2023: Lo Materno - Vol XLV nº 1

Carlos Barredo: Psicoanalista. Miembro Titular con función didáctica de APdeBA, Especialista en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes, ex Director del Departamento de Niñez y Adolescencia. Profesor Titular de la Carrera de Especialización en Psicoanálisis del IUSAM. Ex profesor contratado de la Escuela de Psicoterapia para Graduados. Autor de numerosos trabajos publicados en revistas nacionales y extranjeras. Autor en colaboración del libro “La misteriosa desaparición de las Neurosis”. Ex Presidente de APdeBA. calibar1@hotmail.com

Resumen: Se trata de transmitir una idea de maternidad no reducida a condiciones evolutivas, biológico instintivas o naturales. Se apunta a que los humanos no se reproducen por apareamiento, como los animales, sino según leyes de alianza impensables fuera de un orden de lenguaje. Desconocer esas regulaciones, destinadas a fijar condiciones de imposibilidad que acotan los goces posibles, no considerar la trama de reglas implicadas en lo que el psicoanálisis concibe como castración, resulta en excesos causantes de estragos.

Descriptores: Etapa Preedípica, Maternidad, Ley, Castración, Estrago.

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Es en los textos freudianos sobre la femineidad, de aparición tardía respecto de lo previamente articulado en relación con el complejo de Edipo, donde Freud plantea que ha encontrado algo novedoso en la relación de las mujeres con la imago materna.

Este hallazgo, que le hace posible concebir la asimetría entre las relaciones edípicas del niño y la niña, lo lleva a plantear su valor sobre las determinaciones de la histeria o la paranoia en la mujer planteadas en términos evolutivos. En el sentido de postular la relación con la madre como primigenia y por lo mismo, con mayor incidencia causal que la relación con el padre, aparentemente ulterior. Sin embargo, él mismo se despega de esta consideración evolutiva de los tiempos, donde la relación con la madre precedería al poder de determinación del complejo edípico sobre las neurosis, afirmando que puede pensarse en términos de un Edipo negativo que precedería al positivo. Lo que lleva a tomar en cuenta que, para el creador del psicoanálisis, el complejo ocupa el lugar de una estructura destinada a ordenar las relaciones concretas de los personajes de la escena entre quienes las interacciones transcurren.

Lacan desde un comienzo, estableció un criterio similar. Consideraba como reducción a términos imaginarios cualquier relación formulada en términos duales, la transferencia entre ellas. Lo que implicaba el desconocimiento de una estructura de determinación más amplia compuesta por las tres categorías con que organizó su enseñanza: simbólico, imaginario y real, postuladas como necesarias para sostener una perspectiva consistente que preserve las aristas originales de la experiencia freudiana.

En un escrito anterior: “Cuerpo de mujer. La gracia de María” (Barredo, 2019), trabajé sobre un relato evangélico y las pinturas de “Anunciaciones” tendientes a figurarlo, ponerlo en imágenes, tratando de presentar una noción no natural, biológica, de la concepción de una criatura humana. Punto de vista que, en el relato de la Anunciación, apunta a dar cuenta del misterio central del cristianismo: la encarnación del Verbo. Allí donde la virgen queda turbada por el mensaje que recibe, teniendo que consentir con lo que no comprende: ¿cómo podría concebir un niño sin haber conocido hombre?

En eso consiste el núcleo del misterio de la encarnación: cómo de algo invisible, un soplo, espíritu, viento de palabras, puede surgir lo visible: un cuerpo humano, su figura. Pregunta por ese modo de concepción que no depende sólo de las reglas de la naturaleza, y que da cuenta que los humanos se reproducen según reglas de alianza y no como los animales por apareamiento.

Reglas de alianza que requieren un orden de nominaciones y una secuencia temporal de linajes y filiaciones, impensables fuera de la existencia del lenguaje. Por lo que cualquier intento de concebir la relación entre una madre y un hijo, hace necesario recurrir a los escenarios de lenguaje que la enmarcan para poder dar cuenta de ella.

Tanto la formalización que Lacan produce del Edipo freudiano en términos de metáfora paterna y significación fálica del hijo, como las fórmulas de la sexuación que posicionan a una mujer como tal, condicionando su acceso a la maternidad, son nociones que, en distintos momentos de la enseñanza del maestro francés, enriquecen los modos de comprender los intercambios entre madres e hijos de distinto sexo.

Además de lo abundante, sino infinito, de las presentaciones singulares de conflictos entre madres e hijas que nos ofrece nuestro quehacer clínico cotidiano, tanto el cine como la literatura se han ocupado de reflexionar sobre este tópico, en tono de comedia en ocasiones, tragicómicos en otras.

En lo relativo a ejemplos fílmicos, un par de ejemplos alcanzaran para evocarnos la riqueza del despliegue que la ficción hace posible. Uno más alejado (1978): “Sonata otoñal” de Ingmar Bergman, con Ingrid Bergman y Liv Ullmann como protagonistas; otro más reciente (2021), de Maggie Gyllenhaal, basada en una novela de Elena Ferrante: La hija oscura con Olivia Colman y Jessie Buckley en los roles protagónicos.

En la literatura, donde la lista sería interminable, también se puede optar por dos novelas que tratan de la relación de las autoras con sus madres: Apegos feroces de Vivian Gornick (2017) y El corazón del daño de María Negroni (2021). Ambas escritoras dan cuenta de su talento para escribir como herramienta sublimatoria a la que apelar para no quedar sujetas al “goce de la madre”, ya que lo que esa fórmula hace oír, en sus dos sentidos, deja en claro que no se trata solo de las características que convierten al personaje materno en algo devastador, sino también de las respuestas que las hijas pueden construir para no permanecer cautivas en un goce que, entonces, devendría en estrago. Separarse de la tentación de permanecer pegoteadas en un goce alienante, da lugar a caminos variados de acceso a posiciones femeninas deseantes.

Si como afirmaba al comienzo: una mujer accede a la maternidad por medio de su inscripción en una trama de determinaciones sujetas a la ley edípica, adquiere valor de estrago aquello que ataca el lazo simbólico que regula la reproducción y la transmisión según un orden de linaje entramado en múltiples tradiciones

Esos lazos sociales resultan de discursos que, herederos de las imposibilidades freudianas, Lacan construye en su esquema de cuatro discursos, que dan cuenta de la imposibilidad de escribir la relación sexual al modo en que se inscriben las fórmulas lógicas o matemáticas que culminan en certezas calculables

Los lazos sociales que los discursos inscriben, configuran alternativas a esa relación sexual que “No hay” entre hombre y mujer. No conllevan certezas, sino una verdad no totalizable, que nunca podrá ser dicha “toda” coincidiendo con un saber absoluto, sino en un medio-decir, con estructura de ficción, de relato lenguajero y no con letras que tienden a articular relaciones matemáticas.

La fórmula “No hay Relación sexual”, lleva a: “Hay un lazo que es sexuado”, lo que designa entonces un vacío constituido por la relación que falta, que inscribe la castración en términos de límite al saber y acotamiento al goce posible.

En tanto no puede escribirse, lo sexual pasa a ser objeto de un decir que remite las relaciones entre hombres y mujeres a lazos que implican las ficciones del amor.

Como contrapunto y en tensión con el ordenamiento de goces que este esquema de los discursos implica, Lacan va a postular lo que da en llamar: “discurso capitalista”, a partir de formular una equivalencia conceptual entre las nociones de “plus valía”, teorizada por Marx y la de “plus de gozar”, que Lacan concibe a partir de la experiencia analítica. El discurso capitalista consiste en una transgresión en el orden de los términos que rigen la construcción del discurso del Amo. Transgresión que opera tanto una torsión entre los lugares del sujeto y el significante que lo representa como del vector que indica el valor de determinación que rige entre esos términos. De lo que resulta un sujeto que desmiente su división y la incompletud del Otro, pudiendo apropiarse del sentido de lo que dice y del plus de gozar que el discurso produce, sin tener que acotar su goce a las limitaciones que la norma edípica introduce en términos de castración.

En esta línea de pensamiento, Lacan había introducido, en su seminario XI, una serie articulada a partir de consecuencias de efectos forclusivos. Serie integrada por la psicosis o locuras que resultan del funcionamiento de holofrases, que impide los intervalos entre significantes; los fenómenos psicosomáticos y la relación del niño débil mental con su madre.

Me interesa centrarme en esta última relación, que históricamente abrió la posibilidad de pensar un efecto de debilidad mental que no resulta de causas de origen orgánico o bioquímico, sino de una estructuración determinada del lazo social de una madre con su hijo, donde el niño queda en posición de objeto del fantasma de la madre.

Hace muchos años, recibí una consulta sugerida a una madre por una institución educativa, a raíz de dificultades de su hijo adolescente con las tareas de aprendizaje. Era manifiesto el malestar de esta mujer con las autoridades escolares, con toda una historia de presiones de la madre para que se promoviese a su hijo en diversas instancias, a pesar de un desempeño poco satisfactorio.

Relata en la entrevista que tenía dos hijas mayores que cursaban carreras universitarias. Eran hijas de un matrimonio con un hombre que había fallecido cuando las niñas eran pequeñas. Luego de haber enviudado, la mujer quedó embarazada en una relación que mantenía con un hombre con quien nunca convivió y que pertenecía a un sector socioeconómico de recursos muy diferentes a los de ella.

Esto dio lugar a un comentario significativo: que “afortunadamente”, al ser ella quien afrontaba todos los gastos de la crianza y subsistencia del joven, a pesar de seguir manteniendo lazos cordiales con el padre, nunca había tenido que discutir nada sobre los criterios de cómo educar al joven, a qué colegios enviarlo, qué régimen de visitas o vacaciones habría que acordar, etc. Lo que “la aliviaba enormemente de todas las complicaciones que hubiese tenido que afrontar si las circunstancias fuesen otras. ¡Imagínese!”.

Este efecto devastador de apropiación del hijo, no por fuera, sino a pesar de los condicionamientos de la ley edípica, con un desafío velado al Nombre del Padre, resultaba en enfrentamientos con los profesores que “desconocían la normalidad de su hijo”. Tal como Lacan lo anticipa, esta posición de encierro en el goce de la madre de la relación con su hijo, es poco abierta a nuestras posibilidades de intervenir. La apropiación mencionada desconoce las leyes de filiación-parentesco, donde un niño se “recibe” como resultado de intercambios que condicionan su “propiedad” con el compromiso de reciprocidad por el que deberá ser luego “entregado” al intercambio.

Algo equivalente acontece con la multiplicación de goces no correlacionados con la diferencia hombre-mujer y la norma edípica, cuando se los plantea como provenientes de una libertad ajena a cualquier determinación. Ilusión que tiende a desconocer el imperativo de goce superyoico del que son instrumento.

Así, la tensión anteriormente mencionada entre el esquema de los discursos y el llamado discurso capitalista desembocó en las “nuevas patologías” que se presentaban como resistentes al abordaje psicoanalítico, promoviendo otro tipo de enfoques que declaraban al psicoanálisis como algo caduco, restringido al tratamiento de neurosis clásicas ya casi inexistentes.

En esta circunstancia es inquietante constatar la facilidad con que muchos “analistas” se muestran dispuestos a aceptar la misteriosa desaparición de las neurosis y la proliferación de tratamientos “innovadores”, tendientes a descartar la praxis en que, su formación en instituciones psicoanalíticas, buscó iniciarlos.

La dificultad sigue consistiendo en encontrar intervenciones de corte con una insistencia gozosa que, deshaciendo la torsión promovida por el discurso capitalista, promuevan la división del sujeto como retorno a la verdad del discurso del Amo que puede entonces girar hacia su envés en el discurso del analista, habilitando el abordaje en transferencia que el dispositivo analítico hace posible.

Seguramente no es la vía más fácil, más corta, ni de acceso más seguro, pero es la que nos permite permanecer en el marco de una práctica sustentada por la noción de “deseo del analista” y la convicción ética que la preserva.

El discurso del analista solo es concebible en el marco de una permanente reinvención de las condiciones de su funcionamiento. Algo diferente es lo que surge de la postulación de “nuevas realidades” o discursos de actualidad, cuya estructura Lacan anticipó a comienzo de los setenta en el siglo pasado y cuyas consecuencias devastadoras previsoramente anticipó.

La forclusión de la castración con promoción de goces incestuosos, implicada en esos discursos, es lo que da origen a los efectos concebidos como estragos en las relaciones de madres con sus hijos.

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Referencias

Barredo, C. (2019). Cuerpo de mujer. La Gracia de María. Psicoanálisis, 41(1/2), 39-51.
Brouse, M. E. (2016). Saber hacer femenino con la relación. Las 3 R: Astucia. Estrago y Arrebato. http://mujeres.jornadaselp.com/lazoamp/saber-hacer-femenino-con-la-relacion-las-tres-r-astucia-estrago-y-arrebato/
Freud, S. (1931). Sobre la sexualidad femenina. En Obras completas (vol. 21). Amorrortu.
(1932). Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. Confe-rencia 33: La feminidad. En Obras completas (vol. 22). Amorrortu.
Gornick, V. (2017). Apegos feroces. Sexto piso.
Lacan, J. (1957). Le seminaire. Livre V: Les formations de l’inconscient (p. 161). Seuil.