2022: Paisajes pulsionales - Vol XLIV nº 2

Ignácio A. Paim Filho: Médico, psicanalista, membro titular e didata da Sociedade Brasileira de Psicanálise de Porto Alegre. Coautor dos livros: «Novos tempos, velhas recomendações» (Paim Filho e Leite, 2012) e Filicídio: uma introdução (Paim Filho e Borges, 2017). Autor dos livros «Metapsicologia: um olhar a luz da pulsão de morte» (2014); «Das Unheimliche: inconfidências metapsicológicas» (2019) e «Racismo por uma psicanálise implicada» (2021).

El racismo es esa peste, mirada odiosa que afecta al Otro, escudriño de odio y de intolerancia sobre aquello que funda la diferencia. Odio e intolerancia hacia el Otro, el racismo es esa manera funesta de pensar y actuar, fruto de una voluntad totalitaria en un doble afán de extirpar del Otro su modo de goce y, al mismo tiempo, imponerle el nuestro. (Neuza Santos, 1998)

Y, por último, no olvidemos que la relación analítica se basa en el amor a la verdad, o sea, en el reconocimiento de la realidad, excluyendo toda y cualquier apariencia y falseamiento.  (Freud, 1937)

Resumen: El presente texto pretende reflejar la violencia del racismo estructural, en su relación intrínseca con la blanquitud, con sus resonancias en la constitución del psiquismo. Frente a esta concepción, se cuestiona sobre la escucha psicoanalítica de este problema, históricamente silenciado, pero también repudiado en el universo psicoanalítico. En ese sentido, esta narrativa es una invitación a los psicoanalistas a atreverse a traspasar los límites impuestos por el inevitable racismo que nos habita, y a trabajar en la búsqueda de la elucidación de esta herida traumática, que conforma, espantosamente, nuestra humanidad. El autor entiende que sin esta implicación, que remite a la escucha en sí misma, su identificación con el legado transgeneracional del colonizador/esclavo/racista, habrá un grave perjuicio en la escucha de lo traumático colectivo e individual, revelado por los negros analizandos, en la escena analítica.

Descriptores: Racismo. Escucha, Negación, Trauma.

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* Este relato es fruto de la ampliación de las ideas desarrolladas para el prefacio del libro Relações raciais na escuta psicanalítica (Costa, J. F. et al.: Zagodoni Editora, 2021)

La escucha está en el orden del día, accionando la necesidad vital de escuchar, mirar, sentir en sí nuevos/viejos paisajes. Este concepto central de la práctica analítica, interpelado ahora a la luz de un fenómeno universal históricamente renegado (Verleugnung) por nosotros, el del racismo estructural (la fuerza desgarrada de la pulsión de muerte, no mitigada, del pueblo blanco, que ejerce su poder de destrucción sobre el alma y los cuerpos negros), en su intersección con el género y con la clase, se ha vuelto objeto de una convocatoria enérgica dirigida a los psicoanalistas. Esta es producto del desacomodo que esa problemática —manera funesta de pensar y actuar, fruto de una voluntad totalitaria— viene produciendo de manera sistemática en todos los segmentos del orden social, especialmente desde los episodios desencadenados por el movimiento Las Vidas Negras Importan en 2020. La lucha contra la violencia de la vida cotidiana —escenario de guerra en tiempos de paz— contra el pueblo negro se presentifica de forma contundente, generando sensaciones inquietantes donde solo habitaba el silencio mortífero de la indiferencia: el juego pulsional de vida y muerte se vuelve ruidoso.

Entiendo que esos dispositivos antirracistas han propiciado el deseo de crear una zona de creación y transfiguración —Relações Raciais na Escuta Psicanalítica, 2021, por la vía de la palabra escrita y hablada, para fundar una voz expresiva para esa temática, llenar lagunas en el pensamiento psicoanalítico a partir del reconocimiento de la realidad material e histórica del racismo y sus repercusiones en la constitución del sujeto. Voces que buscan instigar, en los espacios que contemplan el encuentro analítico, reflexiones comprometidas con transformaciones y empeñadas en nutrir posibilidades de ampliar y poner en ecuación las complejidades que comportan un sinfín de vértices del lugar de habla y del lugar de escucha, con sus siniestros juegos jerárquicos imbricados en el proceso de racialización. En ese sentido, Mbembe (2018) señala: “La raza solo existe en razón de ‘aquello que no vemos’. […] En efecto, el poder-ver racial se expresa inicialmente en el hecho de que aquel que elegimos no ver ni oír no puede existir ni hablar por sí mismo”.

Escuchemos “aquellos que elegimos no ver ni oír no pueden existir ni hablar por sí mismos” como una constatación significativa que nos interroga en cuanto a nuestra participación en ese proceso de desubjetivación, como sujetos y psicoanalistas no comprometidos con la desestructuración del racismo estructural en nosotros y en el otro. Esa falta de compromiso se hace presente cuando no se reconoce ese núcleo traumático —sufrimiento vivido diuturnamente, de forma constante e ininterrumpida— que asola a la colectividad del pueblo negro como resultado de las acciones nefastas de la blanquitud. Los blancos, en efecto, son los que poseen el poder de racializar al otro asumiendo una perspectiva jerárquica mediante la cual se justifica la creación de subalternos, seres humanos de segunda clase en estado de servidumbre y humillación, con el objetivo de mantener los propios privilegios —económicos, políticos y sociales—, a los cuales atribuyen un estatus de universalidad. Siguiendo en esta línea de pensamiento, hago una conexión con las reflexiones de A. Scribano cuando escribe sobre los cuerpos colonizados, cosificados, tomando como referencia el asesinato de George Floyde: “El cuerpo como espacio de colonización es escrito, es tramado, es enclaustrado, es borrado, marcado como pérdida de autonomía, es un cuerpo que intenta gritar pero no puede gritar lo que millares de cuerpos viven, sienten, experimentan” (Scribano, 2020).

El eterno silenciamiento, con sus formas de negación (un silenciamiento orquestado por la cultura eurocéntrica, con su participación en la génesis y en la perpetuación del racismo, y denunciado y combatido por los movimientos negros desde la diáspora forzada desde África), se rompe por medio de una adecuada instrumentalización de la pulsión de muerte orientada, por la fuerza de la libido, hacia las trincheras narcisistas implantadas por la blanquitud. Contexto vital que rescata la potencialidad de Eros para trazar nuevas rutas y que impone que la temática del racismo —esa peste, mirada odiosa que afecta al otro— se vuelva inexorable. El pueblo negro como agente activo, en su protagonismo secular, en la búsqueda incansable de resignificación de la historia que nos constituye, está produciendo un lugar de valor inaudito para nuestra negritud: cuerpos que pueden gritar lo que millares de cuerpos viven, sienten, experimentan…Al mismo tiempo, inaugura un lugar de significación para la letalidad que la blanquitud comporta y la convoca a trabajar. Se opera, así, la construcción de espacios de reflexión, la puesta en marcha de acciones que suponen el reconocimiento de la responsabilidad por los daños causados, en el pasado y en el presente, y su reparación necesaria en pro de un futuro de equidad racial. Una conjunción que ha urdido potentes condiciones de hacer reverberar las palabras de Fanon: “¡Escucha, blanco!”.

Partiendo de la premisa de que la problemática del racismo frente a la blanquitud es inevitable, ¿cuál será el camino que el psicoanálisis y los psicoanalistas deberán seguir? ¿La clínica de nuestra vida cotidiana está capacitada para escuchar lo traumático —escudriño de odio y de intolerancia hacia lo que funda su diferencia— que surge de las interacciones de esa problemática? Para entrar en ese campo, es importante tener en mente la recomendación freudiana, sobre el lugar de la transgresión como elemento disruptivo de lo establecido, en el proceso de análisis:

Necesitamos convertirnos en sujetos malos, echarnos a perder, abandonar, traicionar, comportarnos como el artista que compra pinturas con el dinero del presupuesto de su esposa o calienta el ambiente para la modelo quemando los muebles de la casa. Sin esta dosis de criminalidad no hay producción correcta.

(Freud a Pfister, 1910, p. 53)

El territorio psicoanalítico, en su segmento clínico, bajo la insignia de una tergiversada idea de neutralidad, o aun de abstinencia, atravesado por la escisión entre lo singular y lo colectivo, en el contraflujo de las proposiciones freudianas, cuando se ocupó de esta temática, en la gran mayoría de los casos, lo hizo adoptando el sesgo de la psicopatología del pueblo negro desvinculándola del malestar causado por la crueldad de la cultura blancocéntrica, que “revela al ser humano como una bestia salvaje, ajeno a la tendencia a prescindir de su propia especie” (Freud, 1930, p. 363). Este contexto es compatible con un psicoanálisis que tiene como agente promotor, en su abrumadora mayoría, al pueblo blanco, con sus distanciamientos del amor a la verdad. Un pueblo que, en su mayoría, desconsidera el lugar del racismo estructural y sus resonancias en la elaboración de las subjetividades, así como los males identificatorios que conlleva como consecuencia de su legado de privilegios y poder, otorgado por su blanquitud, “en su doble afán de extirpar del Otro su modo de goce y, al mismo tiempo, imponerle el nuestro”. Las diversas facetas que componen la racialización del pueblo negro por parte del pueblo blanco se hacen presentes en el vínculo transferencial y contratransferencial de una manera muy peculiar, ya que la pareja analítica revivirá la experiencia del encuentro de dos mundos —el del colonizador/esclavista/racializador y el del colonizado/esclavizado/racializado— con sus desdoblamientos en la peste del racismo: colonización de cuerpos marcada como pérdida de autonomía. La herencia arcaica, con sus intensidades no metabolizadas, deja de ser una metáfora para adquirir carne y sangre en los cuerpos negros. Esta afirmación evoca la dimensión de la denuncia, del ser indiscreto, presente en ese encuentro, que hace que cada analizante negro tenga que asumir el compromiso de “convertirnos en sujetos malos, echarnos a perder, abandonar y traicionar” los dictados impuestos por la universalidad creada por la monocromática cultura occidental en nombre de sus propias singularidades. Así, lo extraño, con su potencialidad de producir inquietudes, genera malestares en el consultorio de análisis. Estos mundos superpuestos1, sostenidos por la transformación en su contrario, destino pulsional narcisista, estructuran un escenario que implica de forma visceral al analista y al analizante en busca de la exclusión de las apariencias y falseamientos producidos por la blanquitud.

1. Al utilizar esta expresión que remite al trabajo “Analista y paciente en mundos superpuestos” (Puget & Wender, 1982), lo hago movido por semejanzas y diferencias. El elemento que lo diferencia se refiere al impedimento, por parte del analista, para la escucha de lo traumático del racismo, oriundo de la realidad externa, y sus repercusiones en lo psíquico. Ese impedimento se produce porque la pareja analítica vive en sí misma las consecuencias de ese racismo reactualizado, pero no contemplado, en el aquí y el ahora de la sesión, acompañado de sus herencias transgeneracionales: mundos compartidos, historias renegadas. 

Así, escuchar, pensar y trabajar analíticamente el terror al racismo, con sus entrecruzamientos, exige del analista, como guardián de los settings, una labor sumamente cuidadosa, para lidiar con su inconsciente, con lo que está escindido en sí mismo: los lazos que lo vinculan transgeneracionalmente a la génesis, al desarrollo y a la perpetuación del racismo con su jerarquización de clase y género. Adquirir tal condición es sine qua non. Dicho esto, evocamos el secular adagio freudiano: “ningún psicoanalista va más allá de lo que le permiten sus propios complejos y resistencias internas” (Freud, 1910a, p. 130). En este escenario, el racismo que nos habita, con su intrínseca potencialidad destructiva, requiere enfrentamientos que convocan a los psicoanalistas a reflexionar sobre cuánto han trabajado, o siguen trabajando, en sus análisis esta problemática, que afecta a todos y todas, independientemente de considerarnos racistas o no. Subrayo que el racismo es estructural, lo que determina su presencia más allá de los preceptos éticos: ser racista es lo normal; no serlo exige un arduo esfuerzo de transformación psíquica y social: la necesidad, así como la de los analizantes, de “convertir[se] en sujetos malos”

Estas constataciones, que apuntan a escudriñar la escucha analítica, recuperan viejas/nuevas preguntas que demandan una mirada más atenta, una escucha más sensible, sobre la persona del analista, o, mejor dicho, sobre su inconsciente. En definitiva, “No es solo la constitución del Yo del paciente, sino también la peculiaridad del analista que ocupa un lugar importante entre los momentos que influyen en las perspectivas de tratamiento analítico y lo dificultan según el tipo de resistencias (Freud, 1937, p. 354). ¿Cómo puede un analista no negro escuchar analíticamente a un analizante negro? O, aun, ¿cómo puede un analista no negro escuchar las implicaciones racistas de sus analizantes no negros? Debemos además añadir una tercera pregunta: ¿cómo puede un analista negro escuchar las manifestaciones de sus analizantes no negros? Señalo que todas estas cuestiones pueden y deben transponerse, entre aproximaciones y distanciamientos, cuando el analista interviene directamente en la organización social.

Más allá de responder a estas cuestiones, subrayo la importancia de la recomendación que hizo Freud, en 1919, sobre la importancia de que el analista desarrolle una extrema “delicadeza de sentidos” (p. 329), en la medida en que se disponga a transponer la centralización restrictiva de lo bello y se atreva a enfrentarse a ese margen, a lo que es del orden de lo “repulsivo y doloroso” (p. 329), en sí mismo y en el otro. El racismo, marca emblemática de esa doble cualidad del sentir, tradicionalmente desprovista de la percepción/Cc, señala caminos. Es hora de “quemar los muebles” de la Casa Grande2, granero del racismo, para fraguar la creación de nuevos modelos identitarios, guiados por lo disruptivo que la negritud nos impone, con la apertura de las senzalas.

2. Referencia al libro Casa grande e senzala, del sociólogo G. Freire (1933). “Casa grande” es el término que designa el lugar que habitaban los dueños de haciendas o residencias urbanas que explotaban mano de obra esclava. “Senzala” designa el conjunto de viviendas (de infraestructura precaria y pésimas condiciones sanitarias) destinado a las personas esclavizadas.

Los interrogantes mencionados anteriormente no fueron elaborados para ser respondidos de forma lineal ni simplista, sino como provocaciones —sin esta dosis de criminalidad no hay producción correcta— para que los psicoanalistas también se sientan desafiados a construir sus propias hipótesis, atreviéndose a romper sus resistencias. Esperamos que el encuentro con narrativas como esta sea pródigo en producir materia prima para ampliar la escucha psicoanalítica de las relaciones raciales en las más variadas áreas de análisis. Aspiramos, así, a construir un contrapunto para la máxima del escritor Lima Barreto (1921) de que la capacidad mental de los negros es discutida a priori y la de los blancos, a posteriori. 

Para concluir este recorrido sintetizo, como un estímulo más a la reflexión en busca de dar visibilidad a lo que fuimos incapaces de ver y escuchar, en las palabras finales de Jurandir Freire contenidas en el prólogo de la primera edición del clásico y actual libro de Neusa Santos, en 1983: “De Fanon, también conocemos el vigoroso mensaje, emitido en el mismo diapasón: ‘¡Escucha, blanco!’. A partir de este trabajo parece surgir ahora un llamado de idéntico timbre: ¡Escucha, psicoanalista! Presta atención a esas voces que la autora nos ha hecho oír. Ella nos muestra lo que fuimos incapaces de ver”.

* Versión al español de Adriana Carina Camacho Álvarez y María Inés Simón (Lecttura Traduções).

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Referencias

Barreto, L. (1921). Diário íntimo.
Freud, S. (1910). Carta Freud a Pfsiter 05/06/1910. In Cartas entre Freud & Pfister. Viçosa: Ultimato, 1998.
. (1910 a). Perspectivas futuras da terapêutica psicanalítica. In Obras psico-lógicas completas. Rio de Janeiro: Imago, 1976.
. (1919). O inquietante. In: História de uma neurose infantil; Além do prin-cípio do prazer e outros textos (1917-1920). Trad. P. C. de Souza. São Paulo: Companhia das Letras (2010).
. (1930). O mal-estar na cultura. In: Cultura, sociedade, religião: o mal-estar na cultura e outros escritos de Sigmund Freud. Obras incompletas de Sigmund Freud. Tra. M. R. S. Moraes. Belo Horizonte: Autêntica. 2020.
. (1937). Análise finita e infinita. In Fundamentos da clínica psicanalítica. Belo Horizonte. Autêntica, 2017.
Freire, J. (1983). Da cor ao corpo: a violência do racismo. En Tornar-se negro ou As vicissitudes da identidade de negro brasileiro em ascenção social (Neusa S. Souza). Rio de Janeiro: Zahar, 2021.
Mbembe, A. (2013/2015). Crítica da razão negra. São Paulo: n-1 edições, 2018.
Souza, N. S. (1998). O estrangeiro: nossa condição. En Tornar-se negro ou As vicissitudes da identidade de negro brasileiro em ascensão social. Rio de Ja-neiro: Zahar, 2021.
Scribano, A. (2020). Não consigo respirar: o corpo como um espaço de coloni-zação racializadora. En Documento de Trabalho do CIES (Centro de Pesquisas e Estudos Sociológicos): “Contra o Racismo”.