Alberto C. Cabral: Ex Director del Instituto “Ángel Garma” de A.P.A. (2013/16), donde dicta seminarios desde 1994. Autor de Cuestiones en psicoanálisis (Letra Viva, 2000) y de Lacan y el debate sobre la contratransferencia (Letra Viva, 2009). Co-autor, entre otros, de Itinerari sul perdono (Unicopli, Milán, 2010). Autor de “La formación analítica, en los tiempos del psicoanálisis plural” (trabajo pre-publicado, FEPAL 2014). Co-autor y compilador, junto a Abel Fainstein, de On training analysis Debates (A.P.A. Editorial, 2019).
Resumen: Me ocupo de una tesis temprana y polémica de Lacan, referida a la degradación progresiva de la función paterna en nuestra cultura. Considero que brinda una base sólida para la comprensión de los cambios implicados en el giro cultural contemporáneo y en las estructuraciones subjetivas que promueve. Esto comprende tanto las formas de presentación del malestar que le son propias, como la relación particular a la ley y el predominio de la problemática del acto que se registra en ellas. Me detengo en la afirmación, sostenida en los últimos años por distintos autores dentro del campo lacaniano, que considera a esta tesis como abandonada por un Lacan “maduro”. Destaco por el contrario su insistencia, más allá de las reformulaciones de las que fue objeto, y que fueron dictadas por las elaboraciones sucesivas de la función paterna a lo largo de su enseñanza.
Descriptores: Función Paterna, Cultura, Lacan, Jacques, Subjetividad, Discurso del Amo.
La insistencia de Lacan en subrayar que el inconsciente viene del Otro es solidaria de una concepción no invariable, sinohistóricamente determinada del mismo. Sujeto, entonces, a las transformaciones implícitas en el “giro cultural contemporáneo” (Jameson,1998), que condiciona formas novedosas de estructuración subjetiva y nuevas modalidades de presentación del malestar, a las que nos referimos —no sin cierta vaguedad— como “nuevas patologías”, “patologías del límite” o “clínica de los excesos”.
Me voy a ocupar de una tesis temprana y polémica de Lacan, que a mi juicio brinda una orientación sólida para el abordaje teórico y clínico de estas transformaciones. Es la tesis referida a la declinación progresiva de la función paterna en nuestra cultura.
Lacan la formula por primera vez en su texto sobre “La familia”, en 1948, dónde señala también que la toma de Durkheim, más precisamente, de su “ley de contracción familiar”. Se trata del proceso de reducción progresiva de la unidad familiar, que para Durkheim comienza en el agrupamiento amplio en torno al pater familiae romano (que incluía a su esposa e hijos pequeños, pero también a los hijos varones ya adultos con sus propias mujeres e hijos, además de los esclavos y sus familias) y culmina en la forma restringida de la moderna “familia conyugal” (que abarca tan sólo al matrimonio con sus hijos menores aun no emancipados).
Para Lacan este proceso desborda el registro meramente cuantitativo. Es que si el ordenamiento “clásico” distribuía el ejercicio de la función simbólica de la ley entre múltiples soportes (que podían en conjunto compensar las eventuales inconsistencias de personajes singulares), la contracción del núcleo familiar —al concentrar en forma excluyente esa función en la persona del padre contemporáneo— “la somete en mayor medida a las variaciones individuales” (Lacan, 1948). Este proceso de concentración de la función simbólica puede verificarse también —por fuera del ámbito familiar— en el pasaje de la modalidad artesanal a las formas industriales de producción. En otro texto de la época, Lacan (1953) evoca al respecto la pérdida de eficacia simbólica que se produce con la disolución del lazo tradicional maestro artesano-aprendiz.
En este proceso complejo Lacan cree encontrar el fundamento de una declinación gradual de la autoridad y el prestigio social de la figura paterna. Me interesa subrayar que con ella intenta dar cuenta de una novedad que recoge en su clínica: lo que en ese momento denomina un “enviciamiento narcisista” de la relación al padre (correlativo de la pérdida de su lugar simbólico), con sus consecuencias: una represión incompleta del deseo por la madre y una debilidad en la constitución de los ideales del sujeto contemporáneo. Son las dos características para él distintivas de lo que en ese momento denomina “la gran neurosis contemporánea”, que opone a las neurosis “clásicas” de fines del siglo XIX que fueron el fundamento de la clínica freudiana. Como vemos, la preocupación por “lo nuevo” en las formas de presentación del malestar, formó parte desde el vamos de la orientación clínica de Lacan.
En los últimos años esta tesis de Lacan ha sido cuestionada por algunos de sus comentadores. Es el caso de J. Ritvo (2008) y, en particular, de M. Zafiropoulos (2001a y b), quien ha llamado la atención sobre investigaciones recientes de la escuela sociológica de Cambridge. Éstas contribuyeron al descrédito en los medios académicos de los desarrollos de Durkheim, al cuestionar con datos estadísticos la incidencia efectiva del pater familiae en la sociedad romana. Privada de este respaldo, la tesis de Lacan —para Zafiropoulos— se haría insostenible.
Nos parece una crítica poco consistente. En 1970 Lacan invita a su seminario al egiptólogo A. Cacquot, quien cuestiona con argumentos sólidos las conjeturas de Sellin (el respaldo de Freud en el Moisés). Pero Lacan no deduce entonces la inviabilidad de las hipótesis contenidas en el texto de Freud. Es que la consistencia de una hipótesis surgida de la misma experiencia clínica, no está suspendida del valor de verdad de los fundamentos teóricos que se invocan para respaldarla. Los analistas soportamos cotidianamente esta paradoja en nuestras interpretaciones: sus pretendidos fundamentos teóricos son en realidad racionalizaciones a-posteriori. Es que por su estatuto de acto, la interpretación—cuando es genuina— nunca es un enunciado “deducible” de saberes previos.
Veremos que esta intuición que lleva a Lacan a ubicar en la degradación de la figura paterna el fundamento de las “novedades” que registra en su clínica, se sostiene —aun con transformaciones— a lo largo de su enseñanza. Constituye un “hilo rojo” cuyas modificaciones son solidarias de los desplazamientos que se producen en su elaboración de la función paterna.
Es así como en la primera clase del Seminario VII reformula su tesis inicial en términos más abarcativos: nos hablará entonces de una “declinación radical de la función del amo, condicionada históricamente”, que determina la brecha profunda que a su juicio separa la reflexión ética entre Aristóteles y Freud. En este desplazamiento del “padre” al “amo” (el término maître en francés concentra a la vez los sentidos altamente simbólicos de “maestro” y de “amo”) se opera ya una sutil toma de distancias respecto a la referencia edípica, y es claro que la tesis inicial adquiere un alcance más amplio. El proceso de degradación deja ahora sus marcas en una función simbólica más general (la del amo), que desborda con mucho a la figura del padre, reducido a la condición de un soporte más entre los múltiples efectores de la función simbólica.
Lacan reconocerá un indicador de este proceso de degradación en la dialéctica hegeliana del Amoy del Esclavo: en ella —nos dice— “el amo se transforma en el gran chorlito, en el magnífico cornudo de la evolución histórica”, en tanto es “por las vías del esclavo” por dónde pasan las expectativas y las promesas de progreso. Es una lectura sutil, que hace de la dialéctica hegeliana un síntoma epocal. Y permite subrayar sus diferencias con la reflexión de Aristóteles, que escribía en cambio “en una época en que el amo existe”. Por eso, unos años antes, Lacan (1953) podía ya decir que Aristótoteles dirigía su discurso hacia “amos auténticos” de los que cabía esperar que hicieran “de su poder, justicia, y de las palabras maestras [o palabras-amo] de la ciudad, verdad”.
En la clase inaugural de su Seminario X, Lacan (1962) retoma la tesis que nos ocupa desde otro ángulo. Lo hace al referirse al “encabritamiento” de los caballos de la historia, en el que reside a su juicio el “desasosiego” que de más en más hace presa del hombre contemporáneo. Es una bonita expresión, con la que Lacan evoca explícitamente el Krawalmachen:una de las fuentes de la angustia en Juanito.
¿Cómo entender esta metáfora? Si hasta fines del siglo XIX los grandes ideales del progreso y el iluminismo parecían orientar en forma previsible el carro de la historia, los acontecimientos del siglo XX (mencionemos tan sólo la ferocidad de las dos guerras mundiales, los genocidios, Hiroshima) pusieron brutalmente en cuestión esta visión optimista y esperanzada. La observación sobre el “encabritamiento” de los caballos de la historia anticipa así en casi treinta años la tesis de Lyotard sobre la “caída de los grandes relatos”. Son todas formulaciones que destacan el proceso por el cual los grandes sistemas ideológicos omniexplicativos han visto a lo largo del siglo pasado progresivamente erosionada su aptitud para “dar sentido” al devenir político-social.
Se entiende entonces —es la conclusión de Lacan— que la subjetividad contemporánea se encuentre de más en más expuesta al registro del sin-sentido. Es lo que hace de nuestro acontecer histórico un real-traumático que promueve en forma creciente la angustia y las posiciones subjetivas con ella emparentadas: en particular el pasaje al acto y el acting-out. “Frente a este presente, todos somos Juanito”, parece decirnos Lacan. Es una formulación que las ya más de dos décadas que transitadas del siglo XXI no hacen más que corroborar.
Lacan subraya, a la vez, el carácter sintomal que adquiere en esta perspectiva el surgimiento de la filosofía existencialista: es que solo una época como la nuestra, atravesada por la angustia, podía dar lugar a una corriente de pensamiento que reconoce en la angustia el punto de partida de su reflexión. No puede entonces extrañar que la clínica de la angustia constituya, para quienes seguimos la enseñanza de Lacan, una guía privilegiada para orientarse en el campo de las patologías del límite y el exceso.
Podemos recoger otro indicador de la vigencia de la tesis que nos ocupa en la reseña del mismo Seminario. Lacan (1963) comenta en ella que intentó dar cuenta de “un cambio en el punto de amarre de la angustia” en el sujeto contemporáneo. Recordemos que en las páginas finales del discurso de Roma, Lacan (1953) ya se había referido a los ideales en términos de “amarras del ser”. Es una bonita expresión para aludir al rol estabilizador de la posición subjetiva que provee el ideal: cuanto mayor es su solidez, tanto mayor es el resguardo del sujeto ante la emergencia de angustia. Y resulta claro que en la trama estructurante que Freud intentó aprehender con el mito edípico, el ideal del yo es un relevo de la función paterna. No puede extrañar entonces que la degradación de esta última determine un cambio en el “punto de amarre” provisto por los ideales, que retoma la observación sobre su fragilidad que ya en el texto de La Familia Lacan señalaba como un rasgo contemporáneo.
Reparemos que en estos análisis Lacan ubica el rasgo de degradación en los dispositivos simbólicos (las ideologías, los ideales) con que la cultura procesa lo traumático. Es una perspectiva que subraya el déficit del lazo social en la tarea de regulación del malestar (del goce, en términos de Lacan). Años más tarde la retomará al señalar una tendencia creciente en nuestra cultura a la sustitución del discurso del Amo por los discursos universitario y capitalista.
Pero vayamos más despacio. Recordemos que entre los cuatro matemas que participan de la escritura de los discursos (S1, S2, $ y a), en una primera lectura brilla por su ausencia la referencia al padre. Por eso Zafiropoulos puede sostener la “virtual desaparición” de la tesis sobre la degradación de la función paterna en el último Lacan.
Zafiropoulos pasa por alto que el significante-amo (S1), uno de los cuatro matemas, constituye la versión más formalizada de lo que en sus primeras elaboraciones Lacan intentó aprehender con su referencia al padre. Es por ello que en este momento de su enseñanza anuda explícitamente el efecto de castración a la función del S1, que articula en forma más rigurosa (más “desimaginarizada”) las funciones previamente asignadas al padre edípico y al ideal del yo.
Las vicisitudes de la función simbólica paterna podrán rastrearse ahora en los destinos del S1, ya anticipados en la referencia a la pérdida de prestigio de las “palabras maestras de la ciudad”. Es una pérdida que Lacan escribe en términos lógicos al formalizar los discursos universitario y capitalista: en ambos el S1 pasa a ocupar un lugar velado, por debajo de la barra, resignando el lugar de dominio que le reservaba el discurso del Amo.

En torno a este ocaso del S1 pueden agruparse muchos de los rasgos propios de la subjetividad contemporánea: desde el “crepúsculo del deber” señalado por G. Lipovetsky (1994), hasta la “culpa de prohibir” (E. Laurent, 2008), que tan bien expresa la inconsistencia del Amo moderno, pasando por la fragilidad creciente (“líquida”, en términos de Z. Bauman) del lazo social, erosionado en su mismo fundamento identificatorio: el ideal. Son formulaciones que se inscriben en la línea abierta por el aserto de C. Marx y F. Engels, allá por 1848: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Me parece importante precisar que esta declinación del S1 no determina solamente efectos de déficit, sino también excesos. Así, el debilitamiento de la función normatizante del ideal del yo tiene su contracara en el carácter cada vez más perentorio de los mandatos superyoicos, que alimentan los mismos retornos de goce que el ideal debería reprimir. Y promueve, a la vez, la reabsorción por el circuito del superyo de enunciados que inicialmente sostenían rasgos del ideal. En un trabajo reciente, y partiendo de otros presupuestos teóricos, Agustina Fernández (2021) ha señalado la misma dinámica, al referirse al giro por el cual “los ideales pueden tornarse figuras del mal”, para convertirse en “mandatos feroces”.
Tanto más, cuanto que la Zeitgest (“espíritu de la época”) incita ese deslizamiento. El sociólogo estadounidense Jonathan Haidt (2018) ha estudiado la exacerbación de la intolerancia ante la diferencia en los campos más variados (político, religioso, cultural, pero también en relación al cuidado de sí) como un rasgo de nuestra coyuntura.
Subrayemos, por último, el fenómeno de la desvergüenza, que aporta la nota de obscenidad que tiende a impregnar la escena contemporánea (la política incluida): en las redes, pero también por fuera de ellas. Recordemos que Lacan (1970b) articula el fenómeno de la vergüenza con la exposición del $ a un S1. Esto es, a un significante de autoridad: todos sabemos que no es lo mismo experimentar un lapsus ante un grupo de pares, que ante un personaje que reconocemos como referente.
La tesis de Lacan es que los discursos universitario y capitalista promuevan sistemáticamente las figuras del cinismo y la desvergüenza en la subjetividad contemporánea. Es que ambos escriben en términos lógicos el “eclipse” o el “ser arrastrado hacia abajo” que hasta ahora evocamos figuradamente para los S1. Pero el universitario, además, porque genera una disyunción (en la parte inferior de su escritura) entre los lugares de S1 y de $, que desarticula el fundamento subjetivo de la vergüenza.
Lo que está en debate (también entre analistas de orientación lacaniana), es si este eclipse de los significantes-amo ha aumentado en términos estrictamente cuantitativos, o si sus efectos llegan a cuestionar en la actualidad el carácter hegemónico del discurso del Amo. El mismo que para Lacan es condición de posibilidad del inconsciente freudiano. De ser así, este giro arrastraría consigo “el fundamento de la posibilidad misma de ayuda que nosotros aportamos con la interpretación” (Lacan, 1970).
Es una observación fuerte, que ayuda a entender los “límites de la clínica” analítica que trazan las “patologías del límite”. Es que estas nuevas formas de presentación del malestar, propias de subjetividades no ordenadas por el discurso del Amo, no pueden sino anunciarse mediante impasses y resistencias ante abordajes que desconocen su especificidad.
Son situaciones que requieren del analista intervenciones adecuadas para reinstalar al paciente en el discurso del Amo, como paso previo a todo intento de procesamiento analítico. Lacan (1970) ha jerarquizado en esta perspectiva el rol de la vergüenza: “el agujero de dónde brota el significante-Amo”. Y por ello ha insistido en la eficacia de la función —socrática— del “dar vergüenza”. Con una advertencia: “no demasiado [el exceso supone un deslizamiento superyoico], pero sí justo lo suficiente”.
En un paciente joven el efecto de vergüenza parece haber operado en forma contingente, y por fuera de la escena analítica y familiar. Se precipitó ante su grupo de amigos: al develarse la falsedad de su supuesta asistencia a la facultad, fue censurado severamente, quebrándose la relación. Esto ocurrió unos meses después del fin de un primer análisis con un analista competente, que cursó empero sin mayores logros.
Reconstruido a-posteriori, el episodio (del que recorto la “caída en la vergüenza”) parece haber constituido un punto de inflexión. Es que a partir de él se sucedieron un cuadro depresivo discreto, una reformulación de metas cuyo cumplimiento —para su sorpresa— escapó a su habitual “mañana digo basta”, y al poco tiempo una demanda de análisis dirigida a los padres (en cuya insistencia se había sostenido el primer “análisis”).
Los movimientos que por el momento verifico en esta cura no los imputo a una (supuesta) mayor destreza propia. Me inclino en cambio a atribuirlos a los efectos de rectificación (con los que no contó el primer analista) derivados del re-enlace del sujeto con el significante Amo, que lo tornó accesible a la interpretación.
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Referencias
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Jameson, F. (1999). El giro cultural. Manantial. (Trabajo original publicado 1998)
Lacan, J. (1978). La familia (p. 121). Argonauta. (Trabajo original publicado 1938)
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. (2006). Seminario X: La angustia (Clase del 14/11/1962, pp. 15/16). Pai-dós. (Trabajo original publicado 1962/3) . (1992). Seminario XVII: El envés del psicoanálisis. (A) Clase del 18/2/1970, p. 92/3; y B) del 17/6/1970, pp. 195/8, 204 y 208. C). Apéndice (p. 225), clase de A, Caquot. Paidós. (Trabajo original publicado 1970)
Laurent, E. (2008, 17 de abril). Reportaje. Clarín.
Lipovetsky, G. (2008). El crepúsculo del deber. Anagrama. (Trabajo original publicado 1992)
Ritvo, J.B. (2008, 24 de abril). Ese objeto temido. Página 12.
Zafiropoulos, M. (2002). Lacan y las ciencias sociales. Nueva Visión. (Trabajo original publicado 2001)
Zafitopoulos, M. & Cevasco, R. (2001). Odio y segregación. Acheronta, 13.