Enrique Alba: Médico (Universidad Nacional de Rosario, Argentina). Especialista en Psiquiatría. Psicoanalista. Analista Didacta de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (IPA). Director de Análisis Didáctico y Supervisión de APdeBA.
En “El Problema Económico del Masoquismo” (1924), Freud se va a ocupar de una de las cuestiones que lo preocupan desde sus primeros escritos: la culpa. Recordemos que en su correspondencia con Fliess da cuenta del peso que le da a esta en la formación de síntomas, tanto en los reproches obsesivos como en las identificaciones histéricas que configuran las limitaciones sensorio motrices. Así dice en relación a su paciente Dora: “querías ser como tu madre, pues ahora lo eres en su sufrimiento”. Culpa, dolor, autorreproches, sentimientos ante la muerte, forman parte de los problemas a abordar en la formación de síntomas, y no solo de las neurosis. Melancolía, psicosis, perversiones, ludopatías, no escaparan a esta problemática, que no deja de ser recordados en los caracteres psicopáticos del teatro y la literatura como así también tanto en la vida cotidiana, como en las actitudes ante la muerte y la guerra.
Pero será recién en esta obra de 1924 que encontrará los fundamentos económicos por lo que podrá, conjuntamente con los dinámicos y descriptivos, fundamentar, como él diría, una metapsicología. Fue necesario para esto afirmarse en una perspectiva del psicoanálisis que fuera más allá de sostenerse en el principio del placer, del deseo sexual y la defensa, de la represión y las formaciones sustitutivas, para adentrarse en lo no reprimido de la pulsión, en los diversos destinos en los que esta se desarrolla para dar argumento al goce. Y en este punto comprendió la dificultad de los analistas para que pudieran compartir una palabra que se sostiene en la tensión entre la vida y la muerte, entre Eros y Tanatos. De una vida que no termina en la muerte y una muerte que se sostiene en la vida. Intrincamiento y desentrincamiento de la pulsión en el fundamento del deseo y el amor. Del deseo que se abre a la vida y del amor que coagula en la muerte. Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, dirá Green.
Por eso el problema de la culpa no será ajeno al de la sexualidad, en tanto la culpa será, en principio, por el deseo, sexual. Y así destaca que elmasoquismo moral, es notable sobre todo por haber aflojado su vínculo con lo que conocemos como sexualidad. Porque si el padecer en el campo del amor es tolerado en función de mantener el vínculo con la persona amada,esta condición desaparece en el masoquismo moral. El padecer como tal es lo que importa; pasa a ser la condición erótica del amor si atenerse estrictamente a quien o que lo cause. Y se sostiene como la expresión de una tensión entre el yo y el superyó… sentimiento de culpa (angustia de la conciencia moral) ante la percepción de que no está a la altura de los reclamos que le dirige su ideal. Pero su ideal no solo es una instancia psíquica, sino que también es la representación o huella mnémica de un objeto exterior. No podemos olvidar en esta perspectiva la relación del ideal del yo con el objeto exterior, tal cual se presenta en Psicología de las masas, como así también las palabras de los padres, a las que se fueron sumando la de los educadores, los maestros, y todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública) que conforman al Ideal del Yo (Introducción al Narcicismo).
En esta perspectiva la importancia de la sofocación cultural de las pulsiones va a tomar un nuevo peso el camino de la culpa que lo conducirá al “Malestar en la cultura”, “El porvenir de una ilusión” y el “El porqué de la guerra”. Retoma así sus consideraciones sobre La moral sexual “cultural” y la sexualidad moderna, pero ahora no como los efectos de la represión de la sexualidad ni como la reversión del sadismo hacia la propia persona. Si el masoquismo era secundario, ahora será primario, llamado masoquismo erógeno, que surge directamente del efecto de la percepción del objeto exterior. Y en efecto, es el objeto exterior asistente, dirá en el Proyecto, quien, desde el polo perceptivo, pondrá fin al estado de tensión de la necesidad dando lugar a la vivencia de satisfacción. Entonces ese estado de tensión endógena, al que puede poner fin una acción específica, quedará inscripto como vivencia de dolor, displacer, contiguo a lo acontecido como vivencia de satisfacción. Podemos así pensar que la vivencia de satisfacción opera conjuntamente con la vivencia de dolor dando por un lado lugar al deseo y por el otro a la defensa. Otra forma de decir que el deseo es la contracara de la defensa en el lugar de la angustia como señal de alarma o en el despertar por angustia en el sueño.
Y desde esta visión el masoquismo erógeno, primario, será aquel por el cual el yo, “todavía endeble” se ofrece al ello (El yo y el Ello) como objeto pasivo de la pulsión, activa, del Ello.
Esta perspectiva replantea algunas cuestiones que Freud sostenía hasta ese momento y que serían aclarados en 1930. En 1915 Freud, en sobre los motivos de la guerra y la muerte (De guerra y muerte), al escribirle al Dr. Frederik va Eeden le recordaba que los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido y esperan las ocasiones propicias para desarrollar su actividad. Así encontraba en las tendencias del sadismo reprimido los motivos para la guerra, pero ahora, a partir del más allá del principio del placer se abrirán nuevos desarrollos.
Freud venía sosteniendo que el deseo, sexual, servía al principio del placer y encuentra su obstáculo en la conciencia moral como fuente de la represión. Así en el sueño el deseo encuentra en la censura el punto de partida para el trabajo de la desfiguración. También los sueños de deseos hostiles hacia otros, al pasar, por lo contrario, toman la forma de sueños hipócritas. Y de igual manera los sueños penosos de displacer se constituyen como efecto de satisfacción de deseos punitorios o de castigo. De esta forma, y desde esta perspectiva, los deseos de muerte expresaran en el sadismo Edípico el asesinato del padre o el deseo de castigo que recae sobre el yo masoquista por efecto de una punición sádica, siendo para el caso el masoquismo secundario.
Fue necesario que Freud encontrara la compulsión repetitiva de una vivencia satisfactoriamente displacentera que se impone en el juego del niño o en la reacción terapéutica negativa como un goce más allá del principio del placer, para comenzar a plantearse formalmente un masoquismo primario que tendría profundas consecuencias en el Malestar en la Cultura para revertir esa perspectiva que lo ocupaba desde mucho tiempo atrás: ¿puede genuinamente soñarse un deseo de muerte propia sin estar sujeto a una desfiguración por transformación en lo contrario? ¿puede el sadismo expresar una tendencia reactiva desde el masoquismo primario?
Si ya había, parafraseando al Fausto de Goethe, formulado “lo mejor que alcanzas a saber no puedes decirlo a los muchachos”, en 1930 intentará dar cuenta, por medio de la pulsión de muerte, del fundamento de lo que podía llamar un deseo de muerte. Si bien el masoquismo había formado parte de varios de sus trabajos, “Los que delinquen por conciencia de culpa”, “Los que fracasan al triunfar”, “Dostoievski y el parricidio”, es en estos momentos que pasara de ver este problema dentro de las particularidades del caso a elevarlo a un fenómeno que hace a los fundamentos de cultura como forma del lazo social. Y a partir de aquí formulase la pregunta sobre las posibilidades de un lazo social que no responda necesariamente a ese malestar.
En “El problema económico del masoquismo” dice que la sofocación cultural de las pulsiones (AE, tomo XIX, p. 175) conlleva a la reversión del sadismo hacia la propia persona incrementando de esta forma el masoquismo del yo por un aumento de la fuerza del Superyó que retorna desde el mundo exterior. Y luego en el Malestar aclara que la influencia exterior, del mundo circundante {Umwelt}, que afecta en el desvalimiento al individuo {Imnwely} es la perdida de amor de aquel de quienes se depende. Y estos, si bien en principio son los padres, pasara también a ser “la comunidad humana global” que los reemplaza, dando lugar a la angustia “social” como expresión de esa falta de amor. Pero el problema del sentimiento inconsciente de culpa que responde al masoquismo moral, será cuando el sujeto asume esa falta de amor como castigo de no haber satisfecho los mandatos del Ideal. Hace de la perdida de amor su castigo por haberle fallado al otro pudiendo desmentir una falta real en el otro. Quizá por ser más intolerable que el otro del que se depende idealmente, aunque sea imaginario, pueda fallar. Y transforma una frustración de amor en culpa, en camino hacia los estados melancólicos.
Una de las funciones del Ideal del yo es ser el instaurador de la ley que regula en la comunidad las normas cuyo cumplimiento aseguran la promesa de amor y protección. Entonces ya no es solo la represión por la sofocación cultural de la pulsión que genera el sadismo, sino fundamentalmente lo que es externalizado reactivamente ante la pérdida de esa promesa de amor y protección.
Esta pérdida de amor será fundamental en la institución del Superyó, “cuando la autoridad es interiorizada” como efecto no solo de un incumplimiento de la ley, sino también ante la negativa de la promesa de amor dando así origen al sentimiento inconsciente de culpa. Entonces el sentimiento de culpa dependería no solo del incumplimiento de la ley sino también del desvalimiento al que el sujeto se ve compelido en la realidad por una falta de amor y cuidado. Y de esta conjunción nacerá como masoquismo moral el sentimiento de culpa inconsciente. En este punto deberíamos detenernos en la aclaración de las diferencias que implican la institución de las funciones del Ideal del Yo y del Superyó, pero solo me remitiré a la relación del Ideal del yo con la promesa de un don de amor que otorga la ley, y el Superyó como el de una exigencia insaciable que más allá del principio del placer surge compulsivamente como imperativo de goce. Instancias a diferenciar en la clínica en tanto marcan la diferencia entre lo reprimido y la compulsión que se manifiesta en la reacción terapéutica negativa como así también en ciertos síntomas.
Un capítulo especial será el masoquismo femenino llamado así, no porque sea prototípico de la mujer sino porque implica una situación de pasividad que retrotrae a todo sujeto al masoquismo. Cuando en “La feminidad” aborda esta problemática referirá que será porque “su propia constitución (seguramente anatómica y funcional) le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone”. Hoy tenemos más claro que lo que impone la sociedad son los discursos dominantes, que históricamente asumen las características del amo y que los mismos afectan tanto al cuerpo como a sus funciones. Y ese es uno de los sentidos por el cual Lacan dirá que “el masoquismo femenino es un fantasma masculino”. En última instancia, como alguien podría decir popularmente, efecto de una cultura “machirula”, más que patriarcal.