Santiago de Chile: Pólvora, 2015. 415 p.
ISBN: 978-956-9441-06-6.
El que sea precisamente un chileno quien reseñe el inmenso y fascinante trabajo historiográfico de Mariano Ruperthuz no parece ser una casualidad, el título lo indica de entrada, y aunque en cierta medida algo engañoso, se refiere a la temprana relación que sobrevino entre el creador del psicoanálisis en la lejana Viena de principios de siglo XX y sus colegas médicos e intelectuales en las distantes latitudes latinoamericanas, y en especial con Chile y algunos destacados chilenos. Lo aparentemente engañoso del título, a saber: “Freud y los chilenos”, contrasta esencialmente con el hecho de que no se trata únicamente de un texto cargado de exclusividad histórica nacional. Por el contrario, la revisión que lleva a cabo el autor contempla y describe la relación que sostuvieron con Freud y su legado psicoanalítico una serie de figuras ilustres de la medicina, la política y las artes en Chile entre los años 1910 y 1949, sino que también explora el vínculo estrecho e influencia que tuvieron dichos chilenos con la difusión y expansión del psicoanálisis en todo lo largo y ancho de nuestro Cono Sur. De ahí que su texto revista el mayor interés para todos los lectores asiduos al psicoanálisis independiente de su nacionalidad o idiosincrasia. Por tanto, la propuesta historiográfica —y geográfica, por qué no decirlo— que nos ofrece y a la que nos invita Ruperthuz, constituye todo un tesoro histórico literario, sobrado de elegancia y exquisitas anécdotas pocas veces conocidas.
El texto conforma en sí mismo una aproximación crítica al asunto del desembarco del psicoanálisis en Chile, no se queda en palabras halagüeñas y por el contrario exhibe magistralmente las tensiones políticas y sociales en las que se inscribió dicho arribo de la nueva ciencia freudiana. Su llegada inaugural en manos de Fernando Allende Navarro y Germán Greve Schlegel, se enfrentó al incipiente higienismo social por parte de la política y la medicina de principio de los años 20 y 30, donde la concepción del chileno promedio por parte de las élites carecía de toda sensibilidad, marcado por oscuros prejuicios de procedencia genealógica, lo que revestía un interés por mejorar —no únicamente las condiciones sociales y económicas de los conciudadanos— sino toda la estructura social y biológica. De modo que los postulados freudianos no gozaron al principio de popularidad científica, y principalmente psiquiátrica, por el contrario y como fuera en la misma Europa que albergó su nacimiento, se alzaron contra este las más fuertes resistencias oficiales. De esta manera, las ideas freudianas, nos dice Ruperthuz, fueron vistas como un instrumento de ayuda y de rescate social, y se albergó la esperanza de que el psicoanálisis viniera a cooperar en el progreso del país, particularmente en el ámbito de la prevención y educación sexual en adultos como en el tratamiento público de los niños para el desarrollo íntegro de sus facultades mentales. Fue a través de algunas instituciones del Estado, y por medio de algunos chilenos visionarios, como el psicoanálisis se posicionó inicialmente en el ámbito público y el léxico popular, forjando decisivamente las subjetividades chilenas.
El recorrido audaz que emprende Ruperthuz atraviesa un paisaje variopinto, y por momentos nebuloso, que parte desde una historia geográfica situacional de la recepción y apropiación del psicoanálisis en Chile y Sudamérica hacia una historización del psicoanálisis chileno: es decir, su origen y condiciones de surgimiento en la cuestión social del revisionismo centenario acaecido en el Chile de principios del siglo XX. Asimismo, esta suerte de psicoanálisis del psicoanálisis chileno no se remite únicamente al nacimiento de la institucionalidad psicoanalítica formal ni a la inauguración de esta en 1949 por parte de Ignacio Matte Blanco, sino que más bien y al contrario, supone elementos precedentes y diferenciales en la producción de ideas psicoanalíticas determinadas geográfica y políticamente, las que se decide rastrear tenazmente una por una. De ahí que su trabajo investigativo se inscriba en los márgenes —y acaso en la marginalidad— de la institución psicoanalítica oficial, revelando al fin los antecedentes populares y de la vida pública que anticipan la formalización del psicoanálisis en Chile.
Particular interés y fascinación despiertan en el lector la serie de datos históricos bien documentados y anécdotas perfectamente pormenorizadas que el autor nos presenta, destacando entre ellas los intentos formales —por medio de un documento del consulado Norteamericano en Chile— efectuados en 1938 por un grupo de intelectuales y médicos chilenos interesados en proporcionar asilo político a Freud en su calidad de patrimonio de la humanidad una vez estallada la Segunda Guerra Mundial, entre los que destaca la intervención del novel poeta chileno Pablo Neruda. O la menos conocida publicación de una interesante entrevista “exclusiva” que Freud concedió a Jorge Silvestre Vierick para el más importante periódico de circulación nacional, fechada el 9 de octubre de 1927, que no es más que la supuesta entrevista realizada y publicada por el periodista de origen germano-norteamericano George Sylvester Vierick en Estados Unidos en mismo año.
El lector de “Freud y los chilenos” se encontrará pues con un texto exuberante y entretenido, consecuencia inequívoca de un trabajo de investigación historiográfica profunda y escrupulosa, de aquellas a las que pocas veces tenemos el placer de acceder para maravillarnos independientemente del tiempo y lugar. Es decir que trasciende a la historia, y justifica aquí cada palabra referida, más allá de la connacionalidad, a una obra que por su amplitud y valor histórico, en la que desde su publicación se inscribe también su autor, Mariano Ruperthuz, en una tradición subterránea que perfectamente pudo haberse llamado “chilenos freudianos”.