2023: Lo Paterno - Vol XLV nº 2

El psicoanálisis, desde sus primeros pasos con la histeria y sus síntomas, abre el campo de una nueva escucha. Ya no se trataba de los síntomas en un sentido descriptivo y como señales naturales (signos naturales, señales, índice, dependiendo de las diferentes escuelas semióticas, como Fregue y Peirce) es decir, en relación de contigüidad con la causa, como se trata en los síntomas médicos, sino que se abrió a escuchar los síntomas como símbolos, símbolos mnémicos. En la medicina el síntoma tiene una relación contigua, como lo puede ser la fiebre en relación con su causa, por ejemplo una infección. Es el mismo tipo de relación que se describe en los signos naturales, por ejemplo entre el humo y el fuego. En lugar de una relación de contigüidad el símbolo mnémico tiene una relación de sustitución simbólica. Algo está en lugar de otra cosa. Pero, además, no se trata como de cualquier símbolo, por ejemplo el soldado sabe que cuando lucha por una bandera no se trata de la tela o el trapo sino de lo que ella representa, el país, etc. Es consciente de lo que simboliza.

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*Tomado con variantes de la Tertulia realizada en APC, bajo el tema: Campo simbólico. Martes 17 de mayo de 2022.
** Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. E-mail: gp@adinet.com.uy

En cambio, en psicoanálisis, el símbolo mnémico está en lugar de algo que no se sabe, no se conoce, es inconsciente. Cuestión descubierta por Freud y desarrollada por Ernest Jones en su Teoría del simbolismo, que define al símbolo psicoanalítico. Todo esto es muy básico, pero también actual. Porque seguimos enfrentados a disciplinas que toman a los síntomas psíquicos en un sentido descriptivo y buscando los nexos, o bien con trastornos neurobiológicos o bien con conductas como en la sexología. Por ejemplo en los llamados ataques de pánico se busca stress, traumas y antecedentes genéticos. El que los síntomas tengan el carácter de sustitución simbólica de algo inconsciente, sigue siendo resistido y sorteado actualmente con tanta fuerza como en la época de Freud.

El tema del simbolismo tuvo su escalón en la interpretación de los sueños, con idas y vueltas en versiones de diferentes años, sobre todo en lo referente a figurabilidad y sueños típicos. No menor era la discusión con Silverer, Stekel y sobre todo con Jung. El mismo Freud estableció en su «simbólica», una relación entre el símbolo y lo simbolizado que permitiría a los conocedores, interpretar los sueños. Sabemos que esto tuvo sus derivaciones aún más radicales en años posteriores, donde se escribieron diccionarios psicoanalíticos de símbolos. Así si se soñaba con un paraguas se trataba de un pene, si se soñaba con una cartera se trataba de una vagina. Y no creamos que estos ejemplos simplifican esa posición del simbolismo ni creamos que está desterrada. Recuerdo en mi sociedad en una reunión científica, hace ya décadas, la referencia a una paloma en un material pasó a discutirse sin más como una referencia fálica. Una analista de la segunda generación preguntó: ¿acaso debemos pensar que siempre una paloma es un pene? Esta pregunta interroga la simbólica de Freud en “La Interpretación de los sueños” pero también interroga la relación necesaria, inmotivada, fija y convencional, en el signo lingüístico de De Saussure, entre el significante y el significado. Es un tema muy actual en el psicoanálisis y un tema que nos ha llevado por décadas a desestimar el cuestionamiento que los grupos feminista y Queer hacían y hacen a la teoría freudiana falo céntrica, haciendo una identidad entre falo y pene, lo cual también ayudó al brete generado entre el concepto de angustia de castración, castración (como posición castrada imaginaria) y castración de la madre edípica (madre fálica) para acceder al sepultamiento del complejo de Edipo (castración simbólica). Es decir, allí había un callejón sin salida conceptual en la castración freudiana, sobre el que volverá Lacan en su retorno a Freud con el aporte de los 3 registros. Especialmente, claro está, el registro simbólico, pero siempre en sus interdependencias. Se pasa de un concepto de símbolo a uno de registro simbólico, orden simbólico o, como se nominó aquí: campo simbólico. Sabemos de la familiaridad de los conceptos de campo, sistema, estructura, orden, registro, terceridad, entre otros.

La palabra campo puede remitir al concepto psicoanalítico de «campo» de W. y M. Baranger3, que formularon durante su estadía en Montevideo entre 1954 y 1965. Se trató de un concepto de tipo estructural. Sin embargo también es un concepto que tiene una fuerte impronta fenomenológica de Merleau Ponty, situando ese campo entre dos personas (bipersonal) y como parte de una psicología bipersonal, que no contempla la posición estructural del sujeto dividido que no puede conectarse directamente con otro sujeto: intersubjetividad imposible. En cambio el concepto de campo del sociólogo francés Pierre Bourdieu, como un sistema de posiciones sociales estructuradas como relaciones de poder, es un concepto constructivo-estructuralista que da cuenta de estructuras simbólicas. Lacan estaba impregnado de las ideas estructuralistas de su época, muy especialmente desde la antropología estructural de Claude Lévi Strauss, la lingüística de Ferdinand de Saussure, el padre de la etnología francesa Marcel Mauss, con el Ensayo sobre el don, entre otros como Jakobson, Barthes, Foucault, Althusser. Ningún estructuralista se declaró totalmente estructuralista, ni Lévi-Strauss y menos Lacan. Pero la idea de estructura estaba allí de distintos modos desplegada y especialmente, de estructura simbólica. Esta estructura vista en el lenguaje, el código, las relaciones de intercambio, lo social, puede quedar más cerca de lo que llamamos orden o campo. Cuando sin embargo la referimos más a lo psíquico, como lo simbólico, lo imaginario y lo real, así sustantivizados, nos referimos a registros.

3. Baranger, M. And Baranger, W. (1961-62): ‘La situación analítica como campo dinámico’, Revista Uruguaya de Psicoanalisis. IV, 1, 3- 54. Reprinted in: Baranger, M. and Baranger, W., Problemas del campo psicoanalítico. Buenos Aires: Kargieman, 1969.

Pienso que el concepto de sexualidad en psicoanálisis es un eje en esta concepción estructural simbólica que involucra tanto a la cultura como a la pulsión. Nada menor. Porque no se juega solo del lado de la pulsión endógena ni del lado de la cultura. El psicoanálisis, en mi opinión, es la única disciplina que tiene su zócalo epistemológico en la ligazón o la incrustación entre lo real de la pulsión, la excitación real (reiz) y el representante representativo, que no es una representación de un referente del mundo sino un significante material que aporta la cultura. La sexualidad en psicoanálisis no es un pansexualismo genital sino una erótica que se arma entre lo real de la pulsión parcial y la cultura en las distintas etapas del desarrollo libidinal. Implica un goce a la vez que un lazo, un sistema de intercambio, placer-displacer, odio-amor, y excesos, porque ninguna estructura simbólica es capaz de acoger a todo lo que viene desde el reiz de la pulsión parcial. Inherente al malestar o incomodidad en la cultura. Es justamente por estar en la cultura, por moverse dentro de una estructura simbólica, que hace síntoma y que es el corazón mismo de la sintomatología psíquica. En palabras de Freud, un síntoma es una forma de expresión o de realización de la sexualidad reprimida.

1. Si nuestra sexualidad, tal como la concibe el psicoanálisis, es una sexualidad que se construye, hace lazos y circula en relaciones de intercambio, en la cultura y, más aún ella misma se construye con significantes, discursos performáticos, parece una consecuencia lógica que la sexualidad humana dependa de las formas sociales, culturales, ideológicas, políticas en cada momento de la historia y de la ubicación de los sujetos dentro de una misma sociedad, en el mundo y en las épocas. ¿Hay invariables dentro de esos cambios? Pienso que el Edipo como drama entre hijo, padre y madre no lo es, pues sabemos que no en todas las sociedades y culturas se desarrolla con los mismos personajes y lazos. Pero es aquí donde entra la idea de campo simbólico o de estructura simbólica. ¿Sería ésta estructura invariable, estática o tendríamos que pensarla moviéndose como resultado de las tensiones del sistema? Algo parecido sucede, para tomar un ejemplo, con la herencia genética. Ciertamente se trasmiten genes, pero estos genes interactúan con el medio y muestran plasticidad resultado de esta interacción.

En todo caso para el psicoanálisis se puede plantear que lo invariable es la estructura edípica y no cómo se despliega su drama. Pero, esa estructura, ¿podrá tener algún grado de variación o de reducción a una mínima expresión estructural que solo garantice lazos y circulación? Claro está que este es un tema abierto, preguntas que necesitamos trabajarlas en lugar de escondernos en invariables que no nos han permitido pensar transformaciones de la sexualidad y la estructura social por la fijación freudiana a un modelo patriarcal y falo céntrico. En este sentido las, los y les teóricos feministas y Queer pienso que tienen sus razones para criticar la posición del psicoanálisis como ideológica. Bueno, ¿qué posición no lo es? Hagamos trabajar esta pregunta de-constructivamente, en un sentido derrideano. No se trata de cambiar conceptos y teorías por nuevos cambios de prevalencias ideológicas transitorias sino de ser permeables y vibrar frente a cuestionamientos y realidades que nos sacuden, desarmando conceptos para que los hilos que los componen sigan tejiendo otros discursos desde nuestra posición actual.

2. Uno de los efectos ideológico-políticos sobre la sexualidad ha sido, como mencioné antes, el falocentrismo. Hubo una asimilación del falo o lo itifálico (excitación fálica) al pene, cuando claramente ya Freud sostuvo que en la etapa fálica tanto la niña como el varón ocupaban las posiciones fálico-castrado. Pero no dejó de explicar eso que llamó fantasía fálica en la niña como consecuencia de la desmentida de la castración del pene y por eso mismo situó en ellas la envidia del pene y en el varón la angustia de castración. ¿Es cierto que las niñas y las mujeres no tienen angustia de castración? Y también podríamos preguntarnos, ¿es cierto que los varones no tenemos envidia del pene como falo imaginario?

Sí parece quedar claro que el campo simbólico determina dos posiciones: fálico-castrado, pero lo que nos podemos cuestionar (ya está cuestionado) es si esa diferencia coincide con la diferencia de sexos o es una diferencia estructurante tanto en la niña como en el niño. Nos advierte lo ideológico en juego lo tardío que fue el descubrimiento del clítoris y aún más tardío su estudio anatómico e imagenológico. Fue en el renacimiento que Cristóbal Colón descubrió el clítoris4. Se trataba de un cirujano de la Universidad de Padua llamado Cristóbal Mateo Renaldo Colón, quien 1558 publica un texto titulado De re anatómica (Anatomía). Su mérito: estudiar, investigar, encontrar y nombrar lo que hasta entonces había permanecido escondido en los pliegues del genital femenino5. Recién en la década del 90 y a partir del 2000 se realizaron investigaciones que terminaron con la idea de que el clítoris era un pene muy pequeño que sobresalía al borde de la entrada en la vagina. Helen O’Connell, la primera australiana que se especializó en urología, estudió y describió la anatomía completa del clítoris. La cirujana detalló su vascularización y constató que su inervación era más potente que lo previamente hallado. Además incluyó los bulbos cavernosos como parte de la estructura, de forma piramidal y glosó sus relaciones con la uretra y la vagina. El único órgano humano diseñado para el placer no es tan pequeño, sino que todo él tiene alrededor de 10 cm, sólo que su glande pequeño es lo que sobresale y puede ser visto, el resto es interior. Pero aun ese pequeño glande tiene casi el doble de terminaciones nerviosas   sensitivas que el glande del pene.

4. Laqueur, Thomas. «Amor veneris, vel dulcedo appeletur». Localización: Fragmentos para una historia del cuerpo humano / coord. por Ramona Nadaff, Nadia Tazi, Michel Feher, Vol. 3, 1992, ISBN 84-306-0152-X, págs. 90-131.
5. Laqueur, Thomas. La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Madrid, Crítica [Colección Femismos]; 1994. ISBN: 84376129@X.

Podríamos decir que Tiresias ya lo sabía6 y que la sobrina nieta de Napoleón, la psicoanalista Marie Bonaparte, actuaba su desconocimiento cortando las inervaciones del clítoris para con cirugía acercarlo a la vagina y así supuestamente facilitar el pasaje del placer del clítoris a la vagina.

Las investigaciones de O’Connell también se dirigieron a comprobar la existencia anatómica del punto G vaginal, al cual no pudo encontrar. Anatómicamente el famoso punto G no existe.7 Todo esto apunta a lo que ya sabíamos o intuíamos, el famoso pasaje del placer clitorídeo al placer vaginal descrito por Freud para la mujer: no existe. Es cierto, sí, que en el placer clitorídeo en la penetración queda implicado también el placer por los movimientos de las paredes vaginales linderas al cuerpo cavernoso pues se corresponde con la excitación, el reiz itifálico en la mujer. Fuertes factores político-ideológicos influyeron en concepciones anatómicas, como lo describió Laqueur (ya citado). El conocimiento científico sobre la diferencia de sexos y de género, se encuentra profundamente sesgado por las relaciones asimétricas de poder entre varones y mujeres propias de un sistema social de dominación masculina. El psicoanálisis no quedó ni queda fuera del campo ideológico-político. ¿Podríamos pensar en formas de falos (φ) masculinos y otras femeninos, imaginarias, claro está, no necesariamente separadas entre hombres y mujeres?

6. La mitología cuenta que Zeus y Hera discutían sobre si gozaba más del sexo el hombre o la mujer. Zeus decía que la mujer y Hera decía lo contrario. Consultaron a Tiresias, que además de adivino había tenido los dos tipos de experiencias y sin dudar les dijo que si los placeres del amor representaban 10 unidades, al hombre le correspondía una, quedando para la mujer las nueve restantes. Hera, enfurecida porque Tiresias había descubierto el secreto de las mujeres, lo cegó; en cambio Zeus le otorgó la videncia.
7. El País semanal: https://elpais.com/e pais/2020/02/28/eps/1582912339_151609.html También en BBC mundo, 14 de junio del 2006.
http://news.bbc.co.uk/hi/spa ish/scence/newsid_5078000/5078130.stm

El falo tiene caras en los tres registros (aunque Lacan lo llamó primero bifronte: imaginario y simbólico). En el campo simbólico, el Falo con mayúsculas, es el significante del deseo inconsciente, es decir, de la sexualidad. Sin embargo, la cara simbólica del falo, no parece haber otra forma de concebirla que como menos phi (-φ) desimaginarizado y designificantizado. El -φ, dice Lacan, va a ser “(…) una de las formas posibles de aparición de la falta (…) el soporte imaginario de la castración”. -φ y la castración (simbólica) son “(…) una de las traducciones posibles de la falta original, del vicio de estructura inscrito en el ser en el mundo del sujeto (…)”. (Lacan 1962-1963, 150)8. Se trata de la falla o de la falta que se produce por la entrada en el lenguaje, en la represión originaria. Falla original que atraviesa a todos. “Es una falta que el símbolo no suple»(ibíd., p. 51).

3. Ahora bien, esta represión originaria a la que nos acostumbró Freud, fue requerida como punto de partida para sostener la existencia del inconsciente. Construyó un momento mítico que hasta parecía único producido por una contracatexis que provenía de algo que no era aún un aparato psíquico. Por esta razón parece que nunca tuvo aplicación clínica como instrumento de trabajo analítico, centrándose éste en el trabajo sobre las represiones patógenas y el sepultamiento del complejo de Edipo. Sin embargo, tardíamente en Análisis terminable e interminable (Freud, 1937)escribió:“la rectificación, con posterioridad del proceso represivo originario, lo cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica” (Ibíd., 230). Con lo que la define como la operación genuina del análisis. Acerca del hiperpoder, lo sitúa en el factor cuantitativo, en la excitación real de la pulsión (el reiz), eso que deberá fijarse, en parte, a representantes, como representantes de la pulsión, significantes materiales, pero organizados simbólicamente. Como si algo de lo real pulsional (reiz) se engarzara, para acceder a circular por cadenas simbólicas. No es un proceso como el que se describe en la represión secundaria, que trabajamos per via de levare y que se centra especialmente en elementos simbólicos e imaginarios. Es algo de lo real que se toca y es tomado, siempre parcialmente, por lo simbólico y que muy probablemente requiera otra vía: per via de porre. Claramente esta operación genuina del psicoanálisis que Freud enfatiza, no consiste en la rectificación de un retorno de lo reprimido sino en una producción de inconsciente al instalar una metáfora9. Lo cual involucra un cambio de la perspectiva habitual del psicoanálisis en el trabajo con el retorno de lo reprimido, privilegiando esta figura nueva que sería la producción de inconsciente por represión originaria en transferencia. Pienso en presentaciones o manifestaciones como las RTN, las psicosomatosis, las adicciones, las depresiones graves, los pasajes al acto, entre otras.

8. Lacan, Jacques (1962-63). El Seminario 10. La angustia. Paidós, 2006.
9. García C., Javier (2023). Coreografías inconscientes. Escrituras erógenas del cuerpo. Letra Viva, 2023.

4. Eficacia del campo simbólico. Eficacia del decir en transferencia cuando la estructura simbólica, sus posiciones en análisis, pueden ser sostenidas por el analista. Me refiero al concepto de eficacia simbólica de Claude Lévi-Strauss en la Antropología Estructural, pero claro está, pensado en el trabajo analítico.

Claramente no se trata de una eficacia conceptual, pedagógica, de aporte de sentido que descubra una causa. Se trata de lo material del decir, de lo discursivo en su materialidad significante. Por eso no se trata de palabras y conceptos, de interpretaciones de sentido, de un discurso verbal que explique algo supuesto como determinante inconsciente. Es consecuencia del efecto simbólico en el orden simbólico, que aparecen los sentidos. Se trata del efecto que una materialidad sonora, vibrante, una palabra que acaricia o que detiene o impulsa o golpea más allá de la conciencia, justamente, en transferencia inconsciente para ambos personajes en juego. Insistir en este aspecto de eficacia que permite el campo simbólico, es un aspecto nada menor para el futuro del psicoanálisis. Pienso que en este punto nos diferenciamos fundamentalmente de las psicoterapias en general y que esta eficacia es la consecuencia de ese zócalo epistemológico que caracteriza al psicoanálisis como disciplina diferente a otras, en el tramado entre la excitación pulsional y el significante. Es ese engarce lo que permite armar discursos eficaces dentro del campo simbólico.

5. En otro orden de cosas, pero siguiendo con la idea de que la sexualidad, el deseo, están determinados también performativamente10 (realizativamente) por los discursos socio-políticos y culturales en general, podemos plantearnos los efectos psíquicos de las condiciones extremas de violencia social, pobreza, discriminación, guerra, autoritarismos, imperio de la mentira y el funcionamiento mafioso, entre otros. Todo lo que afecta al campo simbólico social tiene sus efectos psíquicos, aunque no sean efectos directos y tomen causes singulares. No solamente como lo pudo pensar Freud en la conformación del superyó sino ya en el ingreso a lo simbólico en la represión originaria que, seguramente, no se trata de un fenómeno único de un momento muy temprano sino de algo que se va produciendo y reactualizando en las distintas fases del desarrollo libidinal y que continúa en la adolescencia con intensidad, pero que quizás no termine allí. De nuevo nos podemos plantear ¿qué es lo invariable y cuánto es modificable en distintos sentidos para el sujeto en cuestión? Non liquet.

10. Teoría de los Actos de Habla propuesta por John L. Austin: Cómo hacer cosas con palabras (1962). Paidós, 1982.

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