Gabriela Salazar Canelos: Psicóloga Clínica-Psicoanalista (Ecuador). Miembro directo IPA y Miembro de APdeBA, enlace del Comité de Mujeres de la IPA para Ecuador, Miembro del Grupo Psicoanalistas en la Comunidad. Coordinadora y gestora del proyecto binacional “Analizando los diversos rostros de las Masculinidades”. evagabrielasalazarcanelos@gmail.com
Felipe Landázuri Suárez: Psicólogo Clínico (Ecuador). Candidato a Psicoanalista por el Instituto Latinoamericano de Psicoanálisis (ILAP). Docente universitario y miembro del proyecto binacional de investigación: “Analizando los diversos rostros de las Masculinidades”. felipelandazuri@hotmail.com
Resumen: América Latina es la región del planeta más violenta: las muertes por esta causa, así como los feminicidios en específico, son exhorbitantes. ¿Los varones rechazan lo femenino? ¿Parece que existe algo que no se puede simbolizar, la forclusión, la mente patriarcal, colonizadora, blanca y europea ha dejado marcas que no se inscriben? Los adultos-cuidadores son portadores de una heteronormatividad patriarcal. ¿La dicotomía genital, sus efectos y la sobrevaloración de la misma, pueden ser parte de una construcción impresa por cuidadores inmersos en una cultura heteronormativa? ¿Qué implica tejer relaciones y vínculos con reconocimiento de lo diferente y la alteridad en América Latina, desde estos reconocimientos?
Descriptores: Psicoanálisis, Género, Masculino, Simbolización, Violencia, Américalatina, Interdisciplina, Binarismo.
1.-Introducción: una inmersión en las estadísticas de la violencia en América Latina
América Latina y Caribe es la región más violenta del mundo en cuanto a homicidios en general, tanto de hombres, como de mujeres (sin tomar en cuenta las regiones en guerra). Es difícil tener las estadísticas de feminicidios claras (los números varían mucho), ya que en países de esta zona las muertes violentas de mujeres se califican como feminicidio, mientras en otros, sólo las que se producen por razones de género, luego de que han sido sentenciadas como tales. No obstante, en Ecuador y países cercanos, tenemos un feminicidio cada 24-26 horas.
Nuestra región tuvo en el 2021 una estadística de 19.9 homicidios por cada 100.000 habitantes. La región que sigue en cifras de violencia es África Sub-Sahara con 14.1 y las demás regiones del planeta Tierra tienen menos de 10.0. La diferencia es muy marcada según datos de la Oficina de Naciones Unidas que es la Unidad de Drogas y Crímenes (UNODC)1.
En relación a sexo /género, América Latina y Caribe tuvo en el 2021 3.7 mujeres asesinadas por cada 100.000 habitantes y 36.6 varones víctimas de homicidios por cada 100,000 habitantes. Tan solo África Sub-Sahara supera la cantidad de muertes de mujeres con una estadística de 5.1. Asia, Australia, Europa cuentan con estadísticas notoriamente menores.
La violencia da cuenta de la fragilidad en nuestros lazos y tejidos sociales de manera general, no obstante, en este trabajo, nos centraremos en situar algunas hipótesis concernientes a las dificultades devenidas de los roles de género, de la crítica al patriarcado, de los efectos que se van evidenciado en la fragilidad psíquica, a causa de una violencia simbólica y lo que esto causa en los varones, desde lo macro a lo micro.
El “Conflicto de rol de género” se ha mostrado como un concepto vinculado a distintos fenómenos culturales como la violencia, elemento importante en las cifras de feminicidio e implicancias en la inequidad de género. (O’Neil, 1990).
1. National data collected via the United Nations Crime Trends Survey and the Gallup World Poll. Regional aggregates refer to 3 -year averages weighted by countries population size.
No es casualidad que los hombres, en las estadísticas de violencia, sean siempre el factor común y ocupen un lugar predominante en dichas cifras. Los números que presenta un interesante documental norteamericano del 2015 “La máscara en la que vives” se inclinan en esa dirección: cada hora más de tres personas mueren por arma de fuego y el 90% de estos homicidios son cometidos por hombres. Cada dos semanas ocurren asesinatos en masa. El 94% de los crímenes en masa son cometidos por hombres. Esta clase de tiroteos se han triplicado desde 2011. Más del 90% de los asesinatos en los último 26 años en Estados Unidos fueron cometidos por hombres. Tomando en cuenta una estadística más local, y solo como un punto general de referencia, Gloria Camacho (2003) plantea que en el Ecuador “el 40.4% de jóvenes señala conocer que su madre ha sido pegada por su padre o padrastro. Podemos inferir que la cifra real puede ser superior si consideramos la posibilidad de que no todos los chicos y chicas conozcan esta situación. Además, es probable que siendo la violencia un tema sensible y difícil de asumir, no todos o todas hayan reportado el problema.”
Sería iluso sacar conclusiones definitivas solo partiendo de números estadísticos, pero también lo sería no entender que ciertas conductas masculinas que se han naturalizado socialmente, guardan estrecha relación con la construcción de la masculinidad en nuestros días.
El feminismo fue una de las revoluciones importantes del siglo XX. Dependiendo de las fuentes y de las y los historiadores que se citen, en general se ha establecido que las luchas feministas por la reivindicación de sus derechos comenzaron en la época de la Revolución Francesa. Desde entonces, se cuentan cuatro olas o períodos en los cuales las mujeres han ido conquistando numerosas batallas. Según este esquema, la primera ola comenzó en los años de la Ilustración y la Revolución Francesa, tiempo en el queun grupo de pensadoras y escritoras europeas lanzó ideas sobre la naturaleza de la mujer, la jerarquía de los sexos en la sociedad y la falta de coherencia con la premisa de «Libertad, Igualdad y Fraternidad», un lema francés que empoderó la lucha de clases sociales, pero que, según estos primeros lineamientos feministas, obvió la disparidad existente entre varones y mujeres.
La segunda olase fraguó desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX. Durante estos cien años los colectivos femeninos cosecharon el acceso a las universidades, la potestad de sus hijos, y el derecho al voto.
En la tercera ola feminista, iniciada los años sesenta, en pleno apogeo de las diversas manifestaciones sociales y culturales que caracterizaron ese período, las mujeres expandieron sus libertades civiles por cuenta del control de la natalidad. Los anticonceptivos le dieron a la mujer la opción de decidir sobre su maternidad, así como el impulso de abandonar las tareas domésticas y engrosar las nóminas del campo laboral. Adicionalmente, fueron más los países donde se legisló para que las mujeres pudieran solicitar el divorcio civil, un derecho que les era completamente ajeno en la historia del matrimonio.
Finalmente, la cuarta ola es la que actualmente, y desde hace unos pocos años, llevan a cabo grupos de feministas en todo el mundo. Un periodo en que las mujeres claman por abolir la violencia de género, los feminicidios, maltrato físico y psicológico y mayor libertad en la autonomía y toma de decisiones sobre su propio cuerpo.
Partiendo de este esquema, y poniendo en evidencia que hay una enorme, gigantesca disparidad en la que estas transformaciones han venido ocurriendo en las diferentes zonas geográficas, en los diferentes países y en los múltiples segmentos de la sociedad, podríamos plantear la idea que las mujeres y especialmente las niñas de la actualidad son beneficiarias de décadas y décadas de conversaciones y replanteamientos de las complejidades de la feminidad, sus diversas formas y sus múltiples expresiones. Si bien las niñas enfrentan todavía enormes retos y obstáculos en su Ser en la sociedad, parecería que su lugar en el mundo se ha redefinido, hay posibilidades para seguir construyendo el camino y ellas estarían mejor equipadas para enfrentar dichos retos. Lo mismo no parece haber ocurrido con los niños y la masculinidad.
A raíz de esta conflictiva, nos interesa reflexionar desde una mirada psicoanalítica, los distintos procesos de la construcción de la masculinidad sin perder de vista su complejidad, abriendo paso a preguntas e interrogantes más que respuestas concluyentes o verdades absolutas, queremos comprender qué hay detrás de ciertas conductas que hemos naturalizado, buscando entender sin juzgar ni criticar de manera simplista y reduccionista.
Partimos de la premisa que requiere pensarnos como Sujetos en constante transformación y movimiento, que podemos nutrirnos de miradas distintas en el encuentro con el otro, cuyo intercambio posibilite el enriquecimiento de los vínculos.
2.- Problemas derivados de la Dicotomía Genital pensada como destino anatómico y subjetivo
Judith Butler (1997) advierte algo que los psicoanalistas trabajamos constantemente en la clínica “la repetición traumática de lo que fuera forcluído de la vida presente, amenaza el “yo”. Es importante pensar ¿qué es lo impensable, lo no inscrito, el verwerfen freudiano, lo forcluído de lo que da cuenta Butler en sus críticas?
Empezamos por resaltar que, durante décadas, la teoría psicoanalítica y su clínica han sostenido una “asunción glorificada de la castración”, como lo denomina Nicolás Evzonas (2021, p.14), así como el concepto de la envidia del pene ha sido un punto nodal en el pensamiento clínico. Dichos conceptos están ligados en el mundo occidental moderno al pensamiento binario. Laplanche nos recuerda “que existen civilizaciones cuyos mitos fundacionales no son binarios sino plurales, aceptando la ambivalencia en lugar de centrarse en la diferencia” (Laplanche 1995, p.252). Los conceptos y términos que utiliza el psicoanálisis se basan en una epistemología de la diferencia sexual anatómica, la cual está sustentada en una idea de masculinidad patriarcal. ¿De qué tipo de cuerpo masculino heterosexual da cuenta Freud en su momento como buen hijo de su época? Es posible que el cuerpo masculino se haya sostenido y fortalecido en la exigencia de tener un pene eréctil, penetrante y además eyaculante.
Nicolás Evzonas resalta:
Claramente, el descubrimiento de la otredad genital no constituye una experiencia solipsista sino más bien un proceso intersubjetivo. En consecuencia, la transformación de la disimilitud de género en una diferencia sexual por excelencia, que se logra bajo la égida de la castración, está mediada por cuidadores impulsados inconscientemente e insertados socialmente. (Evzonas, 2021, p. 7)
El binarismo nos ha brindado un formato de pensamiento, donde lo femeninose suele mostrar desde lo contrario de lo masculino, y de igual manera lo masculino como la otra cara de lo femenino. Nos está tomando mucho esfuerzo salir del pensamiento binario al complejo, esfuerzo que es indispensable introducir en la clínica psicoanalítica y en la teoría. Mientras estamos en este tránsito, podemos construir un puente que nos facilite encontrar significaciones, representaciones con gamas de colores más amplios, en un mundo que requiere salir de un pensamiento simplificado de la ecuación.
Son evidentes las complicaciones y los equívocos que los roles de género asignados social y culturalmente traen a la reflexión de la construcción de lo masculino y lo femenino, sobre todo si se los piensa en el prisma de un binarismo constitutivo. Los sujetos nos con-formamos con los estereotipos sociales de nuestra cultura, lo masculino y lo femenino no se definen independientemente uno del otro sino en paralelo, en contraste y complementariedad. Este binarismo, del que ya hemos hablado anteriormente, parece contraponer lo masculino a lo femenino (lo fálico a lo castrado) y no ayuda a entender lo complejo y múltiple de los elementos en juego.
Las sociedades definen los rasgos característicos de lo masculino y de lo femenino, que obligan a someterse a sus miembros como se someten a las ‹‹leyes de la naturaleza››. Un hombre no es un varón, es un varónmasculino o viril; una mujer no es una hembra, es una hembra femenina. Ahora bien, esos rasgos característicos de lo masculino y lo femenino no son universales como las diferencias biológicas, varían según las culturas hasta estar en perfecta oposición. (Chiland, 1999, p. 79)
El rol, entendido como la función que desempeña una persona en un lugar o situación determinada, nos lleva a pensar en la existencia de un tipo de normativa social, en la que implícita o explícitamente hay formas de ser, pensar o actuar. Judith Butler contextualiza el problema a través del pensamiento de Michael Foucault:
Al tratar de la sujeción y de la regulación es importante tener en cuenta al menos dos advertencias derivadas del pensamiento de Foucault: 1) El poder regulador no solo actúa sobre un sujeto preexistente, sino que también labra y forma al sujeto; además, cada forma jurídica de poder tiene su efecto productivo; y 2) Estar sujeto a un reglamento es también estar subjetivado por él, es decir, devenir como sujeto precisamente a través de la reglamentación. (Butler, 2018, p. 68)
Los roles de género, si parten del esquema binario, no facilitan la aparición de lo diverso lo fluido y lo complejo, y si a esto sumamos la inmovilidad que el rol masculino ha mantenido a lo largo de varias décadas, se evidenciaría una encrucijada en las posibilidades de construcción de las masculinidades:“ya ni siquiera sabemos qué es ser hombre…” (Siebel, 2015)
Paul B. Preciado en su conferencia del 2019 durante la apertura de las Jornadas Internacionales de l ’École de la Cause Freudienne en París, incomodó al público con esta reflexión:
“No hay universalidad alguna en los relatos psicoanalíticos que ustedes profieren. Las fábulas mítico-psicológicas recocinadas por Freud y elevadas a condición de ciencia por Lacan no son sino historias locales, relatos de la mente patriarco-colonial europea, narraciones que permiten legitimar la posición aún soberana del padre blanco sobre cualquier otro cuerpo.” (Preciado, 2019, p. 39) … “Les hablo de esto públicamente porque es crucial que la palabra de los subalternos sexuales, de género y raciales, la palabra de los monstruos, no sea confiscada por el discurso de la diferencia sexual.” (Preciado, 2019, p. 51)
Estamos en constante tensión siendo parte de una cultura que no logra dialogar, cuestionar, movilizar todo lo referente a los efectos del pensamiento binario —el patriarcado hegemónico— y nos enfrentamos adicionalmente a un momento en el cual, este mundo que cambia en temporalidades escandalosamente abruptas, puja por reducir las amplias escalas musicales a sonidos basados en tres notas, así como la riqueza del lenguaje a la pobreza de neologismos y figuras que proponen reducir las palabras, empobreciendo no solo el lenguaje, sino el mundo que nos habita, por ende la mente para pensar y aprehender dicho mundo. Déborah Tájer propone:
Las subjetividades con las cuales trabajamos han constituido sus modos de singularización en un social histórico patriarcal, caracterizado por la desigualación entre varones y mujeres. Lo cual es diferente a decir que el concepto de patriarcado explica “per se” todos los aspectos de las acciones y deseos humanos. Es un concepto que es necesario poner en diálogo con la caja de herramientas conceptuales que presenta el psicoanálisis. (Tájer, 2022, p. 28)
Dentro de las herramientas conceptuales a las que hace referencia Tájer, queremos detenernos en una diferencia fundamental que subrayó Nicolás Evzonas, retomando la lectura de Jean Laplanche en 1974: “Laplanche establece, inspirado en los textos originales de Freud, entre Verschiedenheit (diversidad), asociado con una pluralidad de términos, y Unterschied (diferencia)”. Desde la propuesta de Evzonas (2021, p. 7): “la Unterschied estaría del lado del campo de lo binario, rígido, dualista, mientras la Vershiedenheit lo propone como algo fluído, plural”. El niño parecería que nace libre, fluído, lejano a la rigidez que luego, sus cuidadores, esos adultos que están atravesados por su cultura, por los deseos inconscientes de sus padres, influirán para que la mirada del niño se acerque y transforme hacia la rigidez binaria.
Luego de este recorrido, podemos plantear una hipótesis ¿aquello forcluído, esa Verwerfen, que no es el Verdrangung de la Represión, tampoco el Verleugnung en relación al complejo de castración, podrían ser los elementos conceptuales y simbólicos que excedieron a la mirada de los psicoanalistas que nos precedieron, sin haber hecho posible aprehender y pensar el mundo desde una posición más amplia a la hétero normativa, patriarcal, europea que el psicoanálisis sostuvo por inmóviles décadas?
3.- Mascu-humanidad colonizada, denegada y su relación con la violencia
Desde el pensamiento decolonial, se realiza una crítica epistemológica de los paradigmas centrados en Europa y en Occidente. Hablar de los efectos de una colonización desestimada, forcluída en América Latina, es un tema controversial dentro del campo de la sociología y posiblemente del psicoanálisis también. La colonización en todo el mundo fue brutalmente violenta, sin embargo en América Latina los efectos de la violencia colonizadora continúan vigentes en actos cotidianos, se dejan ver en la vulnerabilización de la población afro descendiente e indígena de nuestros países, en la polarización de la xenofobia y racismo dentro de nuestros pequeños territorios.
Hugo Bleichmar (2017, s/n) cuando introduce el concepto de colonización emocional que me es útil para pensar la problemática de la hegemonía y los mecanismos en la colonización violenta que puede dejar rastro en la colonización emocional a nivel subjetivo, diferenciándolo de la ideología dice:
“En el adulto, que es inexorablemente diferente de otro adulto, el colonizador emocional va suprimiendo esa diferencia, que en el colonizado queda como núcleos que sufren el proceso que Freud denominó Untergang —disolución, hundimiento— diferente de la represión, en que algo subsiste con fuerza en el inconsciente pugnando por emerger. En el colonizado, sus deseos, sentimientos y creencias son reemplazados en lo más profundo de su ser por el colonizador, de ahí la aplicabilidad del concepto de Untergang, que describe el fenómeno de cómo algo de la subjetividad deja de tener peso.” Andrade (2020, p. 1) por su parte escribe:
El argumento central de la crítica decolonial va encaminado a desmontar la orientación universalista que estos paradigmas pretenden dar a sus postulados y conceptos, sin reparar en el carácter local de sus experiencias e ignorando las características específicas de sociedades diferentes a la suya, asumiendo que existen sociedades avanzadas y atrasadas, que los estadios más avanzados o los mayores logros evolutivos de las sociedades se ubican en Occidente y que el avance de las sociedades periféricas supone necesariamente la adquisición de características estructurales de tales sociedades occidentales.
¿El psicoanálisis, está fuera, es distante a esos paradigmas universales, donde los postulados y conceptos que han regido hasta hace no muchos años la clínica mantuvieron a la diversidad de género dentro de la categoría de psicosis o a la elección homosexual en la categoría de perversión? ¿Ha tenido esto repercusiones en nuestras instituciones, en la formación de futuros psicoanalistas, en la clínica y en la sociedad a la cual pertenecemos como ciudadanos que somos?
El diálogo interdisciplinario para los psicoanalistas que trabajamos o nos interesamos por el trabajo con comunidades, espacios sociales fuera del consultorio, así como por entender a los pacientes dentro del consultorio nos apoya en tener una mirada más amplia de la problemática, para poder retornar a una especificidad de pensamiento y trabajo clínico, desde el cual podamos repensar la problemática, analizar, escuchar con apertura, contribuir con espacios catalizadores de palabras, creación de significaciones que provengan de la propia población con la que se trabaja, y no de imposiciones teóricas que dan cuenta de que toda conflictiva debe calzar en nuestros constructos teóricos previos. La violencia de la escucha prejuiciosa y poco analizada de nuestros propios pre conceptos acerca de la raza, las clases sociales generan imposiciones, interpretaciones, señalamientos que reproducen un status quo, aunque exista un aparente alivio emocional por parte del paciente.
Citamos a algunas pensadoras de otras disciplinas, para luego retornar a nuestra especificidad psicoanalítica.
En el libro La fuerza de la no violencia (Butler, 2021, p. 42) señala que:
en este mundo, las vidas no se valoran de la misma manera y no siempre se presta atención a los reclamos contra las agresiones y el asesinato de los que son víctimas. Una de las razones es que sus vidas no se consideran dignas de llorarse o de duelidad. Hay muchas razones para esto que incluyen el racismo, la xenofobia, la homofobia o la transfobia, la misoginia y el sistemático desprecio por los pobres y desposeídos”.
Segato (2003, p.17) menciona: “una melancolía generalizada de clase, «raza», religión, etnia y cualquier otra identificación que es desautorizada en nombre de una norma dominante inyectada en la piel del yo del bebé por sus cuidadores primarios y otros relacionalmente íntimos”.
La misma autora, en el año 2015, en uno de los ensayos de la crítica de la colonialidad, amplía la cita anterior refiriéndose al cuerpo mestizo, en tanto un signo racial que da cuenta que esos pueblos estuvieron en determinada posición en la historia. Ella plantea que “el signo corporal leído como trazo, resto y huellade un papel que se ha venido desempeñando, de un arraigo territorial y de un destino particular en los eventos que en ese paisaje, nuestro suelo geopolítico, se suceden” (Segato, 2015, pp. 224-225).
Si hablamos de signos coporales, restos y huellas que podríamos leer en la construcción subjetiva de las masculinidades, me parece indispensable reflexionar acerca de uno, entre varios fenómenos llamativos ligado a los espacios masculinos. Analicemos lo que sucede en las canchas de fútbol de nuestros países latinoamericanos, en especial de Ecuador que cuenta con un 7,2% de población Afroecuatoriana, así como 7 % de población Indígena.2
En el desarrollo del fútbol de nuestro país, la población Afroecuatoriana tiene una importante participación por sus destacadas cualidades deportivas, son espacios con restringida participación de Indígenas y algo más de Mestizos. En la medida que el deportista Afroecuatoriano juega y gana es elogiado, en pocos minutos el mismo ser humano que desagrada, desencanta y desilusiona a su afición, pasa de ser un excelente jugador (sin nominación de color de piel) al degradado “negro-bestia, bruto, animal, inservible, bueno para nada”.
2. Cifras según INEC, Instituto Nacional de Estadísticas del Ecuador.
Resaltamos que en la degradación, devenida de la frustración, el color de piel (lo que se lleva en la carne) antecede a los calificativos negativos. Otro fenómeno llamativo se logra evidenciar en las diferencias notables entre un jugador negro del continente Africano cuando va a jugar en Europa, y un jugador Afroecuatoriano. Cuando llega el jugador Africano al continente que lo colonizó bárbaramente, porque no están exentos de esa historia, llegan con orgullo de representar a su continente, con una autoestima que permite reconocerse siendo pares como jugadores, a pesar de las diferencias evidentes con los jugadores Europeos, como son los privilegios económicos, sociales, de clase, entre otros, de quienes nacieron y crecieron en Europa. En contraste con esta realidad, tenemos el escenario que acontece con los jugadores latinoamericanos afros, específicamente me referiré a los Afroecuatorianos. Llegan a Europa desde América Latina, como migrantes con poca identidad, mucho temor, recelo y problemas de auto estima, no muy diferente a la de otro tipo de migración sufrida y compleja (como fue la ola migratoria a Europa en 1999 cuando Ecuador se dolarizó), en la cual la raza, la clase social, la identidad mestiza, negra o indígena poco aceptada, parecería que influyen mucho en el sentido de afirmación o negación de sí mismo.
Acerca de la anécdota sobre los jugadores de fútbol Afroecuatorianos, proponemos pensar en los efectos de la degradación y violencia ejercida hacia los pueblos originarios latinoamericanos que no lograron ser completamente exterminados en su momento. Provenimos de una historia violenta que no ha podido significarse, simbolizarse, que tiene marcas no inscritas, y que se reproduce incansablemente desde lo real del color de piel, el rasgado de ojos, la contextura de los cuerpos, que evoca algo, donde el ser distinto, parece peligroso. Dentro de los sujetos que participan de un acto violento existe un tipo de relación social para con los otros, para consigo mismo que no es simple y que es indispensable proponer analizar a través de la palabra anudada a lo imaginario que incide en la identidad (transitoria) y a una realidad (color de piel) difícil y compleja de entramar. La violencia de la que no se habla, se actúa, si sumamos a la violencia en general, los efectos del patriarcado, ¿podríamos hipotetizar que los feminicidios pueden tener alguna incidencia derivada de esta situación? La necesidad humana de poder contar con espacios simbólicos nos aleja de la invisibilidad. Al ser invisibles, (como dice Galeano “los nadies”) estamos más del lado de la desolación que de la soledad y esto bien puede ser una arista que influye en la destrucción del semejante a quien veo y considero una amenaza.
4.-Relación de la violencia y la feminidad rechazada
Hemos escuchado a algunos hombres durante los años que trabajamos el tema de las masculinidades y sus diversos rostros. Traemos acá parte de sus pensamientos3:
“(Sobre la masculinidad y estética) En el deporte hay una apuesta…deportes llenos de sutilezas, no es patrimonio de las artes las sutilezas. El fútbol, el rugby están plenos de arte, son más hermosas que el mejor bailarín de ballet clásico, en esa dimensión no solo es la palabra la que está en juegos, sino la palabra atravesando los cuerpos”.
“La hombría heredada, se hereda de la sociedad, de ¿nuestros padres? La masculinidad tiene un marco de cómo se espera que un hombre se pueda mover, ser reconocido, temido, fuerza, poder. ¿Pegar al frágil o al maricón para decirle al mundo, que uno no lo es? Demostrar que uno puede pisotear para no ser pisoteado. ¿Cómo un hombre reinado por la inercia se hace responsable de sí mismo? ¿Uno puede ser hombre y ofrecer cuidado sin que haya que mezclarlo con agresión?
“¿Qué harían los príncipes sin doncellas que rescatar? “
“Los cambios de posicionamiento subjetivo siguen siendo un desafío para los varones. Las transformaciones culturales que se están dando porque hay una pérdida de privilegios. La subjetividad transicional e innovadora implica otros enlaces de lo erótico, amoroso, un mayor cuidado de sí y del otro. “
“El trabajo es para plebeyos, el sueño es acceder al estatus de la vidaasegurada una vez que se encuentra el príncipe. Los varones no necesitan hacer casi nada, simplemente SER: nobles, guapos…figuras pobres de los clásicos… Las princesas objeto pasan a tener proyecto de vida propio. No son objetos. Son agentes, tienen voluntad…”. Los hombres siguen siendo poco desarrollados, la representación de las mujeres ha cambiado, de lo hombres no hay mucho que decir, son pobres en su complejidad. A lo femenino se ha aumentado otras características, los varones no tienen cambios importantes o son similares a los de los años 30 o 50.”
“Los hombres no hemos conquistado espacios monopolizados por las mujeres. Lo femenino sigue siendo un espacio sin prestigio, no es atractivo para los varones abrazar lo femenino si socialmente no tiene mucha recompensa…no rinde dividendos en términos sociales.”
3. Los testimonios grabados con el reconocimiento de cada autor, se encuentran en el canal de Spotify Los rostros de las Masculinidades.
Si lo femenino no rinde dividendo en términos sociales, esto ¿puede tener que ver con la desvalorización sistemática que se realiza de lo que no corresponde al modelo idealizado que encarna el ser hombre, blanco de clase social acomodada?
En una observación acerca del trabajo doméstico y la inscripción jerarquizada socialmente que se hace sobre esto, Ganem hace una década, en el 2012, recalca que:
aquellos niños con tonos de piel más claros tienen más probabilidades de recibir atención y cuidados tempranos por parte de los adultos, mientras que la descendencia con tonos de piel más oscuros es más susceptible de ser maltratada y sometida a tareas domésticas (Ganem, 2012, p. 116).
Segato (2003) aporta:
Es necesario escudriñar a través de las representaciones, las ideologías, los discursos acuñados por las culturas y las prácticas de género para acceder a la economía simbólica que instala el régimen jerárquico y lo reproduce.
Podemos y necesitamos resignificar posiciones, espacios desde los cuales nos construimos; los aspectos referidos a la clase y a la raza como parte de un imaginario hegemónico, requieren ser pensados en relación con la crueldad que nos hemos impuesto nosotros mismos respecto a lo que consideramos un “deber ser”.
¿Existe un empobrecimiento de la identidad masculina? Tanto hombres, como mujeres nos violentamos acatando lógicas y mandatos culturales que nos impiden un reconocimiento humano desde las diferencias que han sido jerarquizadas, imponiendo cárceles y ataduras que nos pasan unas facturas muy altas. Es momento de que los hombres encuentren su voz, una nueva voz, construyan una subjetividad que no sea el equivalente a “no ser todo aquello que a las mujeres no les parece correcto”. Es preferible ser el “malo” que no ser nadie, ser alguien implica no ser sólo lo que “no” se debe ser… ¿dónde está la palabra afirmativa, el lugar que no sea sólo el del “no lugar”?
Parecería que en la actualidad existe un empobrecimiento del “lugar de lo masculino” en la sociedad, los roles, las manifestaciones tradicionales y los espacios identitarios han sido cuestionados fuerte y necesariamente desde otras miradas, pero no hay una clara propuesta social y cultural que plantee una salida habilitante a esta “nueva masculinidad”.
Parafraseando a un editorialista del New York Times, Michael Ian Black, en su artículo “Los chicos no están bien”, parecería que:
Demasiados niños están atrapados en el mismo modelo sofocante y obsoleto de masculinidad en el que la hombría se mide en fuerza, en el que no hay manera de ser vulnerable sin emascularse, donde la virilidad se trata de tener poder sobre los demás. Están atrapados y ni siquiera tienen las palabras para hablar de lo que sienten cuando lo están, porque el lenguaje que existe para discutir toda la gama de las emociones humanas aún se considera delicado y femenino.
Los hombres se sienten aislados, confundidos y en conflicto acerca de su naturaleza. Muchos sienten que las cualidades que solían definirlos —su fuerza, la agresión y la competitividad— ya no son rasgos deseados ni requeridos; muchos otros jamás se sintieron fuertes ni agresivos ni competitivos para empezar. No sabemos cómo ser y estamos aterrados.
Sin embargo, admitir nuestro terror es estar reducidos, porque no tenemos un modelo de masculinidad que permita sentir miedo, dolor o ternura o la tristeza cotidiana que a veces nos sobrepasa a todos.
En el constante esfuerzo que hace el psicoanálisis para repensar y construir su teoría, regresando siempre a los fenómenos clínicos, proponemos una observación muy frecuente en el espacio de la consulta.
Es llamativo como, desde la clínica, se evidencian movimientos internos en pacientes hombres que dan cuenta de este fenómeno antes descrito. En nuestra experiencia y al conversarlo con otros colegas, este ejemplo que traemos es tan frecuente que por sí mismo protege la confidencialidad de los que lo han narrado. Cuando un paciente pierde su trabajo (y la pandemia que atravesamos recientemente nos ha hecho vivir esa circunstancia de manera avasalladora) el estado emocional de los hombres no solo se ve afectado por la enorme angustia y preocupación que implica no poder llevar el sustento a la familia, sino que además al no ser “proveedor”,condición supuestamente necesaria para “ser hombre” su identidad masculina, siempre amenazada, se ve cuestionada tan abrumadoramente, que los fenómenos depresivos de angustia y ansiedad se instalan de manera depredadora. Parecería posible resumirlo en la frase: “no solo perdí mi trabajo si no también mi condición de hombre”, pero sumada a esta conflictiva no suele ser posible poner palabras a lo que siente, ya que sentir emociones lo aleja más de esa supuesta condición masculina. A más de sufrir el hecho real (la pérdida de trabajo) el movimiento psíquico que en su mundo interno este hecho provoca, la masculinidad restrictiva con la que este sujeto se ha identificado, suele provocar que el malestar psíquico se agrave y se profundice.
Segato (2003, p. 14) propone que “el análisis que hagamos sobre las relaciones de poder, debe exhibir la diferencias y mostrar la movilidad de los significantes en relación con el plano estable de la estructura que los organiza y les da sentido y valor relativo”.
El valor de lo masculino puede ser re-pensado desde una posición propia, particular, no en oposición a lo que no debe ser o a lo femenino. El concepto denominado “maternización intrapsíquica” que fue desarrollado por Alizade (2008) me lleva indefectiblemente a pensar en la posibilidad que tiene cada ser humano de desarrollar en cierto momento de su vida un maternaje propio. No quiero decir con esto que la relación con el otro deje de ser necesaria, en lo más mínimo, pero será́ útil, creativa y enriquecedora, mientras coexista con la posibilidad de autoafirmación, de uno mismo, de entrega y de contención interna.
Los acontecimientos traumáticos son aquellos que, en términos de Giorgio Agamben (2003) no se transforman en experiencia subjetiva. ¿Podemos pensar que en la cantidad de femicidios, de suicidios de varones existe alguna relación con lo que escribió Agamben?
Víctor Guerra (2020), psicoanalista uruguayo escribió:
la subjetivación consiste en dar un sentido a la experiencia en relación a sí mismo a través de recursos corporales y simbólicos…El inicio de la subjetivación atañe a un encuentro que aparte del cuerpo, de la experiencia sensorial y que se abre a una música, a un ritmo, a un dibujo, a un juego: señales significantes que abren camino a la emergencia de la palabra…no basta nominar la cosa, es necesario que la palabra se haga cuerpo en el encuentro con el otro, para que se puedan “tejer abrigos de frases”, para que se pueda pasar al campo de la metáfora y de la narrativa, para que las historias tejidas en conjunto, pasen a ser como una segunda piel, una envoltura narrativa que abrigue el alma ante la intemperie de sus angustias. (Guerra, 2020, p.38-39)
5.- “Ello se hizo palabra…desde entonces, la palabra nos hizo”
Como psicoanalistas podemos dar voz al sufrimiento, ofrecer miradas de reconocimiento, integrar palabras donde existen solo actos, brindar contención. Esto nos lleva a pensar en la inmediata necesidad de fomentar espacios de escucha para los varones, como las líneas de ayuda telefónica que algunos países y ciudades han creado. Grupos terapéuticos para intervención en casos de violencia con los agresores o posibles agresores, como parte de políticas públicas que puedan aportar para dar sentido a una palabra que nos haga humanamente menos rivales, menos contrarios y que retome en algo la posibilidad de abrir un espacio como menciona Alejandro Bekes (2010):
Hubo tal vez, en el principio, un callado coloquio de miradas. O tal vez una música: el susurro del viento entre las hojas, el ritmo de unos pasos en el suelo…Al fin —nadie sabe cómo, ni porqué, ni por quién— ello se hizo palabra. Desde entonces la palabra nos hizo.
Retomo un fragmento del podcast de Juan Carlos Callirgos (2022) “Lo femenino no rinde dividendos en términos sociales.”
En un mundo en el cual el poder (lo fálico) del mercado, del dinero, exige éxito en términos de cuantías económicas, donde no importa el sacrificio feroz que debemos ejercer sobre nosotros mismos; la auto exigencia se confunde con realización personal. Nos preguntamos: ¿Qué lugar le queda a la ternura, la creatividad, la solidaridad y empatía, al ritmo pausado, al sonido del viento, la sonrisa que no lucra, el arte que no deja dividendos?
El psicoanálisis se propone mantener el trabajo clínico como un espacio libre, cabe preguntarnos, que tan libre puede ser nuestra escucha, y el espacio que proponemos, si como menciona Harris (2009) “trabajamos con herramientas contaminadas… estamos incrustados en estructuras de dinero, jerarquía y poder”.
Requerimos una escucha, no solo para facilitar la construcción de nuevas subjetividades masculinas, que haya atravesado nuestros propios pre conceptos existentes respecto al género, sus roles, la raza, las clases sociales, sensible al marco de las relaciones de poder, capaces de analizar la polifonía que existe en los lazos sociales. Necesitamos de una delicada, sensible expresión discursiva, que permita significantes novedosos que se pueden ir construyendo desde la relación intersubjetiva, sin imposición del analista, en la medida que nosotros mismos hayamos podido implicarnos en el análisis de los efectos de formar parte de esta cultura que no puede seguir negando el racismo, clasismo, relaciones de poderdevenidas de un patriarcado hegemónico, que sin duda nos atraviesa.
Al momento, podemos corroborar cómo los cambios a raíz de la propuesta feminista, se encuentran en las polaridades pendulares. Las mismas críticas que se han realizado al patriarcado, podemos evidenciar dentro de los movimientos feministas, la ortodoxia, los extremos, las relaciones de poder, la imposición de formas, modos, dialectos, es una constante. La violencia en la imposición de modelos acerca de cómo deben ser las nuevas masculinidades, solo reproducen relaciones violentas, cambian los actores y actrices, pero el fenómeno se presenta desde la anulación de la alteridad. Existen unos seres, si bien antes pudieron ser los colonizadores, el heteropatriarcado que vino a adoctrinar a los que no considera sus semejantes, acerca de cómo deben vivir, ahora pueden ser las mujeres, la exigencia de vivir desde un modelo de-construído una nueva imposición que limita el nacimiento y re diseño de sus propios agentes.
Pese a esto, la “identidad” de lo femenino, sus roles, espacios, construcciones y manifestaciones han sido ampliamente trabajadas y cuestionadas en las reflexiones del feminismo, esto, como es evidente interpela la posición, los roles y la construcción de lo masculino, ¿Qué lugar le queda a lo masculino, si esta interpelación lo cuestiona y lo mueve de su “lugar” habitual, pero no necesariamente le ayuda a reflexionar sobre las posibilidades de una construcción identitaria más acorde con las transformaciones sociales actuales?
En contraste con esta panorámica descrita anteriormente, al parecer no ha surgido un movimiento proporcional al feminismo para construir una expresión adecuada, que pueda ayudar a los niños a navegar hacia una expresión más integral de su género. En el documental norteamericano del 2015 The maskyou live in, se presenta la idea de que los estereotipos generalmente asociados con ese “ser hombre”: ser fuerte, dominante, resolver los problemas con la violencia, no expresar emociones, ser mujeriego, identificar la masculinidad con el tener poder y dinero, que además suelen surgir como fruto de la constante comparación con el resto de semejantes (es decir con otros hombres), propone un callejón sin salida en donde por una parte, constantemente hay que probar y demostrar una hombría, que implicaría no tener una identidad garantizada sino más bien un lugar siempre cuestionado y que necesitamos probar y afianzar constantemente, y por la otra parte queda la inmensa limitación que estos roles y estereotipos proponen. En este contexto Judith Butler nos plantea como
Una norma opera dentro de las prácticas sociales como el estándar implícito de la normalización. Aunque una norma pueda separase analíticamente de las prácticas de las que está impregnada, también puede que demuestre ser recalcitrante a cualquier esfuerzo para descontextualizar su operación. Las normas pueden ser explícitas; sin embargocuando funcionan como el principio normalizador de la práctica social a menudo permanecen implícitas, son difíciles de leer; los efectos que producen son la forma más clara y dramática mediante la cual se pueden discernir. (Butler, 2018, p.69)
Probablemente como dice Cortázar “la esperanza le pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose” y es desde esa misma esperanza, que podemos intentar contribuir con espacios amplios, plurales, polifónicos para los vínculos, estrechar el tejido social, dar cabida al amor, la poesía, los cuentos, la ilusión, la ternura como un acto político, una apuesta, que contribuya con palabras, miradas y caricias que puedan hacer y dar sentido, pues la ausencia de todo lo antes mencionado, nos está costando la vida. Los hombres no solo matan mujeres, no solo se matan entre sí, están tan muertos y violentados, como todos los implicados en un mundo cruel y sangriento sin poder re-nacer.
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A encruzilhada do masculino. Violência masculina – a masculinidade da violência
Resumo: A América Latina é a região mais violenta do planeta; as mortes por essa causa, assim como os feminicídios em particular, são exorbitantes. Os homens rejeitam o feminino? Parece que há algo que não pode ser simbolizado, a forclusão, a mente patriarcal, colonizadora, branca e europeia que deixou marcas que não podem ser inscritas? A dicotomia genital, seus efeitos e sua supervalorização podem ser parte de uma construção impressa por cuidadores imersos em uma cultura heteronormativa? O que implica tecer relações e vínculos com o reconhecimento do diferente e da alteridade na América Latina a partir desses reconhecimentos?
Descritores: Psicanálise, Gênero, Masculino, Simbolização, Violência, América Latina, Interdisciplinar, Binarismo.
The crossroads of the masculine. Male violence – the masculinity of violence
Abstract: Latin America is the most violent region on the planet; deaths from this cause, as well as femicides in particular, are exhorbitant. Do men reject the feminine? Does it seem that there is something that cannot be symbolised, the forclusion, the patriarchal, colonising, white and European mind that has left marks that cannot be inscribed? The genital dichotomy, its effects and its overvaluation may be part of a construction imprinted by caregivers immersed in a heteronormative culture? What does it imply to weave relationships and links with recognition of the different and the otherness in Latin America from these recognitions?
Descriptors: Psychoanalysis, Gender, Masculine, Symbolization, Violence, Latin America, Interdiscipline, Binarism.
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