Norma Slepoy: Médica por la UBA. Especialista en Psiquiatría. Psicoanalista. Miembro Titular con función didáctica de APdeBA. Magister en Cultura y Salud Mental. Profesora Titular de Psicopatología Freudiana de la. Especialización en Psicoanálisis del IUSAM, APdeBA. Miembro de la Cátedra Libre de Salud y Derechos Humanos de la Facultad de Medicina de la UBA. Ex Consejera del Consejo Consultivo Honorario de Salud Mental y Adicciones de la Nación.
Resumen: En este texto, síntesis de una investigación, la autora señala el efecto deletéreo que las imagos del superyó con sus mandatos moralizadores ejercen en la captación de lo inconsciente y en el examen de la realidad. Por el contrario, la transformación del superyó en un superyó impersonal del que emanen principios éticos supone la posibilidad de acceso a la verdad inconsciente y a la verdad de la estructura social. Postula la inscripción inconsciente de las diferencias de clases de la estructura social a través del par antitético superior/inferior. La lógica de esta polaridad es la que interviene en la producción de los fenómenos de discriminación y violencia. La estratificación social destacada en el texto cuestiona a los abordajes psicoanalíticos que conciben a la sociedad como un conjunto homogéneo mientras soslayan esta heterogeneidad constitutiva. Este y otros aspectos de los llamados Escritos Sociales de Freud motivan una reflexión crítica de los mismos.
Descriptores: Estructura, Sociedad, Desmentida, Escisión, Discriminación, Superyo, Ética, Verdad.
Introducción
En este texto desarrollaré la síntesis del aspecto central de una investigación que ha integrado el análisis de casos clínicos y de producciones culturales literarias, fílmicas y ensayísticas, además del estudio de textos académicos. El propósito de la investigación ha sido dar cuenta de la inscripción inconsciente de la realidad de la estructura social de clases en la constitución subjetiva y de los fenómenos de discriminación que determina.
A fin de proporcionar los nexos necesarios para este escrito me remontaré a un artículo en el que, a partir de ciertos aspectos del Derecho y de la Institución Médica, analicé los condicionamientos que ejercen las instituciones en los sujetos dando por resultado una inhibición del desarrollo de su pensamiento (Slepoy, 2004). En ese texto apelé a Freud cuando en “Psicología de las masas” sostiene que la función del examen de realidad es realizada por el ideal del yo, al modo de un hipnotizador que pide y asevera lo que el yo debe tener por real de una percepción. Como sabemos, luego Freud adjudicó el examen de realidad al yo. Sin embargo, retomé esta idea de Freud considerando que el ideal del yo determina los juicios acerca de la realidad cuando estos se encuentran imbuidos de mandatos morales instituidos que se imponen al sujeto en su percepción de la realidad. Estimé también que esa connotación del ideal puede interferir los procesos de simbolización, en general y en nuestro ámbito en particular. En ese sentido, tomé en cuenta para el proceso psicoanalítico la distinción realizada por Donald Meltzer entre las interpretaciones rutinarias —de algún modo ya establecidas— y las interpretaciones inspiradas, las que surgen en un vínculo de camaradería creativo entre el analizante y el analista. Fue entonces que incluí el concepto de “transferencia sublimada” que había propuesto años antes (Slepoy, 1996) para señalar que en un proceso analítico logrado se desarrolla en el analizante y en el analista una transferencia con lo inconsciente y el método psicoanalítico que se distingue de la transferencia positiva de afectos tiernos. Los afectos tiernos, constituidos por pulsiones inhibidas en su fin —que también circulan en el vínculo con el hipnotizador— sostienen el análisis aunque tienden a establecer vínculos idealizados proclives a la sugestión. La sublimación parece ser la vicisitud pulsional apta para captar objetos no sensibles del tipo de lo inconsciente y actuar como soporte para la pérdida de la relación con los objetos de la transferencia erótica u hostil en el curso del proceso analítico, en un juego de presencia-ausencia que constituye su simbolización.
Más adelante (Slepoy, 2012), consideré lo teorizado en “Inhibición, síntoma y angustia” acerca de las vicisitudes del Superyó. En ese texto Freud describe el devenir de esta instancia desde las imagos superyoicas omniscientes y omnipotentes de la niñez, seguidas luego por las imagos idealizadas de la adolescencia hasta arribar, finalmente, a un superyó impersonal. Concebí, entonces, que la transformación en un superyó impersonal implica la destitución de las imagos idealizadas y sus mandatos moralizantes a favor del establecimiento de principios éticos; una constitución psíquica pasible de posibilitar los procesos de simbolización. En cambio, la vigencia de las imagos idealizadas del superyó, portadoras de mandatos morales condicionan el examen de la realidad y obstaculizan, a la vez, el acceso a las representaciones inconscientes.
Pulsión, inconsciente, realidad y realidad social
Estamos acostumbrados a considerar que la ética es consustancial al psicoanálisis en su relación con la verdad inconsciente, sobre todo si se tiene en cuenta el muy peculiar método para acceder a ella: crear las condiciones para que la verdad emerja por sí misma. Ello implica la puesta en acto de una ética en la relación con el otro en el seno del análisis: en el vínculo analizante-analista la asociación libre y la atención flotante es la brújula en un camino en el que evitamos adjudicar ideas o conceptos preconcebidos.
Vale preguntarse cuál sería la ética del reconocimiento de la realidad social y sus incidencias en la subjetividad.
Me guía el propósito de dar cuenta de los condicionamientos en la subjetividad de la realidad social en términos estructurales como trataré de desarrollar, pero antes me referiré a la relación con la realidad y con la realidad social en un sentido amplio a fin de ir construyendo nexos con las nociones psicoanalíticas ya establecidas.
Comenzaré por abordar lo pulsional y lo inconsciente en su relación con la realidad en la obra de Freud.
En “Lo inconsciente” (Freud, 1915) vemos que las pulsiones parten de lo inconsciente y transcurren en su camino al mundo exterior por el sistema preconsciente-consciente en la medida que la tópica psíquica, delimitada por las distintas represiones, se lo permiten. En este texto, en el que se delinea la primera tópica y los dinamismos que en ella intervienen, queda también consignado el ingreso de estímulos externos en el aparato psíquico que, a diferencia de las mociones pulsionales respecto del exterior, no encuentran interceptado su paso hacia el interior del aparato, incluido el inconsciente.
En “Pulsiones y destinos de pulsión” (Freud, 1915) podemos observar que el énfasis está puesto en la rica caracterización de las pulsiones y sus diversas vicisitudes, mientras que el objeto cuenta, fundamentalmente, como medio para su satisfacción. El objeto real externo y la realidad pertenecen originariamente al mundo exterior, a lo ajeno, al afuera del sujeto, sin perjuicio que sobre la base de este deslinde se le agregue luego lo rechazado y proyectado del propio sujeto o se incorporen al yo las experiencias de satisfacción logradas en el mundo exterior.
Incorporado el concepto de realidad psíquica a través del reconocimiento de la sexualidad infantil y del papel de las fantasías en la producción de los sueños, actos fallidos, síntomas y demás formaciones del inconsciente, el deseo infantil inconsciente vehiculizado por las fantasías es el motor de la actividad psíquica y, por ende, de las producciones del inconsciente. En las fantasías predomina el principio del placer. El principio de realidad, un principio de placer modificado, permitirá potencialmente que las pulsiones se satisfagan y el deseo tienda a su realización.
En “Construcciones en el análisis” (Freud, S. 1937) la realidad externa tiene un lugar en tanto constitutiva del sujeto a través del núcleo de verdad histórico vivencial del delirio psicótico. Lo efectivamente vivenciado, al modo de las reminiscencias histéricas del comienzo de la teoría, pervive en el psiquismo, expuesto ahora a las desfiguraciones del delirio que le imprime la realidad psíquica.
Luego de Freud, diversos autores psicoanalíticos otorgaron en sus consideraciones teóricas un lugar destacado a las incidencias de la realidad en la subjetividad. Mencionaré a algunos de ellos.
Donald Winnicott (1956) incluyó los atributos necesarios de la madre para la evolución del sujeto en su caracterización de la preocupación maternal primaria, una parte del ambiente sostenedor del bebé.
En Bion (1988) la capacidad de rêverie de la madre es la que posibilita al bebé la transformación de experiencias emocionales sin metabolizar en pensamientos adecuados para ser contenidos y pensados.
Por su parte, Jean Laplanche (1992) en su teoría de la seducción generalizada ha incluido la sexualidad que introducen los mensajes de los padres.
En nuestro medio, Enrique Pichón Rivière (1965) y José Bleger (1967) señalaron la importancia de la realidad en la constitución subjetiva desde una perspectiva social y de la interrelación humana.
Piera Aulagnier (1975) incorporó a la cultura en la constitución psíquica en los comienzos del desarrollo, desde que se le da de mamar al bebé.
Los dispositivos analíticos vinculares, grupales y familiares aportaron teorías respecto de los dinamismos intersubjetivos e Isidoro Berenstein propuso una estructura familiar inconsciente (Berenstein, 1991).
Asimismo, se distinguió del conjunto de representaciones intrasubjetivas una dimensión transubjetiva de representaciones sociales (Käes, 1989), (Puget & Berenstein, 1997).
Adelanto que por mi parte estimo que todas las representaciones son transubjetivas en tanto todas incluyen diferentes niveles de la impronta de lo social.
Hasta donde sé, desde Freud en adelante los autores que han analizado la relación de los sujetos con la sociedad han concebido, implícitamente, a esta última como un todo homogéneo dado que no han tomado en cuenta la heterogeneidad introducida por las clases sociales y sus efectos en la subjetividad.
Constitución subjetiva y estructura social
Para comenzar a dilucidar la incidencia de la estructura social en la subjetividad cabe reflexionar sobre “Psicología de las masas y análisis del yo” (Freud, 1921). Allí Freud afirma:
Es verdad que la psicología individual se ciñe al ser humano singular y estudia los caminos por los cuales busca alcanzar la satisfacción de sus mociones pulsionales. Pero solo rara vez, bajo determinadas condiciones de excepción, puede prescindir de los vínculos de este individuo con otros. En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo.
Esta psicología social que propone Freud continúa con el modelo del psiquismo individual. Freud concibe la constitución libidinal de la masa primaria que tiene un conductor como una multitud de individuos que han puesto un objeto en el lugar de su ideal del yo y, como consecuencia, se han identificado entre sí en su yo, en una doble ligazón libidinal, entre ellos y con el líder. Y al analizar las dos instituciones, las dos “masas artificiales” en su terminología, la Iglesia y el Ejército, consigna solo para el ejército una estructura jerárquica que cuenta en “la distribución cuantitativa de las fuerzas psíquicas involucradas”. Es decir que no asigna efectos cualitativos en la subjetividad derivados de la estructuración jerárquica de estas instituciones.
Propone la proyección en una vinculación intersubjetiva (entre el líder y los integrantes de la masa) de una relación originada en la estructuración del psiquismo individual (del ideal del yo con el yo). De modo que esta psicología social nos queda huérfana de una estructura que en el seno mismo de lo social la origine. Con los ejemplos que presenta: el otro como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo describe relaciones intersubjetivas de un individuo con otro que no alcanzan a constituir una conformación social que no sea la de la familia primitiva, la que a través del Padre de la Horda resurge en el líder de la masa.
Entiendo que la realidad social se encuentra estructurada y una marca ostensible de la misma es la estructura de clases de la sociedad, es decir la división en clases y su estratificación jerárquica. También intervienen otras divisiones sociales como por ejemplo las étnicas y las de género. Las étnicas son las más habitualmente asociadas a las de clase en las expresiones discriminatorias.
Cuando percibimos lo que al mismo tiempo renegamos, estamos en pleno campo de la desmentida que tan bien expresa el “Ya lo sé, pero aun así…” (Mannoni, 1969). En ese terreno pienso que se sitúa el reconocimiento y desconocimiento de la estratificación social y sus consecuencias para la subjetividad.
A la manera en que “Libertad, Igualdad, Fraternidad” —Revolución Francesa mediante— crea la ilusión de amor fraterno mientras, diría Pierre Legendre (1979), sigue rigiendo un orden jerárquico de tipo feudal el que, agregamos, está englobado en un orden capitalista plenamente establecido.
Freud consideró como una ilusión la unión de los hermanos en el deseo de ser queridos por igual por Cristo o el General en jefe. Solo que no concibió que esta investidura libidinal es, a la vez, encubridora de las diferencias que expresadas en esas instituciones son propias de la estructura de la sociedad.
Creo que es preciso delimitar dentro de lo posible los distintos niveles en juego en la trama de sobredeterminaciones para evitar atribuir a un nivel fenoménico observable en la sociedad efectos radicales en la subjetividad; pongamos por caso lo que circula a nivel del mercado. En este sentido, si tuviéramos en cuenta la ya estudiada fetichización de la mercancía (Marx, 1867) y sus determinaciones latentes basadas en la plusvalía y la división en clases de la sociedad evitaríamos quedar seducidos por el efecto fetiche del consumismo desenfrenado de la actualidad que atrae tanto la atención de algunos autores para dar cuenta de la subjetividad, como si el mismo conmoviera su estructura en relación con la represión. Quiero decir que de un modo equivalente al fetiche que encubre la angustia de castración, la apariencia de ciertos fenómenos sociales como el mencionado consumismo, o el exitismo, o la laxitud de los vínculos, deberían orientarnos hacia los conflictos latentes derivados de la estructura social más que colegir efectos directos y radicales de los mismos sobre la subjetividad. Estamos suficientemente entrenados en discernir niveles manifiestos en donde transitan distintos equivalentes de “brillos en la nariz”, prendas íntimas y demás, los que actuando como fetiches nos indican el camino de las desmentidas estructurales. Sería deseable que ese entrenamiento nos permitiera deslindar en los fenómenos sociales las determinaciones latentes que afectan a la subjetividad.
Los autores dedicados específicamente al estudio de la conformación y dinámica de la sociedad tienen mucho más que decir. Es el caso de Eduardo Grüner (2009) quien al analizar la lógica del Capital encuentra que es un modo de producción cuyos dispositivos de discurso han dado con una verdad de la estructura subjetiva, su fetichismo, a través de la cual el sujeto no solo es hablado sino que es llevado al pasaje al acto. Sostiene que en su carácter totalitario el sistema promueve sujetos activos en las identificaciones de masa con la mercancía como ideal.
Desde el punto de vista que me interesa destacar se impone complejizar la aparente dicotomía individuo-sociedad analizando la intervención de la estructura social en la constitución misma del psiquismo individual y, más precisamente, las determinaciones inconscientes de la misma. Los materiales con los que contamos para ello son diversos: las representaciones acuñadas en la infancia y a lo largo de la vida que recogen los discursos circulantes en el seno de la familia y en la sociedad, con distintas combinaciones de desigualdad social investidas libidinalmente.
Lo instituido en los analizantes y en los analistas es, mayormente, una concepción que tiene como eje el sujeto individual y sus interacciones con otros individuos. En ese sentido mi propuesta de representaciones que implican la inscripción subjetiva del sistema de diferencias sociales, de una heterogeneidad social, cuestiona el punto de vista que en el psicoanálisis en general, desde Freud en adelante, ha concebido a la sociedad como una sumatoria de individuos conformando un conjunto homogéneo. Por ello dedico a continuación un análisis de otros de los llamados Escritos Sociales de Freud.
Reflexiones acerca de los Escritos Sociales de Freud
Procuraré ampliar los aspectos en los que el análisis de Freud sobre lo social se basa en sus hallazgos del desarrollo psicológico del sujeto individual y, por lo tanto, en una insistencia creciente en la referencia a las pulsiones y en la familia como conformación social.
En “Tótem y tabú” Freud enuncia una deducción que denomina “histórico-conjetural” acerca de la familia primitiva apoyada en la hipótesis darwiniana de los comienzos de la humanidad. Dentro de esta hipótesis Freud considera como hecho fundante el asesinato perpetrado por los hijos contra el macho de la horda, padre de la familia primitiva quien luego devino en tótem del clan.
En oportunidad del rito del banquete se actualizaba simbólicamente el asesinato del padre: al ser devorado el tótem que lo representaba se aseguraba la comunión de los hermanos en su vínculo con el padre.
Vemos que en este texto la configuración social que se destaca es la de la familia en la que adquiere suma relevancia la vinculación con el padre.
Antes de concluir esta obra en la que realiza un exhaustivo estudio antropológico Freud reflexiona acerca de que la comprensión alcanzada
no puede enceguecernos respecto de las incertidumbres de nuestras premisas (…). En primer lugar a nadie puede escapársele que por doquier hemos hecho el supuesto de una psique de masas en que los procesos anímicos se consuman como en la vida anímica de un individuo. (p. 159)
Más tarde, en “El porvenir de una ilusión” (Freud, 1927) afirma que las representaciones religiosas son el resultado de ilusiones derivadas de deseos humanos que involucran representaciones de la infancia de carácter paterno y siguen el patrón filogenético ya postulado en “Tótem y tabú” y en “Psicología de las masas”, el del crimen del padre primitivo. Nuevamente acota que no es bueno trasladar los conceptos muy lejos del suelo en que crecieron. Dice también: “Estas no son más que comparaciones mediante las cuales nos empeñamos en comprender el fenómeno social; la psicología individual no nos proporciona nada que sea su cabal correspondiente” (p. 43).
En “El malestar en la cultura” (1930) vuelve a incursionar en la historia primitiva de la humanidad y en los comienzos de la familia humana. Llega por distintas vías al malestar originado por la sofocación de las pulsiones agresivas. Estas pulsiones son el mayor obstáculo con que se encuentra la cultura. Su análisis de la pulsión de destrucción se nutre de referencias biológicas que luego extiende a una concepción de la participación pulsional del individuo en la cultura.
Retoma la intervención de la filogénesis en el sentimiento de culpa de la humanidad relativo al complejo de Edipo y, nuevamente, en su causa en el parricidio del padre primitivo. Es decir que el complejo de Edipo adquiere valor filogenético y la de la familia resulta la conformación de la sociedad determinante.
En “De guerra y de muerte” (1915), en momentos en que estaba cursando la Gran Guerra, Freud destaca la imagen idealizada de los pueblos cultos con la que desmienten las crueldades previas desarrolladas en su seno. Relaciona como en otros textos la ínfima eticidad del resurgimiento de las pulsiones agresivas primitivas. Estas pulsiones egoístas requieren para transformarse en altruistas de su amalgama con componentes eróticos y de la exigencia cultural a la renuncia pulsional, la que incluye la influencia transmitida por la historia cultural de sus antepasados. Sin embargo, Freud es enfático al afirmar que hay muchos hombres que solo son buenos por conveniencia, lo que determina que nuestra cultura esté edificada sobre la hipocresía. La guerra actúa entonces restableciendo los estados primitivos que han permanecido imperecederos, en lo que considera una involución.
Continúa Freud: el asesinato del padre odiado y amado de la familia primitiva crea la conciencia de culpa fruto de la ambivalencia. Como lo ha desarrollado en los textos ya referidos, este crimen se restringe al ámbito de la familia humana que nuevamente Freud retrotrae a la prehistoria.
Para despejar malentendidos aclaro que mi cuestionamiento a la adhesión de Freud al mito de la horda se refiere a su propósito de dar cuenta con él de la organización de la sociedad moderna y no a su concepción del complejo de Edipo, ampliamente fundamentada en numerosos textos.
“¿Por qué la guerra? (1933) es una carta en la que Freud le responde a Einstein en el contexto de los intercambios de intelectuales en la Liga de las Naciones. Freud hace hincapié en la relación entre derecho y violencia: el Derecho se desarrolló en oposición a la violencia desde la unión de varios débiles que establecieron leyes para una regulación igualitaria de los hombres. Pero la misma se imposibilita porque la comunidad es desigual, tanto en las diferencias entre padres e hijos, entre varones y mujeres como la que existe entre vencedores y vencidos que se transforman en amos y esclavos. Así es que las leyes son hechas por los dominadores y para ellos. Son muy escasos los derechos concedidos a los oprimidos, lo que genera su lucha para ganar poder en forma pacífica o violenta. Sin embargo, acuerda con Einstein en que el entusiasmo de los hombres por la guerra se explica por la pulsión de destrucción cuando no está atemperada por ligazones libidinales.
A modo de conclusión, en estos escritos en donde Freud recorre también distintos aspectos de lo social que van desde el origen de las prohibiciones sociales, el papel de las normas en la organización social, la adquisición cultural del orden, la limpieza, la belleza, los logros culturales científicos, religiosos y filosóficos, las diferencias entre hombres y mujeres, las diferencias sociales entre padres e hijos, entre dominadores y dominados, la crueldad de la guerra en su relación con el poder y los intereses económicos, vuelve invariablemente a su teoría pulsional como explicación última de los fenómenos, la que se basa en una concepción de los sujetos sociales concebidos en su individualidad.
En tanto, la estructura social reconocida por Freud es la de la familia mientras permanece soslayada la estructura de las clases sociales en la psicología de las masas que se propone investigar. Para quien piense que con esta concepción Freud da cuenta de una relación de parentesco que pertenece al campo de la antropología y no a la sociología, son sumamente interesantes los aportes del antropólogo Gerard Althabe (1999). Este autor cuestiona la diferenciación entre la sociología y la antropología del presente en donde a la antropología le estaría reservado el estudio de los dispositivos simbólicos que produce la vida social y a la sociología el de la práctica social. Sostiene que no se pueden escindir las producciones simbólicas de las prácticas sociales en las que adquieren sentido, que hay una conjunción de los estudios de la antropología y de la sociología.
Lo mismo vale para quien sostenga, en alusión a “El malestar en la cultura”, que en los Escritos Sociales Freud se refiere a la cultura y no a la sociedad.
Entiendo que de lo que se trata es de aprehender la estructura social en la que tienen lugar las prácticas sociales actuales y sus manifestaciones simbólicas.
Las incidencias de la estructura social en la subjetividad
Para discernir las incidencias de la estructura social en la subjetividad propongo considerar la inscripción inconsciente del sistema de diferencias de la división en clases de la sociedad y sus efectos en los fenómenos de discriminación y violencia. Me parece adecuado significar este sistema de diferencias con el par antitético superior-inferior en atención a que la sociedad está conformada por las llamadas clases alta, media y baja, o superior, media e inferior, y sus respectivas subdivisiones. Asimismo, en los fenómenos de discriminación es un supuesto superior quien discrimina a un supuesto inferior.
Considero que el sistema de diferencias de la división de clases tiene una representación inconsciente en los sujetos de todas las clases sociales. En conjunción con representaciones relativas a pares antitéticos ya establecidos en el psicoanálisis, como el fálico-castrado o el par sadismo-masoquismo instaura una lógica que contribuye a la degradación de los sujetos.
Entiendo que las representaciones vinculadas al deseo inconsciente están íntimamente ligadas a las representaciones de la estructura social. Más precisamente, que en una misma representación están incluidos el deseo inconsciente y la estructura social. Amalgama de la que hablan los cuentos infantiles clásicos en donde el deseo se expresa en las fantasías amorosas de príncipes y cenicientas o en otras combinaciones de desigualdad social. Fantasías que transmiten los padres y que el niño progresivamente asimila de su entorno social, las que por ejemplo encuentran su lugar en “la novela familiar del neurótico”. Como lo describe Freud, el niño va adquiriendo conocimientos sobre la categoría social a la que pertenecen sus padres. Fantasea, entonces, con librarse de sus menospreciados padres edípicos y sustituirlos por otros, en general de una condición social más elevada. En una aleación de las vicisitudes del complejo de Edipo con la valoración social se construye una fantasía que ejerce una impronta en la vida del neurótico.
Así como la institución familiar es transmisora de desigualdad social, de diferentes modos las demás instituciones de la sociedad son portadoras de estratificación social al tiempo que facilitan su encubrimiento a través de mecanismos de desmentida de las diferencias de clase.
A partir de casos clínicos, en los que de manera sintomática aparecían expresiones discriminadoras, pude tomar contacto con los mecanismos de desmentida y las represiones acompañantes.
Enunciados discriminadores en el proceso analítico. Su correspondencia con enunciados del conjunto social
Los casos más llamativos de enunciados discriminadores que he analizado han sido los de analizantes que presentaban escisiones psíquicas. Las escisiones tenían la peculiaridad de portar en un mismo enunciado tanto el reconocimiento del semejante como un igual, como su opuesto discriminador. Otro modo de manifestarse ha sido a través de dos enunciados sucesivos en donde, casi sin solución de continuidad, en uno se declaraba la igualdad, explícita o implícitamente, mientras que en el otro despuntaba la discriminación.
Es decir que a diferencia de otro tipo de expresiones de discriminación que cuentan con la total aquiescencia del yo, en los analizantes con escisiones tenemos la posibilidad de observar de modo ostensible una parte en la que se afirma la homogeneidad de una sociedad de iguales y en la otra, la heterogeneidad dada por la diferencia de clases. La escisión produce una formación sintomática expresada por los enunciados contradictorios en la que los analizantes no advierten la contradicción en la que incurren, lo que da cuenta de la desmentida de la realidad de las diferencias y al propio tiempo de la represión de sus representaciones como si se dijera: “somos diferentes, eres inferior a mí, pero aun así proclamo nuestra igualdad”. El proceso analítico nos conduce a conflictos inconscientes que incluyen fantasías que vehiculizan la dimensión desiderativa y la inserción familiar y social que dan sentido a la producción sintomática.
La dinámica de estas manifestaciones no se reduce a las expresiones aisladas de sujetos individuales ya que las mismas se encuentran en correspondencia con las operantes a nivel macro-social en donde podemos observar que se tienden a soslayar y encubrir las diferencias de clase a través de enunciados totalizadores. No cuento aquí con el espacio necesario para el análisis realizado en las producciones culturales que recogen los discursos circulantes en la sociedad y que avalan las afirmaciones de este tópico. Por de pronto sugiero que, así como Freud comenzó por situar la conciencia moral de cada quién en una instancia de observación del yo a partir de las voces que acuciaban a los pacientes psicóticos (Freud, 1914), vayamos a una grave manifestación del orden social a fin de dimensionar la desmentida de las diferencias de clase y sus efectos, para pasar luego a su establecimiento en un sistema democrático. En el discurso de 19341, en una reunión del Partido Nazi en Nüremberg, Hitler se dirigía a la masa de sus seguidores diciendo: “quiero una nación unida, sin clases sociales, ni castas”, “Alemania somos todos nosotros”. Y a los jóvenes: “sois carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre”. “Una nación que no conserva la pureza de la raza perecerá”. En lugar de las clases y castas, la lealtad al Führer que representa a la gran nación alemana. Una totalidad, la de la Nación, la Raza, embelesa a las masas en una renegación de las diferencias de clase que deriva en el brutal fenómeno de discriminación del régimen nazi. Las mismas masas que tardíamente se enfrentarán a la destrucción a que las ha conducido la seducción de lo supuestamente igual y de su líder.
1. Filmado por la realizadora Leni Riefenstahl en La fuerza de la voluntad, 1935.
Con las ya consabidas diferencias con una dictadura, en la democracia se mantiene la invariante de la estructura de clases y su desmentida expresada a través de la apelación a una totalidad, a la unión de todos en la Nación y en la filiación que los nomina con el nombre de la nación de que se trate. Con el modelo de la masa como una sumatoria de individuos, en este caso ciudadanos liderados por el concepto de Nación, se construye un conjunto homogeneizado que soslaya la realidad de las diferencias sociales.
Diferencias que a nivel singular suelen estar vinculadas a la lógica fálico-castrado y a su dependencia de un superyó poblado de imagos omnipotentes que requieren alimentarse de totalidad. De ese modo se rehúsa toda connivencia con las diferencias y surge la necesidad de desmentir que no tardará en producir fenómenos de discriminación.
Las instituciones de la sociedad son portadoras de esta desmentida de diferentes modos. Una circunstancia que problematiza a las instituciones en general y a la institución psicoanalítica en particular dado el compromiso con la verdad que supone la ética del psicoanálisis. Soslayar la realidad de las diferencias sociales lleva también a no concebir su representación inconsciente en la teoría y en la práctica.
Correspondencia con los aportes de otras disciplinas
Mencionaré solo a algunos de los autores de las disciplinas de las ciencias sociales que complementan mis ideas configurando una suerte de entramado transdisciplinario.
Pierre Bourdieu (1979) ha elaborado desde la sociología el concepto de habitus para dar cuenta de la interiorización de sistemas clasificadores, “estructuras mentales” o “formas simbólicas” que, nos dice, son producto de la división en clases sociales, en clases sexuales o clases de edad. Estos sistemas comprenden pares antitéticos como lo alto /lo bajo, lo fino/ lo grueso, lo liviano/ lo pesado y sus diferentes valoraciones según las clases.
Bourdieu nos informa que estos sistemas clasificadores de lo social deben su eficacia a que funcionan fuera del control voluntario y están incorporados en el cuerpo a través de “los gestos automáticos del moverse, del hablar, de la forma de comer, de sonarse la nariz”. Como psicoanalista me veo inclinada a conferir a estos sistemas un estatus inconsciente en consonancia con el par antitético que propongo.
En el Análisis del Discurso diversos aportes han incluido el reconocimiento de un sistema de diferencias propio de la estructura social. Elvira Narvaja de Arnoux (2009) ofrece una mirada abarcadora de lo producido en el ámbito de esta disciplina: desde los años sesenta predomina la tendencia a analizar el discurso en su articulación con lo social, ya sea invocando la situación de enunciación, o la relación con la institución, con la estructura social o con las condiciones de producción o el contexto. Cita a Norman Fairclough destacando su ubicación dentro del Análisis Crítico del Discurso con una actitud sostenida de búsqueda de transformación, de cambio, en la desarticulación analítica de discursos racistas o de otros tipos de discriminación.
En mi experiencia, el análisis de discursos discriminadores que surgen de modo sintomático, es decir que no cuentan con la entera adhesión del yo, muestran, también para el psicoanálisis, que una verdadera transformación subjetiva incluye en el análisis a la estructura social representada inconscientemente.
Norman Fairclough (1992) al plantear sus diferencias con los sociolingüistas subraya que la relación de lo social con el lenguaje no se limita a una correspondencia superficial sino que hay una determinación profunda procedente de la estructura social. Al cuestionar la arbitrariedad del signo de Saussure manifiesta que hay razones sociales para la combinación de los significantes con determinado significado.
Uno de los referentes de Fairclough es Antonio Gramsci. Esta elección de Fairclough parece tener que ver con su acento en el poder, que en Gramsci se relaciona con su concepción de la Hegemonía.
La Hegemonía es, en palabras de Gramsci “una concepción del mundo que se encuentra, implícitamente, en el arte, en las leyes, en las actividades económicas y en las manifestaciones de la vida individual y colectiva”. La concibe como un “complejo ideológico” integrado por conflictos superpuestos, intersectados o en formación. En este complejo los procesos se estructuran y reestructuran. Puede parecer que la hegemonía alude a la forma de organización dominante del poder pero no es la única.
Gramsci pone de relieve las luchas entre las lenguas dominantes y dominadas del contexto social y político. En ese sentido es significativa su oposición a que se implantara como lengua general el toscano o el esperanto en los momentos de la unificación italiana, un intento de homogeneizar que sofocaría la heterogeneidad de las lenguas consideradas subalternas y con ello la heterogeneidad social.
Con su reivindicación de la filosofía de la praxis Gramsci trata de acotar la especulación en pos de involucrarse en la realidad y la verdad (Bentivegna, 2004). Uno de los autores que relaciona percepción de la realidad con verdad, conjugando el reconocimiento de la realidad con un principio ético.
El historiador Enzo Traverso (2005) entiende que con la descolonización y el surgimiento de las clases subalternas se reconoce a los llamados subalternos como sujetos de la historia y se los constituye en objeto de estudio en un contexto de cuestionamiento de las jerarquías tradicionales. Traverso coincide con la concepción de Benjamin en su denuncia de la historia de los vencedores. En ese sentido, con la célebre incorporación del Ángel de la Historia de Klee a sus Tesis, Benjamin nos señala que el ángel está mirando pasmado las ruinas y los muertos del pasado; quiere ir hacia él pero las ráfagas del progreso lo arrastran hacia el futuro, el cuestionado futuro de progreso del positivismo (Benjamin, 1940).
Por su parte, el historiador Carlo Ginzburg rescata la historia de las clases subalternas a través de la microhistoria (Ginzburg, 1982) y rechaza el escepticismo epistemológico y, en sus palabras, el relativismo moral postmoderno. Sostiene que al eliminar la búsqueda tradicional de la verdad se pone en riesgo el conocimiento.
Como psicoanalista tengo afinidad con estos autores que al tiempo que señalan la heterogeneidad social, asocian el reconocimiento de esa realidad con la verdad. La búsqueda de la verdad inconsciente es consustancial a la ética del psicoanálisis y considero que también lo es el reconocimiento de la realidad.
Como vimos, los estímulos de la realidad no encuentran obstáculos en su paso a lo inconsciente. Podemos contar con su inscripción inconsciente y, para el tema que nos ocupa, con la inscripción inconsciente del par antitético de las diferencias de clase. Pero como destacaba en mi introducción, las imagos idealizadas del superyó obstaculizan el acceso a las representaciones inconscientes y condicionan el juicio de realidad. La percepción de la realidad estará expuesta a desmentidas vinculadas a un superyó constituido por imagos omnipotentes y omniscientes de las que emanen mandatos morales totalizadores. Entiendo que la transformación que deriva en un superyó impersonal, guiado por principios compatibles con el ejercicio de una ética, posibilita la percepción de la realidad y el acceso psicoanalítico a las representaciones inconscientes en general y de las diferencias de clase en particular.
Pienso que en tanto los contenidos ideológicos se desplieguen en estructuras subjetivas que hayan alcanzado en forma prevalente el desarrollo de sublimaciones y principios éticos, se posibilita el ejercicio del pensamiento y la aprehensión de la realidad y la verdad.
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