2024: El problema economico - Vol XLVI nº 1

Sergio Larriera: Nacido en Buenos Aires en 1941, inicia su destierro en España en 1978. Allí ejerce como practicante del psicoanálisis en la ciudad de Madrid. En 1981 funda con Jorge Alemán la Asociación Serie Psicoanalítica. De la larga colaboración entre ambos las publicaciones Desde Lacan: Heidegger (2009) y Razón Fronteriza y sujeto del inconsciente. Conversaciones con Eugenio Trías (2020) son un buen reflejo. Actualmente es miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de España y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Desde 2016 es Presidente del Círculo Lacaniano James Joyce. Sus últimos libros: Artefactos Intrascendentes (2019), Sobre la tierra (2022) y En los bolsillos de Leopold Bloom (2023).

Más allá: un sintagma inquietante para quien no estuvo nunca cerca de los dioses. Pero como llevo más de medio siglo en la indagación de lo asombroso, puedo aceptar el reto que, en forma de cordial invitación, me ha dirigido el director de la revista Psicoanálisis, Daniel Glasserman. Dado que, por cuestiones orgánicas no puedo volver a la tierra natal, agradezco la ocasión de este retorno literal. Si el exilio es un estado superior del espíritu, sin Dios, sin Rey, sin Padre, el destierro, en cambio, suele acompañarse de ira, de nostalgia, de dolor.

Entrando en materia, si el destierro es síntoma, el exilio es sinthoma. Un sonido, dos escrituras. En lacanés, symptôme/sinthome. De su escritura, la de Lacan, me valdré para atender a esta llamada del más allá. Concretamente, usaré signos de su topología de sacos y cuerdas.

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Daré, en principio, las coordenadas de la localidad marítima en la que circunstancialmente me hallo: 42º 52´ 57´´ N y 9º 16´ 20´´ W. El lector habrá comprendido al instante que me encuentro en la Costa de la Muerte, sentado ante la Remington analógica, contemplando el Océano Atlántico reventando olas contra la escarpada orilla. Más allá, “plus ultra”, el continente americano. Pero antes de eso, este lugar fue considerado el final de la tierra: “non plus ultra”, es decir, nada hay más allá.

Este vaivén han sido siglos de enunciados, de controversias, de combates.

Mucho más modestamente, trataré de situar la noción de “más allá” en la experiencia analítica, sirviéndome, como dije, de la cadena de tres nudos que se conoce como “nudo borromeo”. Debo presentar para ello unas nociones mínimas que, aunque para la gran mayoría de lectores serán harto conocidas, sin embargo no implican un gran desperdicio de lectura, pues cada escribiente se equivoca a su manera al exponer. Disentir con un adversario es esencial al pensamiento, lo cual es radicalmente diferente a pelear con un rival. Esta enseñanza de Heidegger la incorporé tras años de análisis.

“Lo que habla”

Durante el Seminario 21 que Lacan dictó en 1974, Les non dupes errent (homofonía Los no incautos yerran y Los nombres del Padre. Les noms du père), las tres dimensiones del espacio que habita el hablante quedaron localizadas en el nudo borromeano: «¡Al fin! ¡Esto es lo que habla!» exclamó. Habían transcurrido veinte años desde que presentara por primera vez la articulación de esas tres dimensiones, en una conferencia que llevaba por título «lo simbólico, lo imaginario y lo real», pronunciada en 1953.

Durante esos veinte años esas tres dimensiones habían constituido el entramado de sostén de su discurso y de todas las innovaciones que presentaba, tanto de la teoría analítica como de la práctica. Pero sólo al articularlas en el nudo borromeo pudo decir «¡al fin!». El hallazgo del nudo (1972) que le fue proporcionado por una persona que asistía a las clases del matemático Guilbaud, permitió a Lacan situar en el mismo muchas cuestiones del psicoanálisis, reordenando todo lo anterior y abriendo, con las nuevas conexiones establecidas, infinidad de problemas inéditos. Según él mismo relata, ni bien entró en contacto con el nudo supo que era la estructura que ofrecía la topología propia de sus tres dimensiones: “Tuve inmediatamente la certidumbre de que eso era algo precioso para lo que tenía que explicar. Relacioné de inmediato los redondeles de cuerda, las tres consistencias con lo que había reconocido ya desde el principio de mi enseñanza.” (Seminario 22, RSI, 18-3-1975).

Un nudo es una curva unidimensional (1-espacio) inmersa en un espacio de tres dimensiones (3-espacio) cuyos extremos se unen. Ese nudo, al pasar a escritura, se traslada a un plano (2-espacio). Con una cuerda modelizamos la curva unidimensional, pero esa cuerda en cuanto que tiene un volumen, ya está por ello en el espacio tridimensional, lo cual nos permite unir esos extremos. En 1-espacio no se puede maniobrar, la estrechez del espacio lo hace imposible. En el 3-espacio manipulamos a placer con las cuerdas que nos han servido como modelos de los nudos. Para ahondar en estas cuestiones de nudos, cadenas y trenzas, recomiendo el libro de Fabián Schejtman (2013).1

La propiedad borromea de un nudo está constituida por una peculiaridad de corte: al cortar uno cualquiera de los redondeles de cuerda que lo constituyen, todos los demás quedan sueltos. Por el hecho de que un solo corte hace que se suelten los tres elementos, el nudo fue utilizado por la familia de los Borromeo (de donde recibe su nombre) para simbolizar una alianza triple, quienes lo constituyeron en emblema de su escudo familiar. La unidad borromea, estructura mínima que hace posible mostrar el efecto de corte, está constituida por tres redondeles de cuerda. Hay sólo un modo de articularlos para obtener un nudo borromeano. El modo correcto de realizar el anudamiento es mediante el trenzado. Se puede construirlo tomando tres cuerdas de diferentes colores y efectuando los movimientos propios de la construcción de una trenza. Tras realizar seis movimientos se procede a unir los extremos de cada una de las cuerdas, es decir, se unen los extremos del mismo color. Se obtienen tres redondeles de cuerda que no se pueden separar, pues están enlazados. Si ahora se procede a cortar uno cualquiera de los tres redondeles, se comprueba que los otros dos quedan sueltos: un solo corte separa tres redondeles; es la propiedad borromeana.

1. Sinthome, ensayos de clínica nodal. Grama Ediciones, Buenos Aires, 2013.

Ese modo de construir el nudo implica la utilización de determinados objetos, las tres cuerdas y la realización de ciertos movimientos de las manos del operador, los procedimientos de trenzado, ocurriendo todo ello en el espacio físico de tres dimensiones.

A Lacan siempre le interesó la puesta en el plano de los diversos nudos y cadenas que había ido utilizando en los últimos años de su enseñanza. Pasar al plano una construcción realizada en tres dimensiones implica producir ciertas catástrofes de la presentación, inevitables en tanto el paso del volumen al plano significa la pérdida de una dimensión. El nudo, construido en un 3 espacio, un espacio tridimensional, es trasladado a un dibujo, para lo cual se debe pasar a un 2 espacio, a una superficie. En otras palabras, el objeto en cuestión, el nudo, se transforma en una escritura, por lo cual exige cierta convención.

Si se observa con detenimiento el dibujo, se comprueba que los tres redondeles se cruzan unos con otros, pero de un modo tal que no constituyen intersecciones, sino que se trata de superposiciones de los distintos trazos, pasando unos por arriba y otros por debajo, sin intersectarse. Siguiendo el trayecto de un redondel cualquiera, se ve que pasa una vez por arriba de otro, e inmediatamente por debajo del siguiente, para volver, en el próximo cruce, a pasar por encima. Y así siempre; lo mismo vale para todos los redondeles.

Estas superposiciones de los distintos trazos, resultantes de la puesta en plano del nudo, son esenciales a la estructura borromea, siendo efecto de la operación de trenzado necesaria para su construcción. Por eso la puesta en plano debe respetarlas, reflejándose mediante esta convención de la escritura la peculiaridad de los cruces.

Una vez producida la puesta en plano del nudo se puede identificar cada uno de los redondeles con una de las dimensiones. Al presentar anudadas las tres dimensiones, se ha conseguido que ninguna de ellas desempeñe un papel hegemónico sobre las otras. Dado que la propiedad borromeana se demuestra al cortar uno cualquiera de los tres redondeles, debiendo como consecuencia quedar sueltos todos ellos, debe entenderse que ninguno prevalece en importancia. Es como nudo que puede considerarse que las tres dimensiones alojan al serdiciente, el ente que habla y que, al hablar, dice ser. El nudo torna equivalentes a las tres dimensiones, R, S, I, que consideradas en sí mismas son absolutamente heterogéneas.

A la propiedad borromeana revelada por el corte de uno de los redondeles con la liberación subsiguiente de los tres, hay que añadir otras propiedades, ya específicas de la identificación de cada uno de los redondeles con las dimensiones R, S e I.

Pues cada una de las tres consistencias posee, a su vez, tres propiedades:

  1. Propiedad simbólica, que es la de circundar, en tanto redondel, un agujero «central»; es una propiedad simbólica porque gracias al agujero resulta concebible que los tres redondeles se anuden.
  2. Propiedad imaginaria, es decir, el hecho de que una cuerda consiste en algo que se presenta como la imagen de un cuerpo, el cuerpo del redondel de cuerda. Es la consistencia.
  3. Propiedad real, la cual se pone en juego al construir el nudo; se puede ver que el tercer redondel, el que anuda, de algún modo ex-siste a los otros dos, teniendo aquí el vocablo ex-sistencia el significado de “sostenerse por fuera de…” es decir, de ex-sistir.

Estas tres propiedades pertenecen a cada uno de los redondeles, a cualquiera de ellos. Debido a que cada redondel consiste en una imagen, circunda un agujero y ex-siste a los otros dos, al anudarlos del modo descrito configuran el nudo.

La presentación nodal de la estructura le permite a Lacan distinguir ciertos puntos privilegiados, puntos constituidos por el triple calce de las tres dimensiones. Hablar de “punto” en referencia a algo que queda delimitado por tres segmentos de arco exige una aclaración. Pues un punto, en geometría, es un elemento de dimensión cero determinado por la intersección de dos rectas. Al respecto, Lacan acuña otro neologismo: “el punto euclídeo no dimensia”. Pero lo que él quiere es definir el punto de otro modo, no quiere hacerlo según los cánones de la geometría euclídea sino que quiere definirlo por el calce de las tres dit-mansions (término homofónico con dimensions, pudiendo traducírselos como mansiones del dicho y dimensiones). Se trata del calce borromeano de tres redondeles, de tres segmentos de arco y no de la intersección de los mismos. Que se caracterice el punto como “calce” implica la movilidad de los tres arcos, pudiendo cernirse al apretar el calce algo irreductible, un espacio que no se puede eliminar por más que se ciñan los tres segmentos que lo circundan. A ese espacio central irreductible constituido por el apretamiento extremo de los tres arcos, Lacan lo denomina “punto”. Se podría decir que, si el punto euclídeo “no dimensia”, el punto lacaniano en cambio “tri-dimensia”, pues es un punto tridimensional. Pero ya no se trata del espacio euclídeo, sino de las tres dimensiones en que habita el serdiciente. De allí que el punto-agujero resulte del calce de las mismas, siendo un agujero nodal. Punto que no está delimitado por bordes fijos, puesto que el calce borromeano impide la fijación de los límites, propiciando que éstos se deslicen unos sobre otros.

Hechas estas caracterizaciones del punto-agujero se puede ver que en el nudo aplanado hay siete puntos que reúnen tales características. En esta exposición sólo se hará referencia a cuatro de ellos. Esos cuatro puntos-agujero son el punto central (a) y los tres puntos inmediatos, el del sentido (s), el del goce fálico (J φ) y el del goce del cuerpo (JA).

Respecto del que puede ser denominado punto central del nudo y que se escribe (a) minúscula, se notará que, de acuerdo a las propiedades ya señaladas de cada redondel, este punto central está constituido por la triple ex-sistencia de (a):

  • (a) en tanto imaginario, ex-siste al goce fálico.
  • (a) en tanto real, ex-siste al sentido.
  • (a) en tanto simbólico, ex-siste al goce del cuerpo.

Los tres puntos-agujero de goce

La triple ex-sistencia de (a) lo constituye en un límite de tres fronteras: en un “agujero catenario”. Opera, en tanto tal, como límite de cada uno de los puntos mencionados: Hay que insistir aquí en lo expresado poco más arriba, en que en cada una de las dimensiones del nudo la propiedad real es la ex-sistencia, de allí que se diga que (a) es real, pues es el único punto-agujero en que se cumple la condición de ex-sistencia para los tres puntos-agujero de goce (parcial). Es real pues, en tanto funciona como límite, resulta imposible de alcanzar en los tres puntos de goce. Esta noción de imposibilidad es central en la lógica lacaniana a la hora de caracterizar lo real: «lo real es imposible» es una de las definiciones más difundidas. De tal modo que el objeto (a) puede, en este enfoque, ser definido como el imposible objeto de una aspiración, explicando así su función de “causa del deseo”.

El ser hablante, alojado en el nudo de las tres dimensiones del decir, localiza sus diferentes modos de gozar en esos tres puntos (cada uno constituido por el triple calce de las tres dimensiones). Un hablante goza de la producción de sentido: hay un indudable goce del sentido, es decir, se disfruta hablando. Y no solamente se disfruta hablando sino que, muy especialmente se goza proponiendo sentido y descifrando el sentido oculto. El serdiciente es un apasionado hermeneuta. Por otro parte, hay un goce localizado, un goce de órgano llamado goce fálico. Finalmente, en un tercer punto de goce, denominado “goce Otro” se pone en juego el cuerpo en su alteridad, tanto si se refiere al cuerpo del compañero sexual como al propio cuerpo. Se trata de gozar del cuerpo pero no en tanto imagen, no en tanto superficie, sino del cuerpo como “interior”, por lo cual no está localizado en ningún órgano que cumpla con la función de sostenimiento del falo, de manera que es un goce en el que no interviene el falo. Se trata del cuerpo en su dimensión material, es un goce “material” del cuerpo. El prototipo de este tipo de goce es el llamado goce femenino, es decir, aquel modo de gozar de la “interioridad” del cuerpo que no espera nada de ningún tipo de satisfacción fálica. El goce místico corresponde a esta modalidad, siendo un goce que se experimenta en el cuerpo, en una relación de exterioridad respecto de la dimensión de lo simbólico (a la cual pertenece esencialmente el falo, en tanto es un significante privilegiado, el significante del deseo).

Por su parte, el goce fálico es el ejemplo por antonomasia de lo que es un goce parcial. Es el resultado de una subsunción de las pulsiones al orden fálico, con la consecuente hegemonía de lo simbólico sobre la satisfacción pulsional, la cual pasa de su condición de acefalía a estar ordenada por el falo, o sea, se hace posible el surgimiento de un sujeto de deseo. Bajo la hegemonía del falo, una parte de ese goce pulsional acéfalo pasa a constituir un goce parcial para el sujeto, el cual se posiciona respecto de los correspondientes objetos pulsionales en el fantasma. En el goce, fálico, goce sostenido en el significante “falo” y garantizado por la castración, se goza de la imagen del cuerpo, ya sea como imagen total o como imágenes parciales. El falo actúa ordenando el goce en función de las diferencias sexuales —ya sea para aceptarlas o rechazarlas, pero siempre gozando en función de ellas— y en relación, a imágenes del cuerpo.

Se goza de la apariencia corporal, del cuerpo como superficie. Pero el goce fálico es siempre un goce parcial que no logra atravesar el límite imaginario, es decir, no logra ir más allá de la superficie de la imagen corporal que fascina. Aspirando a reunir al sujeto con la Cosa, no logra ir más allá de la apariencia imaginaria, o sea, del surgimiento objetal imaginario de la Cosa. Pero la Cosa permanece siempre irreductible a las diferentes maniobras mediante las cuales el serdiciente intenta reducirla a una sustancia. De lograrlo, quedaría asegurado el ser sexual, haciendo posible la relación entre sexos.

La Cosa no es sustancia ni es objeto. Los objetos surgen trazando sus fronteras, pero aquella se sustrae desde siempre perdida. La Cosa, entendida como lugar, es lo que quedó expulsado (expulsión, exclusión, ex-sistencia) en el origen mismo.

Los tres goces son, a diferencia de lo que puede considerarse como goce absoluto, goces no totalizables, aunque el ser hablante, instalado en cada uno de esos puntos de goce, aspire a totalizarlos. ¿De qué manera? Tendiendo a hacer de cada uno de esos espacios topológicos un espacio cerrado; el hablante aspira a incluir en cada uno de los tres goces el límite que, estructuralmente, les ex-siste. Un conjunto cerrado incluye su límite, mientras que cuando es abierto no lo incluye.

¿Qué consecuencias tiene para el parléser que cualquiera de los tres goces incluyese el límite? La consecuencia sería que el punto central del nudo, el punto denominado (a), al quedar incluido en el conjunto cerrado correspondiente, sufriría una sustancialización. Pasará de ser algo ex-sistente al goce parcial a ser una sustancia incluida en el goce, resultando de ello una aparente absolutización del goce de que se trate. Esto conduce a una suposición de ser: el ser sexual, como el ser semántico y el ser divino se aseguran ilusoriamente mediante la sustancialización de (a) en los respectivos puntos de goce fálico, del goce Otro y del sentido. El punto central del nudo es un punto vacío que inexorablemente, cada vez, llevará al sujeto a padecer los efectos de una sustracción: la diferencia entre el goce esperado y el goce obtenido.

En el caso del goce fálico, la sustancialización de (a) que implica la suposición de ser sexual (asegurando así una relación lógicamente inscribible entre hombre y mujer) se sostiene en el fantasma. Esta formación, fuertemente imaginaria, le proporciona al sujeto el objeto de su goce, estableciendo lo que Lacan ha llamado “un falso ser”.

En el contexto de su utilización del nudo borromeano (Seminario 20, Aún, 1973-74) Lacan puso en conexión diversas cuestiones: el pensamiento, el lenguaje, el cuerpo y la función eminentemente psicoanalítica del goce. El hecho de que la estructura del pensamiento esté sostenida por el lenguaje lo conduce a interrogarse por la inercia de este último. Tendencia del significante a combinarse y sustituirse y que hace que no haya otra manera de pensar que dejando a la lengua que cumpla su labor, avanzando de la única manera en que puede hacerlo: «torciéndose y enrollándose, contorsionándose…» No hay otra manera de pensar para un ser hablante —un ser hablante no es otra cosa que «un cuerpo que habla»—. De la inercia del lenguaje se tiene un buen ejemplo en lo que es la matematización, proceso que evidencia la inercia del lenguaje matemático, inercia por la cual los matemas parecen ir funcionando y produciendo nuevos resultados casi independientemente de ninguna voluntad. Como adecuado soporte para la inercia del lenguaje, Lacan propone «la idea de cadena, o la de cuerda, de cabos de cuerda que forman redondeles y que, no se sabe muy bien cómo, se engarzan unos con otros». Tras concebir las cosas en estos términos puede establecer la relación entre los nudos de cuerdas y el goce, «goce que se revela como sustancia del pensamiento». El nudo justamente hará posible la localización de los diferentes tipos de goce.

A las sustancias cartesianas, la «res cogitans» y la «res extensa«, Lacan las contrasta con el goce entendido como «sustancia gozante». De haber alguna sustancia en el psicoanálisis, esa es la sustancia gozante, sustancia esencial a la estructura misma del pensamiento. Si para Descartes pensamiento y cuerpo se diferencian como dos sustancias, para el psicoanálisis no pueden ser articuladas si no las anuda el goce, la tercera sustancia. Si el cuerpo en tanto «cuerpo que habla» es el soporte necesario del pensamiento, no puede separarse tal cuestión del hecho de que el goce es inherente al cuerpo: no hay cuerpo sin goce (como tampoco puede concebirse el goce sin cuerpo). De ahí que el motivo que mueve a Lacan a utilizar el nudo es mostrar, en la copertenencia de pensamiento y lenguaje, de qué modo se manifiesta la sustancia gozante en un cuerpo que habla. De tal modo que el cuerpo viene a desempeñar una función especialmente destacada puesto que, así como no se puede concebir un goce que no esté suponiendo un cuerpo en el cual se encarna, tampoco se puede hablar de pensamiento si no se lo supone soportado en el cuerpo. Pero que pensamiento, lenguaje y cuerpo se articulen complejamente poniendo en juego la dimensión del goce no significa que de ello pueda deducirse nada que justifique el empleo de la categoría del ser. Para Lacan no hay otro ser que el ser que se dice, el ser no es más que una suposición. Deducir del hecho de pensar que hay algún ser es una operación errónea. Cuando el «yo» cartesiano, el «yo» del «je pense» se desliza hacia el ser, el ser del «je suis«, se procede a una sustancialización que no es otra cosa que el efecto imaginario de atribuir consistencia a lo que era una pura señal de la emergencia puntual y evanescente del sujeto. Al tomar como referencias esenciales al inconsciente y al fantasma, el psicoanálisis postula que sólo hay ser fantasmático, que sólo en el fantasma puede afirmarse «yo soy». La operación analítica debe poner en suspenso a ese «falso ser» para conducir hacia el pensamiento inconsciente. Operación que se enuncia: yo no soy para pensar.

Esos son los pasos iniciales de la transformación del serdiciente en parléser, que es el sujeto dividido del psicoanálisis, dividido por el significante y afectado por el goce. En ese tránsito se trata de la desilusión por la diferencia entre la sustancialización del ser a la que todos aspiramos, fraguando y padeciendo identidades e ideales, y la imposibilidad de lograr ese absoluto. Fantasmas que sostienen el anhelo de sustancializar lo que sólo es un decir del ser. Intento de alcanzar “el más allá de” los límites que el objeto a impone a cualquier pretensión de franquear el horizonte, de trascenderlo. La triple ex-sistencia del objeto a torna imposible el goce absoluto. Condenado a goces parciales, goces cuya plenitud es imposible, el serdiciente gozará parcialmente, como deseante, de la aspiración al ser: del ser divino, del ser sexual y del ser semántico, sólo experimentará momentos ilusorios, momentos que sostendrán la ficción de ser. Dicha ficción alimentará con mayor o menor éxito el entramado de identificaciones, siendo la complicidad entre la identificación y el supuesto ser lo que apuntale una identidad.

Mi ser, eso que defiendo a capa y espada, apasionadamente, con amor, odio e ignorancia, eso, lo absoluto de mi ser, no es más que una suposición, y mi ex-sistencia no es más que el enlace de los límites de mis modos de gozar, escapando a toda captura posible lo que se presenta como objeto, pues se rehúsa como Cosa. La Cosa es un lugar vacío.

Y si Finisterre pudo sostener la pretensión de ser el fin de la tierra en el “non plus ultra”, pudo ser el centro del grito imperial del “plus ultra”. Tanto una como otra son expresiones de la relación partes extra partes de las rígidas coordenadas del mundo humano.

Cuestiones que puede sostener el serdiciente, pero que jamás podrán servir para localizar al parléser, cuyo hábitat es el lenguaje, a cuya esencia se puede acceder en el decir de un análisis, alcanzando “el único sentido de la vida, el sentido del deseo llevado por la muerte”, asunto que ha orientado la experiencia analítica ya desde la temprana enseñanza de Lacan.

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