2024: El problema economico - Vol XLVI nº 1

Carlos Guzzetti: Licenciado en Psicología (UBA). Ex docente de Psicoanálisis Freud y Psicología Institucional de la Facultad de Psicología (UBA). Ex docente del Posgrado de Psicoanálisis del Centro de Salud Mental N° 3 Dr. Arturo Ameghino Miembro y ex presidente del Colegio de Psicoanalistas. Autor de los libros: El sujeto en la clínica freudiana, ¿Qué cura en el psicoanálisis? y Psicoanálisis en movimiento. Fragmentos e iluminaciones.

Tal vez es más productivo pensar al psicoanálisis como una praxis apoyada en una mitología, antes que en una religión. De hecho, Freud decía que la teoría pulsional era “nuestra mitología”, subrayando el carácter ficcional de sus especulaciones También habría que repensar la idea canónica de que el monoteísmo es un progreso en la espiritualidad. Pero eso es otro debate.

Entre otras cosas la investigación en psicoanálisis consiste en buscar mejores metáforas para decir lo indecible, con lo que nos encontramos en nuestro trabajo diario. Estamos advertidos sobre la ilusión de una lengua universal, perfectamente adecuada para nombrar la experiencia, cuyo fracaso rastrea Umberto Eco (2016), quien nos va a acompañar en este breve viaje, en su obra La búsqueda de la lengua perfecta.

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A lo largo de la historia del psicoanálisis se hicieron varios intentos, siempre fracasados, de cercar la experiencia analítica mediante una lengua única, capaz de traducir sin resto lo que pasa en la clínica: los diversos “ismos” muchas veces enfrentados entre sí. Convencido del papel principal del humor en la práctica del análisis (y en la vida), se me hace preferible una Babel de lenguas que nos exija encontrar lúdicamente el mejor modo de decir, en una lengua necesariamente mestiza, para alimentar los lazos que hacen comunidad psicoanalítica. Borges decía que la noción de texto definitivo pertenece a la religión o al cansancio.

Dice Javier Cercas en esa maravillosa novela que es Soldados de Salamina (p. 102): “…las palabras solo están hechas para decirse a sí mismas, para decir lo decible, es decir todo excepto lo que nos gobierna o hace vivir o concierne o somos o es…” Y nosotros nos empeñamos en decir mejor lo que no se puede decir.

Una de las últimas reflexiones de Freud: “…psique es extensa, pero nada sabe de eso”, frase que desde hace muchos años me reverbera enigmática y decisiva, me hizo pensar que de lo que hablamos es de los diversos topos de la vida psíquica, de la práctica y de la teoría.

Cartografías

Cuando en la adolescencia viajaba como mochilero con mis amigos de entonces, siempre nos conseguíamos una carta muy precisa de la zona a recorrer. Allí se indicaban las curvas de nivel, las distancias parciales, la orientación y los principales accidentes del terreno. Interpretarlas era trabajoso y daba lugar a discusiones en medio de una senda patagónica. Eran planos enormes que había que plegar y desplegar con cuidado. Así y todo siempre nos esperaba una sorpresa, algo que no estaba indicado en la carta. El mapa no recubría no “calcaba” exactamente el territorio.

Cuenta Borges (1974) con su ironía filosófica, en un texto titulado “Del Rigor en la Ciencia” y atribuido a un escritor del siglo XVII:

En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.

Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas. Suárez Miranda, Viajes de Varones Prudentes, Libro Cuarto, Cap. XLV, Lérida, 1658.

Las teorías psicoanalíticas han conocido intentos semejantes. Algunos sistemas teóricos han creído que el trazado del mapa conceptual coincidía con el territorio donde se desarrolla la práctica. En otros términos, que los conceptos pueden recubrir completamente, pueden explicar acabadamente lo que sucede en la clínica.

Por lo contrario, ésta demuestra que los conceptos con que nos manejamos son siempre insuficientes para dar cuenta de las infinitas formas de padecimiento que presentan los sujetos en análisis. De no ser así nuestro trabajo se reduciría a una hermenéutica fija, basada en modelos invariables, claves de interpretación como las que Freud destituye en el libro de los sueños.

Una de esas claves, discutida desde hace ya muchos años, es el modelo edípico, al que se somete toda lectura posible de los síntomas, inhibiciones y angustias. Los numerosos cuestionamientos a ese modelo, verdadera cartografía de la psiquis, desde el Antiedipo hasta los desarrollos del feminismo y los diversos estudios de género, han relativizado su centralidad en la arquitectura de las diversas teorías psicoanalíticas.

Tanto Freud como Lacan han sido prolíficos en el trazado de mapas teóricos con diferentes esquemas gráficos que pretenden dar cuenta de la estructura del aparato psíquico.

Como nota al margen destaco que seguimos usando, de modo un tanto desenfadado, esa idea de “aparato” psíquico, concepción maquínica propia de la ciencia de fines del S XIX y principios del XX. Hoy quizás sería más justo designar al psiquismo como un “organismo” ciborg, considerando que las diversas prótesis tecnológicas de uso común tienen un lugar en el inconsciente e intervienen en los procesos de constitución del sujeto.

Ejemplos de esos mapas teóricos son, en Freud, sin pretender ser exhaustivo: el circuito neuronal del proyecto (1895), el esquema del peine (1900), la estructura libidinal de la masa (1921), la bolsa de El Yo y el Ello (1923).

En Lacan abundan: los esquemas ópticos, el esquema R, el grafo, el RSI, las figuras topológicas (cinta de Moebius, botella de Klein), el nudo borromeo, los 4 discursos.

Lo singular de estas cartografías es que nunca pretendieron ser definitivas. Cada uno de esos intentos siempre estuvo sujeto a revisión, suplementación o caída en desuso, cuestión en la que no creo necesario explayarme.

Creo firmemente que los conceptos psicoanalíticos son siempre fragmentarios, iluminan un terreno parcial de la experiencia dejando en sombras otros. Los sistemas teóricos completos operan como resistencias “del” psicoanálisis, como bien lo describió Jacques Derrida.

Si hablamos de cartografías no podemos eludir el nombre de Felix Guattari, quien con Deleuze trazó las cartografías del deseo, un método esquizo-analítico que puso de cabeza al psicoanálisis tradicional y a los agenciamientos colectivos.

El poeta argentino Néstor Perlongher lo dice así: La tarea del cartógrafo deseante no consiste en captar para fijar, para anquilosar, para congelar aquello que explora, sino que se dispone a intensificar los propios flujos de vida en los que se envuelve, creando territorio a medida que se los recorre.(Perlongher,  2016, p. 121)

Y de eso se trata en el diálogo analítico, de crear territorios, hacer lugar a la palabra y dar tiempo para desplegarla.

Fronteras

 “La mentalidad latina está obsesionada por la frontera” afirma Umberto Eco en su artículo “La línea y el laberinto”. A diferencia de los griegos, un pueblo compuesto de muchas etnias que hablaban diferentes lenguas y dialectos, para los romanos la frontera era un concepto que organizaba su vida social y su imaginario colectivo, es decir su modo de concebir la realidad para hacerla comprensible al pensamiento. El mayor presupuesto del estado romano, tanto durante la república como en el imperio, estaba destinado a las fortificaciones y las tropas necesarias para defender las fronteras. Además de las enormes campañas militares para agrandarlas. Es evidente que la cultura Occidental es su heredera y que la filosofía, las ciencias, e incluso el psicoanálisis han debido diferenciarse de él, no sin dificultad.

Este pensamiento determina en gran medida la lógica binaria imperante en parte de la filosofía y también en la vida práctica. Las fronteras que separan Yo y o/Otro, sujeto y objeto, cuerpo y alma son verdaderos muros impenetrables. Mal que nos pese, la obra freudiana es tributaria de ese pensamiento, si bien en diversos lugares de ella pueden rastrearse aperturas. Cuando afirma que la pulsión es una noción fronteriza entre lo somático y lo psíquico, el dualismo parece diluirse en un territorio mestizo. Férenczi, Winnicott, Lacan, la sortearon con mayor o menor suerte.

Deleuze y Guattari son tajantes: “La lógica binaria y las relaciones biunívocas siguen dominando el psicoanálisis, la lingüística y el estructuralismo, y hasta la informática…”.

Existe también una frontera lingüística. Nunca hablamos la lengua del otro. Los innumerables dialectos o jergas profesionales hacen a menudo de frontera a la comprensión de los legos. Algo así pasa entre las diversas corrientes de nuestro oficio, cuando los términos operan como señales de reconocimiento mutuo entre cofrades.

La frontera es una figura que tiene una resonancia clínica evidente, siempre se trata de la membrana que separa y une al sujeto y el otro y la transferencia es un caso especial.

Además, en el plano institucional de nuestro gremio tiene un enorme valor. La primera cuestión: ¿qué es psicoanálisis y qué no lo es? La distinción entre psicoanálisis y psicoterapia fue en algún momento un problema crucial. Por fortuna creo que actualmente este tema ha perdido importancia.

A lo largo de la historia diversos dispositivos de autorización de analistas (didáctico, pase, por ejemplo) han intentado asegurar que alguien “es” analista. Aquí recuerdo la idea de Fernando Ulloa quien decía que no se “es” sino que se “está” analista (y no siempre).YaFreud (1914[1984]) había apuntado: “La teoría psicoanalítica es un intento por comprender dos experiencias… el hecho de la transferencia y el de la resistencia. Cualquiera que adopte estas experiencias como punto de partida de su trabajo merece llamarse psicoanalista, aunque llegue a resultados diversos a los míos”.

Una frontera muy blanda como puede verse, es preciso tan sólo atravesar esas experiencias clínicas, para estar en el campo del psicoanálisis. En otro lado sostengo irónicamente una tautología: “psicoanálisis es lo que hacemos los psicoanalistas”.

Un importante antropólogo argentino ya fallecido, Carlos Martínez Sarasola, observó otra característica. Afirma que la frontera con el indio era un lugar de convivencia de diversidades, de mestizajes y sincretismos. “Era un lugar de amores intensos, de fantasías, de libertades” dice. Curiosa faceta de la frontera, que separa y une al mismo tiempo, un verdadero espacio transicional.

Por otro lado el mundo que nos espera, el que espera a nuestros hijos —ya que el que espera a nuestros nietos es inimaginable— requiere de fronteras disciplinares extremadamente permeables. Ya observamos que los saberes tradicionales han dejado de garantizar un lugar en el mundo del trabajo. Roger Caillois, un autor bastante olvidado, invitaba a inventar “ciencias diagonales” que pusieran en relación objetos disímiles pero emparentados de manera insospechada, por ejemplo, la pintura abstracta y el diseño de las alas de las mariposas o las vetas de las ágatas. Busca otra forma de mirar el mundo. Un pensamiento rizomático, como veremos más adelante.Una hermosa frase de Proust ilumina el campo: “El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos.”

Las teorías psicoanalíticas obedecen a esta lógica, ya que atraviesan saberes disímiles: filosofía, biología, mitología, historia, arqueología, matemática, lógica, y tantas otras, articulándolas al modo del bricolaje.

En apoyo de esta idea Gregorio Kaminski (1995) afirma:“… parece un tanto inútil establecer y recortar las correspondencias disciplinarias; qué es filosofía, qué es psicoanálisis, qué es historia… Más aún, qué corresponde a la teoría y qué a la práctica”.

Puentes

En un rincón de su obra y fiel a su espíritu iconoclasta, el mismo Caillois (1990), recuerda la etimología romana del pontifex, constructor de puentes. Entre los dioses y los hombres, según algunas versiones, mientras que otras sostienen que un puente es una transgresión al orden natural.

En la Roma clásica su condición sagrada estaba dada por el hecho de que al construir puentes transgredía el orden natural de las cosas abriendo pasos allí donde no los había. Significación muy alejada de la función eclesiástica de reforzar y preservar los caminos ya transitados cuidando que la feligresía no se aparte de ellos so pena de excomunión.

El trabajo de los analistas es también la de constructor de puentes, de aperturas posibles a las aporías y encerronas del sufrimiento psíquico. También cada acto analítico es una decisión que debemos asumir con la mayor responsabilidad, la que tenemos sobre las producciones de nuestro propio inconsciente. Con cada intervención cruzamos un Rubicón y la suerte está echada, solo cabe esperar sus consecuencias.

Cabe decir también que el movimiento psicoanalítico no se ha privado de pontífices, cardenales y obispos y se ha comportado muchas veces en su historia como una masa artificial freudiana. Y estas iglesias o incluso ejércitos han llegado a emprender verdaderas cruzadas para imponer una lengua única en el pensamiento psicoanalítico.

La extrema fluidez que paradojalmente impuso la pandemia requiere aceptar el multiligüismo imperante, incluso los inevitables mestizajes que produce el aumento de la circulación de discursos a través de estos medios. El acceso casi ilimitado a diversos eventos, conferencias o cursos nos sumerge en lenguas extranjeras para nuestro dialecto, el que nos sirve como señal de reconocimiento mutuo y nos otorga identidad y pertenencia. Se trata de las variadas ortodoxias regionales, que responden en general al narcisismo de las pequeñas diferencias. Tal vez esta oportunidad sea propicia para dejar caer en desuso el término “ortodoxia” y su complementario “heterodoxia” en el dominio de nuestro arte, para dar más lugar a la idea de que se trata de teorizar las prácticas, dar cuenta de lo que efectivamente hacemos y no de practicar teorías ya establecidas y grabadas en la piedra para permanecer incólumes.

Como afirma uno de nuestros compañeros de ruta, Felix Guattari (1995): “…el problema no está en tender puentes entre dominios ya constituidos y separados entre sí, sino en instalar nuevas máquinas teóricas y prácticas capaces de barrer las estratificaciones anteriores y establecer las condiciones de un nuevo ejercicio del deseo”.

Laberintos

En el viaje me encontré con el artículo de Umberto Eco que mencioné. ¿Por qué un lingüista se interesa por el laberinto? La búsqueda de una lengua perfecta es la ilusión de que sea como un laberinto univiario, como los de Anatolia, Egipto y Creta. Tiene una única entrada, la misma que la salida, y un único recorrido posible, que conduce mediante rodeos al centro, al lugar de lo sagrado, de la Verdad.

Es sorprendente que el mito del Minotauro supone un laberinto en el que se puede entrar pero no salir. Sin embargo el modelo del de Creta, como lo muestra una antigua moneda encontrada en Cnosos, permite salir por el mismo y único camino por el que se entró.

En la clasificación que propone Eco, ese es el primer tipo. El segundo es el denominado multiviario, el que conocemos como dispositivo lúdico. Tiene diversos recorridos posibles y cul-de-sacs, es preciso decidir a cada paso qué pasillo tomar. Puede no tener centro y la entrada puede ser también la salida.

Un tercer tipo es el laberinto manierista, en cada encrucijada hay una bifurcación, tiene la estructura del algoritmo informático: o A o B, en cada esquina una alternativa binaria. Este laberinto presenta una gran cantidad de caminos; solo uno lleva al exterior y todos los demás son callejones sin salida. Es un árbol binario, en él toda elección es o verdadera o falsa.

Este es el modo en que Freud, en su neurología primitiva, imaginaba la red neuronal en el “Proyecto…”. Como sabemos, esa neurología era la ficción en la que apoyaba su incipiente teoría del psiquismo y, por lo tanto su método terapéutico: la recuperación del recuerdo reprimido. Un árbol binario por un lado, por el otro un laberinto univiario que conduce a la escena traumática originaria, a la rememoración y la disolución del falso enlace.

Finalmente un cuarto tipo lo constituyen los laberintos rizomáticos. Se trata de aquellas redes en donde cada punto puede conectarse con todos los puntos restantes, en una sucesión que no tiene término teórico y que puede extenderse al infinito. El rizoma no es una raíz sino un tallo subterráneo. Puede crecer en cualquier dirección y, si se lo corta en cualquier punto, vuelve a crecer. A veces forma bulbos o tubérculos, una estabilización del crecimiento que no detiene sin embargo la dinámica. A esta lógica responden también los fractales, sistemas en los que la misma estructura se repite de manera aleatoria e infinita, como los cristales de nieve o las hojas de los helechos. También pueden considerarse de estructura rizomática las bandadas de pájaros o los cardúmenes de peces que se configuran y transfiguran permanentemente.

Para Borges el laberinto es una figura del infinito, lo que, podría objetarse, no resulta útil para modelizar el trabajo de un análisis. En cambio, dice Eco: No vale la pena preguntarse si el rizoma es finito e ilimitado, o limitado pero infinito: lo esencial es que no tiene exterior y por consiguiente no tiene fronteras. Cada ruta puede ser la correcta, siempre y cuando uno quiera ir hacia dónde va y cada punto puede estar unido a cualquier otro punto. El rizoma es por ende el lugar de las conjeturas, de las apuestas, de los azares, de las reconstrucciones, de las inspecciones locales descriptibles, de las hipótesis globales que debe ser continuamente replanteadas, pues una estructura en rizoma cambia de forma constantemente.

Los símbolos no pueden tener un significado definido, y su lectura es por lo tanto infinitamente abierta. Ya no hay una búsqueda del código.

Sobre este punto afirma Esther Díaz: Las lenguas también se construyen de manera microfísica. La lengua no es una unidad en sí misma; es un cúmulo de dialectos. Y cuando se estabiliza —la hablada en las capillas, en la comunidad científica, en las capitales, en los cenáculos— hace bulbos, aunque su evolución se sigue desarrollando mediante flujos subterráneos.

Nuestro trabajo ya no aspira a encontrar la pieza faltante del rompecabezas ni a alcanzar el recuerdo del trauma originario. Tampoco remitimos permanentemente las asociaciones del paciente a la estructura edípica, reafirmando en cada sesión lo que ya sabemos o traduciendo los padecimientos del sujeto a los lechos de Procusto de los conceptos que conocemos. Es necesario también poner en cuestión la idea de un “fantasma fundamental”, Minotauro del goce, promovida por un lacanismo apresurado. Esos son laberintos en cuyo centro habita un Asterión aburrido como el de Borges, callejones sin salida o, más bien, recorridos de los que se sale igual que como se entró.

El trayecto de un análisis es impredecible, no busca nada, sólo encuentra en el camino líneas de fuga, que pueden conducirlo a lugares inesperados. Todos podríamos dar numerosos ejemplos de esto, cuando una intervención que sorprende al propio analista produce un viraje que se aparta de la noria repetitiva.

Creo por todo esto que el laberinto que nos conviene, el más fecundo para nuestro arte, es la metáfora del rizoma y no la del árbol.

Instrumentos de navegación

La cartografía fue una disciplina necesaria especialmente para los pueblos de navegantes. Para llegar de un lugar a otro en tierra firme, siempre hay alguna señal indicativa: un árbol retorcido, un montículo, un arroyo, una cañada. Pero en alta mar sólo hay cielo, mar y horizonte, todo igual. En noches claras están las estrellas, que vuelven siempre al mismo lugar, como decía Lacan de lo real. Y es así como se construyeron los instrumentos que permitían orientarse: la carta náutica, la brújula, el astrolabio o el sextante. Hace algunas décadas todo eso pasó a ser material de museo. El GPS se impuso a la paciente artesanía de pilotear una nave y la inteligencia artificial reemplazó la destreza del marino.

Uno de los apartados de mi último libro se titula “Instrumentos de navegación” y lleva la ilustración de una rosa de los vientos. Se agrupan allí cuatro capítulos referidos a la abstinencia y neutralidad, la elasticidad de la técnica, la eficacia y las resistencias del psicoanálisis. Diría que esos son los instrumentos que utilizo en mi clínica para orientar la cura.

Aquí viene en mi ayuda Herman Melville, de quien Borges dijo que “siempre fue suyo el mar”. Cuenta en Moby Dick, monumental fábula sobre la persecución metafísica de la ballena blanca:

“…Tras una larga y atenta observación de horas diurnas, cuando la noche esconde al animal, la mente sagaz del cazador establece su rumbo, como el piloto sitúa la costa, de manera que gracias a la destreza del cazador, la proverbial evanescencia de algo escrito en el agua, como es la estela de una ballena, se vuelve tan indeleble como la tierra firme.”

Mente sagaz y destreza es lo que podemos pretender.

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Referencias

Borges, J.L. (1974). Del Rigor en la Ciencia. En Nuevas Inquisiciones. Emecé.
Caillois, R. (1970). Intenciones. Sur.
Deleuze, G, & Guattari, F. (2008). Mil mesetas. Introducción. Pretextos.
Díaz, E. (2007). Para leer “Rizoma”. En Entre la tecnociencia y el deseo (pp. 89-108). Biblos.
Eco, U. (1987). La línea y el laberinto. Las estructuras del pensamiento latino. Revista Vuelta, pp. 18.
__. (2016). La búsqueda de la lengua perfecta. Crítica.
Freud, S. (1984). Historia del movimiento psicoanalítico. En Obras Completas. Amorrortu.
Guattari, F. & Rolnik, S. (1995). Micropolítica. Cartografías del deseo. La Marca.
Kaminski, G. (comp.). )1995). Prólogo: un bricolaje existencial. En F. Guattari, Micropolítica. Cartografías del deseo. La Marca.
Martínez Sarasola, C. (2004). Identidad y lazo social. Grama.
Perlongher, N. (2016). Los devenires minoritarios. Diaclasa.net.

Notas

El árbol ya es la imagen del mundo o bien la raíz es la imagen del árbol-mundo

La lógica binaria es la realidad espiritual del árbol-raíz.

La lógica binaria y las relaciones biunívocas siguen dominando el psicoanálisis, la lingüística y el estructuralismo, y hasta la informática.

Un rizoma se distingue de las raíces y las raicillas.

Caracteres generales del rizoma:

1 y 2 – principios de conexión y heterogeneidad, cualquier punto del rizoma puede ser conectado con cualquier otro, y debe serlo, esto no sucede en el árbol ni en la raíz, que siempre fijan un punto, un orden.

3 – principio de multiplicidad, no hay Uno.

4 – principio de ruptura asignificante. Un rizoma puede ser roto, interrumpido en cualquier parte, pero siempre recomienza según esto o aquella de sus líneas, y según otras. Las hormigas y las ratas son rizomas, no se las puede destruir porque no cesan de reconstruirse.

5 y 6 – principio de cartografía y de calcomanía. Hacer mapa y no calco. El calco siempre vuelve a lo mismo, el mapa tiene múltiples entradas.

Las pulsiones y objetos parciales no sin ni estadios en el eje genético, ni posiciones en una estructura profunda: son opciones políticas para problemas, entradas y salidas, callejones sin salida cuando el niño vive políticamente, es decir, con toda la fuerza de su deseo.

Los sistemas arborescentes son sistemas jerárquicos que implican centros de significancia y de subjetivación, autómatas centrales como memorias organizadas.

El deseo siempre se produce y se mueve rizomáticamente, Siempre que el deseo sigue un árbol se producen repercusiones internas que lo hacen fracasar y lo conducen a la muerte; pero el rizoma actúa sobre el deseo por impulsos externos y productivos.

https://estherdiaz.com.ar/textos/rizoma.htm

En contraposición con las teorías dicotómicas, en “Rizoma” se señala que las unidades más que dividirse se diversifican, que aun las raíces pivotantes se prolongan en múltiples raicillas.

El rizoma no es una raíz sino un tallo subterráneo. Se extiende bajo la tierra adquiriendo formas imprevisibles, estalla sobre la superficie regalando una planta, y otra, y otra. Varios metros separan, a veces, una mata de sus múltiples vecinas, conectadas todas a un mismo rizoma. Bajo la superficie, el rizoma de pronto forma bulbos; de pronto, tubérculos. También se proyecta hacia arriba, hacia abajo. Si es cortado en alguno de sus tramos, se lanza nuevamente a la aventura de crecer. Tiene formas diversas, desde su extensión superficial ramifica en todos los sentidos hasta sus concreciones exteriores e interiores.

Las lenguas también se construyen de manera microfísica. La lengua no es una unidad en sí misma; es un cúmulo de dialectos. Y cuando se estabiliza —la hablada en las capillas, en la comunidad científica, en las capitales, en los cenáculos— hace bulbos, aunque su evolución se sigue desarrollando mediante flujos subterráneos. En cualquier momento puede devenir aérea, abandonar la tierra, oxigenarse. Si se encierra en sí misma comienza a perder intensidad. Necesita lo heterogéneo y las conexiones con el afuera. Encerrarse en sí mismo es impotencia. El rizoma se conecta continuamente con lo diferente.