José Guillermo Martínez Verdú: Miembro adherente de APdeBA. Con acreditación IPA para el Psicoanálisis de niños y adolescentes. Profesor de Psicoanálisis en la Universidad de Valencia (España). Numerosas publicaciones en la Revista de Psicoanálisis de la APM y en libros colectivos. Miembro de la Asociación Española de Psicoanálisis Lacaniano (AEPL) del Departamento de Teoría de los lenguajes y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Valencia. Ex Facultativo Especialista en Psicología clínica de la Sanidad pública.
Las riendas de la conducción de la cura y el manejo de la transferencia son el ideal del yo y el deseo del analista que busca el progreso del análisis en la emergencia de lo real, la causa del deseo.
Leonardo Peskin
En transferencia positiva todo lo que dice el analista siempre es verdad para el paciente. En transferencia negativa todo es mentira.
Jaime Szpilka
Es el deseo del psicoanalista lo que en último término
opera en el psicoanálisis.
Jacques Lacan
Resumen: El concepto de agalma dará lugar en Lacan a la teorización del “objeto a” como objeto del deseo, primero y posteriormente como causa de éste; así como la negativa de Sócrates a atribuirse los ideales (agalma) que se le arrogan llevará a la concepción del Sujeto supuesto Saber (SsS). «No convertirse en maestro, modelo ni ideal» es un importante aserto técnico y ético freudiano que en Klein lleva a la necesidad de un duelo del/por el final del análisis, y en Lacan conduce a la destitución subjetiva (del SsS) y al atravesamiento del fantasma con el analista como “objeto a” como causa y como deshecho, esto es, a los fines tanto del acto analítico y a la constitución del discurso del psicoanalista.
Descriptores: Freud, Klein, Lacan, Platón. Ideales, Transferencia, Agalma, Acto psicoanalítico, Sujeto supuesto Saber, Objeto a, Fantasma fundamental, Destitución subjetiva
Es en 1938 con el Esquema o Compendio de psicoanálisis de psicoanálisis, obra inconclusa por el fallecimiento de Freud, en donde éste nos deja sus últimas consideraciones técnicas y, por tanto, éticas fundamentalmente en lo que se refiere a la cuestión de los ideales en la transferencia. No confundirse con el ideal es una cuestión ética inescapable y es lo que nos va a permitir que el tratamiento no se convierta en una sugestión, en una mayor alienación, no se convierta en una hipnosis en vigilia, lo que implicaría la imposición de uno sobre otro. En la transferencia hay sugestión; quiérase o no hay siempre sugestión. Los tres epifenómenos de la transferencia que nos hace ver Freud son: la resistencia, la sugestión y el amor de transferencia. Eso quiere decir que en la transferencia hay resistencia porque llega un momento que en ese enamoramiento que el paciente desarrolla hacia el analista ya sólo quiere satisfacer ese amor y se pone como resistencia a seguir con el trabajo analítico; hay una sugestión porque el paciente pone al analista en el lugar del ideal del yo y del Sujeto supuesto saber del que éste al comienzo hará semblante, apariencia, es decir que se prestará a simular sabiendo que no lo es. Ello hace que cualquier palabra que diga el analista puede tener un peso enorme en el paciente y ser consciente de eso es una cuestión técnica y ética fundamental.
Freud ([1938] 1940, p. 176) dice: «Es verdad que cabe aquí la advertencia de no abusar del nuevo influjo. Por tentador que pueda resultarle al analista convertirse en maestro, arquetipo e ideal de otros, crear seres humanos a su imagen y semejanza, no tiene permitido olvidar que no es esta su tarea en la relación analítica, e incluso sería infiel a ella si se dejara arrastrar por su inclinación.» Freud nos dice que no somos dioses, no podemos hacer al paciente a nuestra imagen y semejanza, aunque éste nos coloque en esa posición endiosante, la del ideal del yo; no se debe a las «excelencias de la persona»; se trata de un lugar y jamás el analista debe de confundirse con él sino sería infiel a su tarea. Continua la cita: «No haría entonces sino repetir un error de los padres, que con su influjo ahogaron la independencia del niño, y sustituir aquel temprano vasallaje por uno nuevo. Es que el analista debe, no obstante sus empeños por mejorar y educar, respetar la peculiaridad del paciente. [Y ahora dice algo que puede resultarnos paradójico]. La medida de influencia que haya de considerar legítima estará determinada por el grado de inhibición del desarrollo que halle en el paciente. Algunos neuróticos han permanecido tan infantiles que aun en el análisis sólo pueden ser tratados como niños» (ibíd.).
Freud mismo da un pequeño lugar al influjo, a la sugestión pero no efectuada de una manera activa sino por el hecho de que el paciente le pone ahí. Y vale la pena que nos preguntemos: ¿No está Freud hablando aquí de aquellos pacientes a los que antaño se refería como de “lógica de sopas y argumentos de albóndigas” o tal vez a pacientes aún más regresivos e infantiles, límites de la transferencia?
Que hoy en día atendamos a las llamadas personalidades narcisistas, casos bordeline o casos de psicosis, nos habla de lo importante que son las posibilidades de analizabilidad de un paciente en concreto con un analista en concreto, cosa que sólo se ve en el caso por caso y en lo que tiene su importancia la cuestión de los ideales tanto por parte del paciente como, contra-transferencialmente, del analista. Carlos Paz (1971, 1980), en su “esquema de analizabilidad” otorga tanta importancia al área del paciente como al área del analista, sin olvidar el área del medio ambiente familiar, social…
Pero volvamos con Freud ([1914] 1915, p.172): «Tras el feliz vencimiento de todas las dificultades, ella a menudo confiesa la fantasía-expectativa con que ingresó en la cura: Si se portaba bien, al final sería recompensada por la ternura del médico» (Cursivas nuestras).
Así pues, se aprecia la manera en que trata de acomodarse al deseo del Otro, lo que Lacan (1969-70, p. 98) formalizará como Discurso de la histeria, discurso también de entrada al análisis. Que no es sino la manera en que en el texto del Banquete de Platón el personaje de Alcibíades en un momento dado se posiciona frente a Sócrates: «considero que es insensato no complacerte en esto como en cualquier otra cosa que necesites de mi patrimonio o de mis amigos. Para mí, en efecto, nada es más importante que el que yo llegue a ser lo mejor posible y no veo a nadie cuyo auxilio para esto pueda serme más provechoso que el tuyo» (Platón, p. 277) (Cursivas nuestras).
Y es que es fundamentalmente la idealización del Saber el agalma, lo deseado de Sócrates (acompañado de los otros mencionados ideales también agalmáticos) lo que provoca la transferencia amorosa de Alcibíades, cosa señalada por Lacan, haciendo del Saber la causa fundamental de la transferencia, lo que conducirá a Lacan a su formulación sobre el Sujeto supuesto Saber, es decir, es decir una creencia en el saber del analista que casi roza lo delirante: el analista a quien amo sabe todo sobre mí y sobre todo, y puedo hacerme tan sabio y perfecto como él. Es lo que dice Alcibíades. Es la creencia loca —que no psicótica, que no delirante pues nos mantenemos en el terreno de la creencia— de que él analista es mi inconsciente. Y ello en tanto, como señalara Lacan (1958, p. 260) «el deseo es el deseo del Otro». Afortunadamente, si van bien las cosas la creencia se irá a pique y se producirá al final del análisis la desidealización, desidentificación y «destitución subjetiva» (Lacan, 1969 p. 48). Incluso afirma la destitución del SsS como objetivo o “tarea” del Acto analítico (1967-68: clase 6 del 17-01-1968): «El acto psicoanalítico. Lo planteamos como consistiendo en soportar la transferencia… ¿qué pasa con ese sujeto supuesto saber puesto que tenemos que ver con esa especie de impensable que en el inconsciente nos sitúa un saber sin sujeto? La pregunta es: ¿qué deviene el sujeto supuesto saber? Voy a decirles que el psicoanalista sabe en principio lo que él deviene. Ciertamente el cae… suspensión del sujeto supuesto saber, ese rasgo de supresión… se manifiesta en que algo se produce… Esto se llama el objeto a. El objeto pequeño a es la realización de esta especie de des-ser que golpea al sujeto supuesto saber… La tarea psicoanalítica en tanto que ella delinea ese punto, si puedo decir del sujeto ya alienado… la tarea a la cual el acto psicoanalítico da su estatuto es una tarea que implica ya en sí misma esta destitución subjetiva (cursivas nuestras)».
Y, precisamente porque el deseo es el deseo del Otro, aunque sea para ir en su contra, se hace obvio que será distinta la concepción analítica según el estilo del analista con quién se analizó. ¡Sí, sí!: y ello a pesar de que hayan sido muy bien analizadas las cuestiones de los ideales y los procesos de identificación, desidentificación y desidealización que conciernen al duelo por el final del análisis (Klein, 1950). O según el estilo de sus supervisores a los que se les pueda atribuir un ideal del yo psicoanalítico con el que se debe cumplir. Una lucha contra los ideales psicoanalíticos inconscientes asumidos se nos impone siempre, incluso si lo que digo llega a ser planteado como un ideal, o si tomamos como ideal los enunciados freudianos sobre la “atención flotante” o el bioniano, por ejemplo, del trabajo “sin memoria ni deseo”. Es decir, tomarlos no como ideal sino siempre con suma precaución. De ahí que Robert Lévy (1998. p. 24) nos recuerde que para Lacan un sujeto que se convierte en analista es ya un “sujeto advertido”.
Para el psicoanalista es de vital importancia saber reconocer a la transferencia y el uso que de ella se hace en cualquier relación, incluso en las relaciones institucionales psicoanalíticas que muy fácilmente pueden tomar un cariz positivo o negativo según la idealización o desidealización en base a los ideales psicoanalíticos y en tanto se dan sus epifenómenos ya mencionados: la sugestión, la resistencia y el amor de transferencia; es decir que si un terapeuta no llega a reconocer la existencia de transferencia en sus relaciones, tampoco podrá saber si está actuando con arreglo a fines éticos o más o menos sugestivamente ni a qué nivel o intensidad se está produciendo la resistencia, además de que tenderá a atribuir el amor del paciente, compañeros o súbditos a las “excelencias de su persona” (parafraseando a Freud) en lugar de a un fenómeno transferencial propio del dispositivo terapéutico o de los dispositivos institucionales. Del mismo modo tampoco podrá reconocer ni analizar sus reacciones contratransferenciales, efecto de idealizar y de ser ubicado en el lugar del ideal, que podrían ayudarle a entender lo que se está dando en la relación. Pero veamos un ejemplo sumamente extremo.
Un paciente nos comunicaba su participación en una cura chamanística realizada hace ya algunos años en una capital africana: se trata de un tour operador que se ocupa de organizar viajes por el África ecuatorial. Natural de la misma ciudad en que se desarrollará la cura, cursó estudios universitarios en París y domina varios idiomas, lo que le llevó a obtener un importante cargo en una conocida empresa europea. Casado con una compatriota resulta ser impotente en la noche de bodas y en las semanas sucesivas. Enterada la familia, le hace ir a un famoso sanador, no sin bastante reticencia por su parte, pues su educación universitaria y la vida en Europa le habían hecho cuestionar y olvidar sus viejas creencias de origen masai a las que juzgaba como supersticiones y charlatanerías. Pero ¿por qué no probar?, si es tan grande la confianza depositada por toda la familia en este viejo chamán al que siempre han acudido (nótese aquí de qué modo tan absoluto este curador es puesto en el lugar del ideal). Después de todo ya se ha hecho visitar por los más prestigiosos médicos de la ciudad, incluido un especialista en urología, como habría hecho en París.
La cosa no tiene explicación. Nunca se sintió tan enamorado y su familia había bendecido este matrimonio, aliviada del riesgo de ruptura de lazos que anteriormente pudo conllevar su compromiso con una mujer europea con la que convivió varios años; lo que para nuestro paciente supuso toda una fuente de conflictos familiares pero en ningún caso de impotencia sexual.
En presencia de los allegados, el chamán escucha atentamente la historia de su paciente y entra en alguna especie de trance; realiza entonces un pequeño ritual consistente en la entonación de un cántico y el recorrido de sus manos por el cuerpo de la persona, y realiza una sola alocución: «Tu esposa tuvo anteriormente un pretendiente al que despreció; éste, celoso de tu suerte, te ha hechizado con el mal de ojo. Aléjate de él durante un mes, perdónale porque es tu amigo y nunca te dañaría intencionadamente. Ve con tu esposa y consumad vuestra unión, pues yo ya te he sanado alejando de ti el embrujo».
Efectivamente, el sujeto volvió a casa y como por arte de magia, mejor dicho, por arte de magia, vio desaparecida su impotencia.
Si lo analizamos detenidamente, se aprecia que este acto chamanístico (que guarda todas las características que Malinowski describieraen1948 (p. 53), en Magia, ciencia y religión: «participan siempre algunas palabras que se dicen o cantan, tienen lugar algunas acciones y siempre hay un ministro o ministros de la ceremonia… la fórmula, el rito y la condición social de ejecutante») se aprecia que este acto chamanístico, decía, es un acto terapéutico en toda regla; hasta podemos decir que se trata de un buen acto psicoterapéutico (eso sí: no psicoanalítico), incluso mejor y más eficaz que algunos de los realizados por los actuales representantes de las oficiales Ciencias Psi…
En lo que a la interpretación toca podemos apreciar su carácter mutativo y eficaz, así como el hechicero ocupando el lugar del superyó-ideal del yo del hechizado, utilizando, tal vez impropiamente, términos de Strachey. Hay una escucha y hay una teoría sobre la envidia y el mal de ojo, es decir un Saber al que el chamán apela y desde el cual da su explicación de los hechos. Seguidamente, la indicación de alejamiento preventivo de la supuesta fuente del mal (lo que constituye una acción eficaz, en la medida en que se otorga credibilidad a dicha explicación). Después, una acción sugestiva, basada en una transferencia de la que el sanador nada sabe pero que pone a éste en el lugar del ideal, del sujeto supuesto saber («perdónale porque es tu amigo y nunca te dañaría intencionadamente») que resultará desculpabilizante en relación al incesto (pero eso es ya una interpretación que nosotros podemos hacer desde la teoría psicoanalítica, no desde la chamanística, porque el chamán no se piensa como objeto transferencial, como «yo auxiliar» ni como idealizado ni como ocupando el lugar del Superyó de su hechizado, sino que él piensa en la realidad del hechizo, así como que su teoría le dice que éste puede ser involuntariamente realizado hasta por un amigo – casi una cierta teoría de lo inconsciente). Y, finalmente, una sugestión directa («Ve con tu esposa y consumad vuestra unión, pues yo ya te he sanado alejando de ti el embrujo») donde el «yo ya te he sanado» apela directamente a la creencia (transferencia positiva, podríamos decir nosotros) del paciente en el sanador y de éste (que también se auto idealiza) en su propio poder.
Dice Levi-Strauss (1949, p. 152) que «la eficacia de la magia implica la creencia en la magia, y que ésta se presenta en tres aspectos complementarios: en primer lugar, la creencia del hechicero en sus técnicas; luego la del enfermo que aquel cuida o de la víctima que persigue en el poder del hechicero mismo; finalmente, la confianza y las exigencias de la opinión colectiva, que forman a cada instante una especie de campo de gravitación en cuyo seno se definen y se sitúan las relaciones entre el brujo y aquellos que él hechiza». ¿No estamos viendo aquí la teorización de Freud en Psicología de las masas? ¿No está ocupando el chamán el lugar del ideal del yo al que se vinculan todos los miembros de la colectividad?
Volviendo a nuestro caso, ahora pongamos un poco de imaginación y supongamos que este paciente hubiera buscado a un psicoanalista que se encontrara por aquellas tierras en labores humanitarias con alguna ONG, tipo Médicos o Psicólogos sin fronteras; y que siendo inviable la realización de una cura tipo, se decidiera por una intervención psicoterapéutica focal o puntual. Siendo el terapeuta consciente de la transferencia positiva que se había puesto en marcha por el mismo hecho de haberle buscado, formulado su demanda y puesto en el lugar del sujeto supuesto saber, podría muy bien haber apelado a las teorías aprendidas, explicarle al paciente algo sobre el significado de los síntomas así como de lo de hacer consciente lo inconsciente y – por qué no, ya que la jungla no anda lejos – realizado algunas interpretaciones salvajes, que condensamos así: «Sucede que para tu inconsciente, tu mujer es como si fuera tu madre y has entrado en rivalidad con tu padre y con tus hermanos, lo que te ha creado un sentimiento inconsciente de culpa y un temor de castración que te ha producido el síntoma de la impotencia sexual, etc., etc., etc…» Y cuando el paciente protestara diciendo que no le sucedió con su novia extranjera, entonces se le diría que ésta quedaba, para su inconsciente, más alejada de lo incestuoso de una imago materna.
Lo que es lo mismo que contarle la historia del pequeño Hans: «Antes de tu nacer, yo ya sabía que habría un Juanito que amaría mucho a su mamá y odiaría a su papá, etc., etc., etc…»
El caso es que con un poco de suerte y mediando la formación europea y la transferencia positiva del paciente, esta interpretación podría haber resultado igualmente eficaz en cuanto a la desaparición del síntoma.
Levi-Strauss (1949. p. 151) cita a W. B. Cannon, quien en sus trabajos estudia los mecanismos psicofisiológicos sobre los que se basan los casos de muerte por conjuración o sortilegio, verificados en muy diversos y numerosos lugares del planeta. Así. Arthur Morley atestigua del siguiente caso: «Un indígena australiano, víctima de un encantamiento de este género en abril de 1956, fue transportado en agonía a un hospital de Darwin. Colocado en un pulmón de acero y alimentado por medio de sonda, se restableció progresivamente, convencido de que “la magia del hombre blanco es la más poderosa”».
Se ve como de lo que se trata es de la apelación al saber y al poder de la sugestión otorgado por la idealización en la transferencia, es decir, que tanto el caso real (magia chamánica) como el imaginado (magia del psicoanalista) son especies de similar estructura. De hecho, la misma palabra «chamán», que proviene de un grupo étnico de Siberia, significa en su idioma «el que sabe». El término chamán quedó acuñado en antropología para designar a personajes, brujos, hechiceros, sanadores, etc. que aparecen por doquier en culturas muy diversas y fundamentalmente de concepciones animistas (Eliade, 1951), para los que las diversas nominaciones que reciben implican siempre el hecho del saber: es siempre un representante del Saber, se los menciona como «el que sabe», «el que posee conocimientos», por tanto, aquel que es puesto en el lugar del sujeto supuesto saber, en el lugar del ideal.
En La ciencia y la verdad, J. Lacan (1966, p. 355-6) lo comenta así: «Sobre la magia, parto de este punto de vista que no deja nebulosidades sobre mi obediencia científica, sino que se contenta con una definición estructuralista. Supone el significante respondiendo como tal al significante. El significante en la naturaleza es llamado por el significante del encantamiento. Es movilizado metafóricamente. La Cosa en cuanto que habla, responde a nuestras reprensiones… la magia es la verdad como causa bajo su aspecto de causa eficiente. El saber se caracteriza en ella no sólo por quedar velado para el sujeto de la ciencia, sino por disimularse como tal, tanto en la tradición operatoria como en su acto» (cursivas nuestras).
Y es muy posible que un Lacan posterior hubiera hablado del significante respondiendo a lo real o, mejor, de lo real respondiendo al significante pues ya no se trataría de La Cosa en tanto que habla sino de La Cosa en tanto muda, irrepresentable, Real, intentando ser simbolizada, siendo bordeada por el significante.
La diferencia entre un caso y otro – nos referimos al chamán de la realidad y al psicoanalista de nuestra imaginación – está precisamente en la implicancia para el segundo del reconocimiento de la transferencia así como de haber sido puesto en el lugar del ideal del yo y de no confundirse con dicho ideal, según el aserto freudiano («no maestro, modelo ni ideal»); cuestión eminentemente ética que, en tanto depende de la contratransferencia y del propio deseo del psicoanalista, sólo puede ser manejada en la medida en que se ha pasado por el propio análisis.
Excepto en el caso de Freud (que se analizó con Fliess) y en el caso de Sócrates (que se analizó a saber con quién —¿tal vez con Diotima?). Porque Sócrates cuando revela lo oculto del discurso de Alcibíades, aunque no tenga el concepto de “transferencia” ni de “inconsciente” de Freud, sobre las cosas del amor sabe —según afirma— pues se las enseñó Diotima, la sacerdotisa de Mantinea y, quiérase que no, el amor es siempre amor de transferencia, por lo que posee algunos de los elementos que hacen a dicho concepto: el supuesto saber, una concepción del deseo como deseo del Otro, la abstinencia, la histerificación de su discípulo, la función de la hibrys (equivalente al narcisismo) y los ideales… Pero todo esto y, sobre todo, dentro de una renuncia a confundirse con el ideal que se le atribuye.
Resulta que Alcibíades había relatado varios de los intentos de seducción hacia Sócrates, hasta engañarlo para que se hiciera muy tarde y se quedase a dormir en la misma cama abrazándolo, sin que llegara a recibir ni la más mínima respuesta amorosa por su parte. Entonces al término del discurso de Alcibíades «se produjo una risa general por su franqueza, puesto que parecía estar enamorado todavía de Sócrates» (Platón, p. 284).
Pero éste no se deja engañar: «Me parece Alcibíades —dijo entonces Sócrates— que estás sereno, pues de otro modo no hubieras intentado jamás, disfrazando tus intenciones tan ingeniosamente, ocultar la razón por la que has dicho todo eso y lo has colocado ostensiblemente como una consideración accesoria al final de tu discurso, como si no hubieras dicho todo para enemistarnos a mí y a Agatón, al pensar que yo debo amarte a ti y a ningún otro, y Agatón ser amado por ti y por nadie más. Pero no me has pasado desapercibido, sino que ese drama tuyo satírico y silénico está perfectamente claro. Así, pues, querido Agatón, que no gane nada con él y arréglatelas para que nadie nos enemiste a mí y a ti» (ibid. p. 284-5).
Lacan, (1960-61, p. 206-7) lo comenta así: «Lo que todo el mundo percibe como una interpretación de Sócrates, lo es en efecto. Sócrates le replica a Alcibíades —Todo lo que acabas de hacer aquí, y sabe Dios que no es evidente, pues bien es por Agatón. Tu deseo es más secreto que todo el desvelamiento al que te acabas de entregar. Ahora apunta a otro más. Y este otro, yo te lo designo, es Agatón… Le señala a Alcibíades donde está su deseo… En la medida en que lo que Sócrates desea él no lo sabe, y que se trata del deseo del Otro, en esa medida Alcibíades es poseído, ¿poseído por qué? —por un amor del cual puede decirse que es el único mérito de Sócrates es designarlo como amor de transferencia y remitirlo a su verdadero deseo».
«Esa es la lección de Sócrates. Su operación no consiste en comunicar un saber. Se reduce solamente a cuestionar al que habla, y éste se entera así de que él es el sujeto de un saber que ignoraba un instante antes. En este sentido, la mayéutica socrática evoca el acto analítico… Su acto revuelve el orden de la ciudad, ya que aquellos que, por impostura, ocupan el lugar del amo, se encuentran puestos en peligro» (Pommier, 1987, p. 126-7).
Del mismo modo, es la lección de Freud, que también revuelve el orden de la Polis. De hecho muy tempranamente hay en él una marcada renuncia de ideales, en lo que a la relación terapéutica se refiere. Nada de «furor sanandi». Hay en Freud una total ruptura y abandono de ideales en aquel antiguo y humilde objetivo de cuando el método catártico que se mantendrá invariable para el psicoanálisis durante toda su obra y que reza así: «Mudar la miseria neurótica en infortunio común». Ya no se trata de un ideal médico de curación ni de un ideal filosófico de obtención de la felicidad en una determinada concepción del mundo (weltanschauung), ni del logro del supremo bien o el encuentro del Paraíso perdido. Freud (1895, p. 309) lo expresó en los siguientes términos: «No dudo de que al destino le resultaría por fuerza más fácil que a mí librarle de su padecer. Pero Vd. se convencerá de que es grande su ganancia si conseguimos mudar su miseria histérica en infortunio ordinario. Con una vida anímica restablecida usted podrá defenderse mejor de este último».
Pero pasemos a Lacan: “Sujeto supuesto Saber” y “objeto a” son conceptos que, en su obra vienen de la mano: «Lo que aquí he representado por el borde retorna sobre el plano constituido del lugar del Otro, a partir del lugar donde el sujeto, realizándose en su palabra, se instituye a nivel del sujeto supuesto saber. Toda concepción del análisis que se articula —y sabe Dios si se articula inocentemente— definiendo el fin del análisis como identificación en el analista, confiesa con ello sus límites. Todo análisis que se adoctrina como teniendo que terminarse con la identificación revela, al mismo tiempo, que su verdadero motor es elidido. Hay un más allá a esa identificación, y ese más allá se define por la relación y la distancia del objeto a minúscula con la I mayúscula que idealiza a la identificación» (Lacan, 1964, p. 275)
Respecto al Sujeto Supuesto Saber (SsS) diremos que para Lacan es el fundamento de la transferencia pero que, lejos de ser sólo el analista como aquel a quién el paciente le supone un saber sobre él mismo, es la creencia de que el analista es el inconsciente del paciente: Creencia loca (pero no psicótica) puesto que se mantiene en el nivel de la creencia y no del delirio, que es por lo que Lacan hablara del análisis como de una “paranoia dirigida” (1948) en alusión a M. Klein. Es lo que lleva al paciente a hacer del analista la causa de su ser y de su deseo, con lo que enlazamos con el concepto de objeto a definido por Lacan primero como objeto del deseo y después como objeto causa del deseo.
La diferencia está en que El SsS estaría más relacionado con el orden del inconsciente en tanto goce pasado por lo simbólico, por el significante (goce fálico) en referencia al enunciado lacaniano de «el inconsciente está estructurado como un lenguaje» y el objeto a está más relacionado con el orden de lo real y con el fantasma haciendo límite al goce absoluto (goce del Otro) o, dicho de otro modo, con el enunciado lacaniano de «no hay relación sexual»1.
Es David Nasio2 quién asevera que el objeto a es una incógnita, algo con lo que se nombra lo desconocido un problema que al ponerle un nombre permite operar con él. Lacan opera como los matemáticos que, según cuenta Ponciairé, cuando se encuentran con un problema, le ponen un nombre; así sucedió con una incógnita que nominaron como el pequeño i, lo que les permitía seguir operando con sus fórmulas y derivaciones matemáticas. Más de cien años estuvieron operando con este pequeño i hasta que se descubrió que i era igual a raíz de menos 1 (-1). Del mismo modo, el pequeño a sirve para operar con una incógnita; el objeto a es la incógnita de preguntas tales como ¿Quién es el objeto de mi satisfacción? o ¿Cuál es la causa de mi deseo?, como un concepto abierto que ha dado lugar a muy importantes elaboraciones por parte de Lacan e investigaciones de otros analistas, contemporáneos a él o posteriores.
1. De lo que nos ocupamos en un trabajo presentado en el Simposio de APdeBA de 2021 sobre “Violencia de género” y en otro publicado en coautoría con Bernardo Arensburg (Arensburg y Martínez Verdú, 2001).
2. Notas personales tomadas en el seminario de Sevilla de David Nasio sobre “La transferencia y el fantasma”, de 1985.
En un trabajo reciente examinábamos el esquema lambda de Lacan de 1955 en donde vimos al a, objeto de la relación imaginaria a à a’ en aquella época; es decir, otro (a de autre) à yo, como precursor del futuro objeto petite a como resto de lo real, objeto causa del deseo que explicamos a través de la condición erótica de las Aportaciones a la psicología de la vida erótica de S. Freud (Martinez Verdú, 2017. p. 137-8).
Ahora, en el Seminario VIII sobre La transferencia nos encontramos con el desarrollo que Lacan (1960-61. p.168-174) hace del ἅγαλμα (ágalma) del Banquete de Platón que rápidamente relacionará con los objetos parciales de Freud y los desarrollos al respecto de M. Klein que en estos momentos de su teorización (y anteriormente en el gráfico del espejo cóncavo, en el grafo del deseo y en la fórmula del fantasma) califica no como causa sino como objeto mismo del deseo («este objeto, agalma, pequeño a, objeto del deseo») es lo que le conducirá a la formalización teórica del objeto a, como resto de lo real, agujero y causa del deseo (que aunque no lo designe como tal, ya se aprecia implícito en el tratamiento que hace aquí del concepto) y del Sujeto supuesto Saber (SsS), también más que implícito (recordemos el éxtasis de Alcibíades frente al saber de Sócrates) pero que, como señalábamos, consecuencia lógica, será nominado ya como tal en el seminario del curso siguiente sobre La identificación (Lacan, 1961-62) y refrendado en el de La angustia (1962-63).
Sigamos, pues, los desarrollos de Lacan en el mismo Seminario, después de las clases específicas sobre el Banquete.
En el capítulo XIII (Ibíd. p. 223) dice Lacan: «Por el solo hecho de que hay transferencia estamos implicados en la posición de ser aquel que contiene el ágalma, el objeto fundamental que está en juego en el análisis del sujeto, en cuanto vinculado, condicionado por… aquello que constituye el fantasma fundamental»
Es que en el desarrollo de la cura, en tanto el analista contiene los agalmata y el paciente se vincula a través de su mundo fantasmático, está enlazándose al analista como objeto a en tanto causa de su deseo ya que, al mismo tiempo, le está suponiendo un Saber sobre toda causa (SsS), lo que aparece en la fórmula lacaniana del fantasma: $ ◊ a, que puede leerse como que el sujeto en sus relaciones de menor (<) o mayor (>), de conjunción (˄) o de disyunción (˅) queda barrado y en falta (es decir, en todo tipo de relación), o sea que dicha vinculación cursa siempre inconsciente, lo que se llegará a conscienciar por el acto a lo largo de la cura.
«El decir tiene sus efectos a partir de eso que constituye lo que denominamos fantasma, es decir la relación entre el objeto a, que es lo que se concentra a partir del efecto del discurso para causar el deseo y eso que se condensa alrededor, como una hendidura, y que se denomina sujeto» (Lacan, 1971-72. Pg. 226). De ahí que Lacan (1964, p.277) considere el tratamiento psicoanalítico como un «atravesamiento del fantasma», lo que implica un saber hacer mejor con los propios fantasmas al final del análisis ya que habiéndolos construido y analizado voy a conocer mejor mi mundo fantasmático que va a ser menos determinante para mi (el «saber hacer», que decía).
Vayamos al capítulo XVIII titulado «La presencia de lo real» que es donde Lacan desarrolla las fórmulas de los fantasmas obsesivo e histérico (1960. p.287):
Fórmula del fantasma obsesivo:
Ⱥ ◊ Ф (a, a´, a´´, a´´´,…)
El Otro aparece tachado en tanto el obsesivo se propone como su «aval», cubriendo su falta para negar el deseo, en tanto él queda como falo (Ф), es decir, negando su desvanecimiento como sujeto tachado, quedando en posición de S completo, acomodándose como objeto o tomando a los otros como objetos intercambiables hasta el infinito (las «a» dentro del paréntesis con los puntos suspensivos).
O, tomando la fórmula abreviada:
S ◊Ⱥ
Aquí el sujeto está sin tachar (S), lo que está tachado es el Otro (Ⱥ) y quiere decir que el obsesivo se entrega por completo a tapar la falta en el Otro.
Fórmula del Fantasma histérico:
a
—— ◊ A
-φ
Quiere decir que la histérica busca un amo (A) sobre el que reinar, castrándolo luego en lo imaginario y proponiéndose como objeto (a) en este momento objeto del deseo del Otro (A), para recuperar en él a su ser fálico. Así oculta su propia castración imaginaria (–φ) que por eso se escribe debajo.
Estas formulaciones de Lacan provienen de 1960, tanto del Seminario 8: La Transferencia como del Escrito de Subversión del sujeto….y las consideraciones sobre el objeto a y el SsS que se enriquecerán en teorizaciones posteriores sobre el Fantasma, la pulsión, el Goce, las fórmulas de la sexuación, los Discursos…, desarrolladas en los seminarios posteriores.
Saltamos hasta el Seminario 17 que es donde Lacan (1969-70, p.29) formula los cuatro discursos:
Discurso del Amo:
S1 à S2
—– —–
$ a
Discurso de la Histeria:
$ à S1
—– —–
a S2
Discurso del Psicoanalista:
a à $
—– —–
S2 S1
Discurso de la Universidad:
S2 à a
—– —–
S1 $
Los lugares en que los términos se ubican (p. 182) son
agente à Otro
———- ————-
verdad producción
Se aprecia aquí cómo en la evolución de la teoría lacaniana, el Otro que era el Otro hegeliano absoluto dominante siempre a todos los efectos, ahora ha pasado a ser simplemente uno de los cuatro términos del discurso.
De los discursos vamos a tomar el discurso de la histeria y el del analista que son los que convienen para nuestro propósito y guardan cierta continuidad con las fórmulas de los fantasmas antes expuestas.
En el discurso de la histeria vemos que $, el sujeto tachado, la castración, ocupa el lugar del agente, arriba a la izquierda, en tanto el objeto a ocupa el lugar de la verdad, verdad de la histérica que se propone como causa del deseo del hombre, que lo es. Luego tenemos al significante amo (S1) en el lugar del Otro y debajo al S2, el saber o la cadena significante en el lugar de la producción.
La lectura de este discurso es similar a la que hemos dado más arriba de la fórmula del fantasma histérico: «lo que la histérica quiere… es un amo. Está totalmente claro. Hasta tal punto que hay que plantearse si no será de ahí que partió la invención del amo… Quiere que el Otro sea un amo [S1], que sepa muchas cosas [S2], pero de todas formas que no sepa las suficientes como para no creerse que ella es el premio supremo por todo su saber… quiere un amo sobre el que pueda reinar. Ella reina y él no gobierna (cursivas nuestras) » (p . 137).
Lo que en el discurso del amo aparecía como verdad oculta (el amo siempre oculta su castración – $) es aquí puesto de relieve por la maniobra histérica. Ahora bien lo que nos interesa aquí para ubicar al SsS y al objeto a en el desarrollo de la cura psicoanalítica es que todo ello es aplicable fundamentalmente al comienzo, esto es, el discurso de la histeria es el discurso de entrada al análisis. Lacan lo dice con todas las letras: «Lo que el analista instituye como experiencia analítica, puede decirse simplemente, es la histerización del discurso. Dicho de otra manera, es la introducción estructural mediante condiciones artificiales del discurso de la histérica» (Ibíd. p. 33).
Tenemos entonces aquí al SsS (S2) producido por el artificio del encuadre o situación analítica. El simple hecho de señalarle al paciente le regla de la libre asociación hace que todo lo que diga vaya a ser importante para descubrir el saber que al analista le supone, ubicado como ideal del yo, poseedor de los agalmata, objetos a, causa del deseo y del amor de transferencia, puesto en el lugar del erómenos, en el lugar del amado. Pero todo amor exige reciprocidad. Habrá un momento en que se dará la metáfora del amor: el paciente hará pasar al analista al lugar del erastés (amante) arrogándose el objeto a y quedando en posición de amado, como nos decía Lacan a propósito de la histérica: conformándose como«el premio supremo por todo su saber». Cosa en la que nuestro autor redunda: «lo que le importa es que el otro que se llama hombre sepa en qué objeto precioso se convierte ella en este contexto de discurso. ¿No es esto, después de todo, el fondo mismo de la experiencia analítica, si digo que da al otro como sujeto el lugar dominante en el discurso de la histérica, histeriza su discurso… y produzca significantes que constituyen esa asociación libre, para decirlo todo, dueña del campo?» (ibíd., p. 35).
Pasemos ahora al discurso del analista que es, en definitiva, el discurso del final del análisis. Pero antes una aclaración: discurso de entrada o de final de análisis no debe tomarse en su sentido cronológico sino en sentido lógico, pues a lo largo del tratamiento irán alternándose: se puede estar en el discurso de la histeria y pasar al discurso del analista para a continuación pasar de nuevo al discurso de la histeria y de ahí al del amo o al universitario y así sucesivamente hasta un definitivo final.
Fijémonos en la parte de arriba del discurso del analista:
a à $
«El analista se coloca en posición de representar, de ser el agente, la causa del deseo» (ibíd. p. 190). «Para el efecto de lo que se trata en la cura analítica no hay otro representamen que el objeto a, objeto a del cual el analista se hace representamen, justamente él mismo en el lugar del semblante» (Clase del 21 de junio de 1973).
En posición de objeto, objeto a, aparecerá como causa del deseo y, por tanto, de la castración del sujeto ($), ahora en el lugar del Otro, quedando el saber (S2) en el lugar de la verdad y en el lugar de la producción tendremos al amo (S1). «Es bastante curioso —dice Lacan (1969-70. p. 190)— que lo que produce no sea sino el discurso del amo». Y, cosa importante, añade: «… de donde puede surgir otro estilo de significante amo»
Ese «otro estilo de significante amo» constituye la «rectificación subjetiva», es decir un cambio en la posición subjetiva frente al Otro; es una creación del psicoanálisis y nada más que del psicoanálisis, motor de un verdadero cambio psíquico, lo que nos obliga también a revisar el discurso del amo en la cura psicoanalítica. Es que tal discurso es el de la fundación del sujeto del Inconsciente; es la operación de simbolización, tanto de simbolizar, como de ser simbolizado a partir del deseo del Otro. Lo hemos revisado en otras ocasiones, con la definición misma lacaniana del significante: «el significante (S1) es lo que representa al sujeto ($) para otro significante (S2)»:
S1 à S2
—–
$
Pues bien, esa operación de simbolización de lo real deja un resto, no simbolizado: resto de real que es el objeto a, lo que acaba por conformar el discurso del amo y que queda debajo a la derecha como producción y como resto:
S1 à S2
—– —–
$ a
La peculiaridad es que se trata de un trozo de real (una incógnita, un desconocido) no simbolizado pero que tiene también su aspecto simbólico y su aspecto imaginario, lo que se ve en el nudo borromeo y en la peculiaridad del fantasma, de la fantasía de la cual «a» es objeto y que obviamente muestra su aspecto imaginativo, imaginario, como su aspecto simbólico, quedando bien oculto su aspecto real, pero no por reprimido inconsciente sino por real innombrable no simbolizado pero quiérase que no, de alguna manera encarnado.
Aquí tenemos la fórmula de la fantasía (que del francés han preferido traducir por «fantasma»), de la que algo ya hemos visto:
$ ◊ a
No vamos a repetir lo dicho, así que iremos directamente a lo que sucede con el objeto a, causa del deseo, objeto del fantasma en el marco del acto analítico. Y es que contrariamente a lo que sucede con las formaciones del inconsciente, más del orden de la represión y retorno de lo reprimido inconsciente, más del orden del significante como son los sueños, los lapsus o los síntomas neuróticos3 y por ello son interpretables; el fantasma, por el contrario, es más del orden de lo real no simbolizado y, por tanto no interpretable pero sí construible en ciertos momentos precisos angustiosos o no de retornos de lo real que otros autores han asimilado a ansiedades confusionales o catastróficas (Bion), pero no psicóticas sino consustanciales a cualquier humano; y por eso Lacan de lo que va a hablar es de la «construcción del fantasma». Expresado en palabras de Carlos Sopena (1993. p. 15-6): «el referente está perdido y hay que conseguir la convicción del paciente inventando con acierto. La infancia perdida deja una laguna, un vacío [o sea, lo real infantil “imposible de rememorar”], sobre el que hay que edificar una construcción. Ya no se trata de traer a la conciencia una significación que ya estaba o de reconstruir un pasado, sino de producir una significación nueva, de nombrar algo indeterminado que está en el aire». En tanto el fantasma fundamental es de lo más secreto e íntimo que alguien tiene, debe ser poco a poco construido a lo largo de la cura psicoanalítica y, en tanto logra ser atravesado, uno logra ubicarse de otro modo respecto de sus fantasías, siempre edípicas, de forma que le determinen menos; se trata, como diría Lacan, de un «saber hacer con el fantasma»4 , por tanto, de un saber hacer mejor son el objeto a, con lo que causa mi deseo. De ello sabré un poco más gracias a esa travesía del fantasmaque Lacan (1964, p.277) trae de la mano del «franqueamiento del plano de la identificación»: «la transferencia se ejerce en el sentido de conducir la demanda a la identificación. Por cuanto el deseo del analista, que sigue siendo una x, tiene en el sentido exactamente contrario a la identificación, es posible el franqueamiento del plano de la identificación, por medio de la separación del sujeto en la experiencia». Por eso, desde el deseo del analista, otra definición de Lacan del final del análisis consiste en «poner el saber en el lugar de la verdad».
3. Pero cuidado pues no olvidemos que todo evento o fenómeno también tiene su vertiente real (por ejemplo el «ombligo del sueño” como Freud lo describe); y eso le hará decir a Lacan en el Seminario 24 de 1976-77, tres años antes del fin de su vida que también el trabajo analítico tiene como objeto el «atravesamiento del síntoma”. Pero, de momento no compliquemos más las cosas y quedémonos en el «atravesamiento del fantasma”.
4. Análogamente hablará Lacan posteriormente de «saber hacer con el síntoma”, pero como ya hemos dicho: por el momento: no compliquemos más las cosas.
Si nos fijamos en el discurso del analista vemos al analista como objeto a (a) arriba a la izquierda en el lugar del agente, como deshecho por la caída del SsS, causando al sujeto deseante – $ – a la derecha y lo que nos interesa ahora: justamente el saber (S2) en el lugar de la verdad, abajo a la izquierda, lo que implica también la «destitución subjetiva» (Lacan, 1969 p.48); la caída del Sujeto supuesto Saber que pone al analista como causa y como resto porque ya no es la extraordinaria encarnación del Saber sino un simple y puro deshecho (a).
a à $
—– —–
S2 S1
Pero veamos de nuevo cómo lo dice Lacan (1967-68: clase 6 del 17-01-1968) en tanto objetivo o «tarea» de la cura psicoanalítica: «El acto psicoanalítico. Lo planteamos como consistiendo en soportar la transferencia… ¿qué pasa con ese sujeto supuesto saber puesto que tenemos que ver con esa especie de impensable que en el inconsciente nos sitúa un saber sin sujeto? La pregunta es: ¿qué deviene el sujeto supuesto saber? Voy a decirles que el psicoanalista sabe en principio lo que él deviene. Ciertamente el cae… suspensión del sujeto supuesto saber, ese rasgo de supresión… se manifiesta en que algo se produce… Esto se llama el objeto a. El objeto pequeño a es la realización de esta especie de des-ser que golpea al sujeto supuesto saber… La tarea psicoanalítica en tanto que ella delinea ese punto, si puedo decir del sujeto ya alienado… la tarea a la cual el acto psicoanalítico da su estatuto es una tarea que implica ya en sí misma esta destitución subjetiva (cursivas nuestras)».
Destitución subjetiva, por un acto, acto analítico que convierte al psicoanalizante en psicoanalista, deseo del analista mediante, con la consecuente desidealización y franqueamiento del plano de la identificación que conduce al duelo tras el final del análisis que quería Klein: «franqueamiento de las identificaciones», como dice Lacan que no total desidentificación, como alguien pudiera desear para una total desalienación, tarea imposible (o para una mayor alienación y sumisión por la reidentificación con el yo supuestamente fuerte del analista que otros quisieran). Más bien se trataría de un trabajo de desalienación que no terminaría nunca, que proseguiría para siempre en la vida de cada uno, temperando de alguna manera lo real del goce, roca mucho más dura que aquella freudiana de la castración y arreglándoselas mejor con el hecho del «no hay relación sexual» … Pero eso es ya otra historia, una verdad de la que intentaremos escribir pese a que sea algo que “no cesa de no escribirse”.
De cualquier modo, esperamos haber mostrado algo acerca del Sujeto supuesto Saber y del objeto a, y su desarrollo en la cura psicoanalítica, enlazado al concepto de fantasía. Eso es a lo que hombres y mujeres llaman destino cuando no pueden comprender esa fuerza oculta que les rige, más imperiosa que un instinto: el fantasma fundamental.
ᴪ ᴪ ᴪ
Ideais no amor de transferência II: destinos do sujeito suposto saber e do objeto a na cura psicanalítica
Resumo: O conceito de agalma dará origem em Lacan à teorização do “objeto a” como objeto de desejo, primeiro e depois como sua causa; bem como a recusa de Sócrates em atribuir os ideais (agalma) que lhe são atribuídos levará à concepção do Sujeito suposto Saber (SsS). «Não se tornar professor, modelo ou ideal» é uma importante afirmação técnica e ética freudiana que em Klein leva à necessidade de um duelo de/para o fim da análise, e em Lacan leva à demissão subjetiva (do SsS) e à travessia da fantasia com o analista como “objeto a” como causa e como desfeito, ou seja, tanto para fins do ato analítico quanto para a constituição do discurso do psicanalista.
Descritores: Freud, Klein, Lacan, Platão, Ideais, Transferir, Agalma, Ato psicanalítico, Sujeito suposto Saber, Objeto a, Fantasma fundamental, Remoção subjetiva.
Ideals in love transference II: destinations of the knowing supposed subject and the a object in the psychoanalytic cure
Abstract: The concept of agalma will give rise in Lacan to the theorization of the “a object” as object of the desire, first, and later as its cause; as well as Socrates’ refusal to attribute the ideals (agalma) that are arrogated to him will lead to the conception of the Knowing supposed Subject (SsS). «Not to become a teacher, a model or an ideal» is an important Freudian technical and ethical assertion that in Klein leads to the need for a duel of / for the end of the analysis, and in Lacan it leads to the subjective dismissal (of the SsS) and to the traversing of the phantasy with the analyst as “a object” as cause and as undone, that is, for the purposes of both the analytical act and the constitution of the psychoanalyst’s discourse.
Descriptors: Freud, Klein, Lacan, Plato, Ideals, Transfer, Agalma, Psychoanalytic act, Knowing supposed Subject, a object, Fundamental phantasy, Subjective destitution.
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