2022: Inconsciente, esencialmente humano - Vol XLIV nº 1

Jaime Szpilka: Médico. Doctor en medicina. Médico psiquiatra y profesor auxiliar U.B.A. Miembro titular con función didáctica APA y APM. Presidente APA 1974-1976. Vicepresidente APM 2000-2004. Autor de libros: Bases para una psicopatología psicoanalítica, La realización imposible, Teoría psicoanalítica y esquemas referenciales, La cura psicoanalítica, Creer en el inconsciente, Critica de la razón natural (en colaboración), La razón psicoanalítica una razón edípica, La Tzibeles y Asesinato en Mallorca. Autor de múltiples artículos en revistas nacionales e internacionales.

1. Inconsciente, esencialmente humano, implica de entrada una apuesta fundamental, una hipótesis dura acerca de lo que califica al inconsciente como humano. Y esa apuesta fundamental, como toda apuesta se postula sobre el fondo de un abismo. Ese abismo es justamente lo que a mi juicio define a lo humano, y puede ser concebido como una nada. La nada podría ser considerada como el “invento” esencial que permite la constitución de una subjetividad humana. Más aún, podríamos sostener que la constitución de la nada y lo humano surgen en un mismo movimiento. Todo lo cual nos lleva a una pregunta clave, sobre la antecedencia o no del “homo sapiens” sobre el “homo moralis”. En síntesis se plantea la pregunta acerca de qué se conoce antes de advenir como sujeto ético y que es el saber del inconsciente.

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2. Desde Freud, la jubilosa promoción de la racionalidad del ser humano unida a su condición de sujeto parlante, y la fascinación por la aristotélica ilusión de la identidad del hombre como animal racional, devino finalmente en ruinosa desgracia. El ser, la verdad, la identidad, la objetividad y todo lo emanado por la razón, aparecen como mitos retrospectivos del propio lenguaje, que tanto desencadena y nos solicita imponiéndonos aquello que finalmente nos torna imposible. Se constituye una cuestión paradojal: porque se dice justamente ya no se puede terminar de decir. La naturaleza de la razón se pone en cuestión, porque el inconsciente no implica en su modo de producción una caída de la racionalidad por acogerla bajo leyes distintas a las fundamentales de la lógica aristotélica —identidad, no contradicción, tercero excluido y razón suficiente—, sino que aún en la racionalidad supuestamente rescatada al hacer consciente lo inconsciente, permanece lo que podríamos denominar como la maldición que se gesta en el ser por el acto del habla, es decir la inevitable presencia de lo inconsciente.

3. En “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) Freud intenta dar cuenta de cómo la significación psíquica gira en torno al falo y a la castración, sobre todo cuando se interroga por la significación psíquica inconsciente. ¿Qué quiere decir que algo no tiene significación psíquica y cuando aparece? Es una pregunta crucial, ya que de otra manera no sabríamos que represión deshacer, sobre todo porque esta no se realiza sobre la naturaleza bruta del instinto sino sobre un contenido representacional significativo. Freud, taxativo, insiste en que un peligro real, por ejemplo el nacimiento, es algo objetivo pero carente de significación psicológica. Lo mismo para la ansiedad respecto a la persona añorada que apaciguaría las necesidades de la existencia. En ambos casos la ansiedad del bebé sería el producto de su Hilflosigkeit ligada a su dependencia biológica. Pero la explicación psicológica es superflua, ya que la madre satisfizo las necesidades originales del feto a través de la placenta, como lo hace después del nacimiento por otros medios. Por eso cuando Freud nos introduce a Hans y su fobia a los caballos, lo que autoriza la intervención psicoanalítica es el desplazamiento de la amenaza del padre al caballo. Y va a culminar enunciando que lo fundamental de lo reprimido es la castración, es decir que reprimimos lo que nos reprime, lo cual denuncia el mito del hombre natural y la represión del instinto bruto. Y aquí incide en todo su valor la introducción del concepto de falo, ya que es a partir de ese significante de la falta que la significación inconsciente se va a instituir. S. Leclaire en sus clases magistrales en Buenos Aires, ya nos advertía que el falo era la suma de los representantes inconscientes.

4. Por eso se hace necesario insistir en la especificidad de una semiología psicoanalítica, que trascienda a todas las importantes semiologías en las cuales ni el concepto de inconsciente ni el de falo entran en consideración. Así podemos sostener una simbolización débil, más ligada a una psicología evolutiva, donde las palabras reducen, absorben, contienen y metabolizan, dando cuenta en su decir lo que intentan significar. Por ejemplo el bebé tiene frío, hambre, sueño, miedo, dolor, etc. El sujeto se constituye a través de esas donaciones “maternas”, y no aliena su ser en ellas, sino que por el contrario, lo realiza. Pero justamente en esa simbolización débil no podemos privilegiar nada aún del inconsciente. Por eso hablamos además de una simbolización dura o propiamente dicha, la “paterna”, que en sentido estricto se origina en torno a los conceptos de falo y castración, y que más allá de absorber, reducir, contener y metabolizar, vira a una hipótesis que promueve la pregunta acerca de lo que significar quiere decir. Y en lugar de una realización del ser en lo simbólico se produce una alienación irreductible donde la constitución del inconsciente y la instalación de la represión tienen todo que decir. Aquí manda la estructura hominizadora del Edipo. La significación primordial se instituye por el agente que míticamente profiere: “con esta mujer no, esta es tu madre”, frase evocadora de la famosa metáfora paterna lacaniana, como enunciación fundamental, que establece el intríngulis de la cuestión. Desde una simbolización débil, desde una semántica simple, la que no aliena, madre se refiere a una cascada empírica de significados en un mundo conceptual organizado, como la mujer de la cual uno nació, que alimenta, que tiene rasgos y cualidades que caben en infinitas predicaciones. Aunque en realidad lo que se instituye con esa significación primordial es una interdicción del goce con lo real. Y no de un goce cualquiera ligado a la preservación vital, sino de un goce fálico singular, que representa a todos los goces que no pueden inscribirse en ninguna de las relaciones naturales de supervivencia; y en ningún objeto parcial relacionado con ella. Falo y castración dan cuenta del momento inaugural del pasaje del peligro de la muerte animal, al riesgo de la constitución del sujeto humano. El falo en su significación (Lacan, 1966) indica la separación de lo real como índice de la medida que le falta a todo sujeto humano en la imposible relación instintiva animal con el otro, que ninguna carne o leche pueden satisfacer; ya que todo otro termina siendo significante de sí mismo. Y todo esto apoyado en el fantasma imaginario de que solamente el “padre” tiene la medida de lo que le falta al goce entre la madre y el bebé, a través del goce fálico que él sí podría proveer a la madre. El instinto deviene pulsión en su relación siempre fallida con lo real. Mientras que Instinkt se refiere a Vorstellungen, representaciones, ligadas a la Bedürfnis, la necesidad, y por lo tanto mecánicamente relacionadas con el campo de la Befriedigung, de la satisfacción de la preservación vital; Trieb, pulsión, implica una inscripción más problemática, representada por lo que el falo como boya inconsciente de todo decir, sostiene en última instancia como la falta que delata en su imposibilidad a la completitud, como índice de lo que le falta a cada sujeto humano por la imposible relación natural instintiva con el otro. Porque al atravesamiento simbólico le torna imposible desprenderse de la sujeción al significante, que una y otra vez implican deseo y castración. Y es en esa Vorstellung de la falta ligada a la Wunscherfüllung, cumplimiento de deseo, carente de toda Befriedigung, satisfacción, de la Bedürfnis, la necesidad, que como residuo insatisfacible del Instinkt, se constituye el representante psíquico de la pulsión como lo siempre fallido.

En el seno de esa interdicción inicial, anida la emergencia de cualquier significación que siempre apunta monótonamente a la misma falta, sin la cual no habría ninguna significancia. Por eso el falo expresa el fracaso de todo expresionismo natural, donde el símbolo supuestamente contendría a lo simbolizado, y marca la imposible articulación del “logos” con el ser. Así la simbolización propiamente dicha, que instituye al inconsciente, se define no por simbolizar algo natural del mundo, sino que crea retroactivamente al objeto caído por mor de la simbolización. Y si la referencia se crea après-coup es porque se trata de lo que se pierde por el acto mismo de la palabra, que alienta la vacilación entre definirse como lo imposible de lo real o de lo que no se puede decir porque se dice. Por eso si en la semántica débil se festeja el júbilo tautológico de lo que se puede decir porque se dice, en la simbolización propiamente dicha el júbilo se vela y da lugar al paradójico enunciado de porque se dice no se puede terminar de decir. Y aunque el significado quiera resurgir triunfal de su vacilación aferrándose a la referencia ostensiva de la madre empírica del mundo, nunca terminará de suturarse la apertura desgarrada a un sentido, que como cabo suelto quedará para siempre ignorado. Como lo ilustra tan bien G. Deleuze (1971) con Alicia en el país de las maravillas, preguntando compulsivamente: “en qué sentido, en qué sentido”.

Y de lo paradójicamente imposible de representar surge la significancia y la representancia, y se instituyen los poderes metafóricos y metonímicos que J. Lacan (1966) tan bien definió. Y recién entonces se puede hablar de un aparato de represión. Y más aún, no se nos ha de escapar el hecho de que la represión originaria, primaria y secundaria, se constituyen en una cadena après-coup, donde la significación interdictiva desencadena la transformación de una supuesta represión originaria en una represión primaria eficaz, donde la representación de cosa y de palabra crean nexos desde espacios discriminados. La representación inconsciente de cosa deviene privilegiadamente en aquello de lo que se puede hablar pero sin terminar de decir. Es primera y verdadera como lo supone Freud (1915) pero sólo aprés-coup de la representación de palabra. Represión primaria que apunta a lo que porque se dice no se puede decir, represión secundaria que apunta a lo que porque se dice se puede decir. Una falta absoluta trascendida a través de un semblante.

Es fascinante constatar como desde un filósofo aparentemente tan alejado del psicoanálisis como L. Wittgenstein, se expresa esta cuestión de una forma tan rotunda y convincente. W. Eilenberger relata en su hermoso libro sobre la gran década de la filosofía, entre 1919-1929(2019) la polémica con el lingüista C. K. Ogden, que había publicado El significado del significado, donde aparentemente recogía las ideas de Wittgenstein. Éste le contesta que en realidad no entendía en absoluto sus propuestas, al intentar resolver el enigma del significado mediante las categorías de causalidad y de referencia consciente del hablante al objeto designado. Wittgenstein en su Tractatus (1921), trataba en cambio de insistir en que entre la estructura lógica de las proposiciones y la construcción lógica del mundo, no cabe decir nada, si acaso sólo asombrarse. Así su parágrafo 4.12 dice que la proposición puede representar toda la realidad, pero no puede representar lo que debe de tener de común con la realidad para poder representarla: la forma lógica. Pero más sorprendente es el parágrafo 4.12, donde afirma que lo que en el lenguaje se refleja, el lenguaje no puede representarlo, y que lo que en el lenguaje se expresa, nosotros no podemos expresarlo mediante el lenguaje. Es justamente lo contrario de lo que Ogden proponía con su teoría causal del significado, pretendiendo expresar mediante el lenguaje lo que se expresa en él. Wittgenstein tenía la convicción de que no era posible en ningún caso emplear las leyes de la causalidad como una categoría para una explicación última de nuestra referencia al mundo. Y fue también esa posición lo que justamente lo alejó del Círculo de Viena, con su concepción rigurosamente científica del mundo. Cuanto de esto nos permite pensar en nuestra propia concepción donde basculan lo que se puede decir porque se dice con lo que no se puede decir porque se dice; y cuanto de lo que la represión primaria implica se contiene en los parágrafos aludidos, junto a comprensión del papel esencial que la significación fálica juega en esa imposibilidad.

5. Me parece interesante retomar aquí la cuestión que a los psicoanalistas nos puede interesar acerca de la antecedencia del “homo moralis” sobre el “homo sapiens”, y en particular su relación con el concepto de nada. Para J. Lacan recae sobre la pregunta por la cosa (1959/1960), imaginarizada en el cuerpo mítico de la madre preedípica. La cosa como plenitud del cuerpo maternal no existe, y lo que deviene su condición absoluta es el orden significante, que ni se puede trascender ni relativizar. También el término representación, heredado de una tradición kantiana, cede su lugar al concepto de significante, perdiendo así su carácter subjetivo y sustancialista, marcando siempre la preponderancia del deseo articulado a la castración. La cosa es lo que de lo real padece del significante, quedando excluida de su plenitud existencial. A. Juraville (1984) insiste en que la plenitud queda siempre reservada al plano de lo imaginario, y afirma que el idealismo de Kant proviene de la afirmación de que hay algo que es verdad y conforme con lo que las ideas como conceptos de la razón suponen en su objeto. Agrega que lo incognoscible en Kant, el nóumeno, deviene en Lacan la cosa imposible. Todo lo cual lleva a reiterar la pregunta sobre si lo real es lo que no se puede decir, o es lo que no se puede decir porque se dice. La cosa solamente puede brillar en el deseo como consecuencia ontológica.

La nada a la que me quiero referir va más allá, aunque se relacione con la nada metafísica filosófica de Heidegger o Sartre. A. Badiou (1988), un filósofo contemporáneo muy cercano al psicoanálisis, insiste en que la nada es el nombre de lo no presentado en la presentación y da cuenta del vacío del ser. Y dado que para él el Uno, a diferencia de Platón, no es, la ontología deviene esencialmente ontología del vacío. También plantea que la invención más original de los griegos consistiría en el momento en que una decisión pensante permitió sustraerse a toda instancia de la presencia, superando al poema épico con el matema. La enunciación del matema determina que en el poema se pueda creer afirmar una instancia perdida, un umbral de sentido, aunque se trate de una ilusión desgarradora, ligada al hecho de que el ser solamente puede ser afirmado desde la sutura vacía al texto que lo demuestra. Y justifica así la crítica a Heidegger por omitir la relación entre poema y matema, donde yo agregaría, entre lo que se puede decir porque se dice y lo que no se puede decir porque se dice, como fundamento de la ontología y la filosofía.

También Lawrence Krauss (2012) en su magnífica obra, desde el punto de vista de un científico duro, vuelve a plantear la sempiterna pregunta de porque hay algo en vez de nada, y concluye que la nada es tan material y física como el algo. Pero agrega que comparar la nada al vacío sería un error, ya que el vacío es un caldo hirviente de partículas virtuales que existen y dejan de existir en lapsos infinitesimales. Desde la óptica de Krauss la distinción entre nada y algo comienza a desaparecer con la ciencia contemporánea.

Obviamente se ve la dificultad en definir la nada a la quiero referirme, que emana de la simbolización y de la ley, más allá de la nada filosófica ontológica o de la nada científica. De L. Krauss me interesa retener la incitación a pensar en la potencia creadora de la nada, cuando imagina a una pareja electrón/positrón que emergieron de la nada misma en su anterior inexistencia. Ch. Mopsik (2005) en su referencia al gran cabalista Moise de León resalta la importancia de la nada como el gran secreto de la sabiduría, y en relación al alma humana sugiere que la única superioridad del hombre sobre el animal es la misma nada. La sencillez de esa intuición me parece esencial y coincide con la propuesta de que el concepto de nada se refiere a la particular ética interdictiva que la instauración de la ley edípica crea en la subjetividad como subjetividad misma, desnaturalizando al sujeto animal y haciéndolo humano en el desgarro del mundo natural, y creando para siempre una hendidura entre el “logos” y el ser que sólo el significante fálico puede intentar significar; ya que lo natural se desvanece en las categorías lacanianas de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario, en la zona de penumbra entre lo que no se puede decir y lo que no se puede decir porque se dice. El decir barre al concepto de naturaleza, que deviene finalmente otro decir, y toda significación pierde cualquier pretensión expresionista exhaustiva, cobijándose solamente en la imaginería ostensiva. Se articulan así la imposibilidad de lo real, de lo que no se puede decir porque se dice, lo imposible, la nada aprés-coup de la ley de la palabra; con la prohibición paterna. Como si la nada se constituyera en la emergencia de la prohibición, dando lugar a la única “normalización” posible, que lo que no puede ser, ¡no pueda ser! En esa restricción, en esa ley axiomática del “esta es tu madre”, en esa cuenta por uno, siguiendo a A. Badiou, emerge la simbolización como simbolizando aprés-coup a lo que cae por efecto de la simbolización misma. Madre no es así el objeto natural simbolizado sino la significación que emerge por la ley interdictora que la crea, no es la representación de lo natural, sino lo real imposible, lo que no se puede decir porque se dice. Y así podemos entender algo más de la curiosa prohibición en el mito del génesis de comer del árbol del bien y del mal. Efectivamente ¿por qué negarles a Adan y Eva el acceso ético? La serpiente manifiesta que dios les prohíbe comer de ese árbol porque también devendrían dioses. Y tenía razón, porque es justamente a partir de la creación de la nada a través del acceso ético, la nada que surge de la ley; que el sujeto humano deviene un dios, pero no por adquirir su omnipotencia y su omnisciencia, sino porque solamente “ex nihilo”, a partir de la nada puede recién crear un mundo. La nada es la invención primordial, matriz de todas las otras invenciones. Cuando la madre se hace nada, deviene matriz del mundo. El saber posterior al árbol del bien y del mal es así distinto del saber que emana del árbol de la vida. A través del mismo se llega a saber según fines racionales ligados a la preservación animal natural. Se conoce todo porque no se sabe nada, en tanto el objeto a conocer no padece merma alguna por mor de lo simbólico, es pleno porque no es significante de sí mismo. De allí que no podamos hablar del “Homo Sapiens” en todo su sentido. Este se podrá constituir después de la merma por mor de lo simbólico, después de la nada a partir de la cual se puede crear un mundo, porque no hay nada para saber en el antes de que se cree la ignorancia fundamental. Como que solamente después del acontecimiento ejemplar del “esta es tu madre”, el animal humano que vive en la pura racionalidad de preservación vital; deviene sujeto deseante, atravesado por la razón que como ley engendra el sentido y el sin sentido, la razón y la sinrazón. Y no puedo dejar de mencionar a las afortunadas expresiones de G. Klimovsky cuando con su particular sentido del humor quería diferenciar al epistemólogo del especialista, diciendo que el primero sabía nada de todo y el segundo sabía todo de nada. Nada es todo y el todo es nada, como en el magnífico poema Vida de José Hierro (1998). Lo que debería hacernos reflexionar además en cuánto del concepto de vacío mental va unido a un excesivo “lleno” incestuoso, a una nada todavía no excavada en esa plenitud vacía, que permita que emerja una representación (Szpilka, 2014). 

6. La verdad es una cosa del decir, se dice o no se dice la verdad (Szpilka, 2019). Implica al decir como al ser, y abarca dos cuestiones, tanto si se puede decir al ser más allá que desde la falta, es decir como deseo de ser, y por lo tanto si el ser de lo que se dice es. Las dos cuestiones nos conciernen por la complicación del concepto de inconsciente, ya que aflora la interrogación si el inconsciente es el lugar donde se aloja la verdad, o si por el contrario es el lugar donde la verdad se desvanece. Porque si hay inconsciente lo que se dice no es. Por eso propongo enunciar que de la verdad “nada” para decir, ya que si la nada es la invención humana por excelencia, que al mismo tiempo inventa a lo humano, el abismo que apuntala nuestro vivir en lo simbólico; decir la verdad es referir una y otra vez la nada que nos hace humanos. La condición parlante nos impone paradójicamente aquello que nos torna imposible. Y el inconsciente entra en escena recogiendo la paradoja, ya que se gesta en el espacio que puede definirse como la maldición que se gesta en el ser por efecto del habla. Lo cual advierte contra la promoción de un inconsciente “light”, confundido con el preconsciente, sede de motivaciones, razones, causas, significados profundos ocultos, archivos o registros zoológicos regresivos, etc. Como psicoanalistas prometemos el inconsciente poniendo en juego el imperativo de la verdad en el lugar donde se gesta la maldición misma. Pero desde que se habla y la palabra aparece como vehículo para colar una interrogación sobre el ser, se abre la dimensión de la ignorancia. Quien no es sujeto del habla no ignora y no tiene nada por saber, por lo cual no se le plantea el problema de la verdad; pero cuando la cosa a saber se presenta, la verdad acucia. No tanto porque se perdió una verdad que estaba allí, sino que retroactivamente se crea como mito. Verdad que antes no era, pero que después dejó de ser. ¿Qué hacer por lo tanto con lo que antes no fue y después dejó de ser? El sujeto deseante queda atravesado por ese error temporal y esa imposibilidad e intenta colmarse en el orden de la razón, donde impera la lógica aristotélica, verdad, no contradicción, tercero excluido y razón suficiente, donde la verdad se presenta como “adequatio intellectus et rei”.

Freud ya nos marcó las pautas de la cuestión. En sus “Cartas heroicas” (1897) donde afirma que en el inconsciente no hay ningún signo de realidad. Preconizando las dos represiones, la primaria y la secundaria. Hay un saber al que el sujeto se resiste como encubrimiento, que una vez sabido encubre definitivamente la verdad. Se levanta la represión secundaria, lo que se puede decir porque se dice, para instalar adecuadamente a la primaria, lo que no se puede decir porque se dice. Destacando en La negación (1925) que aún después de la negación de la negación, aceptando la representación materna, lo reprimido se mantiene. Como si la afirmación originaria, la Bejahung inicial negativizadora, portara una migaja de la verdad en el momento de su pérdida, o mejor aún que la verdad sólo se construye en el momento de su pérdida; y que la nueva afirmación después de la negación de la negación, carece. Surge un Freud antihegeliano donde todo lo real no es racional. Y qué decir del Freud de Inhibición, síntoma y angustia, cuando sostiene que lo esencial de lo reprimido es la castración. Entonces ¿yo resisto a la verdad o la verdad me resiste? ¿La verdad es de verdad? ¿Porque diablos tenemos que preguntarnos por la verdad? ¿Cuál es la verdad que buscamos? ¿Es un incondicional abstracto, o como diría G. Deleuze implica siempre una cuestión de sentido y de valor? Y como no destacar en Lacan su insistencia de que la falta de verdad sobre la verdad misma es el lugar de la Urverdrängung, que atrae hacia si a todas las demás, y su insistencia (1969/1970) de que el amor a la verdad es el amor de esa debilidad a la que hemos levantado el velo, que se llama castración. Lo real no es la verdad, sino lo que siempre hace obstáculo y por ende la alimenta en el mismo sitio de su imposibilidad. Y agregaría que la verdad es nuestro júbilo y nuestra impotencia, y por ende, si el saber se conquista aun manteniendo la ignorancia, la verdad solamente se padece. Si el síntoma es una realización de deseos, que consiste en la realización de una imposible identidad ¿no será la pasión por la verdad nuestro síntoma fundamental, tanto en la búsqueda del saber absoluto como de la absoluta ignorancia?

7. Hacer consciente lo inconsciente coloca al proceso psicoanalítico en el plano de la bendición y la aceptación intelectual de lo reprimido de la que Freud nos habla en La negación. Apunta a la verdad como correspondencia con una cosa del mundo bien establecida en la consciencia. Pero también apunta al resto, como fracaso del decir, como correspondencia no lograda por imposible. Para el inconsciente convendría más el neologismo de “mentidad” (mentira/verdad), como la maldición que se gesta en el ser por efecto del habla. Esta es la interesante paradoja que quiero destacar, que no hay una oposición definida entre los términos, y que tiene efectos patológicos en el ámbito individual y social cuando se separan para establecer un absolutismo entre verdad y mentira. En ese sentido miente siempre el que pretende decir absolutamente la verdad. Porque la verdad de la que se trata no es la del científico o del historiador que pretende establecer los hechos físicos o históricos. Aquí no habría cuestión en relación con la verdad sino con el error o no en la adecuación “intellectus et rei”. La verdad en cambio no tiene que ver con el error, sino con el Otro que miente. Por eso es nuestra debilidad, porque la suscita quien al mismo tiempo nos la imposibilita. Así lo inconsciente nunca puede plantearse como devenir consciente sino en el plano de la aceptación intelectual y de la progresiva acumulación de un saber compartido en los semblantes de la lógica aristotélica. Y si algo de lo inconsciente puede producirse en lo consciente es solamente como horadación de lo consciente mismo. Hacer consciente lo inconsciente sería más bien no olvidar al inconsciente en su falta en ser, cuando se constituyen todos los semblantes de la consciencia. Hacer consciente lo inconsciente insiste en establecer un saber, como si un saber mermado pudiera por fin completarse (Szpilka, 1988 y 2002) o como si un saber latente pudiera por fin hallar su luz. Producir lo inconsciente en lo consciente insiste más bien en una destitución, una promesa, una interrogación, un instante en que el agujero se crea, el espacio se abre y la máscara del semblante cae. Un estallido del sentido en el sin sentido. Es la pura brecha, el puro tiempo de transición entre dos mentiras sobre el ser, la anterior que se deshace y la nueva que ocupa su lugar. Como que no hay construcción legítima ajena a la deconstrucción que la acompaña. No hay construcción de la máscara que al mismo tiempo no incite a su delación, si no se olvida al inconsciente, que es tal vez lo único que hay que recordar. F. Nietzsche en Más allá del bien y del mal (1886) insistía en que lo profundo ama la máscara, y hacer consciente lo inconsciente es hacer consciente que toda construcción no deja de ser una nueva máscara. Porque se dice no se puede terminar de decir. Lo que el saber acumulado implica como “solución» se contrapone con lo que la destitución de un saber impone como solución de continuidad. Y es que el énfasis en el tiempo puro de la transición entre dos mentiras, la solución de continuidad, la brecha, esencia de la deconstrucción, se presenta como única operación susceptible de querer alcanzar lo inconsciente mismo, sostenido en el abismo de la nada. Nada que incita a mi trabalenguas favorito: cómo decir lo que no se puede decir porque se dice, con un decir que no sea el decir con el que se dice lo que se puede decir.

El genial Pablo Picasso decía enfáticamente que su trabajo era liberar a los objetos de la esclavitud de la semejanza. Es también el trabajo del psicoanalista preservando al inconsciente. Si la lógica aristotélica nos brinda el “bien” de la razón y de la realidad, también nos trae la gravedad de la tragedia, mientras que el “mal” del fantasma inconsciente nos trae la levedad de la risa y de la comedia, salvándonos también de la esclavitud de la identidad. Soñar es nuestro mayor consuelo. Y el arte psicoanalítico incide justamente en la articulación entre la posición que denomino metafísica, ser, saber, verdad, objetividad, en fin donde lo que se dice es, donde porque se dice se puede decir; con la deconstructiva, que recordando al inconsciente apunta a que lo que se dice no es, donde porque se dice no se puede decir, y que denuncia siempre al ser de la lógica aristotélica como puro semblante. Y así como una posición metafísica extrema puede abusar de la contratransferencia sistemática en todas sus variantes, en su detectivesco anhelo exhaustivo de una imposible verdad empírica sustentada en los hechos fácticos objetivos, una verdad fuera del deseo, que dificulta al sujeto volver inconsistente su causa, ya que la ubica fuera del deseo que la palabra instaura; también deberíamos insistir, como lo sugiere A. Badiou (1988), en no abandonar jamás esa “debilidad” de la verdad, aún a sabiendas de que cada vacío conquistado volverá a inaugurar uno nuevo. Que no haya ningún vacío que quiera ocupar el lugar del todo, y que la causa devenga inconsistencia en el perenne deseo de verdad. Cuestión que tal vez sería interesante en la relectura del legado freudiano en Análisis terminable e interminable (1937). Si bien es cierto que lo que el psicoanalizando dice no significa lo que cree que significa, tampoco significa sin más lo que el psicoanalista dice que significa; ya que sólo puede recorrer los diferentes decires del deseo en relación a su falta, pero su falta no puede ser interpretada en la correspondencia lisa y llana entre el significante y el significado, en una transparencia del signo. Cuando entra en juego el deseo inconsciente solamente podemos atender a los virajes retóricos donde se insinúan los rodeos del deseo como causa (Maci 1979, 1987). Cualquier otra posición nos transformaría en amos del significado, cuando en realidad abrigamos nuestro propio desamparo y nuestro propio deseo en las representaciones deseantes de S. Freud, M, Klein, W. Bion, D. Winicott, J. Lacan, y un montón de etcéteras. Porque lo que el psicoanalizando dice no significa nada más que el intento de significar lo insignificable de su deseo. Parafraseando a S. Mallarmé en su “Un coup de dés jamais n´abolira le hasard”, podríamos decir que ninguna interpretación (¿será la interpretación una tirada de dados?) jamás abolirá el inconsciente. El Edipo es en última instancia la estructura que nos da cuenta de la verdad como falta, otorgando a la razón psicoanalítica su característica esencial.

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Resumen: Se plantea una hipótesis en la que se califica al inconsciente como humano alrededor de la invención de la nada. El sujeto humano y la nada se constituyen en un mismo movimiento y nos lleva a una interrogación acerca de la antecedencia o no del “Homo moralis” sobre el “homo sapiens”. El inconsciente queda planteado como la maldición que se gesta en el ser por efecto del habla y queda destituido del lugar de la verdad, para ser el lugar donde toda verdad se desvanece. Para el inconsciente se propone el neologismo de “mentidad” y se supone a la pasión por la verdad como el síntoma fundamental, tanto en la forma del saber absoluto como de la absoluta ignorancia. Se postulan así dos posiciones en la cura, la metafísica y la deconstructiva, que el arte del psicoanalista debe saber articular, levantando y haciendo caer las sucesivas máscaras, para que la consistencia de la causa se desvanezca en lo perenne del deseo nunca satisfecho. La estructura del Edipo es en última instancia la estructura que nos da cuenta de la verdad como falta, otorgando a la razón psicoanalítica su carácter esencial.

Descriptores: Nada, Inconsciente, Verdad.

Referencias

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