Ricardo Antar: Licenciado en Psicología. Psicoanalista, Miembro Titular con Función Didáctica de APdeBA. Psicoanalista de niños y adolescentes de APdeBA. Ex Director del Departamento de Niñez y Adolescencia de APdeBA. Profesor Titular en las Especializaciones en Psicoanálisis y en Psicopatología y Salud Mental, ambas del Instituto Universitario de Salud Mental (IUSAM) de APdeBA. Miembro del Comité Científico de la Especialización y Maestría en Psicopatología y Salud Mental del IUSAM. Integrante del Consejo Superior del IUSAM. Coautor en diversos libros, entre ellos Bion conocido / desconocido; Infancias Judicializadas; Sándor Ferenczi. Lo instituido y lo instituyente; Melanie Klein. Surgimiento y vigencia de su pensamiento.
Carlos Tabbia, reside en Barcelona desde 1975, es doctor en psicología (Universidad de Barcelona) y licenciado en Filosofía y Psicología en universidades argentinas, Psicoanalista, Psicólogo especialista en Psicología Clínica. Es miembro fundador del Grupo Psicoanalítico de Barcelona y desarrolla tareas de docencia y supervisión en varias instituciones de formación psicoanalítica de distintas ciudades del mundo. Forjó una prolongada relación de trabajo con Donald Meltzer que se extendió desde 1986 hasta 2004 en seminarios y supervisiones en Barcelona y Oxford. Asimismo, Editor y co-autor —con Donald Meltzer y otros psicoanalistas— de varios libros. Y, ahora, es autor del libro que nos ocupa.
(2021). Prólogo de Alberto Hahn, 1ª edición, Buenos Aires: Asociación Psicoanalítica Argentina, 444 p.; 23 x 16 cm.
Pienso que el método terapéutico que nosotros utilizamos, que estudia la transferencia y la contratransferencia, mueve tres dimensiones con un movimiento en la dirección de la realidad psíquica, otro en la dirección de las relaciones íntimas y otro en la dirección del pensamiento y de la comunicación… no se tiene que planificar la terapia sino que, sencillamente, hay que seguir el método y tratar de conocer lo que está pasando… estas tres dimensiones también pueden producir una variación ilimitada entre los individuos, de manera que nunca dos terapias serán parecidas; existen muchas posibilidades de ver diferentes problemas, las variaciones son prácticamente infinitas1.
Carlos Tabbia considera estas palabras de Meltzer como un “hecho seleccionado” que “… sugirieron la estructura de este libro”. Efectivamente, podemos apreciar que estos ejes —“La estructura de la personalidad”, “Pensamiento” e “Intimidad”— organizan el Capítulo 3, “El trípode de la Clínica Psicoanalítica”, que abarca casi 300 páginas de las 444 y es el núcleo de la vitalidad del libro, destacándose las experiencias clínicas, tan generosamente presentadas por el autor, incluyendo la cálida evocación de las palabras de Meltzer pronunciadas en aquellas supervisiones, en Barcelona y en Oxford, que tanto han incidido en el desarrollo del autor y del Grupo Psicoanalítico de Barcelona. Y que —da toda la impresión— siguen diciendo. Este clima nos hace sentir invitados a ingresar, cuidadosamente, a un espacio en el que se está llevando a cabo la elaboración de experiencias que pronto reconocemos como parte de nuestra propia verdadera clínica cotidiana. De lo que ahí se habla pronto nos hace sentir tentados —pero a la vez autorizados— a intervenir. Lo que demuestra la cualidad experiencial que el texto transmite.
No asombra, entonces, que Carlos Tabbia considere el presente libro como una manera de expresar su agradecimiento por la experiencia llevada a cabo a lo largo de los años con el Dr. Meltzer y con sus colegas del Grupo Psicoanalítico de Barcelona.
Resulta pertinente citar palabras del Dr. Alberto Hahn quien escribiera en el prólogo:
El énfasis de este libro está puesto en la creación de una atmósfera que propicie el desarrollo mental desde el vértice de la nosología kleiniana creada fundamentalmente a partir de las contribuciones teóricas y clínicas de W. Bion y D. Meltzer.
1 Meltzer, D. (1996). Seminario clínico en el Grupo Psicoanalítico de Barcelona, Caso Inés, (Inédito).
Otro pilar del libro es la parte teórica, constituida no sólo por el conocimiento proveniente de “Los cuatro jinetes del descubrimiento de la vida mental” (Freud, Klein, Bion, Meltzer), como propone denominarlos Carlos Tabbia, sino también por el de la filosofía, de la literatura, del arte. El autor da muestras de un profundo conocimiento en estos campos del conocimiento lo que le permite transmitirnos con suma claridad el insoslayable vínculo de estas cuestiones con aspectos centrales del psicoanálisis, estimulándonos a profundizar en ellos no por un deseo de “lustre intelectual” sino porque captamos su profunda utilidad e intuimos, a su vez, cómo el psicoanálisis puede enriquecerlos. ¡Nuevamente la dimensión dialogal! ¡Nuevamente la ubicuidad del objeto combinado!
Desde el mismo índice del libro podemos apreciar el interés del autor por presentar sus ideas todo lo sistematizadamente que nuestro metiér admite. Primero plantea el “… marco conceptual” (que desarrolla a través de los apartados “La realidad psíquica” y “Los valores”). Esa realidad psíquica que apareció primero en el psicoanálisis como “mentira histérica” y que poco a poco fue constituyéndose en la “realidad decisiva”, al principio, en el mundo de la neurosis para ser pronto descubierta como comprendiendo
…a todos los sujetos independientemente del grado de salud mental. La realidad psíquica es decisiva porque genera y exporta significados y porque es un conocimiento engendrado en el mismo paciente y, en la clínica, con el concurso de la contratransferencia del analista. (p.28)
Tabbia resalta que “valores” y “realidad psíquica” son interdependientes.
Primero hace un recorrido por el vértice filosófico de los valores para luego volverse hacia el vértice psicoanalítico. “Valores y antivalores… no sólo expresan estados emocionales y organizaciones mentales sino momentos de la comunidad”. Tabbia destaca que ante el colapso de la hasta ese momento supuesta suficiencia del hombre tecnológico, Levinas señala la emergencia de una nueva interrogación, ya no centrada en el ser, ontológica, sino devenida ahora interrogación ética: la responsabilidad ante ese otro que nos constituye como sujetos. No soy porque pienso sino que soy porque antes hubo un otro dispuesto a acogerme y nombrarme, ante el que me siento responsable. Los valores “morales” —a diferencia de los vitales, los espirituales, los estéticos, los jurídicos, etc.— no poseen “materia”. El bien y el mal consisten en decidirse por la realización del valor que —acertada o equivocadamente— ha sido reconocido como preferible o postergable. El dilema moral bascularía entre la responsabilidad o el vacío moral, entre relacionarme con el otro teniéndolo por “objeto” (pasible de ser usado) o bien como un otro a ser desencubierto como alteridad (Paciuk, 1995).
En lo que hace al vértice psicoanalítico, el autor recorre las ideas de Freud, Klein, Bion y Meltzer, deteniéndose en el relieve que este último le da al objeto combinado:
… los dioses ya no habitan en los templos sino en el interior de cada persona. El objeto de contemplación y veneración será una pareja parental, ese objeto combinado compuesto por objetos totales (masculino y femenino) que se cuidan mutuamente, que toleran las dolorosas turbulencias y que trabajan con gozo, sin negar el esfuerzo, en el desarrollo de los hijos y del pensamiento y de la cultura. (p.45)
Otro aporte central al tema de los valores lo encuentra en Bion, con el planteo de “O”, como meta inalcanzable: la persona adulta reconoce que el único camino consiste en seguir caminando bajo la inspiración de los objetos internos en continua remodelación, desarrollo o deterioro, sin buscar atajos, sin eludir el dolor.
En el siguiente capítulo se dedica a abordar los “elementos para una nosología post-kleiniana”. Nos propone cuáles son —para esta nosología— “los parámetros para observar la personalidad” y “las dimensiones para el diagnóstico”, respectivamente. El autor, a partir de su experiencia, ordena la nosología con categorías transitorias, por ej. “negación de la realidad psíquica” —como se presentará en el siguiente capítulo— pero dentro de esos materiales veremos aparecer referencias a términos que nos resultan más familiares y esperables cuando nos disponemos a hablar de nosología. Así es que nos encontramos con “borderline”, “mecanismos obsesivos”, “personalidades narcisistas”, etc.
Los “parámetros” son: “cómo perduran las partes infantiles en el conjunto de la personalidad del paciente”, “cuáles son las cualidades de los Objetos Internos y de sus relaciones mutuas”, “en qué medida la parte adulta ha surgido desde la introyección y de la identificación con los objetos internos o en qué medida esa parte adulta… ha sido sustituida por una parte pseudo-adulta que ha surgido de la identificación proyectiva con los objetos internos”, la presencia de “una organización delincuente de pandilla que corresponde a la parte narcisista infantil de la personalidad, para atacar a los Objetos Internos”, “si existen partes de la personalidad que parecen estar viviendo constantemente dentro de un Objeto Interno y, en ese sentido, en un estado psicótico y, finalmente, “…tratar de identificar áreas de la personalidad que están funcionando de una forma amental, en el sentido de carentes de actividad mental”.
El apartado sobre las “dimensiones para el diagnóstico”, por su parte, hace de bisagra con lo que va a ser materia central del siguiente capítulo, el tercero: “El trípode de la clínica psicoanalítica”. Este capítulo se desarrolla, como ya se anticipó, en los siguientes apartados: “La estructura de la personalidad”, “Pensamiento”, “Intimidad”.
La precisión conceptual así como la riqueza y extensión de los ejemplos clínicos difícilmente pueda encontrar justicia en esta reseña por lo que —más que nunca— se justifica reiterar que “es necesario dirigirse al texto y no quedarse con la lectura de la presente reseña”. Texto que —desde ya adelantamos— no sólo es para leer. Sino para seguir leyendo y releyendo en una especie de diálogo en espiral.
La parte dedicada a “La estructura de la personalidad” está dividida de acuerdo a lo que la experiencia clínica de Carlos Tabbia le ha llevado a poner de resalto: la “Negación de la realidad psíquica”, la “Escisión e identificación intrusiva” y “Inmadurez y lucha contra el objeto combinado”. Estas denominaciones se refieren a estructuraciones que ameritan ser discriminadas unas de otras a la vez que, todas ellas, guardan referencia a la relación que las partes infantiles mantienen con el objeto combinado.
Describe a la negación de la realidad psíquica como
…un producto derivado de la falta de imaginación y de intuición (debido a la ausencia de identificación introyectiva con el objeto combinado) que conduce a la restricción mental promotora de la creencia de que la realidad queda circunscripta al ámbito conocido, concreto e inmediato. Si esta restricción se complementa con la creencia en el lenguaje como algo concreto, se crea la combinación justa para `la evacuación de las experiencias emocionales y así impedir que lleguen a formar parte de la experiencia mental’. (p.89)
Los pacientes presentados muestran como rasgo común “la incapacidad para observar e investigar la realidad psíquica, para pensar y para desarrollar vínculos íntimos” aunque admiten diferencias entre ellos. Destaca que pacientes “… como estos ponen a prueba la capacidad de apasionarse del analista” ya que “sólo {le} queda la confianza en la propia realidad psíquica para tolerar esos…” ¿encuentros? ¿es que se puede hablar de “encuentro” en estas circunstancias?
La “… dificultad para reconocer el odio (H) frente a la tenaz oposición de las partes amentales de los pacientes puede mover al analista en la dirección de la tabla negativa o la reversión de la función alfa, despojando las experiencias de sus significados posibles. La colusión era una posibilidad…” con estos pacientes.
En cuanto al apartado “Escisión e identificación intrusiva” el autor refiere que del “… mismo modo que la representación del mundo se desarrolla a través de escisiones estructurantes capaces de organizar categorías, la psicopatología se mal nutre de escisiones aberrantes o excesivas unidas al empleo de identificaciones intrusivas”. Se constata que “… la defensa narcisista de evitar la diferenciación sujeto/objeto impide el desarrollo de la personalidad”. En este caso las denominaciones son “Una opositora intrusividad”, “El temor a la introyección y la locura”, “El peligro de la irrealidad”, “La grandiosidad anal” y “Manipulador con la pasividad”. Sintetiza este apartado destacando que en todos los materiales presentados “… se pueden observar con claridad los funcionamientos mentales derivados de la fantasía omnipotente de identificación intrusiva”. Discute, asimismo, la denominación “identificación proyectiva aspirada” (Meltzer) para “… describir situaciones donde el niño o el paciente era obligado a formar parte de la patología del adulto; como si fuera tragado por el objeto”.
La problemática que agrupa en el siguiente apartado, “Inmadurez y lucha contra el objeto combinado”, se muestra compleja y heterogénea en sus manifestaciones. No se trata —como en las anteriores— de las confusiones geográficas, ni de la identificación intrusiva, ni del espacio del abuso y del rechazo de los límites. Ahora se trata de la oscilación y movilidad entre estados mentales, más que de la rigidez de los mismos: Se podrá hablar de inmadurez del estado mental cuando la persona está muy escindida y sus partes infantiles están alternándose con las partes adultas en un intento de controlar la conducta (dirá Meltzer). Los subgrupos son: “Un estado mental inmaduro”, “Creyéndose el objeto combinado”, “La obsesividad” y “En el umbral de la posición depresiva”. Esta diversidad que se puede apreciar en las mismas denominaciones empleadas, reclama un modelo —por parte del psicoanalista y del psicoanálisis— que la contenga. Y Tabbia lo encuentra en el modelo contenido-continente cuyo punto de partida radica en la relación sumamente compleja entre un objeto materno, receptivo, y un infante con necesidades buscando un objeto. Modelo en el que el papel de la preconcepción es esencial por su constante reductibilidad a lo mental; es decir, a la mente de la madre (en el caso de la preconcepción pecho) o a la de los padres (en la preconcepción, edípica, “familia”). Es el espacio de la mente del otro o de los otros (padres) en el que encuentra acogida la preconcepción del bebé, como momento primero, para la creación de una concepción, al darse la realización, como momento segundo.
En lo que hace al apartado dedicado al “Pensamiento”, retoma las ideas de Bion que postulan al pensar como aquella facultad destinada a aprehender los pensamientos —siempre amenazantes— que claman un sitio dentro de la mente para lo cual es necesario desarrollar un aparato para pensarlos. En este aparato la observación, la descripción y la interpretación juegan un papel determinante a la hora de la génesis del significado y se revelan en su complejidad como un delicado instrumento que es necesario usar con precisión.
Algunas de las manifestaciones de los trastornos que se pueden observar en esta relación entre el pensar y los pensamientos incluyen el fanatismo, la incapacidad para soñar, el aburrimiento o la coacción sobre el cuerpo para sustituir la mente.
En el tercer apartado aborda la cuestión de la “Intimidad”, la que —nos sugiere— puede ser considerada como una semilla que, en circunstancias adecuadas, sobre una tierra abonada y protegida de asedios, podría dar lugar al desarrollo de una personalidad. Sin esa semilla, compleja en su estructura y con gran potencialidad, podríamos estar lanzados a una profunda soledad.
Será la función continente del analista, en equipo de trabajo con el paciente, la que producirá esa pulpa nutritiva que permitirá el desarrollo de una relación íntima que posibilita la creación de una familia interna, que nos permite descubrirnos, que se sostiene en el diálogo con los objetos internos y que no se siente ofendida por la privacidad ajena; una pulpa que se enriquece en las experiencias emocionales y en la contención de los conflictos entre sujetos y objetos.
Finalmente en lo que hace a “La tarea del psicoanalista”, Carlos Tabbia la asienta sobre los lineamientos que Freud plantea en “Recuerdo, repetición y elaboración”. Según ese texto, se requiere la presencia mutua de ambos miembros de la empresa ya que esa es la condición para que emociones y pensamientos se presenten y elaboren.
El contacto y la intimidad emergentes en ese encuentro, en esa presencia, darán lugar al surgimiento de una “concepción más unificadora” y “actual” del analizado, quien se torna más vivo, más real, cuando se establece la transferencia, reino intermedio entre la inmadurez/enfermedad y la vida en virtud del cual se cumple el tránsito de aquella a esta ya que permite que sean puestas al descubierto tanto la misma transferencia como la resistencia. Esta tarea, difícil para ambos miembros de la pareja analítica, no obstante requiere del analista un plus de valor y honestidad que evite pactos secretos, una “actitud psicoanalítica” que promueva en el paciente el “hablar en serio” consigo mismo, sinceramente. Llegar a ser sí mismo, con todas las grandezas y miseria de su propia verdad.
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