2023: Lo Materno - Vol XLV nº 1

José Guillermo Martínez Verdú: Miembro adherente de APdeBA. Con acreditación IPA para el Psicoanálisis de niños y adolescentes. Profesor de Psicoanálisis en la Universidad de Valencia (España) Numerosas publicaciones en la Revista de Psicoanálisis de la APM y en libros colectivos. Miembro de la Asociación Española de Psicoanálisis Lacaniano (AEPL) del Departamento de Teoría de los lenguajes y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Valencia. Ex Facultativo Especialista en Psicología clínica de la Sanidad pública. Cinturón Negro e Instructor de Artes Marciales y Defensa personal.

Resumen: El objeto ocupa el lugar del ideal del yo para el enamorado (Freud). Lacan, a través del Banquete de Platón muestra los dos lugares en el amor. Del lado del amante está el paciente con la carencia, la falta…; del lado del amado el analista con la potencia, el ideal del yo… Los tempranamente perdidos ideales del yo ideal son proyectados en la figura del analista. Si el analista se confunde con el ideal del yo sólo querrá tener la sumisión del paciente; la sugestión propia de la transferencia hará del análisis una hipnosis en vigilia. Hay un total abandono de ideales en aquel antiguo y humilde objetivo freudiano: «Mudar la miseria neurótica en infortunio común».

Descriptores: Freud, Sigmund, Lacan, Jacques, Platón, Ideales, Amor de transferencia, Sugestión, Agalma, Causa del deseo, Sujeto supuesto saber, Objeto a, Contratransferencia.

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La transferencia sublimada solo es posible si el analista no se identifica con el lugar del ideal en que lo coloca la transferencia, como supuesto poseedor de lo que podría completar al paciente. Es por este hecho de que la transferencia traspasa la relación especular de yo a yo y se abre a la otra escena, que puede haber una transferencia sublimada productora de un saber, el del inconsciente.

Carlos Sopena

Declaración de intenciones. Axiomas:

1º) El Psicoanálisis es un trabajo de des-alienación, de liberación.

2º) Es el Amor de Transferencia lo que otorgará al Psicoanalista un poder que podrá ser utilizado para ayudar a la desalienación de un sujeto o, por el contrario, para producir una mayor alienación y sometimiento.

3º) Esto es así porque el analista es puesto por el paciente en el lugar de los ideales, es decir, en el lugar del objeto amado.

4º) Dependerá de que el analista se confunda o no con ese lugar de los Ideales para que el análisis se convierta o no en una hipnosis en vigilia, o sea, en una sugestión.

5º) Se hace imprescindible la renuncia a todo ideal para llevar a buen término un tratamiento psicoanalítico; de ahí su importancia en el análisis del analista.

6º) Estos planteamientos de cuño netamente freudiano dieron lugar al origen del quehacer psicoanalítico y constituyen en gran medida el motor de su progreso en toda su dimensión ética.

Freud en el capítulo VIII, titulado «Enamoramiento e hipnosis», de Psicología de las masas y análisis del yo (1920) nos va a mostrar que prácticamente tienen la misma estructura el enamoramiento que la hipnosis, y tiene una estructura similar lo que se da entre paciente y analista, terapeuta o médico. Siempre hay una idealización en el enamoramiento y esa idealización se da también en la hipnosis. Nos dice así: «Se ama en virtud de perfecciones a que se ha aspirado para el yo propio y que ahora a uno le gustaría procurarse, para satisfacer su narcisismo, por este rodeo» (Freud, 1920, p. 106). Es decir, el amor tiende a restituir un narcisismo perdido; el amor, aquí ya nos da una idea, de su relación con la falta, con llenar una falta y ese algo que me falta es del orden del narcisismo; es del orden de algo que creo que tuve (yo ideal); no quiere decir que lo tuviera sino que lo supongo, así como que en un momento dado lo perdí.

Freud comenta también que el objeto amoroso, que en el caso de la hipnosis sería el objeto hipnotizador, ha devorado al yo. Y eso quiere decir, cito: «El objeto se ha puesto en el lugar del ideal del yo» (ibid. p. 107). Lo que tiene que ver con el axioma que enunciaba de que esto es así porque el analista es puesto por el paciente en el lugar del ideal, es decir, en el lugar del amado. Una de las cosas que hace que alguien se enamore es que se pone al objeto en el lugar de los ideales.

¿Qué es el ideal del yo? En una primera aproximación son aquellas aspiraciones que yo tengo como ideales, lo que me falta y que supongo en ese otro que me parece que los posee, que me parece alguien ideal, lo que va a hacer que yo le ame.

Dice Freud: «El trecho que separa el enamoramiento de la hipnosis no es, evidentemente, muy grande. Las coincidencias son llamativas. La misma sumisión humillada, igual obediencia y falta de crítica hacia el hipnotizador como hacia el objeto amado.» (ibid. p 108). Freud considera la hipnosis casi como una humillación porque es aprovecharse de un poder, el poder que surge porque alguien pone al hipnotizador en el lugar del ideal. Pero casualmente tiene la misma característica que el enamoramiento que se dice de él que es ciego porque idealiza al objeto; pone al otro en el lugar del ideal.

Así continúa Freud: «El hipnotizador es el objeto único: no se repara en ningún otro además de él. Lo que él pide y asevera es vivenciado oníricamente por el yo» (ibid.).

Más adelante nos dice algo muy interesante: «el vínculo hipnótico es una formación de masa de dos» (ibid. p. 108). ¿Por qué lo homologa a la formación de masas? Porque él dice que los que componen la masa al líder también lo ponen en el lugar del ideal del yo, esto es, le aman. Toda la masa sigue al líder como borregos porque, representando sus ideales, le han puesto en el lugar del objeto amado, en el lugar del ideal del yo; Hitler ocupó ese lugar para los nazis; un cantante de moda, por ejemplo, también lo ocupa para un grupo de jóvenes, un político frente a sus afiliados, Desgraciadamente, Freud pudo ocuparlo para muchos de sus discípulos, así como Melanie Klein para muchos de sus seguidores, como, desgraciadamente también, Lacan para gran parte de los miembros de la Escuela freudiana de París etc. Vínculo que se comparte con la hipnosis y el enamoramiento.

En otro texto y a propósito de aspectos técnicos nos dice Freud (1914 [1915], p. 168):

Ya he dejado colegir que la técnica analítica impone al médico el mandamiento de denegar a la paciente menesterosa de amor la satisfacción apetecida. La cura tiene que ser realizada en la abstinencia; sólo que con ello no me refiero a la privación corporal, ni a la privación de todo cuanto se apetece, pues quizá ningún enfermo lo toleraría. Lo que yo quiero es postular este principio: hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados. Es que uno no podría ofrecer otra cosa que subrogados, puesto que la enferma, a consecuencia de su estado y mientras no hayan sido levantadas sus represiones, será incapaz de lograr una efectiva satisfacción. 

No podemos ofrecer otra cosa que subrogados porque la paciente está en una relación de transferencia, idealizando al analista del mismo modo que idealizaba a sus figuras infantiles de quienes dependía. Si se produjese la satisfacción de esos deseos o esas necesidades infantiles no podría darse la cura pues se encontraría el paciente con un fracaso más de los que ya ha tenido en su vida.

Y sigue:

…uno se abstendrá de corresponderle. Uno retiene la transferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una situación que se atraviesa en la cura, que debe ser reorientada hacia sus orígenes inconscientes y ayudará a llevar a la conciencia lo más escondido de la vida amorosa de la enferma, para así gobernarlo (ibid. p.169). 

Que esa transferencia se desarrolle en la cura va a ayudar a concienciar algo que está inconsciente, algo de lo cual uno no sabe pero que se va a revelar precisamente en su forma de relación y en las demandas que van a surgir en el análisis en base a los ideales proyectados en la figura del analista; y Freud en Introducción del narcisismo (1914) lo va a reconducir a los fundamentos infantiles del amor.

En el seminario VIII, que es el seminario sobre la Transferencia, se va a ocupar Lacan (1960-61) del texto del Banquete o Simposio de Platón que Freud cita en numerosas ocasiones y del que va a decir que es uno de los primeros momentos de la literatura universal en que se haya escrito algo sobre la transferencia, e incluso llega a apreciar una interpretación análoga a la interpretación psicoanalítica en la escena de Sócrates con Alcibíades. No sin propósito, los comentarios de este texto ocupan casi la mitad del curso de este seminario de Lacan. Por nuestra parte intentaremos mostrar la ruptura de ideales que se produce en Sócrates, como metáfora de la idealización efecto (o causa) del amor de transferencia y la desidealización necesaria para llevar a buen término la cura psicoanalítica.

El Banquete es un texto crucial cuyo estudio y análisis por parte de Lacan, hizo avanzar sobremanera su teoría contribuyendo a formalizar, a partir del ἅγαλμα (ágalma) de Platón, conceptos tales como el objeto a en tanto objeto del deseo y futura causa de éste, el Sujeto supuesto saber olas formulas del fantasma. Trata del amor, el Eros platónico que Freud identifica con su propio Eros o Pulsión de vida. Se desarrolla a partir de que Agatón triunfa en un concurso de dramas. En la Grecia antigua, en los concursos todos presentaban varias comedias y varias tragedias; y celebran su triunfo con un banquete en el que se bebía más que se comía. Se encontraban allí Aristodemos, Pausanias, Eriximaco, Aristófanes, Agatón el homenajeado, Fedro y Sócrates. Posteriormente entrará Alcibíades. En esas celebraciones los griegos planteaban temas de conversación y, proponen hacer el elogio del amor, Eros, para lo cual deciden beber moderadamente con el vino muy mezclado con agua. Además, Eriximaco habla como médico de lo perjudicial del vino para la salud.

Comienza Fedro diciendo que Eros es un dios muy grande, cosa que después le discutirá Sócrates, cuando le toque el turno de hablar, diciendo que el Amor es un gran genio, un demonio, un daimon. Los daimon son, en general, los héroes que cuando mueren se convierten en tales porque en vez de ser hijos de dioses eran hijos de un dios y una mortal o de una diosa y un mortal, que eran protectores del hogar; como las palabras sufren su evolución y toman sentidos antitéticos, posteriormente daimon llegó a tomar la actual acepción de demonio malvado en lugar de protector. Va a mostrar Lacan como Fedro revela que en la estructura de Eros hay dos lugares: el lugar del amante (erastés) y el lugar del amado (eromenos); son dos lugares en el amor que no son homologables, son completamente distintos, pero sí pueden ser intercambiables. En una relación amorosa en un momento dado uno puede ser amante y en otro momento ocupar el lugar del amado. Y pone del lado del amante: la carencia y la actividad; y del lado del amado: la potencia y la pasividad. Ahora bien, los dioses no llegan a comprender muy bien las cuestiones del amor. Y ¿por qué no lo comprenden? Pues precisamente por eso, porque son dioses y como tales no tienen faltas, no tienen carencias, se puede decir no pueden ser amantes.

Fedro nos trae tres anécdotas de la mitología: La primera, la historia de una mujer, Alcestes, que estando en posición de amante, da la vida por su amado Admeto. Esto los dioses lo comprenden y lo alaban. Comprenden que alguien en posición de amante, que está en carencia, dé la vida por su amado; porque si el amado es todo para el amante, el amante es nada sin el amado.

Alcestes era una mujer muy bella de la que se han escrito varias obras y compuesto varias óperas. Todos los príncipes le rendían pleitesía y la querían como esposa. Al final la consigue Admeto con ayuda de Apolo, su benefactor. En un momento dado, Apolo hace para Admeto un trato con las Moiras, las Parcas del hilo de la vida, de forma que cuando muera, si alguien está dispuesto a ocupar su lugar en el Hades, es decir morir por él, le será dado otro tanto de vida igual a la que ha vivido hasta entonces. Cuando llega el momento de que Admeto muera nadie quiere dar la vida por él, ni siquiera sus padres que son ya ancianos y les queda poca vida quieren ocupar su lugar en el Hades. Nadie quiere morir por él excepto Alcestes, su esposa que está enamorada y es capaz de entregar su vida a cambio de la de su amado. Esto lo comprenden los dioses y lo comprenden hasta tal punto que estos recompensaron a Alcestes devolviéndole la vida al mismo tiempo que Admeto disfrutaría de los años regalados. Así en la versión tradicional del mito porque en la Alcestis de Eurípides aparece Heracles (Hércules) por casa de Admeto e impresionado por el sacrificio de Alcestes y para que no muera se pasa una noche entera luchando con Tánatos y le vence, es decir, consigue arrebatársela a la muerte y que ella siga viviendo. Es una tragedia con un buen final. Como Eurípides es el más moderno de los trágicos griegos ya no deja tanto las cosas en manos del destino y de los dioses y hace intervenir a Heracles.

Los dioses entienden que un amante dé la vida por su amado pero lo que los dioses no comprenden de ninguna manera, es el sacrificio de Aquiles por su amante Patroclo (no lo comprenden pero sí lo recompensan pues mandan a Aquiles tras su muerte al paraíso de la Islas Afortunadas). Incluso la diosa Tetis, la madre de Aquiles, le vaticina que, si llegara a acabar con Héctor, vengando la muerte a Patrocles, él mismo encontraría la muerte; y aún así, sabiendo que va a morir mata a Héctor para a continuación recibir desde el arco de Paris la flecha que guiada por Apolo le atraviesa el talón que acaba con su vida. Esto es lo que no comprenden los dioses, que alguien que esté en posición de amado dé su vida por su amante ya que él está en el lugar de la potencia y el otro está en el lugar de la carencia. Entienden que el amante es nada sin el amado pero el amado no, ya que es el lugar del que lo tiene todo.

Lo representamos así1:

  AMANTE                                      AMADO

      —————                                    —————

         Erastés                                              Eromenos

         Carencia                                           Potencia

         Vacío                                                 Ideales

         Alcestes                                            Admeto

         Patroclo                                            Aquiles

         Orfeo                                                 Eurídice

         Actividad                                           Pasividad

1. Parte de este cuadro lo obtenemos de las notas personales del Seminario de Adolfo Berenstein del curso 1981-2 que, en parte, trató sobre este Seminario VIII de Lacan.

Y es aquí cuando Lacan va a decir que se produce la metáfora del amor, esto es, que el amado va a pasar a amante así como el amante a amado; en este caso, Aquiles pasa de amado a amante y Patroclo de amante a amado; lo que los dioses ven es que así como Alcestis se sacrificaba por alguien vivo, Aquiles se sacrifica por alguien que ya había muerto, Patroclo, muriendo él mismo para estar junto a su amante-amado en el Hades, lugar poco recomendable para los griegos2; por eso dice Fedro que para los dioses es más grande el sacrificio de Aquiles que el de Alcestes, cosa por la que, decíamos le recompensan enviándole al paraíso de las Islas Afortunadas.

Es que ese es el “milagro del amor”, al decir de Lacan: que del lugar de eromenos, el amado pasa al lugar de erastes, el de amante.

La tercera anécdota, que es la que Fedro trae en segundo lugar, es el fallido rescate de Eurídice por Orfeo, el que logra entrar vivo al hades gracias a sus habilidades musicales. No me detendré aquí pues la historia es de todos conocida, por lo que directamente voy al desdeño de los dioses por el obrar de Orfeo con sus argucias, que no implican sacrificio alguno por Eurídice (Orfeo no está dispuesto a morir por amor, contrariamente a Aquiles y Alcestis), por eso Platón fabrica su propia versión del final del mito y hace que los dioses le condenen a morir desgarrado por las Bacantes (lo que no se conoce descrito en ningún otro lugar de la mitología).

A continuación habla Pausanias en un discurso del que sólo señalaré la relación de Eros con Afrodita y puesto que hay dos Afroditas, también hay dos Eros: uno el Eros celeste, superior y digno de elogio, exclusivo del amor al varón, en el que la mujer queda excluida; y otro el Eros popular, bajo y despreciable que tiene afición por los dos sexos. Platón mismo, que no aprobaba la homosexualidad excepto en su aspecto espiritual (de ahí lo de “amor platónico”), ridiculiza el discurso de Pausanias a través del hipo que le entra a Aristófanes que, como dice Lacan (ibid. p.75), «resulta extremadamente difícil no ver que si Aristófanes tiene hipo es porque durante todo el discurso de Pausanias se ha estado partiendo de risa —y Platón ha hecho lo propio—». Así que como el hipo no le deja hablar, cede su turno de palabra a Erixímaco que siendo médico va a hablar en calidad de tal apelando a la ciencia de la época, sustentada en el concepto de armonía3.

2. Recordemos aquí lo que el mismo Aquiles le dice a Ulises en La Odisea: «Preferiría ser labrador y servir a otro, a un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos» (Homero, p. 250).
3. Remito al texto de Platón y al agudo comentario de Lacan en el capítulo V que lleva por título La armonía médica.

En un momento dado, Sócrates que nos tiene acostumbrados a oírle decir sólo sé que no sé nada, éste es el único lugar donde nos dice que sabe: sobre las cuestiones del amor sé: «afirmo no saber ninguna otra cosa que los asuntos del amor» (Platón, p. 198). Y cuando le toca hablar, dirá que del amor sabe porque se lo ha enseñado una mujer, o sea que en esta cuestión son las mujeres las expertas; son las mujeres quienes saben sobre las cuestiones del amor. A Sócrates le enseñó Diotima, una sacerdotisa extranjera de Mantinea, mujer muy sabia en ésta y otras cuestiones: «Ella fue, precisamente, la que me enseñó también las cosas del amor.» (ibid., p. 244). Lo que hace Platón en el texto, a través de Sócrates, es introducir la relación del amor con el deseo porque Diotima le enseñó que se ama lo que no se tiene, se ama lo que es falta en uno, lo que decíamos antes sobre el amante en el lugar de la carencia. Y para dar cuenta de ello trae otro mito, el mito del nacimiento de Eros: El día que nace Afrodita, diosa de la belleza y del amor pero en otro sentido, de un amor más sensual, se ofrece una fiesta. A esa fiesta, que se celebra en el Olimpo, podían entrar todos los que eran poseedores de bienes. Poros, el dios de la abundancia se encuentra presente; tiene mucha sed por lo que no para de beber el néctar. Y he aquí que embriagado sale y se recuesta en el jardín de Zeus, quedándose dormido. Penia, diosa de la pobreza, no había podido entrar (obviamente la diosa de la pobreza no poseía ningún bien) habiéndose quedado en la puerta iba mendigando por allí las sobras de la fiesta. Entonces descubre a Poros, yace con él embriagado, y fruto de este acto es que concibe con él un hijo. Pues bien, ese hijo será Eros, el dios del Amor (o daimon, según Diotima, a pesar de ser hijo de dos dioses), el hijo de la abundancia y de la pobreza; el hijo de Poros, dios de la abundancia y de Penia, diosa de la pobreza.

Continuando con nuestro cuadro, ahora tendríamos:

Esto tal y como nos habla el mito del nacimiento de Eros donde Penia es la amante y la que está en posición activa y Poros, el amado y en posición pasiva. tal como apunta Lacan, no es la pasividad lo que está del lado de las mujeres, sino que nadie tan activa como ellas, como se aprecia aquí: la mujer en posición de actividad, engendra un hijo con un hombre ebrio, dormido (pasividad). Son lugares completamente distintos, casi opuestos, pero como hemos dicho antes son plenamente intercambiables.

Ya hemos visto cómo Freud nos decía que el amor tiende a la posesión del objeto idealizado para restituir el narcisismo perdido. El amor es un camino para conseguir algo que a uno le falta, justamente para conseguir algo que no se tiene, aquello supongo tiene quién ocupa el lugar del objeto —objeto de amor — y del ideal del yo. Por eso los hemos añadido al listado, así como al analizante y al analista, y aunque en este seminario aún no está establecido el concepto, a través del ideal de saber atribuido a Sócrates, se vislumbra ya lo que en el seminario del curso siguiente (Lacan, 1961-62) será nominado como Sujeto supuesto saber, lo que escribimos ya aquí.

Previamente, Aristófanes había relatado el mito del andrógino (Freud en varios lugares de sus textos va a hacer alusión a este mito): Hubo un tiempo que habían seres que tenían dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas, eran seres perfectos, para andar rodaban, pero llegaron a ser tan perfectos que los dioses temieron que les pasara lo que les pasó con los gigantes o con los titanes, que les intentaran desbancar, ya que éstos en algún momento les atacaron y podían entrar en una larga guerra en la que fueran un serio peligro para ellos por lo que Zeus decidió partirlos en dos. Y es desde entonces que cada ser, cada mitad de ese andrógino busca a su otra mitad. Es la forma en que los griegos y Aristófanes tienen de explicar el amor y además la heterosexualidad y la homosexualidad; así Aristófanes nos cuenta que había seres que procedían de andróginos hombre-mujer, otros procedían de andróginos hombre-hombre y otros de mujer-mujer; y cada uno al buscar a su otra mitad buscaría según su procedencia de manera homo o heterosexual. Sería como cuando decimos lo de buscar la media naranja o el alma gemela.

Desde el psicoanálisis vemos cómo habiendo sido marcados por la castración marcados por algo que nos falta, nos vemos impelidos a buscar algo relativo a la perdida de ese narcisismo del que hablaba Freud y lo buscamos por el camino del amor; tratando de encontrar aquello que creímos que nos fue propio en un momento pero que ya no nos pertenece. Lo cual quiere decir que en la constitución de un sujeto el amor es algo que deberá formarse. Primariamente hablamos no del autoerotismo sino del narcisismo, de un primer tiempo del Complejo de Edipo, que coincide con el Estadio del espejo que es el momento en que se forma la imagen especular y donde el niño se identifica con el falo, objeto de deseo de la madre, que no es otra cosa sino el narcisismo primario de Freud, en Lacan secundario al deseo del Otro (y por eso para Lacan no hay autoerotismo alguno previo al narcisismo). Luego hay un segundo y tercer momento en el cual viene la castración simbólica y se produce el corte y el niño ya no es el objeto total del deseo de la madre y surge como sujeto a quién le queda una marca. El niño su majestad el bebé, a quién le estaba permitido todo y se suponía completo, a lo largo de la evolución se va sintiendo incompleto, va sintiendo faltas, carencias. Podemos decir que el amor, el enamoramiento, tiene su origen, proviene de esa época infantil en la cual hubo un momento de ser ese “su majestad el bebé” (“his majesty the baby”, dice Freud en inglés), o sea que anticipó su supuesta imagen de completud (en contraposición a la propioceptividad), o sea el yo ideal, que lo tenía todo (como los dioses) para luego descubrir que no era así y tender, desde entonces, a llenar esa falta intentando alcanzar a través del otro eso que me completaría consiguiendo colmar el ideal del yo, los ideales de perfección.

¿Qué sucede si en un tratamiento psicoanalítico o psicológico o médico, el analista o el médico se arroga el lugar del ideal del yo?, según lo que al principio leíamos de Freud. Pues que sólo querrá tener la sumisión del paciente. Freud en algún momento dice que puede estar indicado utilizar algo del orden de la sugestión pero uno debe saber lo que está haciendo. Un médico, por ejemplo, puede utilizar su autoridad, puede utilizar la sugestión colocándose en el lugar del ideal utilizándola para convencer a un paciente que no quiere operarse para que se opere porque puede ir su vida en ello pero debe saber lo que está haciendo; y no utilizar ese poder que le da su posición en beneficio propio, por ejemplo para sentirse querido, deseado, endiosado.

En la relación amorosa, cuando uno de los dos quiere fijarse en la relación de amado para el partenaire puede ser cansado, agotador, y a veces ocurre que éste puede encontrar fuera de la pareja un amante, para así conseguir estar en la posición de amado y poder sentir que no sólo es él/ella quien desea sino que también es deseado/a. Por eso suelen funcionar bien las parejas donde los lugares se intercambian desde el lugar de la posición de amante a ocupar también la posición de amado y viceversa.

Volviendo a la relación terapéutica, si el analista se queda fijado en el lugar del ideal del yo, se va a quedar en una relación de poder y el paciente va a ser alguien que tiene que ser sumiso y no va a resultar en ese tratamiento, lo que decíamos en nuestro primer axioma, un proceso de desalienación, sino que cada vez va a estar más alienado y va a utilizar al paciente para sus propios fines de restitución narcisística.

En un tratamiento, el paciente pondrá al analista o al terapeuta en el lugar del ideal, por tanto le va a demandar amor, y Freud dice, ya lo hemos visto, «¡pero no hay que satisfacer: la cura tiene que transcurrir en la abstinencia!» y también nos dice que eso no es válido para todos, no todo el mundo es analizable: «Es verdad —nos dice— que este intento de mantener el amor de transferencia sin satisfacerlo fracasará con una clase de mujeres. Son aquellas de un apasionamiento elemental que no tolera subrogados, criaturas de la naturaleza que no quieren tomar lo psíquico por lo material; que, según palabras del poeta [Heine], sólo son accesibles a “lógica de sopas y argumentos de albóndigas”» (Freud, [1914]1915, p.170). Lo que quiere decir es que se trata de personas de un materialismo muy grande, de «al pan, pan y al vino, vino», pensamiento operatorio de P. Marty (1995, p. 113) u holofrase de Lacan (1964, p. 242) Y continúa:

Con tales personas se está frente a una opción: mostrarles correspondencia de amor, o bien cargar con toda la hostilidad de la mujer desairada. Y en ninguno de ambos casos puede uno percibir los intereses de la cura. Es preciso retirarse sin obtener el éxito, y acaso pueda uno preguntarse cómo se compadece la aptitud para la neurosis con una necesidad de amor tan inexorable (ibid.).

Un ejemplo extremo sería la película “Atracción fatal” donde aparece un claro caso de erotomanía. Aquí Freud está hablando de personas con poca capacidad simbólica; por eso dice que tiene que haber una posibilidad de sublimar la transferencia y de ahí, dada su importancia, la cita de Carlos Sopena (2014, p.95) que hemos ubicado como exordio. Y es que las mismas fuerzas pulsionales que a uno le llevan a amar y le llevan a desear pueden ser puestas al servicio de la creatividad y por tanto pueden ser puestas al servicio de la cura. Es decir, con esa energía que puede dar el amor, que puede dar el sentirse en falta, que puede dar el deseo; con esa energía que Freud la llama pulsional, la libido, con esa energía vamos a trabajar en el análisis para llevar a buen término un tratamiento analítico; aquí estamos en Freud de 1914. Pero podemos ir mucho más atrás hasta 1899 para constatar que los ideales que busco en el amor, y claro está en la transferencia, están mucho más allá: me refiero a la primera experiencia de satisfacción origen del deseo humano que pasando por la amarga experiencia de la vida y la satisfacción alucinatoria nos da una motivación excelente para la búsqueda de la identidad de percepción y la misma constitución de lo que en Freud podrá relacionarse con los objetos parciales y en Lacan dará lugar a lo que posteriormente será el objeto a, con el antecedente de los objetos agalmáticos de Platón, causa del deseo.

Remito al lector al texto platónico para anoticiarse del discurso de Agatón y así regresamos al momento en que Sócrates termina su discurso sobre Eros según fuera aleccionado por Diotima. Es que en ese momento llega al lugar del simposio un nuevo personaje, Alcibiades, que entra muy borracho, con el propósito de felicitar al homenajeado por su arte y sabiduría. Se trata de un joven hermoso, al igual que Agatón que va a sentarse entre éste último y Sócrates quedando sorprendido al percatarse de su presencia. Después de un breve pero pasional y desgarrador intercambio de imputaciones en donde cada uno acusa al otro de sentimientos de terribles celos4 y de hibrys5, propone Alcibiades un desplazamiento, un cambio de temática con el que Erixímaco, que actúa como moderador y por lo tanto debe dar su aprobación, se muestra de acuerdo: en lugar de hacer el elogio del amor hará Alcibiades el elogio de Sócrates y a continuación, cada uno el de quién tiene a su derecha. Pero ¿qué es Sócrates?, ¿amante o amado?, ¿erastés o eromenos?

4. «En efecto —dice Sócrates—  desde aquella vez en que me enamoré de él, ya no me es posible ni echar una mirada, ni conversar siquiera con un solo hombre bello sin que éste, teniendo celos y envidia de mí, haga cosas raras, me increpe y contenga las manos a duras penas». A lo que Alcibiades (dirigiéndose a Erixímaco) responde: «¿te convence Sócrates en algo de lo que acaba de decir? ¿No sabes que es todo lo contrario de lo que decía? Efectivamente, si yo elogio en su presencia a algún otro, Dios u hombre, que no sea él, no apartará de mí sus manos.» (Platón. p. 267).
5. La hibrys era el más terrible de los pecados en todas las épocas del antiguo mundo griego. Es el pecado de orgullo, de creerse o de querer ser como los dioses.

Hagamos, pues, una aclaración respecto a estas cuestiones en el mundo griego de aquellas épocas. Normalmente el erastés era un hombre mayor que amaba a un joven y bello mancebo, muchas veces aún imberbe, quién se dejaba amar a cambio de lo que aprendía del más maduro (y, tomemos nota: a cambio de un saber). Pero ya nos ha hablado Lacan de la metáfora del amor, que ahora veremos en acto. Sócrates es el mayor y maduro que fue en el pasado amante, erastés de Alcibiades y éste el joven hermoso y bello, veinte años menor, quiere seguir siendo el eromenos, amado de Sócrates, pues quiere entregarle su belleza y hermosura a cambio de la sabiduría de éste: « Y creyendo que estaba seriamente interesado por mi belleza pensé que era un encuentro feliz y que mi buena suerte era extraordinaria, en la idea de que me era posible, si complacía a Sócrates, oír todo cuanto él sabía. ¡Cuán tremendamente orgulloso, en efecto, estaba yo de mi belleza!» (Platón, p. 274).

El encomio que Alcibiades dirige a Sócrates contiene todos los más grandes ideales de la Paideia griega6. Imposible de ser igualada por ningún hombre su areté (virtud). Era el más sabio de los sabios, así como el más valeroso y fuerte de los guerreros. «Hicimos juntos la expedición contra Potidea y allí éramos compañeros de mesa. Pues bien, en primer lugar, en las fatigas era superior no sólo a mí, sino también a todos los demás (ibid. p. 279). Y ahora, si quieres, veamos su comportamiento en las batallas, pues es justo concederle también este tributo. Efectivamente, cuando tuvo lugar la batalla por la que los generales me concedieron también a mí el premio al valor, ningún otro hombre me salvó sino éste, que no quería abandonarme herido y así salvó a la vez mis armas y a mí mismo. Y yo también entonces pedía a los generales que te concedieran a ti, Sócrates, el premio, y esto ni me lo reprocharás ni dirás que miento. Pero tú mismo estuviste más resuelto que ellos a que lo recibiera yo y no tú» (ibid. p. 281).

¿No vemos en estas citas que van mostrando a Sócrates como representante máximo de los ideales del hombre griego, lo que Lacan denominara como metáfora del amor? Se nos hace bien evidente, pues vemos como Alcibiades, aunque se empeña en seguir en el lugar del amado bello y hermoso, va pasando del lugar del eromenos al del erastés, mientras que es ahora Sócrates el que ocupa el lugar del amado, el lugar del ideal del yo.

6. Hago referencia a la excelente y magna obra de Werner Jaeger: Paideia: Los ideales de la cultura griega.

Del mismo modo, el analista es puesto, por su saber, al decir de Lacan, en el lugar del ideal del yo, por el analizante ubicado éste en el lugar de la falta, en el lugar del amante; y aquí el riesgo de que el analista se confunda y se acomode en el lugar del ideal, lo que le produciría una expansión del narcisismo, situación en la que se encontrará apresado necesitando constantemente la ratificación narcisista por parte de su paciente (talmente como el Amo necesita ser ratificado como amo por el esclavo en la dialéctica hegeliana); pero además, metáfora del amor mediante, intentará el paciente seducir al analista para que le entregue su amor y pasar a instalarse como ideal y como amado. Por eso Freud debe prevenir a los analistas al respecto: «Para el médico significa un esclarecimiento valioso y una buena prevención de una contratransferencia acaso aprontada en él. Tiene que discernir que el enamoramiento de la paciente le ha sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir, digamos, a las excelencias de su persona [de nuevo aquí el riesgo de auto-atribución del ideal]; que, por tanto, no hay razón para que se enorgullezca de semejante “conquista”, como se la llamaría fuera del análisis. Y siempre es bueno estar sobre aviso de ello (Freud, [1914]1915, p. 164). (Cursivas nuestras)

Y, como si Sócrates siguiera las indicaciones de Freud, esto es lo que contestó ante la idealización de que es objeto por parte de Alcibíades: «Querido Alcibíades, parece que realmente no eres un tonto, si efectivamente es verdad lo que dices de mí y hay en mí un poder por el cual tú podrías llegar a ser mejor. En tal caso, debes estar viendo en mí, supongo, una belleza irresistible y muy diferente a tu buen aspecto físico. Ahora bien, si intentas, al verla, compartirla conmigo y cambiar belleza por belleza, no en poco piensas aventajarme, pues pretendes adquirir lo que es verdaderamente bello a cambio de lo que lo es sólo en apariencia, y de hecho te propones intercambiar oro por bronce. Pero, mi feliz amigo, examínalo mejor, no sea que te pase desapercibido que no soy nada. La vista del entendimiento, ten por cierto, empieza a ver adecuadamente cuando la de los ojos comienza a perder su fuerza, y tú todavía estás lejos de eso» (Platón, p.277).

Pero continuemos viendo los ideales que Alcibíades atribuía a Sócrates:

Pues en mi opinión es lo más parecido a esos Silenos existentes en los talleres de escultura, que fabrican los artesanos con siringas o flautas en la mano y que, cuando se abren en dos mitades, aparecen con agalmata (estatuas de Dioses) en su interior. Y afirmo, además, que se parece al sátiro Marsias… Pero, ¡qué no eres flautista! Por supuesto, y mucho más extraordinario que Marsias. Éste, en efecto, encantaba a los hombres mediante instrumentos con el poder de su boca y aún hoy encanta al que interprete con la flauta sus melodías… Más tú te diferencias de él sólo en que sin instrumentos, con tus meras palabras, haces lo mismo…  ya se trate de mujer, hombre o joven quien las escucha, quedamos pasmados y posesos… Efectivamente, cuando le escucho, mi corazón palpita mucho más que el de los poseídos por la música de los coribantes, las lágrimas se me caen por culpa de sus palabras y veo que también a otros muchos les ocurre lo mismo… A la fuerza, pues, me tapo los oídos y salgo huyendo de él como de las sirenas, para no envejecer sentado aquí a su lado… Tal es, pues, lo que yo y muchos otros hemos experimentado por las melodías de flauta de este sátiro. Ven, en efecto, que Sócrates está en disposición amorosa con los jóvenes bellos, que siempre está en torno suyo y se queda extasiado y que, por otra parte, ignora todo y nada sabe, al menos por su apariencia. ¿No es esto propio de Sileno? Totalmente, pues de ello está revestido por fuera, como un Sileno esculpido, más por dentro, una vez abierto, ¿de cuántas templanzas [agalmata], compañeros de bebida, creéis que está lleno? Pasa toda su vida ironizando y bromeando con la gente; mas cuando se pone serio y se abre, no sé si alguno ha visto las imágenes de su interior. Yo, sin embargo, las he visto ya una vez y me parecieron que eran tan divinas y doradas, tan extremadamente bellas y admirables, que tenía que hacer sin más lo que Sócrates ordenara. (Ibid. p. 270-4).

Y es que el agalma

es la misma idea, es el encanto… Para decirlo todo, es un objeto insólito… Es eso, hay que decirlo, de lo que nosotros analistas, hemos descubierto la función bajo el nombre de objeto parcial… que en tanto objeto del deseo, este otro es la suma de un montón de objetos parciales. Lo que para nada es lo mismo que un objeto total… el objeto parcial, si no ven pues el interés de lo que introduje hoy con el nombre de agalma —es el punto mayor de la experiencia analítica—… función profunda, radical referencia kleiniana del objeto en tanto bueno o malo, y que es efectivamente considerado en esta dialéctica como un dato primordial… este objeto, agalma, pequeño a, objeto del deseo, cuando lo buscamos según el método kleiniano, está allí desde la partida, antes de cualquier desarrollo de la dialéctica, está allí como objeto del deseo… es este objeto bueno, o este objeto malo, que la amiga Klein sitúa en algún lugar en este origen, en este principio de los principios que está aún antes del período depresivo» (Lacan, 1960-61, p. 168-174).

Y es a partir de aquí, es decir, a partir de la concepción platónica del agalma, entrecruzado con la experiencia psicoanalítica de la transferencia que Lacan, en sucesivos seminarios, añadirá a los objetos parciales clásicos (pene, pecho, escíbalo) dos objetos más que son la mirada y la voz que serán teorizados como objeto a. Y es que, como hemos visto, dos son las figuras con que elogiosamente compara Alcibiades a Sócrates: las estatuillas de los Silenos y el sátiro Marsias el flautista. Y de ambas da cuenta como causas del deseo. Los silenos contienen en su interior el agalma, esto es, un valioso objeto ornamental, brillante fabricado con oro, perlas, diamantes u otras materias preciosas.  Sócrates contiene dentro de sí esa agalma, las imágenes, causa del deseo que el joven enamorado asegura haber visto y por las que, «tan divinas y doradas, tan extremadamente bellas y admirables», dice haber quedado encandilado, hechizado: hipnotizado, al decir de Lacan ya que «tenía que hacer sin más lo que Sócrates ordenara». Si nos fijamos bien una está relacionada con la mirada, la otra con las palabras o mejor, si nos atenemos a la comparación con el flautista, con la voz. Por otro lado tenemos a Marsias, el más grande de los músicos, superior a Orfeo, capaz de competir con el mismo Apolo. Y sin embargo a pesar de las pistas, Alcibiades desconoce lo que verdaderamente causa su deseo y parece reparar más en la forma y el contenido de los discursos de Sócrates Pero no logra despistarnos ya que tenemos tanto el indicio de la música de Marsias y de los coribantes como el del canto de las sirenas: Es su voz lo que suena como tales. Además, del mismo modo que la mirada aparece en la hipnosis a través de la mirada del hipnotizador o del péndulo u objetos (brillantes o no pero siempre agalmáticos) que encandilan al hipnotizado, también la voz en la hipnosis o cualquier tipo de sugestión que, en su caso, fascina o cautiva como agalma.

Y no sin razón destacaba Freud ([1914]1915, p. 172) la dimensión de «señuelo» (señuelo agalmático, diríase desde Platón y desde el Lacan del seminario que venimos trabajando) de la situación analítica que, como queriéndole quitar alguna dimensión de escándalo para la época, Freud menciona como “situación médica”, comparándola con una visita médica en que la paciente debe desnudarse. Veamos la cita: «Él tendió el señuelo a ese enamoramiento al introducir el tratamiento analítico para curar la neurosis; es, para él, el resultado inevitable de una situación médica, como lo sería el desnudamiento corporal de una enferma o la comunicación de un secreto de importancia vital».

Y Freud va a prevenir a los analistas jóvenes sobre lo que Sócrates evitó, la metáfora del amor, es decir, su posible enamoramiento —enamoramiento de contratransferencia—, cuestión nada baladí pues tenemos notica de casos de este tipo que incluso han llegado a terminar en matrimonio entre paciente y analista.

No quiero decir que al médico siempre le resulte fácil mantenerse dentro de las fronteras que la ética y la técnica le prescriben. Sobre todo el hombre joven y no bien afirmado todavía puede sentirla como una dura tarea. Sin ninguna duda, el amor sexual es uno de los contenidos principales de la vida, y la reunión de satisfacción anímica y corporal en el goce amoroso, uno de sus puntos más altos. Todos los hombres, salvo unos extravagantes fanáticos, lo saben y ordenan su vida según ello; sólo en la ciencia se hacen remilgos para admitirlo. Por otra parte, es penoso para el varón hacer el papel del que rechaza y deniega mientras la mujer lo corteja; y una noble dama que confiesa su pasión irradia un ensalmo incomparable a pesar de la neurosis y la resistencia. No son las groseras apetencias sensuales de la paciente las que crean la tentación; ellas provocan más bien rechazo y hace falta armarse de tolerancia para admitirlas como un fenómeno natural. Son quizá las mociones de deseo más finas, y de meta inhibida, de la mujer las que conllevan el peligro de hacer olvidar la técnica y la misión médica á cambio de una hermosa vivencia. Y, no obstante, para el analista queda excluido el ceder.» (ibid. pp. 172-3) (Cursivas nuestras).

Vemos presente en estos párrafos freudianos toda una serie de elementos que hacen a la ética psicoanalítica: Si algo está vedado para el analista es gozar de su paciente, es apropiarse el lugar del ideal, ubicarse en el lugar del Otro, apoltronándose en ese lugar de saber absoluto que hace al sujeto esclavo de su deseo, lo que Lacan llamó la “posición canalla”: “No hay meta-lenguaje. No hay más meta-lenguaje que todas las formas de canallada, si llamamos así a esas curiosas operaciones que se deducen de que el deseo del hombre es el deseo del Otro. Toda canallada se basa en esto, en querer ser el Otro, me refiero al Otro con mayúscula, de alguien, allí donde se dibujan las figuras que captarán su deseo” (1969-70, p. 64).

Quedémonos pues con aquel primitivo, humilde y ético enunciado freudiano que como finalidad del tratamiento rezaba así: “Mudar la miseria neurótica en simple infortunio común”.

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Ideais no amor de transferência I: ética em Freud e agalma no Banquete de Platão

Resumo: O objeto toma o lugar do ideal do ego para o amante (Freud). Lacan, através do Banquete de Platão, mostra os dois lugares apaixonados. Do lado do amante está o paciente com falta…; do lado do amado, o analista com o poder, o ideal de si… Os primeiros ideais perdidos do eu ideal são projetados na figura do analista. Se o analista se confunde com o ideal do ego, ele só vai querer a submissão do paciente; a sugestão própria da transferência fará da análise uma hipnose de vigília. Há um abandono total dos ideais nessa antiga e humilde meta freudiana: «Transformar a miséria neurótica em desgraça comum».

Descritores: Freud, Sigmund, Lacan, Jacques, Platão. Ideais, Sugestão. Amor de transferencia, Ideal de si, Eu ideal, Agalma, Causa do desejo, Sujeito suposto Saber, Objeto a, Contratransferência.

Ideals in transference love I: ethics in Freud and agalma at Plato’s Banquet

Abstract: The object takes the place of the ego ideal for the lover (Freud). Lacan, through Plato’s Banquet shows the two places in love. On the lover’s side it is the patient with the lack; on the side of the beloved, it is the analyst with the power, the ideal of the ego… The early lost ideals of the ego ideal are projected onto the figure of the analyst. If the analyst is confused by self with the ideal of the ego he will only want to have the submission of the patient; the self-suggestion to the transference will make the analysis a waking hypnosis. There is a total abandonment of ideals in that ancient and humble Freudian goal: «To turn neurotic misery into common misfortune.»

Descriptors: Freud, Sigmund, Lacan, Jacques, Plato. Ideals. Love transference. Suggestion, Agalma, Cause of desire, Knowing Supposed Subject, Object a, Countertransference.

Referencias

Freud, S. (1893 – 95). Estudios sobre la histeria. Obras completas. (Vol. 2, pp. 1-342). Amorrortu.
(1914). Introducción del narcisismo. Obras completas. (Vol. 14, pp. 65-98). Amorrortu.
([1914]1915). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, III) Obras completas (Vol. 14, pp. 160-176). Amorrortu.
(1921) Psicología de las masas y análisis del yo. Obras completas (Vol. 18, pp. 63-136). Amorrortu.
Jaeger, W (1945). Paideia: los ideales de la cultura griega. México: F.C.E., 1957.
Lacan J (1960-61). El Seminario. Libro 8. La transferencia. Paidós, 2003.
(1961-62). El Seminario. Libro 9: La identificación. Inédito.
(1964). El Seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Barral: Barcelona, 1977.
Lacan J (1969-70). El Seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis. Barcelona: Paidós, 1992.
Marty, P. (1995). El orden psicosomático. Valencia: Promolibro.
Platón (1986). El Banquete o del amor. Diálogos III. Fedón, Banquete, Fedro (pp. 143-287). Gredos.