2022: Paisajes pulsionales - Vol XLIV nº 2

Carlos Moguillansky: Médico, psiquiatra y psicoanalista.  Miembro pleno de APDEBA, FEPAL e IPA. Ex Secretario científico y ex presidente de APDEBA, durante su presidencia se fundó el IUSAM. Miembro del Consejo editorial del International Journal of Psychoanalysis. 2001-2008. Miembro del comité científico del IPA Congress de Hamburgo 2001. Suicidality. Autor de Decir lo imposible, Clínica de adolescentes, Las latencias, El dolor y sus defensas, Editor de J. Bleger Revisited y The Work of Donald Meltzer (Forthcoming) by IPA Publications Committee. Coautor de publicaciones en revistas y en varios libros en español e inglés sobre Adolescencia, Realidad psíquica y Clínica.

Personalmente no creo que haya ningún infierno más allá de esta vida. Si creo que una persona crea muchos infiernos para sí misma y para otros.

Wislawa Szymborska

Resumen: La relación con la realidad es una construcción subjetiva, que implica la cooperación de las tres instancias psíquicas —Ello, Yo y Superyó—. Si bien esa construcción atiende a la realidad, su tarea privilegiada respeta las fuerzas del conflicto psíquico. Por ello, el realismo es un objetivo que depende de las condiciones de tolerancia al dolor, a las exigencias de la realidad y a la angustia que ésta puede despertar. La adhesión gregaria aporta una decisiva influencia en las creencias y en los prejuicios sobre la relación de un grupo con una realidad determinada. La pertenencia al grupo decide el criterio del juicio de la realidad de cada uno de sus miembros. A su vez, la interiorización del Superyó es un factor del ejercicio de ese criterio y define la ruptura del juicio de realidad en situaciones de stress o de pérdida de la presencia del depositario que sostiene el sentimiento de sí de un joven. El texto revisa situaciones clínicas donde esos factores juegan un papel en la generación de un trastorno no psicótico de la relación con la realidad.

Palabras clave: Realidad, Superyó, Transferencia, Relación de Objeto.

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Introducción y axiomas preliminares

La construcción de la realidad pone en riesgo cualquier aproximación a ella, a punto de exponer la discusión clínica o teórica a una Babel, según el peso que se dé a la base teórica de cada visión. Precisamente, su estudio es también una construcción similar, que segmenta la percepción de los hechos e instala axiomas indiscutidos. Ellos enmarcan su estudio según la ideología del saber, propia de las inevitables tendencias dominantes de su grupo y de su época.

El siguiente ejemplo ficticio ilustrará la situación. Contratan un barco con su tripulación francesa para trabajar en una colonia española. Al principio, la tripulación original conserva un orden minucioso y usa el nombre francés de cada aparejo de la embarcación. Con el tiempo se altera la situación. Los tripulantes se van, los aparejos se deterioran y reemplazan. Ahora tienen nuevas formas y nombres. Al final, la embarcación es una mezcla heterogénea de objetos donde trabaja un grupo heterogéneo de personas. Poco queda de la situación inicial y sólo se mantienen algunos términos y objetos, como curiosos relictos del barco francés. Éste es ahora sólo un mito que permanece en el recuerdo de algún marinero memorioso. Antes de ser retirado como un trasto, ya no es más aquel. El objeto original ya no existe: sus partes, sus usos y sus nombres cambiaron, se han corroído, alterado y transformado. Ya nadie recuerda cómo eran o cómo se llamaban en francés esa vieja botavara, las velas, el timón…todo aquello desapareció junto a las palabras que lo nombraban. Luego del desguace, nadie recordó que parte de las cumbreras de la recova eran las viejas cumbreras del techo de la bodega. Nadie sabe por qué a esas maderas las nombraban en francés. Las cosas, las palabras y la historia se remodelan y prestan su propia argamasa para hacerlo. Luego, la vida desentierra lo que quedó atrapado en la recova, en los términos que nadie sabe por qué son usados así, a diario, sin importar qué o quién los trajo allí, a la mano, a las palabras.

La situación se agrava cuando se trata de una realidad personal, pues su relato, lleno de deseos, impresiones y emociones, transforma esa historia en una autobiografía (Arfuch, L. 2002).1

1. Arfuch, L. (2002). El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea. Bs. As. FCE.

Ese es, precisamente, el objeto de cualquier psicoanálisis, que no trata los hechos objetivos sino la distorsión histórica que cada persona hace de ellos en su inevitable y cotidiana autobiografía. Por ello, a sabiendas de que la clínica resulta distinta según cada mirada, una viñeta iniciará la discusión sobre el papel que tiene la subjetividad en su mediación con las cosas prácticas. Este no es un trabajo sobre la objetividad. Al contrario, trata de explorar las razones y los recursos de la distorsión que cada uno realiza sobre su experiencia. Parafraseando a Benjamin, es mucho más interesante la experiencia narrativa que relata un viajero que la geografía de sus viajes. Los analistas somos espectadores de esas narraciones y estamos más atentos a la construcción de sus vivencias que a la supuesta objetividad de sus comentarios: el psicoanálisis no estudia la realidad, sino la singular apropiación subjetiva que una persona hace de ella. A diferencia del caso anterior, aquí sí se busca un sujeto —un quién, real o no— que se haga cargo de esa historia. Veamos el caso: un joven cuenta que la noche anterior estuvo esperando ansioso que su pareja, algo mayor, llegara a su departamento de soltero a dormir con él. Antes de que ella llegara, oyó los ruidos de la casa, el ascensor y los ladridos de su perro. “¿Habría cosas que el perro escuchaba y él no?” Relató el siguiente sueño: “Iba por una calle oscura, cercana al negocio familiar. Estaba asustado y le pedía ayuda a un hombre desconocido. Frente al negocio había una pelea, quizás un robo. Subía a las oficinas y su hermana estaba trabajando, sin prestar atención a los ruidos de la calle. Él le explicaba que podría haber peligro y ella decía que no, ¿no veía que ella estaba ocupada? Discutieron. Ella se irritó con él y le dijo que no la molestara con sus miedos de niño. Eso lo angustió más. Despertó desasosegado.” En el análisis posterior, el joven no entendía su alarma. Él vivía con miedo desde siempre. Desde niño había tenido el temor a ser robado, a ser secuestrado, a que entrara un extraño cuando se apagaba la luz a la noche. En su pubertad, el miedo se agravó cuando supo que sus padres no podían protegerlo. El perro oía cosas que él no.

¿Era algo que él no advertía, como su hermana? Lo angustió no ser entendido. Su angustia se incrementó en el desconcierto o la sordera de ella. Perdía la cualidad inicial. El sueño describía la pérdida del sentido de sus emociones en el intercambio con alguien que lo desatendía hasta llegar al terror. No temía estar solo. Temía no ser entendido. No entender, no entenderse. Todo dejaba de ser lo que era en esa situación. Eso lo desesperaba. “Y se aferraba. A quien sea… ¿se aferraba a una persona? ¿o era algo así como un adicto a ella? La presencia de su pareja era un remedio, que evitaba que surgiera el terror. Y entraba como una cuña que impedía que algo ocurriera, él no sabía qué”. El desconocido le recordaba a una policía que había intentado frenar un incidente de tránsito sin lograrlo, en la esquina de su casa. A modo de reflexión, dijo: “muchas veces la autoridad no tiene autoridad. No sé si sirve prohibir algo al que cree que tiene razón. En un lío de tránsito todos creen que tienen razón”. Algo de eso estaba presente en su discusión de sordos con su hermana, pero no explicaba su desolación posterior. A él le pasaba algo más… la realidad ofrecía un conjunto de experiencias dispersas que fluían, confluían y variaban conforme se veían a la luz de las distintas perspectivas y emociones, en una extimidad fluida. En la que interno y externo se continuaban y borraban. Era difícil saber dónde empezaba uno y terminaba el otro. Alguien negaba la verdad que él había visto con sus propios ojos y vivía con eso. El realismo era un absurdo y sólo quedaban las distintas opiniones. La viñeta muestra que el problema de la complejidad tiene aspectos cognitivos —vinculados con el plano perceptivo de la realidad— y aspectos emocionales —asociados al impacto emotivo de esa relación—. A su vez, la relación con la realidad oscila en su complejidad cognitiva y emotiva, en la que se ve el progreso o la regresión de los matices que se pueden reconocer. La resolución perceptiva —la capacidad de advertir dos hechos como distintos— vale tanto para los aspectos propiamente perceptivos como para los matices emotivos de la realidad psíquica.

Es conocida la historia que habla de unos ciegos explorando un elefante. Cada uno lo revisó con su mano y extrajo su conclusión: quien tocó las patas pensó en las columnas de un templo, el que tocó la cola creyó estar ante una víbora pequeña, quien tocó la trompa pensó lo contrario, eso era una boa enorme, quien tocó las orejas pensó en las velas de un barco ¿Cuál es la realidad que importa y, en cada caso, quién la advierte, quién no, y/o por qué no lo hace? Las emociones pueden ganar una cualidad que no tenían antes. O perderla, en un acto inesperado. La luz, la presencia, el abrazo eran la solución para ese joven ante una amenaza escondida en la sombra, que surgía cada vez que la presencia se ausentaba. No sabemos qué hace el otro o por qué no se tolera su ausencia ni si esa intolerancia se revierte. Se habla de la desmentida narcisista ante la caída de la omnipotencia, de la persecución ante la ausencia del objeto bueno, de la intolerancia a la radical otredad. Por cierto, la ausencia de un semejante significativo impone una emergencia. Y ella debe ser explicada en cada caso. Aquí empieza el problema, porque la realidad adquiere una dimensión distinta en cada explicación, también en cada caso. Se debe enfrentar entonces que la solución es parte del problema. Y que es difícil resolver los obstáculos de la construcción de la realidad, sea ésta científica, artística o común y ordinaria. La mediación del logos, por objetiva que intente ser, no copia la realidad, pues activamente la construye. A su vez, su construcción impone sus propias reglas, que incluyen el incremento y la caída de la complejidad simbólica y emocional, así como la (in)tolerancia a la irracionalidad propia y ajena. Al escuchar un relato, se suele advertir que éste propone un problema a ser resuelto. En él no importa realmente quién hizo qué, sino más bien, quiénes participan de esa singular conjugación de la acción. Pues ella se despliega en distintos pliegues y contra prestaciones. No es fácil definir en blanco y negro a la víctima y al culpable, y son frecuentes los grises de las actitudes mutuas, muchas veces en espejo, a la mañana yo aquí, y a la noche tú allí. Sin embargo, esa revelación suele ser tardía. Al evaporarse la tensión del inicio, el analizante está más dispuesto a admitir que nada es grave y que todos —los otros y él— ni son tan genios ni tan bastardos, sino más bien algo intermedio. Los hechos son los mismos, pero cambió la subjetividad del narrador.

La relación con la realidad requiere enfrentar la irracionalidad y el problema que ella suscita en el ejercicio de la razón. La razón se acompaña de la sinrazón. Prácticamente no se conoce ese trastorno en otras especies. Esto parece estar vinculado a la aprehensión humana de la realidad a través de la representación. Su función mediadora establece una realidad simbólica autónoma respecto de lo que representa. Cada contexto llamó a esa distorsión: creación, opinión, poesía o delirio. Representar impone el acto creativo agregado —no realista o irrealista— que cada autor propone a su aprehensión de la realidad. Su creación subjetiva atiende a razones —¿proyectivas? Ellas dependen del equilibrio psíquico de quien realiza la representación y que van desde la mera distorsión a la alucinación y desde la opinión mesurada hasta la convicción fanática. La distorsión es paralela al sentido que evoca la realidad en esa persona, desde el valor de un acto adaptativo hasta el impacto emotivo más comprometido. Meltzer (1992)2 señala:

En lo que se refiere al mundo exterior, debemos extraer significados cuando el impacto de los acontecimientos y de los objetos nos golpea emocionalmente; por lo tanto, están sujetos a procesos de imaginación, es decir, de formación simbólica (función alfa) y al pensamiento; esto va más allá de nuestros movimientos adaptativos que, sobre todo, se aprenden por procesos infra mentales de mimetismo y de ensayo y error. (p. 57). 

2. Meltzer, D. (1992). Claustrum. London, Roland Harris. Claustrum. Bs As. Spatia, 1994. 

La cita distingue la adaptación instrumental y el acto de sentido, sujeto al pensamiento y a la emoción. Si bien ambos se relacionan con la realidad, sólo el acto de sentido es de incumbencia del psicoanálisis, que está interesado en el flujo y en la transformación del significado psíquico. Y reserva a la neurología el estudio de los actos sin significado. La función alfa —propuesta por W. Bion— define un complejo procedimiento transformador que modifica la investidura de los contenidos psíquicos —aportándoles un sentido— y los hace aptos para ser soñados, pensados y recordados. Su función puede ser progresiva o regresiva, en cuyo caso, los elementos psíquicos capaces de ser pensados pierden esa condición y toman un camino regresivo hacia elementos que sólo pueden ser expulsados o contenidos por una defensa tiránica. En suma, la función alfa habla de dos direcciones del acto psíquico de investir o desinvestir un elemento y, de ese modo, modificar su complejidad. Como dijo ese joven, “en un lío de tránsito todos creen tener razón”, pues la emoción violenta ligada al suceso altera el juicio de todos y de cada uno. Los distintos niveles de la vida psíquica responden a diferentes procedimientos defensivos del Yo y el Superyó: el Yo usa defensas disociativas —Abspaltung, splitting off— o represivas —Verdrängung, repression— (Sterba, 1936)3 y el Superyó adopta estrategias arcaicas o en sintonía con las exigencias del Yo. Estas dos modalidades, paralelas y concurrentes, tienen consecuencias en la relación con la realidad (Jacobson, 1964)4. La tiranía superyoica coincide con la actitud adhesiva del Yo, que busca pertenecer a una institución —ésta puede ser la familia—a costa de su propio derecho a decidir por sí mismo, pues la certeza tiránica resuelve la inconsistencia del Yo, que aún no tiene el respaldo de un Superyó interiorizado. J. Maltsberger (2001)5 describió como objetivación a la proyección enajenada de un deseo negado por la paciente, que adopta en el propio cuerpo o en una parte de él la condición animista de ser un sujeto de deseo, cuya motivación autónoma lo transforma en un ser ajeno y separado del Yo.

3. Sterba, R. (1936). The first dictionary of Psychoanalysis. (Trans. P. Hoffer). London, Karnak, 2013.
4. Jacobson, E. (1964). The Self and the Object World. N. Y. I.U.P.
5. Maltsberger, J. (2001). The psychoanalytical positions on Suicidality in English speaking regions. Congress of Suicidality Hamburg. 2001.

Los dos niveles de la función psíquica están diferenciados por dos actos paralelos y concurrentes: la aparición de la represión y la interiorización parcial o total del Superyó. Esos dos actos generan un cambio de régimen psíquico. La mayor autonomía que brinda el Superyó interior ofrece un inédito respaldo al Yo. A partir de ese momento, éste puede liberarse de la posesividad de las relaciones familiares, a las que estuvo expuesto desde niño, pues ahora las funciones de sostén, desplegadas en el vínculo primario, pueden ser realizadas dentro de su propia psiquis. A su vez, el régimen represivo permite una nueva modalidad de la representación psíquica, que ya no está expuesta a los desarrollos de displacer, propios de la escisión del Yo y de los objetos. La función alfa, ya mencionada, resume ese cambio de función y permite un manejo más sutil de las representaciones psíquicas, pues esta nueva complejidad permite que ellas sean soñadas, recordadas y pensadas, sin el desarrollo de angustia que acompañaba a su evocación previa. Si esa función alfa no se despliega, la angustia inevitable exige que se mantengan los vínculos de la infancia, pues ellos facilitan el ejercicio de la función superyoica que aún no apareció en el niño. Este hecho conduce inevitablemente al aferramiento posesivo generalizado de toda la familia y a la detención del desarrollo. Este hecho es alarmante, en tanto los inevitables cambios evolutivos producen un stress intolerable y la ruptura con la realidad (Moguillansky, 2021).6

En el otro extremo, el uso social, económico y político de esas tendencias escapa a los límites de este texto y a la competencia de la observación analítica, aunque está claro que la manipulación social estratégica forma parte del contexto insoslayable en el control político de la relación con la realidad. El control político, implícito en ella, lleva al ejercicio del dominio social y la violencia simbólica sobre la versión de los otros (Bourdieu, 1988)7, a la violencia cotidiana o institucional y, finalmente, al exterminio del diferente, de su lengua, su cultura o su tradición. La realidad es diferente según cómo es segmentada, cómo se ven sus componentes y su articulación mutua y con qué criterios se los analiza. No hay neutralidad ni verosimilitud ni en el acceso a sus distintas perspectivas ni en la posterior difusión de los resultados. V. Klemperer (1945)8 dio un crudo testimonio del nazismo y del uso del lenguaje para naturalizar su política, al servicio de la supuesta pureza racial idealizada. No todo es negativo, sin embargo, Bourdieu indica que hay revoluciones que trastornan las bases materiales de una sociedad y revoluciones simbólicas, que llevan a cabo artistas, científicos, grandes profetas religiosos o políticos, que cambian nuestra manera de ser, de pensar y de ver la realidad.

6. Moguillansky, C. (2021). Possessiveness and its relation with certain juvenile madness. London, Routledge. Forthcoming 2022. 
7. Bourdieu, P. (!988). La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Taurus, Madrid.
8. Klemperer, V. (1945). LTI – Lingua Tertii Imperii: Notizbuch eines Philologen. Reclam Verlag, 1947.

El narcisismo de las pequeñas diferencias ilustra el papel que juegan la copia, la identificación y la pertenencia adhesiva a una versión de la vida, los hechos, la historia o cualquier elemento que proponga una referencia de identidad. Cada versión expulsa al elemento distinto o impropio. Y lo hace en otro. Quizás esto explique por qué las poblaciones más próximas y parecidas luchen entre sí cruelmente, cada una buscando el extermino de la otra. La versión de sí mismo y del otro arroja una distorsión presidida por la desmentida que no acepta algo como parte del sí mismo. Freud (1915)9 lo vio como un aspecto del Yo de placer, que retiene para sí lo idealizado y expulsa en otro lo odiado del propio ser. Otros autores lo definieron como lo ajeno, lo otro, lo extraño, lo extranjero o lo radicalmente otro (Derrida, 1967)10. Y quizás también esté asociado con el conflicto fraterno. La cosmovisión que resulta de esta escisión del juicio de realidad gana un valor de creencia con un fuerte tinte superyoico. Éste discrimina en blanco y negro, bueno y malo todo el espectro de la realidad y proyecta sobre el ajeno lo indeseado y perjudicial.

9. Freud, S. (1915). Triebe und Triebschicksale.GW X. Pulsiones y destinos de pulsión. Obras Completas Bs As, Amorrortu, 1979.
10. Derrida, J. (1967). La escritura y la diferencia. Barcelona. Anthropos, 1989.

En la clínica, ese aspecto indeseado y ajeno opera como un sí mismo disociado que, en la repetición de conductas anómalas, se comporta como otro que, en el lenguaje críptico de su repetición, dice lo que no fue elaborado, comprendido y narrado. En el lenguaje del acting-out, el retorno de lo escindido vuelve como una “desgracia del destino maligno”, que expresa el contenido superyoico de la escena traumática. En su descripción de Jane, M. y E. Laufer (1984)11 muestran la transformación de un malentendido grosero en su crianza en un acting-out muy severo, que expuso a Jane a un riesgo grave. Cada vez que ella buscaba la atención de sus padres, encontraba en ellos una respuesta ambigua. Su madre la entregaba pasivamente a su padre. Y él aceptaba pasivamente que Jane lo sedujera con toda suerte de actos cuasi sexuales. Aunque nunca se llegó al abuso genital, alguna vez Jane terminó acostada desnuda junto a su padre. Su perplejidad por la falta de comprensión infantil se volvió en su juventud una severa escena auto agresiva, que terminó con un intento suicida. En sus viajes a Oxford, ella solía hacer autostop. Si se creaba una escena sexual ambigua; Jane se negaba a la propuesta sexual del conductor y la escena terminaba en términos violentos. La repetición de Jane conjugaba los mismos elementos de la ambigua escena infantil y recreaba el mismo malentendido, entre la búsqueda de atención tierna y la seducción genital. Lo que apropiadamente, S. Ferenczi (1932)12 llamó la confusión de lenguas entre el lenguaje de la ternura y el de la pasión.

11. Laufer, M. y E. (1984). Adolescence and developmental breakdown. London, Routledge.
12. Ferenczi, S. (1932). Confusión de lenguas entre el lenguaje de la ternura y de la pasión. Congreso de Wiesbaden.

Esa transformación no fue necesariamente el efecto de la culpa inconsciente. Y probablemente tuvo su causa en la necesidad expresiva de Jane, que no encontró otros medios para hacerlo. El acting-out fue su modo de exponer su causa ante sí misma y ante los demás, para encontrar una puerta de acceso a la palabra, a la narración y a la elaboración. Este es un punto importante en cualquier discusión sobre el papel del Superyó, del masoquismo o la compulsión de repetición. La repetición expuso un problema, que se vio en la transferencia de Jane con su analista: allí ella repitió el mismo malentendido: ella sentía no ser entendida por él, que interpretaba las fantasías de su masturbación. Desde luego, estas estaban, pero no eran el motivo de la situación, sino su efecto. La misma escena infantil: Jane desnuda, pero huérfana de la comprensión emocional que buscaba. El ejemplo vuelve a plantear cuál es la realidad que importa y cuál es la que vemos, en función de nuestro vértice, clínico o teórico. La víbora, el templo o el elefante…

Esta crisis con lo otro del sí mismo fue abordada por Freud (1938)13 en su exilio en Londres, al describir los fenómenos de escisión del Yo, que trascienden la represión:

La condición de ello se puede indicar (…) diciendo que acontece bajo la injerencia de un trauma psíquico (…) El resultado se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo que nunca se reparará, sino que se hará más grande con el tiempo. Las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo. El proceso entero nos parece tanto más raro cuanto que consideramos obvia la síntesis de los procesos yoicos. Pero es evidente que en esto andamos errados. La función sintética del yo, que posee una importancia tan extraordinaria, tiene sus condiciones particulares y sucumbe a toda una serie de perturbaciones. (p. 275)

13. Freud, S. (1938 [40]). Die Ichspaltung im Abwehrvorgang. GW XVII: 57. La escisión del Yo en el proceso de defensa. Ibíd.

Con el otro se adjetiva lo que es un extraño al sí mismo — Selbst— aun cuando eventualmente se lo reconozca como parte de éste. El Selbst puede ser otro, cada vez que surge como una novedad o una contradicción con la manifestación más usual de él. Freud lo describe como el resultado del trauma, aunque también se lo ve como causa de un trauma, como ocurre tantas veces en la emergencia sexual puberal. El ladrón, el enemigo, el peligroso secuestrador o el intruso son las figuras que expresan el temor surgido en esa escisión. E ilustran el inestable balance que tienen con las creencias de los otros. Esas diferencias marcan una grieta insalvable entre las distintas opiniones. Cuando esto ocurre en la propia vida psíquica, esa barrera insalvable propone un flujo de experiencias culpables y autodestructivas, que conducen a la égida de un Superyó tiránico, que propone o promete una verdad unánime e indiscutida. Aquí reencontramos la objetivación de Maltsberger, como un procedimiento proyectivo que aloja en un personaje interno —el propio cuerpo o un aspecto de él— a su odio o su culpa y puede llegar a una severa fantasía fusional y suicida. El sometimiento adocenado del temor a romper con la manada es equivalente a la peor adicción, al producir el terror a pensar distinto, quedar fuera del mundo conocido o sentirse un ser anormal: eso introduce lo irreal.

La pregunta que compete al psicoanálisis reside en cuál puede ser la razón de ese núcleo ajeno al sentimiento de sí, que puede llevar a tamaños trastornos, pero que también es el germen de la comprensión del semejante, como un ser otro del sí mismo de cada uno. Luego, en ese camino, las sucesivas comprensiones de su comportamiento incierto llevarán a advertir que se trata de un ser distinto, otro y ajeno, cuyas razones y deseos están fuera de un saber inmediato. En suma, deberá darse con él alguna comunicación, que dé noticias mutuas y que saltee la diferencia radical que los separa entre sí. Está claro que, en esa frontera, hay un salto epistémico que podría trascender los límites del dispositivo psicoanalítico, pues allí está en juego un sujeto ideológico —mejor descripto por Althusser que por el psicoanálisis—.

¿Qué nos lleva a ver los hechos con distintas perspectivas? O ¿Por qué no vemos lo que se ve? El acceso a la realidad está mediado por prejuicios que seleccionan la posible interpretación. D. Arasse (2000)14 mostró el ejemplo divertido de cuadros, en los que el pintor había representado a una prostituta, y que la visión cultural del espectador tomaba como una diosa. La Olimpia de É. Manet (1863[65]) es un ejemplo de eso. Manet buscó a propósito quebrar la visión clásica del desnudo femenino y rompió con el canon de las diosas griegas, para pintar una mujer real, concretamente, una prostituta. Según Arasse, Olimpia no es una ruptura cultural del siglo XIX, pues no se diferencia mucho del efecto que produce la Venus de Urbino, de Tiziano. Se le enseña al espectador a no ver lo que se ve, sino lo que se espera que vea. Esa segmentación prejuiciosa forma parte de la cultura, tanto en sus manifestaciones como Ideal cultural, como espíritu de época o como tradición familiar; y surge como influencia cultural o como efecto interiorizado. En conclusión, la percepción y la interpretación de la realidad es un acto complejo, en el que intervienen todas las instancias psíquicas: Ello, Yo y Superyó. Por ello, la relación del ser humano con la realidad trasciende la usual descripción naturalista. Ella es una construcción subjetiva que atiende al equilibrio de funciones igualmente subjetivas. Estas son de tal importancia, que su atención ha llevado al ser humano a graves pérdidas del sentido de la realidad. Y aun hoy subsisten islotes importantes de irracionalidad social e individual, a pesar de los inmensos logros en el campo de la razón. En nuestra perspectiva, la construcción de la realidad puede ser interpretada con la herramienta principal del psicoanálisis: la interpretación. Freud, en La Interpretación de los sueños (1900) la propone como el procedimiento ideal para comprender su naturaleza. El sueño es el acto psíquico más transparente a la interpretación, en tanto es un modelo de la desfiguración defensiva que realiza la función psíquica de su propia naturaleza y de su motor principal, el deseo inconsciente. Dicha desfiguración es la respuesta a la censura psíquica, impuesta por el conflicto defensivo, y afecta a todas las funciones psíquicas y la relación con la realidad. La viñeta inicial no puede ser más ilustrativa. El conflicto defensivo define cada posición personal respecto de la realidad. Y en cada una de las personas se da el aumento y la pérdida de cualidad de la relación con la realidad, y de la complejidad de los matices del vínculo emocional de cada uno.

14. Arasse, D. On n’y voit rien. Denoël, Paris, 2000.

P. Ricoeur (1965)15 anota que la interpretación no se ejerce sobre el deseo soñado, sino sobre su relato. Es un acto semántico que va desde un sentido hacia otro sentido, dentro del lenguaje. La interpretación freudiana no es un estudio neurológico del sueño. Se ubica desde un inicio como un estudio de la función del lenguaje en la transmisión y en la comunicación humana. Ese simple, en apariencia, cambio de enfoque modifica sustancialmente tanto el objeto del estudio de un psicoanálisis como su método de trabajo y el dispositivo mismo de su investigación.

no es el sueño soñado lo que puede ser interpretado, sino el texto del relato del sueño; es a este texto al que el análisis quiere sustituir por otro texto que sería como la palabra primitiva del deseo; de modo que el análisis se mueve de un sentido a otro sentido; de ningún modo es el deseo como tal lo que se halla situado en el centro del análisis, sino su lenguaje. (Ricoeur, 1965, p. 9)

15. Ricoeur, P. (1965) : de l´interprétation. Essay sur Freud. Paris, Seuil.Freud, una interpretación de la cultura. México, siglo XXI. 1970. Las citas se extraen de la edición española.

No es el efecto de la talking cure. La estrategia del psicoanálisis centra su objeto de estudio en lo inconsciente, como un sistema de operaciones del lenguaje, que media entre lo pulsional del cuerpo —ordenado en y por el deseo— y la exigencia de la realidad, percibida a través del Yo. Su objetivo inicial fue la búsqueda de una versión primitiva del deseo —su formulación primaria en los términos de un lenguaje—. Con el tiempo esa búsqueda se deslizó hacia el estudio de la posible transformación —en la inscripción, transcripción y transferencia— de ese lenguaje en todas las direcciones progresivas y regresivas de la vida anímica. Ese segundo cambio modificó de nuevo al dispositivo interpretativo, al apartarlo de un simple desciframiento y llevarlo paulatinamente hacia el trabajo —en conjunto con el analizante— de la elaboración psíquica. Eso toma en cuenta las ideas de Freud respecto de actos psíquicos que no fueron olvidados porque nunca fueron conscientes. “Aquí sucede, con particular frecuencia, que se `recuerde´ algo que nunca pudo ser `olvidado´ porque en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue consciente …” (Freud, 1914)16. ¿Qué fragmento de la realidad consideraremos en este caso? En tanto es algo vivido y no registrado por la percepción y la conciencia. Aunque eso no le impide ser repetido en la vida y en la cura.

16. Freud, S. (1914): Erinnern, widerholen und durcharbeiten. G. W. Recordar, repetir y elaborar. Ibíd.

El conflicto defensivo incluye la función del Superyó, cuyos efectos tanáticos y libidinales dejan su marca en la estabilidad del Yo, en su efecto sobre la culpa inconsciente y en su participación en el amor narcisista, el amor de sí y el cuidado de sí — cura sui—. Estas cuatro fuentes del conflicto —Yo, Ello, Superyó y Realidad, estudiadas por Freud en El Yo y el ello (1923)— tienen, sin embargo, una sinergia que deriva en una cooperación tópica y dinámica, al servicio de la relación del Yo con sus fuentes de placer y de dolor y con su relación con el mundo. El Yo ordena el mundo en un cosmos propio y singular. Eso le permite anticipar los medios para dominarlo y para calmar su propia vivencia de desamparo. El conflicto humano es intrapsíquico, pero tiene una indudable naturaleza gregaria. Y la vida en manada encontró en el lenguaje a su herramienta expresiva privilegiada. El lenguaje le brindó el medio para comunicar su experiencia, junto con la habilidad de encubrirla ante la distinta reacción que producía en sus semejantes. La dependencia del amor y del odio del Superyó es la acción heredera de esa reacción gregaria, aprendida en la temprana dependencia emocional con los padres. Y las reglas de la privacidad son su resultado moral más elocuente. Ellas definen los límites de los discursos públicos y privados. En la letra de Freud están los elementos para describir los vínculos y las experiencias de reiteración y de novedad que se señalan como una fecunda ruptura con sus teorías. Ellos permiten distinguir tres modos distintos de la relación con lo otro —y con la realidad: la transferencia, la relación de objeto y el vínculo—, que se desarrollarán a continuación, en este texto.

Con ese propósito, el ser humano usa todos sus posibles canales y modos expresivos, pero apela en especial a la capacidad del lenguaje de enmascarar y revelar sus expresiones a través del equívoco y del doble sentido. En el estudio analítico, el sueño se eleva desde su marginal papel nocturno a ser el prototipo de la creación de sentido y el escenario privilegiado de la labor de la transferencia. Una labor que, si bien se expresa en las imágenes de la figuración onírica, realiza su tarea en la circulación del equívoco en la trama de las palabras. Ricoeur concluye que: “La interpretación es la inteligencia del doble sentido.” (Ibíd.: 19). Conviene agregar que la labor de la interpretación estudia el equívoco usado por la transferencia en su tarea de revelar un deseo oculto y ocultado, y en su labor de ligar las vivencias que escapan de las palabras. Esta línea de ideas no debe desatender, sin embargo, la dirección opuesta: que ve a la interpretación de la realidad como la ordenadora del caos en un cosmos. En ese caso, la transferencia se vuelve interpretativa y usa su experiencia como referencia para comprender, significar y transformar la vivencia caótica en un cosmos comprensible. Esa tarea de la transferencia fue tardíamente descubierta, como reacción defensiva ante el trauma, como el esfuerzo de ligadura, allí donde fracasó la comprensión de una vivencia (Moguillansky, 2009)17.

17. Moguillansky, C. (2009): La interpretación de la transferencia. La interpretación de la transferencia y la transferencia como interpretación. Psicoanálisis, 2/3, Vol. XXXI.

Discusión

Estas consideraciones preliminares ponen de relieve que la relación humana con la realidad es una formación de compromiso que atiende a múltiples factores a ambos lados de su mediación: por un lado, atiende la exigencia práctica de la realidad que ofrece resistencia al deseo e impone sus propias reglas; y por el otro, al deseo que exige ser atendido, más allá de su razón, muchas veces inviable. Esa exigencia se expresa en la crisis de impotencia del niño ante la negativa de la realidad y se plasma en las deformaciones de la formación de compromiso de un equívoco que se oculta y se expresa ante un buen entendedor —à la cantonnade, como bien lo señalan Lacan y Porge. El equívoco es la sal de la comunicación humana, donde se refugian los pliegues de su relación con su realidad, consigo mismo y sus semejantes. No hay exclusión necesaria entre la repetición y la novedad o, para decirlo en términos del debate actual, entre la trasferencia y la interferencia e imposición, descriptas por I. Berenstein (2000)18. La transferencia inviste lo actual para expresarse y la imposición no aportaría su sentido sin el mínimo apoyo de las significaciones previas. Sin ellas, su efecto incomprendido provocaría necesariamente un trauma. El acceso a la realidad está limitado por los recursos semánticos y simbólicos del individuo y de la comunidad. Ellos dan la medida de qué, cuándo y cómo se ven los hechos de un determinado modo. La mediación simbólica transforma la relación con la realidad en una objetivación, un término que expresa ante todo el carácter no inmediato de la aprehensión de la realidad. Siguiendo esa línea, Cassirer (1971)19 pensó que la mediación del logos con la realidad se apoya en lo simbólico —das Symbolische—. Él describe una trama de términos equívocos que, al ofrecer dos o más significados, son la herramienta semántica que sostiene la objetivación20. Esa idea formaliza el descubrimiento de Freud de la formación de compromiso, estudiada en detalle por J. Lacan (1953[56])21 en su discurso de Roma. El equívoco forma parte de la inestabilidad del lenguaje, que se abre como un borgeano jardín de los senderos que se bifurcan, para cubrir las posibilidades del sentido. Esta inestabilidad se funda en la función mediadora de la metáfora, cuyo trasfondo de falta de sentido contiene la zona vivencial que está más allá de las palabras. Esta condición es esencial para un logos que se propone como mediador entre la realidad y el cuerpo. En su intervalo de pas de sense se alberga tanto lo que carece de él como lo que se postula para recibir algún significado futuro. El choque con algunas aristas de la realidad, externa o interna —cuando ésta se muestra como una ajenidad del sí mismo— expone a la vida psíquica a una catástrofe, en la que las palabras fallan en su labor de nombrar lo que sucede. Esa falla de la palabra es, en rigor de verdad, una falla de la función de la transferencia, al interpretar la realidad tomando como referencia la experiencia previa. Esa falla deja al sujeto en un desamparo semántico: el trauma. El logos no es capaz de dar sentido a lo que sucede. Sólo lo inscribe en una datación y una definición, que marcan su identidad y su cronología, pero no logra generar lazos de significación —Bion (1962)22 lo llamó función alfa— con el resto de la vida psíquica, que le darían su capacidad de ser pensado, soñado y recordado.

18. Berenstein, I. (2001). Devenir otro con otros(s). Ajenidad, presencia, interferencia. Bs As. Paidós, 2004. 
19. Cassirer, E. (1971). Filosofía de las formas simbólicas. México, FCE, 2003.
20. Adviértase que en este texto figura la palabra objetivación referida a dos nociones distintas: la que usó J. Maltsberger al describir la objetivación de lo no reconocido del sí mismo, como sucede en el suicidio, y las ideas de Cassirer para describir el resultado de la aprehensión simbólica de la realidad.
21. Lacan, J. (1953). Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. Escritos 1. 1956.
22. Bion, W. (1962). Learning from experience. London, Heinemann. Aprendiendo de la experiencia. Paidós, Bs. As. 1987.

La alteración de la relación con la realidad: la transferencia, la relación de objeto y el vínculo

La singular aproximación de la investigación analítica permitió dar una nueva perspectiva de la relación humana con la realidad, al incluir en ella los efectos de la dimensión inconsciente. Al mismo tiempo, inauguró un nuevo problema sobre lo inconsciente, su tópica, su dinámica y su economía. No se habla del mismo inconsciente al describir la represión, la escisión, la relación de objeto o el vínculo. Cada uno de esos procesos de la relación inter e intra subjetiva tiene una condición inconsciente común, pero difieren mucho en su naturaleza y en su función. Y, a su vez, cada uno de ellos define un plano inconsciente singular, diferente de los otros. No se habla de lo mismo al hablar de lo reprimido primario o de la otredad. Y lo inconsciente reprimido difiere de las vivencias sin palabras evocadas por las fantasías kleinianas de las relaciones tempranas de objeto. En esa zona borrosa, las distintas concepciones evocan un campo de fenómenos y lo recortan de modo distinto. Ese recorte epistémico también es una descripción del problema con la realidad; al recortarla no sólo se obtiene una versión distinta, se genera una realidad distinta.

Freud descubrió la transferencia primero como un obstáculo universal e insalvable en toda cura analítica. Y nos dio noticia de sus efectos en Dora, en el Análisis fragmentario de una histeria. La transferencia se presenta siempre, más allá de la estrategia del método terapéutico. Luego, Freud enseñó que la transferencia podía ser un instrumento útil para la investigación de la vida psíquica y, finalmente, ella se transformó en el instrumento indispensable que es hoy en día. La transferencia ha sido muy estudiada y no es mi intención desarrollarla en detalle. La primera descripción de la transferencia definió sus polos extremos en el deseo inconsciente y la realidad actual que inviste – el resto diurno, como se describe en Traumdeutung (1900). Luego, Freud advirtió que ese fenómeno recubría la relación del analizante con el analista y pensó que eso era un obstáculo a la cura. Y, en sus artículos técnicos, la definió como la distorsión usual de la relación afectiva con el analista. Hoy podemos señalar algunos matices de esa distorsión, que se dan en la relación analítica, más allá de que al analista propicie esos fenómenos —en algunas formas de tratamiento activo— o se rehúse a ellos —siguiendo la regla fundamental, que prescribe la actitud de abstinencia en el analista de todo deseo suyo que no sea acorde con la cura—.

En la práctica, el rehusamiento del analista no impide que el analizante fantasee y realice sus fantasías con el analista en el curso del análisis. Esto ocurre en una dimensión sesgada de esa relación —probablemente, siguiendo los carriles de una silenciosa disociación—. Y, precisamente, como no responden a la negativa del analista, éste debe muchas veces interpretarlas como parte de la repetición de las actitudes propias de la cura. Esas fantasías son de todo tipo. Aquí deseo destacar, en el seno de esas diferencias, las repeticiones de la actitud del Superyó. Esa actitud es una repetición del complejo parental. La relación con los padres incluye todos los aspectos de la crianza, entre los que indudablemente están los ligados al amor, al odio y a las reglas de la conducta. El Superyó está presente en la vida familiar y está sostenido por la figura real de los padres, hasta que esa función es interiorizada en las crisis del desarrollo —al final del Complejo de Edipo y en algún momento de la adolescencia—. La interiorización es decisiva para el futuro del funcionamiento psíquico de ese joven —primero, en su adolescencia y, luego, en su adultez—. De otro modo, el ejercicio de la función exige una relación posesiva —cercana a la adicción— del joven con alguien que la ejercerá por él —sus padres o un allegado (Moguillansky, 2021)23 —.

23. Moguillansky, C. (2021). Possessiveness and its relation with certain juvenile madness. London, Routledge. Forthcoming 2022. 

Si la complejidad de las funciones rebasa la dimensión estrictamente transferencial, la persona establece una relación estable con alguien —éste puede ser un semejante o un objeto animizado, que ejercen la función superyoica, por ejemplo, un talismán o una droga—. La relación mantiene su polo inconsciente en el deseo transferencial, pero adquiere nuevas cualidades en el curso de la relación actual cotidiana con el sucedáneo que actúa como depositario de esa función. Esas relaciones se pueden distinguir como relación de objeto o vínculo. La primera es la relación entre el Yo y sus objetos —internos o externos—. Si bien esta relación se establece en una dimensión inconsciente, ella no es el resultado de la represión: la teoría de la relación de objeto no describe ningún efecto represivo entre un agente represor y un objetivo reprimido, como ocurre en la transferencia. Al hacer eje en el Yo, la relación es precisamente eso, una relación. Vale decir, la referencia mutua entre dos polos simétricos —el Yo y el objeto, interno o externo—, que sufren procesos paralelos y, muchas veces, en espejo. Por último, el vínculo es una relación entre dos semejantes, que se distinguen entre sí como dos o más seres humanos capaces de influir sobre el otro en una experiencia emocional de efectos instituyentes en cada uno, al punto de crear entre sí una experiencia duradera, llena de mutuas experiencias emocionales y conativas. Las tres variedades de la referencia y la relación del ser humano con aquello que él es y con lo que lo circunda ilustran modos de estar, sujetos a reglas, donde el pasado y el presente confluyen en una serie complementaria y establecen un campo de influencias y motivaciones. Se ha descripto un acto instituyente y un resultado instituido, en un juego de fuerzas que se afectan entre sí, ya sea imponiendo valores ya establecidos o rompiéndolos, a veces, con un efecto fecundo, y otras veces, con un resultado destructivo. El supuesto debate que surge de allí sólo es fruto del énfasis que se le da a una fuerza en desmedro de la otra, pero lo cierto es que la relación humana con la realidad está afectada por su historia y por su presente, en una espiral de mutua interrelación (Derrida, 1967)24; Aulagnier, 198425; Castoriadis, 197526). Por ello, un debate serio sobre este tema exige advertir la interrelación entre los efectos del pasado, a través de los efectos de la transferencia, con los efectos que impone la actualidad del vínculo o de la relación objetal que se establece entre el Yo y el Superyó protésico.

24. Derrida, J. (1967). La escritura y la diferencia. Barcelona. Anthropos, 1989.
25. Aulagnier, P. (1984). L’apprenti historien et le maître sorcier. Paris, PUF.
26. Castoriadis, C. (1975). La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona, Tusquets, 2007.

La falta de una interiorización adecuada se percibe en la falta de una represión narrativa que debería acompañarla. En el caso del Superyó, la expresión de sus funciones arcaicas mantiene la relación infantil con los padres sin recibir la influencia moderadora del Yo actual (Jacobson, 1954)27. Y permite el desarrollo patologías con intensa regresión y un severo trastorno del juicio de realidad. Esta regresión excede la proyección transferencial y adquiere una autonomía actual. En ella, el Yo establece con el Superyó una relación de objeto adictiva, esclava y masoquista. Y, por ello, me ha sido útil abordar primero el problema adictivo para acceder luego a los aspectos libidinales y agresivos del complejo parental. Ese recorrido basta para que la función arcaica se diluya, a favor de sus funciones actuales, debido a la represión del complejo parental, que suele acompañar a la elaboración narrativa del material transferido. Como resultado de ese recorrido se advierte una genuina interiorización del Superyó, que se expresa en una mayor autonomía y libertad de las funciones del Yo. Desde luego, esos cambios se acompañan con cambios paralelos en las relaciones del joven con el mundo y con sus vínculos. Eso me lleva a imaginar que se pueda lograr un resultado similar con una estrategia vincular o centrada en las relaciones de objeto. Por cierto, lo que me interesa subrayar es la necesidad de un abordaje específico de la relación adictiva, en su rol de una solución protésica ante el fracaso en la interiorización del Superyó. Esa comprensión parece ser la llave para el abordaje posterior de sus relaciones tan posesivas y tan aferradas a las figuras de su infancia, que se actualizan en la transferencia. El analista pierde, en ese caso, su rol superyoico, lo sepa o no, y puede dar el necesario paso al costado de cualquier elaboración narrativa. Quiero advertir la naturaleza larvada de la atribución superyoica, a través de la atribución paralela de un saber supuesto, de una actitud protectora, pedagógica o médica, que muchas veces incluso están alentadas por una lectura sesgada de las teorías psicoanalíticas. Y que conduce a un impasse inevitable del proceso elaborativo, pues la relación analítica se torna un vínculo posesivo eterno, donde el analista ejerce la función del Superyó de su paciente. Es de imaginar que la relación, por momentos idealizada o persecutoria, conduce a una desilusión del posible logro analítico, toda vez que se cristaliza la transferencia en una relación posesiva actual. Y necesariamente, el aferramiento adictivo conduce a la pérdida gradual del significado emotivo. El paciente está cada vez más aferrado a objetos que le garantizan una protección o bienestar y que, en paralelo, pierden progresivamente su significado para él. La posesividad es una defensa muy costosa, pues implica una grosera pérdida de cualidad emotiva. En ella, la emoción se torna un acto aferrado, codicioso, superficial y adictivo, donde se pierden la libertad y la voluntad.

27. Jacobson, E. (1954). The Self and the Object World. Psy. Study of the Child, 9.

El logos sustituyó progresivamente la visión mágica primitiva por la versión epistémico-cultural. El hombre asentó su dominio de la realidad en su capacidad de constituir con su lógica y con el lenguaje una visión del mundo interno y externo. Esa sustitución propone un problema central en el vínculo con la realidad, dadas las diferencias entre el animismo mágico y la comprensión realista de la ciencia lógica. Para decirlo todo: ¿cómo surge la herramienta lógica que saca al ser humano de su animismo inicial y lo ayuda a comprender el caos del mundo, para darle un sentido constructivo? Quizás la mejor respuesta sea la experiencia de dolor, en tanto ésta es la guía más confiable que lo orienta hacia la acción más apropiada, para corregir su creencia mágica inicial, creada y sostenida como defensa ante su temor al desamparo semántico. La visión de conjunto de esa evolución ilustra la importancia que tiene la explicación —sin importar su carga mágica— respecto de su valor de verdad. Las cosas necesitan estar explicadas, aunque sea por una magia.

Finalmente, los efectos del despertar permiten advertir la importancia del retraimiento onírico, como defensa —¿narcisista? — ante el dolor vital. Un modelo defensivo de gran importancia para comprender los extremos de la respuesta psíquica. La relación con la realidad es un acto de encuentro y de rechazo, de búsqueda y de huida, de aproximación hacia el placer y de protección frente al dolor del contacto. Para ello, la respuesta psíquica es compleja y construye un sistema de mediación que presta atención a ambos factores por igual.

En ciento cincuenta años la humanidad pasó de considerar al tiempo y al espacio como dos referencias fijas de la realidad a ver en ellas a dos dimensiones elásticas, capaces de torcerse, contraerse o expandirse en relación a fuerzas invisibles e irresistibles. El genio del logos es capaz de medir esas manifestaciones, a contrapelo de su más elemental sentido común: ¿quién diría que el tiempo se contrae o se expande en función de su cercanía al atractor gravitacional más cercano —la tierra? — ¿O que caemos de la silla porque el espacio se curva peligrosamente hacía el piso y seguimos su camino? Somos un cuerpo prácticamente vacío, formado por un conjunto de minúsculas cantidades de energía agrupadas entre sí. Esas “realidades” están lejos de ser aprehendidas por los sentidos y, aun menos, de ser comprendidas por el sentido común. Sin embargo, el espíritu crítico las comprendió e incluso diseñó herramientas rudimentarias que confirmaron su validez. Aun así, nos seguimos manejando a la vieja usanza, pensando en arriba y abajo, antes y después y sólo apelamos a esta otra dimensión cuando le pedimos a una máquina que “vea” nuestros huesos escondidos o use antimateria para descubrir un grupo de células anómalas que amenaza a nuestra salud. Del otro lado de la relación, encontraremos otra realidad tan eficaz como ésta: la subjetividad humana construye un nuevo escenario sobre la precaria información que obtiene de las cosas. Así se suceden las historias y también la poesía o el delirio que cada uno, según su genio, arma sobre su propia experiencia.

Desde luego, las reglas de construcción propias de la realidad son diferentes de las que se crean desde la perspectiva de cada persona en particular. Las leyes físicas de la primera contrastan con las reglas retóricas y psicológicas de la otra; y sus resultados se solapan sin que, en general, eso se advierta. Aquí se levanta una nueva cuestión, ligada a la legitimidad de la perspectiva que cada persona erige sobre el mundo. No todos piensan igual. No se le otorga el mismo derecho a dar una visión del mundo a cualquiera: un hombre, una mujer, un anciano o un niño. En Grecia se les negaba el voto ciudadano a los esclavos. No hace muchos años eso mismo ocurría con la mujer. Hoy ocurre con los ancianos y con los niños. Detrás de la benévola acción del cuidado hay una segregación que distingue habilidades, competencias o responsabilidades, bajo el título de inmadureces, incapacidades o, sencillamente, irresponsabilidades. No es preciso el rol asignado al logos ni la legitimidad de su ejercicio. Y las conclusiones están presididas por el Ideal social de turno. Algo similar acontece con los lenguajes: la palabra, el sonido, la luz, el color, el dibujo, la imagen, el drama, la acción, la danza, el gesto… ¿cuál expresa mejor la realidad del mundo? ¿Quién construye el logos? ¿Dónde está su resorte íntimo? Igual que nuestros primos los monos, vemos a la realidad como una fuente de placer y de dolor. Nuestro mayor logro evolutivo generó un logos que media entre el cuerpo y la realidad; y éste impone sus reglas en esa mediación. Esa alteración desliza la percepción animal hacia la transducción compleja que el espíritu humano construye, al idear, anticipar, imaginar y predecir los hechos. La diferencia que marca el lenguaje es cualitativa y trasciende la relación práctica con el mundo. Cassirer toma el ejemplo de Helen Keller y dice: “hasta el mundo de una criatura sordomuda y ciega llega a ser incomparablemente más ancho y rico que el mundo del animal más desarrollado” (Cassirer, 1968)28.

28. Cassirer, Ernst (1968). Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura. México: FCE.

Interiorización del superyó y juicio de la realidad

La relación con la realidad atiende al equilibrio psicológico relacionado con el sostén emotivo del sí mismo, con la economía del dolor y con la transición del sueño a la vigilia. Este cambio del nivel de organización del logos impone un cambio paralelo en el nivel de su observación y de su análisis. Y exige que esa observación abandone viejos clichés de la empiria, que son útiles para otros niveles de organización de la realidad. El genio de Freud logró deslizarse desde esa empiria a este nuevo nivel de observación que permite ver la realidad psíquica, como una realidad que se sobreimprime sobre la realidad práctica. El cambio de perspectiva produjo resistencia, como ocurrió con los grandes cambios de la visión humana del mundo. Y aún hoy observamos islotes de ella que buscan el rechazo de esa nueva perspectiva. El rechazo es un ejemplo de la reacción primitiva de lucha y fuga ante la realidad dolorosa. La fuga ante el dolor promueve la desmentida e ilustra la necesaria función amorosa del Superyó en el sostén del YoSelbstgefühl, (ver nota al pie)29— ante el dolor vital. El Superyó fue estudiado en detalle en su aspecto tanático, asociado al control agresivo del Yo.  Freud describió esa función y, en Malestar de la cultura, indicó que el Superyó era un precipitado de Tánatos. Sin embargo, el Superyó también realiza una intensa e imprescindible tarea libidinal, cuyo resultado es la Selbstgefühl. En ella reemplaza la relación parental —llena de amor, de odio y de cuidado— con el niño, sin la que es imposible sostener la libertad y la autonomía. El Superyó está presente en la intersubjetividad familiar en todo momento, antes de ser interiorizado en los sucesivos pasos de individuación en el desarrollo del niño, primero, y del adolescente, luego. La interiorización de la función del Superyó trasciende la identificación con la figura de los padres e incluye las complejas relaciones intersubjetivas que se despliegan en la crianza. El amor superyoico incluye un anhelo de cura sui, con su propósito de perfeccionamiento. Sin su función, el ser humano no se atreve a vérselas con lo nuevo o con lo desconocido ni a desafiar el saber o el poder instituidos: una función que es inevitable en el estado de excepción (Agamben, 2003)30 que propone la brecha entre las generaciones. Sólo desde el sostén renovado del Superyó se puede establecer un debut que rompa con las viejas tradiciones acuñadas en el saber de la familia o del grupo, para instalar un nuevo proyecto grupal o individual. Lejos de establecer la calma psíquica, el anhelo de la cura sui propone una inestable inquietud subjetiva (de M’Uzan, 2015)31, frente a las discordantes propuestas de un “Yo que es otro”, parafraseando a Rimbaud.

29. Selbstgefühl ha sido traducido como autoestima y como autoobservación. Prefiero sostener el término en alemán para cuidar la intraducible variedad de matices de su significado original, ligado a la observación de sí mismo, al sentimiento de sí mismo y al cuidado de sí, muy cercano a la cura sui. Véase al respecto Ricoeur, P. (1970). Freud. Una interpretación de la cultura. Siglo XXI. http://www.fadu.edu.uy/estetica-diseno-i/files/2017/09/Ricoeur-Paul-Freud-Una-Interpretacion-De-La-Cultura.pdf   y a Foucault, M. La hermenéutica del sujeto, curso del College de France 1981.   
30. Agamben, G. (2003). Homo Sacer II, Etat d’Exception. Paris, Le Seuil.
31. M´Uzan, M. (2015). L´Inquiétude permanente. Paris, Gallimard. Permanent disquiet. London, Routledge. 2019. 

La función del Superyó opera en el seno de la estructura familiar como una función inconsciente. Y desde su función, acota o modula los juicios de realidad, aportando modelos y versiones de la misma. Antes de su interiorización, su función es ejercida por el grupo en su totalidad; es común que algún miembro sea el semblante del mismo, aunque, muchas veces, esa función es ejercida en silencio por otro miembro oculto, que permanece sesgado, en la sombra. La interiorización del Superyó tampoco sigue un curso natural. Y está sujeta a las vicisitudes del desarrollo. La primera teoría analítica de esa interiorización la explicó como una identificación al modelo familiar —o al de un padre o subrogado—. Esa identificación podía ser vista como una copia del modelo o de las matrices relacionales usuales en la familia o en la comunidad (Aulagnier, 1991)32 o como una apropiación, debido a la introyección de elementos personales proyectados (Ferenczi, 1909)33. La identificación, a su vez, podía surgir como resultado del deseo gregario de pertenecer a esa comunidad o bien, derivar de un deseo singular que se diferencia del grupo y establece un nuevo proyecto identificatorio. Ese nuevo proyecto suele producir una ruptura y conducir a una grieta con la generación previa. Por razones de claridad, puede ser útil distinguir la primera identificación como una afiliación a un grupo o emblema preexistente, distinta de la filiación surgida en el deseo singular del joven, que encuentra sus ancestros con posterioridad al deseo que lo impulsa. Si la dirección de la afiliación va desde el ancestro hacia la identificación, la dirección de la filiación va en sentido contrario, desde el deseo que genera la identificación hacia los ancestros, que surgen —a posteriori— como “antecesores necesarios”, que lo explican. Los dos modelos no sólo tienen una dirección diferente: la afiliación estriba en un deseo de pertenencia y, por ello, sacrifica parcialmente sus deseos, en aras de lograr la protección que le promete la familia o el grupo; la filiación es un verdadero resultado de la interiorización del Superyó y, con su sostén, está en condiciones de generar un proyecto sostenido en el propio deseo y de organizar una familia, un futuro e incluso un pasado, que hacen centro en él. Este proceso de interiorización ilustra la centralidad del propio deseo y el rol estructurante que él tiene en la génesis del Yo, del Superyó y de la Realidad, que se ordenan en una novedosa versión, acorde a los recursos y al deseo de esa persona. Este proceso de efecto estructurante es de tal magnitud que hace algún tiempo he decidido caracterizarlo como un debut. Su carácter de acto de deseo lo instituye en una cualidad sexual y lo instala en las reglas del Complejo de Edipo, cuya ley y su interdicción lo ayudan a discriminar y a discriminarse de los demás, en especial, su propia familia, sin ejercer la violencia propia de las prohibiciones y los abandonos. Esa interdicción lo ayuda también a mitigar la culpa y el temor, propios de esa ruptura, en tanto sus efectos de real discriminación le permiten salir de o abandonar los vínculos narcisistas previos. A partir de ese momento, el Superyó interiorizado adquiere el anonimato y la neutralidad ética, que aportan la necesaria condena por el juicio a todo juicio de realidad.

32. Aulagnier, P. (1991). Construir(se) un pasado. Psicoanálisis, 13(3), 441.
33. Ferenczi, S. (1909): Transferencia e introyección. Obra completa. Madrid. Espasa Calpe.

Finalmente, ese proceso puede tener anomalías mayores, como resultado de una catástrofe en la vida familiar infantil. En ese caso, las tramas edípicas pierden su impronta en la organización de la familia y ésta se vuelve caótica. La falta de referencias simbólicas conduce a un doble frente de dificultades: por un lado, surge una verdadera anomia de las reglas de convivencia, que es suplida por conductas erotizadas y confusas; por el otro, la ausencia de esas reglas es suplida por una jerarquía de poder o de prestigio —sostenida en la idealización y persecución del grupo—. Esta clínica fue descripta de distinto modo, en acuerdo a las teorías: la escuela inglesa subrayó la claustrofobia (Meltzer, 1992)34 como resultado de una identificación proyectiva excesiva, que acontece en un ámbito apartado de las reglas de splitting and idealization, que conducen a la discriminación y al pensamiento; la escuela francesa ha seguido las ideas de E. Kestemberg y de A. Green: hablan de una psicosis fría —Psychose froid— o psicosis blanca —Psychose blanche—; a pesar del uso del término psicosis, no se trataría de una auténtica psicosis, tal como se ve en la esquizofrenia o en la paranoia, sino de un cuadro límite de las neurosis, en el que los trastornos simbólicos generan alteraciones severas del pensamiento, del humor y de la percepción.

La polémica subsiste en el abordaje de esta clínica, debido a la distinta etiología supuesta: los que creen que ha ocurrido un fracaso en la investidura narcisista, debido a una ausencia de amor y de contención emocional, tienen una posición terapéutica muy diferente de quienes creen que ocurrió un fracaso introyectivo por la falla o la ausencia de la función simbólica. Es difícil imaginar un caso extremo donde haya habido un trastorno único —por falla en la investidura del amor o el fracaso en la transmisión simbólica— y me inclino a pensar en cuadros mixtos, en los que suceden ambos fenómenos. El problema está, según creo, en la naturaleza del debate, que no admite, en cada bando, que haya dificultades contempladas por el rival teórico.

34. Meltzer, D. (1992). Claustrum, Bs. As. SPATIA. 1994.

Suplencia de la función del Superyó en la relación con la realidad

Sea como fuere, si bien el vínculo con la realidad es predominantemente yoico, en esos casos asistimos a un trastorno introyectivo de la función del Superyó, que es resuelto con la asistencia protésica de un depositario narcisista —familiar o no— que aporta esa función del mismo modo que en la temprana infancia —cuando los padres cuidan a los hijos—. Ese depositario fue estudiado por E. Pichon Riviere (1970)35, como el efector de una función intrapsíquica, que se despliega en la relación vincular —social, familiar, conyugal, amistosa, grupal— de convivencia. La naturaleza del vínculo que deriva de esa suplencia es fácil de imaginar: se torna en un vínculo aferrado muy ambivalente, en tanto se nutre de las exigencias y necesidades narcisistas de una función que no se realiza en la subjetividad individual y que se despliega en el seno de una relación humana. Ante el fracaso de esa función, la ansiedad que surge es resuelta por la posesividad vincular. Ese aferramiento parece natural cuando trata con un objeto material, pero muestra su irrealidad cuando surge en el vínculo humano, emocional y sexual. Allí desnaturaliza su propósito centrado en el respeto por el amor y por el deseo del semejante. La posesividad tampoco es una relación natural. Es una acción defensiva frente a la desolación del desamparo —objetal y simbólico—. El aferramiento a los objetos trata de remediar el fracaso de la construcción de la Selbstgefühl, debida a la falla propia del fracaso introyectivo del Superyó. Este problema es muy visible en las relaciones de una persona —sobre todo si es joven— con un sistema operativo —operative system—. Aunque en estos días esos sistemas son aún rudimentarios, su promesa de cumplimiento de la realidad o del deseo omnipotente es infalible a la hora de capturar la voluntad de la víctima. Ella, en su precaria manera de vivir la vida, no sabe qué hacer con ella ni con sus deseos. Su formato de huida ante al dolor propone experiencias elusivas —maníacas— que, al tiempo que eluden el dolor, proponen una experiencia omnipotente: los juegos electrónicos, los videos y las drogas adoptan la misma lógica adictiva. Lo más llamativo de esa lógica es su condición usurpadora: con el señuelo de la omnipotencia ilusoria esclavizan a su víctima y reemplazan su propia voluntad. Esto es posible merced a su estrategia engañosa, pero, sobre todo, se instala sobre un fracaso yoico y superyoico, que es previo al pacto fáustico. A modo de ejemplo, recordaré la frase de un joven con una adicción en remisión: “ahora me doy cuenta con bastante bronca que, si no tengo algo que me ordene desde fuera, no sé qué hacer con mi tiempo y paso todo el día drogado”. La droga operó en este joven como un sistema operativo que usurpó su voluntad y adueñó de su vida. La abstinencia ante la ausencia de la droga es la forma que adopta la desesperación ante un objeto protésico, cuya posesión adictiva es indispensable, pues cumple funciones subjetivas que se han vuelto indispensables. La droga se transformó en un sistema operativo que controla su voluntad, indica lo que está bien y construye una realidad usurpada. Es interesante señalar que, tras la pérdida de dicha voluntad, sólo queda disponible la acción de copiar las actitudes de los otros, la adhesión a los dictados de otros y la pertenencia a un grupo que decida por él. Esta descripción es la triste evocación de una grosera pérdida de la libertad, por causa de una falla en la introyección del Superyó. Sin él, nadie puede ser dueño de su propio destino.

35. Pichon-Riviere, E.  (1970). Del psicoanálisis a la psicología social. Ed. Galerna. I, 1970.

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Para a construção da realidade no desenvolvimento psíquico. Exame do desejo e das funções psíquicas -ego e superego- na construção da realidade

Resumo: A relação com a realidade é uma construção subjetiva, que implica a cooperação das três instâncias psíquicas -Id, Ego e Superego. Embora essa construção atenda à realidade, sua tarefa privilegiada respeita as forças do conflito psíquico. Por isso, o realismo é um objetivo que depende das condições de tolerância à dor, às exigências da realidade e à angústia que pode suscitar. A adesão gregária exerce influência decisiva sobre as crenças e preconceitos sobre a relação de um grupo com determinada realidade. A pertença ao grupo decide o critério de julgamento da realidade de cada um dos seus membros. Por sua vez, a internalização do Superego é um fator no exercício desse critério e define a quebra do julgamento da realidade em situações de estresse ou perda da presença do repositório que sustenta o sentimento de um jovem. O texto revisa situações clínicas em que esses fatores desempenham um papel na geração de um transtorno não psicótico da relação com a realidade.

Descritores: Realidade, Superego, Transferência, Relação Objetal.

Towards the construction of reality in psychic development. Examination of desire and psychic functions -Ego and Superego- in the construction of reality

Abstract: The relationship with reality is a subjective construction, which implies the cooperation of the three psychic instances -Id, Ego and Superego. Although this construction attends to reality, its privileged task respects the forces of psychic conflict. For this reason, realism is an objective that depends on the conditions of tolerance to pain, to the demands of reality and to the anguish that it can arouse. The gregarious adhesion provides a decisive influence on the beliefs and prejudices about the relationship of a group with a certain reality. Membership in the group decides the criterion of the judgment of the reality of each one of its members. In turn, the internalization of the Superego is a factor in the exercise of this criterion and defines the breakdown of the judgment of reality in situations of stress or loss of the presence of the repository that sustains the feeling of a young person. The text reviews clinical situations where these factors play a role in the generation of a non-psychotic disorder of the relationship with reality.

Descriptors: Reality, Superego, Transference, Object Relationship.

Referencias

Agamben, G. (2003). Homo Sacer II, Etat d’Exception. Paris: Le Seuil.
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