sin romperse ni revelarse”.12
En la búsqueda de una palabra errante que si bien no hace más que errar, subsiste en la posibilidad de ir hasta el fin del error, de acercarse a su término. Haciendo del hablar un camino hacia la inspiración y no de la inspiración un camino hacia el hablar.
El psicoanálisis se postula como esa modesta deriva de la palabra que apunta a transformar la relación del sujeto con el lenguaje. Alejándose de concebir a éste como expresión o comunicación, para alcanzar su función poética que da lugar al juego infinito de equívocos con ‘lalengua’ que hablar hace posibles.13
Una actividad poco aprehensible, distinta de lo que en general llamamos actuar y hacer, en donde las relaciones con el tiempo están profundamente cambiadas. De la función poética hace uso el analizando cuando habla, el analista cuando escucha. “Uno que no cesa de hablar dando expresión a lo incesante, no solo diciendo aquello que no puede decirse, sino poco a poco hablando a partir de la imposibilidad de hablar, imposibilidad que ya siempre está en las palabras”.
11. Blanchot (1955). op., cit., p. 134.
12. Blanchot (1955). op., cit., 149.
13. Barredo (2021). El misterio del cuerpo hablante.
“Otro, un personaje indeterminado haciendo equilibrio en cualquier detalle del discurso que, sin embargo es la verdadera razón para hablar, respondiendo al no responder”.14
La imposibilidad, lo imposible, está ya siempre en las palabras, pero no porque lleguen a decirlo sino porque ellas lo ponen en evidencia. La ambigüedad, la equivocidad, la parcialidad de sus alcances lo exponen, lo circunscriben, lo indican.
Lo imposible en la palabra
Que la lengua que todo profeta ha sentido nacer en el fondo de su garganta les lanzara a la boca las palabras imposibles.
(Thomas el oscuro. Maurice Blanchot)
En el libro La comunidad inconfesable Maurice Blanchot se refiere al demasiado celebre y demasiado machacado precepto de Wittgenstein ‘de lo que no se puede hablar, hay que callar’, advirtiendo que puesto que al enunciarlo no ha podido imponerse silencio a sí mismo, en definitiva, para callar, hay que hablar; pero agrega ¿con palabras de que clase? He aquí una pregunta, menos para responder que para cargar con ella y acaso prolongarla: ¿Existe una clase de palabras que permite articular lo imposible?
El psicoanálisis estimula a no callar aquello de lo que no se puede hablar, orientando la transferencia, a partir de su particular escucha, hacia esos puntos en donde la palabra desfallece; pero ¿cómo sostener un discurso analítico desde aquí? sin responder, sin adivinar, sin completar con un sentir. En un sentido muy general podría decirse que en alguna medida, ajustándose a la regla principal del análisis y en el éxodo perpetuo que supone habitar el lenguaje, las palabras que aproximarían lo imposible surgirían sin buscarlas.
14. Blanchot (1969). op., cit., p. 21.
Sin embargo, al acercarnos a la experiencia de una sesión, reconocemos inmediatamente que no se trata solamente de sostener el habla, aunque hacerlo sea una premisa. No es lo mismo: que se diga, cuándo se diga, ni mucho menos cómo se diga.
Insiste así la pregunta ¿Que palabras aproximarían lo imposible en un análisis? Ya que al nombrarlo la escritura no puede más que perderlo, extraviándolo al trazarlo. Quizás no todo esté perdido para quien, sosteniendo la impaciencia con suma paciencia, se disponga a escuchar la repetición que hace diferencia. Lo inmemorial, la infancia, lo real, “no termina inmovilizado como una instancia mítica que el lenguaje vendría a arruinar de una vez y para siempre”15 sino que opera como una ambigüedad que insiste. “La reticencia de lo que ya no sabe callar, no sabiendo ya hablar”. “Un resto que habla, ya siempre perdido, pero siempre por venir”.16
Y si reparamos en los efectos de un análisis, nos encontramos con que algo se profiere implicando lo imposible. Algo se lleva hacia afuera, se dice con un hacer, se hace con un decir. En un acto con palabras: ¿de qué clase?
En análisis terminable e interminable Freud reconoció que al final de un análisis ciertos sectores permanecerán intactos. La transmudación se conseguirá, pero sólo parcialmente.
El fin del análisis está en relación al hecho de que no puede haberlo. La asunción de una palabra que solo puede ser parcial en cuanto a sus alcances reconoce que algo quedará intacto, pero aquello intocado no mueve a silencio por no poder decir lo imposible, sino que permite seguir hablando al aceptar la inevitable parcialidad de la palabra.
La fórmula así se invierte, ya no se trata más de callar aquello de lo que no se puede hablar sino de la posibilidad de seguir hablando ya que ninguna palabra podrá decirlo todo. El análisis es posible porque es imposible.
La irremediable parcialidad destrona cualquier confianza en la unidad que permitiera creer que cabe mostrar allí donde no se puede hablar. Sin lenguaje nada se muestra y callar sigue siendo hablar. El silencio es imposible.
15. Billi (2012). Matan a un niño. Muerte e infancia en Blanchot, p. 223.
16. Blanchot (1943). De la angustia al lenguaje.
El enorme desafío pareciera ser: ¿cómo escuchar de manera tal que se nos pueda hablar? No sobre ‘La verdad’, ya que el lenguaje la vela al revelarla, sino en un hablar de verdad.
En la experiencia del análisis, en ocasiones, pareciera ser posible un habla que se abstiene en la parcialidad, que cita en la apuesta de no estar limitándose sólo a eso, que agrega sin agregar, sin invadir ni poseer, aproximando un enigma que, en tanto deja algo sin responder, permite seguir.
Hablaescucha que opera como silueta17 al rodear un espacio en donde podría alojarse, elaboración mediante, una metáfora que sugiera algo de lo imposible.
Palabras que escuchan, activamente receptivas de lo por venir. Que en una zona ambigua entre decir y escuchar indican un dedo silencioso e imperioso hacia lo desconocido. Como el hablar de “los poemas que están siempre en camino, en relación con algo, tendidos hacia algo. Hacia algo que se mantiene abierto y podría estar habitado, hacia un Tú con el cuál se podría tal vez hablar, hacia una realidad próxima a una palabra”.18
“Palabra poética, que tiene la fuerza de lo impersonal, pero que nos llama a la fidelidad de un destino propio”.19
¿Cómo podría ocurrir sino que en la deriva de la palabra en transferencia alguien pueda percatarse de sí, engañándose inevitablemente si intentara decir quién es, a la vez que se dice? Aflorando por aquí o por allá, de maneras inesperadas y desatadas un nadie impersonal que arrima a su vez algo de lo más propio y autentico.
Experiencia cercana al arte que surge en la clínica analítica y requiere, tal como hizo Freud, un empeño poético para su transmisión. En la creativa busca de una deriva de palabras que permita advertir el murmullo de lo interminable.
17. La original idea de la función de la silueta, como un lugar imaginario para construir una imagen y un intervalo discursivo donde producir una significación a partir de un hecho sinsentido, ha sido expuesta claramente y explicada en detalle por Carlos Moguillansky en su libro Decir lo imposible (2010).
18. Maurice Blanchot cita una alocución de Paul Celan en Bremen. Blanchot (1972). El último en hablar, p. 93.
19. Blanchot (1958). La bestia de Lascaux, p. 37.
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Palavra Poética, palavra analítica
Resumo: O Escrito poe em comparacao a palavra no psicoanalise e na poesía, sublinhando as imensas possibilidades que contribui as características desta última para o trabalho analítico. Quem escreve sugere a posicao de alguem causado e atraído pasivamente por aquilo impossível de dizer. Nao escreveria quem nao forcara ao seu proprio linguagem a acordar contato com ese ponto. Um ponto tan intimo como distante, aproximável talvez so na escritura o em algum instante privilegiado de uma análise.
Descritores: Palabra, Poesia, Psicoanalise, Intimidade, Linguagem.
Poetic word, analytical word
Abstract: The writing contrasts the word in psychoanalysis and poetry emphasizing the immense possibilities that the characteristics of this last for analytical work. The writer suggests the position of someone caused and passively attracted by that impossible to say. Whoever did not force their own language would not write to arouse contact with that point. A point as intimate as it is distant, approachable perhaps only in writing or at some privileged instant of a analysis.
Descriptors: Word, Poetry, Psychoanalysis, Intimacy, Language.
Referencias
Barredo, C. (2021). El misterio del cuerpo hablante. Simposio de la Asociación psicoanalítica de Buenos Aires. APdeBA.
Billi, N. (2012). Matan a un niño. Muerte e infancia en Blanchot. Nombres revista de filosofía, 21(26).
Bion, W. (1997). La tabla y la cesura. Gedisa. (Trabajo original publicado en 1977)
Blanchot, M. (1992). El espacio literario. Paidós Ibérica. (Trabajo original publicado en 1955)
(2012). La palabra analítica. La cebra. (trabajo original publicado en 1969)
(2001). La bestia de Lascaux. El último en hablar. Tecnos. (Trabajos originales publicados en 1958-1972)
(2021). De la angustia al lenguaje. Trotta. (Trabajo original publicado en 1943)
Freud, S. (1997). Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas. En Obras Completas (vol. 11). Amorrortu (Trabajo original publicado en 1910)
(1998). Premio Goethe. En Obras Completas (vol. 21). Amorrortu (Trabajo original publicado en 1930)
Moguillansky, C. (2010). Decir lo imposible. Teseo.
Poggi, A. y Vallora, E. (1999). Brahms repertorio completo. Cátedra.
Yeats, W.B. (2010). El viento entre los juncos. En Antología poética. Losada. (Trabajo original publicado en 1899)