2023: Lo Materno - Vol XLV nº 1

Felipe Matamala Sandoval: Psicoanalista de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ICHPA). Magister en Psicología Clínica de la Universidad de Chile y Candidato a Doctor en Psicología de la Universidad Diego Portales.

Resumen: El artículo realiza un recorrido de diversos autores de la teoría psicoanalítica sobre la transgeneracionalidad del trauma, sus efectos, alcances psíquicos y sintomáticos en la segunda generación. Establece que la transferencia transgeneracionalidad es un eje central para comprender que el paciente se encuentra acompañado de experiencias que otras generaciones no lograron elaborar. La fantasía de la segunda generación es un recurso importante que emerge en este tipo de transferencias a propósito del cuidado de la primera generación. Enmarcando su necesario abordaje como una primera vía para disminuir los efectos de lo traumático ante su elaboración.

Descriptores: Teoría Traumática, Trauma, Transgeneracional, Transferencia.

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Introducción

La teoría psicoanalítica del trauma transgeneracional ha tenido un largo desarrollo durante la segunda mitad del Siglo XX. Autores como Abraham & Torok (2005), proponen la primera aproximación a la cripta, la vergüenza y la transmisión mediante la identificación de elementos en el yo. Bajo la misma línea Nachin (1997) y Tisseron (1997), toman la teoría de la cripta para plantear el uso transferencial en casos donde la transmisión aparece como síntoma, especialmente en la segunda generación. Faimberg (2006) agrega la cuestión del sentido en un caso clínico que le permite descubrir el efecto del trauma en las generaciones siguientes. Por otro lado, las puntualizaciones de Kogan (2010), introducen la idea de distintas experiencias transferenciales asociadas a las generaciones anteriores que dan cuenta de lo que podríamos llamar una “transferencia transgeneracional”. En ese sentido, el trabajo con las generaciones de lo traumático nos propone abordar esta transferencia que debe ser escuchada como proponen los distintos autores para aminorar los efectos del trauma.

Las teorías del trauma transgeneracional

La necesidad de comprender el fenómeno de lo traumático para el psicoanálisis ha estado siempre en prioridad en la medida en Freud lo presenta en su teoría de las neurosis y luego con Introducción a las neurosis de guerra (1919) y Más allá del principio del placer (1920). Aun cuando este es un inicio que puntualiza los efectos del trauma en el yo situándolo como un padecimiento ante la pérdida de una realidad anterior poniéndolo en un plano más depresivo y, por consecuencia, en una problemática de donde apuntalar la energía ingresada al aparato psíquico (todo esto en un plano metapsicológico). La experiencia de la transmisión de la vida psíquica se encuentra en la apropiación de los padres y en cómo la generación venidera se hará cargo (de una manera u otra) de una realidad que es ineludible (Freud, 1939).

Nicholas Abraham & María Torok (2005), quienes se dedicaron a pensar el problema de la simbolización del trauma por medio del lenguaje, situando que gran parte de la conflictiva se presentaba en los modos en como simboliza una generación lo traumático y como la siguiente incorporó ese proceso a través del lenguaje lo vivido.

Los modos de incorporación implican que el lenguaje se encuentre en juego, al igual que los símbolos y los afectos. En ese sentido lo que viene a transmitir la experiencia dolorosa implica necesariamente una sensación de pérdida o duelo que se da bajo la idea de que la persona incluye de manera inconsciente. Sin embargo, no siempre se está en condiciones de poder recibir aquello que se transmite de manera porque en su propia situación la experiencia a sido acallada. Así, al momento de ser transmitida la experiencia se instala en la generación siguiente con la prohibición (instantánea) en el psiquismo. Es decir, el Yo de la persona se encuentra con algo de la experiencia traumática inmediatamente reprimida, no necesariamente verbalizada, pero si enmarcada en símbolos que remiten a ella en este proceso de introyección (Abraham & Torok, 2005).

Lo que se introyecta es el duelo, la pérdida de satisfacción que es enterrada gracias al rechazo, la denegación y que es enmascarado en la primera generación. Así, se niega la realidad del trauma y se conforma la función del silencio, es decir, de que esta experiencia no puede ser dicha con el fin de no provocar dolor, aludiendo a una escena de una cripta que guarda lo muerto y lo fantasmagórico de lo vivido en lo traumático (Abraham & Torok, 2005). Este movimiento psíquico se suma además a la experiencia que se vive en torno a esta situación que adquiere un carácter de fantasía, es decir, el aparato psíquico intenta resguardar un cierto control de la situación mediante la creación de imágenes o situaciones que sostienen el silencio con el fin de no abrir esta experiencia.

Para Abraham & Torok (2005), el proceso de introyección se juega en el Superyó, es decir en dónde la cultura y las normas se depositan, por lo tanto, la transmisión queda anclada a una ley de la cual no se puede renegar, primero por el poder psíquico que tiene una generación sobre otra y, segundo, porque el aparato psíquico no puede simbolizar y elaborar dicha experiencia debido a su madurez tanto biológica como psíquica. De esta manera, la cripta se traspasa de generación en generación y guarda el secreto de la experiencia que no debe ser revelada.

Claude Nachin (1997), psicoanalista francesa que continúa con el trabajo presentado por Abraham & Torok, aborda la experiencia de transmisión entre las generaciones bajo la idea de que el Yo de las personas (que han vivido experiencias traumáticas en casos de guerra) queda clivado debido al trauma en la primera generación. Mediante el proceso de identificación entre las figuras parentales y el o la bebé, se incorpora no sólo el lenguaje y la cultura, sino que también todo lo que quedó encriptado. Así, existe una transmisión traumática que no puede ser detenida y que debe ser trabajada por las y los analistas, quienes deben escuchar de manera distintas los sonidos y las palabras a los pacientes que portan la cripta. Por ende, los significados que muchas veces aludirían a interpretaciones del contenido inconsciente en un psicoanálisis con un “paciente común”, aquí no tendrían necesariamente la misma relación, sino que más bien serían la vía para conocer ese inconsciente mediante símbolos, signos y sonidos.

Lo interesante de lo planteado por Nachin (1997), es que la implicancia que tiene para las personas que son receptores de la cripta, es que esta última puede ser la génesis de enfermedades mentales, depresiones, hipomanías, sensaciones corporales extrañas, alcoholismo y enfermedades psicosomáticas. Agrega, además que en muchos casos los clivajes asociados a situaciones traumáticas pueden ser mudos, pero se pudieran conocer mediante la falta de las ganas de vivir y de amar, de las segundas generaciones. En ese sentido, las enfermedades se originarían en la medida en que el padre ha dejado fuera (de manera parcial), determinadas experiencias traumáticas que no pueden ser asimiladas y volverían en forma de síntoma.

Aun cuando estas consideraciones han aportado al trabajo con el trauma resulta complejo situar una relación directa entre clivaje y síntoma corporal, porque si bien pudiera haber una correlación, para el mismo psicoanálisis un síntoma depende de otros factores también biológicos, históricos y contextuales. Pese a lo anterior, Nachin (1997), sí aborda la existencia de un síntoma que parece ser más abordable en el proceso psicoanalítico, el secreto patógeno que llevaría a generar un síntoma angustioso en ambas generaciones. Esto se daría en la medida en que se perciba en que una u otra generación pudiera referir al tema que resulta ser prohibido y que el mero hecho o pensamiento de ser verbalizado pudiera traer la fantasía de daño.

Para Tisseron (1997), lo que está detrás del fenómeno del secreto es la continuidad familiar y de las relaciones, donde ambas generaciones son miembros activos de la experiencia en relación al trauma. De esta manera, existe una acción que no se consideraba en la transmisión que es el rechazo de contenidos de una generación la cual le encomienda a la siguiente su elaboración de manera silenciosa. En ese sentido, argumenta que la manera de poder comprender la cripta es a través de imágenes, síntomas y sensaciones corporales, pero también que esta se evidencia en la medida en que existe un significado de algo que resulta ser bizarro para el lenguaje de la segunda generación y que es utilizada con normalidad. Lo anterior, daría cuenta que la introyección de los eventos, significados y experiencias ante situaciones dificultosas que adquieren un valor preponderante en la medida que son las figuras paternas las que predominan e inciden en el psiquismo de la generación.

El contenido que es incorporado para la segunda generación implica un clivaje, el cual adoptará una forma fantasmática de ser vivida debido a que aquello que para una generación era innombrable para la generación procedente será indecible. Aquí no operaría ninguna represión de tipo verbal debido a que no se puede ser objeto de ninguna representación verbal. Así las novelas familiares serán sin duda algo que atrapa y que en muchos casos como la tercera generación llegaría a ser impensado (Tisseron, 1997).

Lo expuesto hasta aquí se traduce en lo que para Tisseron (1997), es la idea de representar la transmisión a través de momentos:

-El primer momento se establece en la vida psíquica que comienza en la edad fetal, donde los ruidos, las vocales y los movimientos del cuerpo materno marcan al bebé de manera que no se tiene ningún control consciente. De igual manera estas transmisiones serán remodeladas al nacer y encontrarse con el contexto lleno de aprendizajes.

-Un segundo momento corresponde al encuentro con las relaciones precoces del niño con su primer entorno, donde se ve confrontado con un mundo de significaciones que desborda su dominio y la capacidad de comprender. En ese sentido, el niño o la niña se encuentran en un mundo plagado de significaciones de adultos, que poseen aspectos de la sexualidad que aún no se es capaz de adquirir y que aun así se infiltran en el inconsciente. Aquí es donde se conjuga lo biológico (por ejemplo: la sonrisa del bebé), con lo psíquico e histórico (la interpretación que se le da), es decir la historia materna con la prehistoria transgeneracional, que constituyen el primer referente del mundo interno aun cuando sea difícil de reconocer.

-El momento de entrada al lenguaje se constituye en el tercer momento en donde la identificación con los padres o con otros miembros de su entorno familiar. Estas son investiduras edípicas que son especialmente fuertes, pudiendo identificar los deseos inconscientes con respecto al niño o la niña y también los deseos de los padres. Un mecanismo que favorece esta comunicación es la elección amorosa, los pasatiempos y rasgos de la personalidad. A este nivel se le llama transmisiones familiares.

-Los nacimientos o las muertes constituyen verdaderas aperturas psíquicas que pueden promover hacia ciertos momentos donde la transmisión emerge para los sujetos. Elementos que en algunos casos pueden ser integrados por las familias y que antes se encontraban separados.

-También en cualquier etapa de la vida pueden ocurrir eventos propios de la persona, familia, pueblos y sociedades, que lleven a establecer procesos de introyección simbólica a los sujetos y que cuyas perturbaciones impliquen la imposibilidad de elaboración. En ese sentido, se podría llegar a imponer a la generación siguiente e inclusive a más generaciones a simbolizar aquello que no pudo ser elaborado.

-Las transferencias materiales e imágenes son formas de simbolizar de manera parcial, puede que guarden afectos no dichos pero que refieren a una experiencia particular. Rituales familiares, gestos y emociones, se suman a situaciones que son indecibles, asociaciones fonéticas o formas estereotipadas, que las generaciones ignoran y que pueden tener relación con aspectos no simbolizados.

Los momentos son instancias donde ocurren la transmisión pero a esto se le suma los esfuerzos que realizan los padres y sus figuras familiares para ir al encuentro con el bebé, el niño o la niña. Esto ocurre de manera viceversa al momento en el que ocurre la identificación con ellos, que en casos traumáticos existiendo una identificación con duelos de los mismos padres y/o expectativas no cumplidas. Sin embargo, se privilegiaría los sufrimientos de la figura paterna o de secretos, donde la importancia no necesariamente estaría en conocer la característica de estos (secretos), sino que más bien qué se ha hecho para soportarlos y qué historia familiar se ha creado (Tisseron, 1997).

Faimberg (2006), introdujo la idea de identificación alienante más que nada para poder abordar los efectos del nazismo en las generaciones judías de sobrevivientes de la Shoah. Comprende, que es un concepto mixto clínico-teórico y que por lo tanto no es meramente teórico ni tampoco empírico que se ha desarrollado en su quehacer de la terapia psicoanalítica. Asume que existe un recorrido realizado por Abraham & Torok a propósito de la cripta, el fantasma y el duelo, pero se sitúa en la identificación, como un eje que ella considera importante, para comprender la transmisión.

Faimberg (2006), considera también que las experiencias de duelo son la forma en como las generaciones han abordado su propia problemática a raíz de experiencias como la Shoah. Sin embargo, considera que es la contratransferencia y la escucha sin estar predispuestos al trauma permite estar atentas/tos a las identificaciones alienantes que implican una relación directa con identificaciones inconscientes de duelos cristalizados. Estos se traducen en malos entendidos con los pacientes, es decir, que muchas veces los mismos significados que los pacientes traen no son los que realmente significan, sino que son una entrada a la transmisión que los padres dejaron y que de las cuales es muy difícil salir debido a que se cumple una labor subsidiaria en el entramado psíquico familiar.

Lo que expone Faimberg (2006), para descubrir la transmisión no se aleja a la técnica psicoanalítica clásica, es más bien un uso contratransferencial aquello que resulta ser “novedoso” en la medida en que vuelve a renombrar lo anteriormente descrito por Abraham & Torok (2005), y reforzado Tisseron (1999) y Nachin (1999). Sin embargo, es importante considerar que Faimberg (2006) introduce la idea en la medida en que sigue una línea argumentativa de André Green (1999), quien plantea que los duelos dejan experiencias que no son simbolizables, quedando un vacío o un elemento blanco que debe ser rellenado por la generación siguiente. Pese a que Green (1999), no habla de situaciones traumáticas sitúa líneas de pensamientos sugerentes en torno a el fallecimiento de un hijo/a y que la madre adolece y, que cuyo padre debe estar sosteniendo psíquicamente olvidándose de la realidad y las/los hijas/jos.

Así para Faimberg la búsqueda pasa por escuchar lo blanco o lo vacío, sin sentido para el psicoanalista. Para los autores como Abraham &Torok lo traumático siempre tiene contenido, sonidos, símbolos, imágenes rotas y clivadas, que serán traspasadas a las generaciones siguientes mediante el silencio. Ambas líneas cargadas por lo clínico son relevantes, sin embargo, la última permite complejizar con mayor detalle los distintos fenómenos de la transmisión.

El desarrollo investigativo con respecto al trauma transgeneracional abordado mayoritariamente por una “línea francesa” se ha encargado de desarrollar toda una comprensión asociada a la identificación, el silencio y las prohibiciones asociadas a la cripta, entre una generación y otra en víctimas de la segunda guerra mundial (Abraham & Torok, 2005; Nachin, 1999; Tisseron, 1999; Faimberg, 2006). Esto ha permitido desarrollar una vasta teoría, en algunos casos ligado más fuertemente a un modelo psicoanalítico previo (Faimberg, 2006) y en otros casos intentando desarrollar nuevos campos en la clínica del trauma utilizando herramientas del psicoanálisis (Tisseron, 1999; Nachin, 1999). Sin embargo, estos no han sido las únicas formas de aproximarse al trauma transgeneracional, una mirada desde los mismos psicoanalistas judíos ha sido en este último tiempo una nueva forma de comprender la experiencia histórica en las generaciones siguientes y como estas se han aproximado a una realidad actual y social, nutriendo aún más las investigaciones a lo transgeneracional del trauma.

Ilany Kogan (2012), ha planteado una teoría transgeneracional basada en su propia clínica poniendo como eje central la idea de que existe una transmisión temprana e inconsciente de identificaciones que cargan los mismos padres. Esto se traduce en una serie de poderosos sentimientos de pena, culpa y humillación que se cargan desde el holocausto y que son de alguna forma compelidos hacia la segunda generación.

Kogan (2012), plantea que esta puesta en acción que han vivido los pacientes con sus padres es un comportamiento no verbal, del cual nombra como: “enactment”, que se reproduce en el campo psicoanalítico y que queda bajo la lógica de un “acting-in”, es decir, una actuación del paciente en la terapia propia de esa relación terapéutica. El enactment guarda relación con la escena traumática transmitida por los padres que ocurre de manera inconsciente, pero requerirá de dos mecanismos para que se configure. En un primer momento será la identificación primitiva donde se introyectará el daño sufrido por los padres y el daño en el yo de estos, lo que desatará un duelo que es transmitido por los padres y que es adquirido en la segunda generación de manera que le resulta imposible diferenciar que es de uno versus de otro. El segundo mecanismo es el depósito de representaciones, donde los niños y las niñas son un reservorio de imágenes que están conectadas con el trauma, que en muchos casos se evidencian en fantasías inconscientes que de alguna manera hacen que deban lidiar con la culpa, rabia, la vergüenza que los padres no han podido trabajar por ellos mismos. Ambos mecanismos se reactivarán en la medida en que la segunda generación lidia con la realidad, con eventos que en algunos casos conectarán de manera consciente o inconsciente.

Para la segunda generación existirá un juego de mecanismos asociados a la identificación de ciertos elementos de la generación anterior y, a su vez, la proyección de elementos que resultan difíciles de poder comprender. Esto implica que el niño y la niña sean vehículos de repetición de lo traumático, sintiendo que se debe vivir en el pasado de los padres (Kogan, 1995). Sumado a esto, la segunda generación deberá lidiar con las imágenes de los padres en su cabeza, pero también, con las fantasías que implican un deseo de poder salvar a los padres del dolor y sufrimiento. En ese sentido, existiría un daño psíquico asociado a la situación traumática que llevaría a un antagonismo propio de la experiencia, es decir, los padres no serían percibidos solamente como elementos protectores, sino que también como elementos que generarían ansiedad debido a la transmisión de la experiencia de haber internalizado al agresor por parte de los padres. Esto, llevaría a un desarrollo de ciertas fantasías traumáticas de las cuales la segunda generación no podría evadir y debiese convivir desde la conformación de su yo (Kogan, 2015).

Ideas sobre la transferencia transgeneracional

Ante el gran desarrollo realizado de experiencias transgeneracionales se podría pensar que existe una comprensión general hacia una transmisión de situaciones traumáticas que se conjugan con lo melancolía y el duelo. Esto se suma a la vergüenza, el miedo y la angustia que atraviesa ambas generaciones a raíz del trauma. El silencio (necesario para la supervivencia), por su parte, es un elemento crucial para que los afectos encuentren (en muchos casos), otras formas de transmisión como los símbolos, las identificaciones en base a sostener el silencio y las fantasías (Nachin, 1999; Kogan 2012).

Así la transferencia con generaciones de lo traumático aludiría a este tipo fenómenos contratransferenciales, donde la fantasía parecería ser crucial para comprender una historia familiar no dicha. En otras palabras, la presencia de una primera generación marcada por experiencias directamente traumáticas y una segunda generación que recepcionara algo silenciado, llevaría a la necesidad de fantasear las experiencias de los padres como un intento de explicación psíquica en relación a comprender por qué viven su presente de ese modo (en muchos casos melancólico). Esto implicaría un modo de protección de los otros miembros de la familia que mantendría el resguardo de dicha experiencia para no generar más dolor (Abraham & Torok, 2005; Kogan, 2015).

Sin embargo, la distinción del fenómeno de lo traumático para esta transferencia sitúa el lugar de dolor, de ausencia y presencia silenciada, como una característica predominante de fantasías que nos llevan a atravesar la proyección de los pacientes. Es decir que nos encontramos con la familia completa en nuestro consultorio por medio de las fantasías de daño de los pacientes, a veces habladas y otras, actuadas en el análisis. Por ende, si entramos en figuras de la repetición o en niveles asociados a los objetos, el contenido traumático implicará que estas figuras se relacionen con las fantasías de daño que los pacientes traen abriendo hacia una transferencia transgeneracional con inevitables contratransferencias y contraidentificaciones asociadas al daño hacia otro con el fin de sostener el silencio.

De este modo, aquellas resistencias que presenta el paciente ante la elaboración de estas experiencias podrían ser no sólo ante lo que se plantea como un problema de simbolización e identificación, sino que también de una diferenciación de fantasías de los padres y de la generación siguiente en el análisis. Sosteniendo la idea de una elaboración de elementos depresivos y melancólicos asociados a esta transferencia transgeneracional es que se sostendría la idea de apuntar hacia una elaboración de traumas transgeneracionales.

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Referencias

Abraham, N. & Torok, M. (2005). La corteza y el Núcleo. Buenos Aires: Amorrortu.
Faimberg, H. (2006). Pertinencia psicoanalítica del telescopaje de generaciones. En El telescopaje de las generaciones. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1919). Introducción a las neurosis de Guerra. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu.
(1920). Más allá del principio del placer. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu.
(1939). Moisés y la religión monoteísta. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu.
Green, A, (1999). La madre muerta. En Narcisisimo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires: Amorrortu.
Kogan, I. (1995). A journey through the ice castle. The cry of mute children. London: Free association books.
(2012). The second generation in the shadow of the terror. En Lost in transmission. London: Karnac Books.
(2015). From psychic holes to psychic representations. International Forum of Psychoanalysis, 24, 63-76.
Nachin, C. (1997). Del símbolo psicoanalítico en la neurosis, la cripta y el fantasma. En S. Tisseron (ed.), El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Buenos Aires: Amorrortu.
Tisseron, S. (1997). El psicoanálisis ante la prueba de las generaciones”. En S. Tisseron (ed.), El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Buenos Aires: Amorrortu.