Elina Wechsler: psicoanalista, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica de Madrid, de la que fue miembro del Instituto de enseñanza, y profesora del Master de Psicoterapia Psicoanalítica de la Universidad Complutense. Ha publicado numerosos libros, entre ellos: lectura Psicoanalítica de la Biblia (Paidós) en coautoría con Daniel Schoffer, Psicoanálisis en la tragedia. De las tragedias neuróticas al drama universal (Biblioteca Nueva), Arrebatos femeninos, obsesiones masculinas. Clínica psicoanalítica hoy (Letra Viva); Herencias. La transmisión en psicoanálisis (Letra Viva). Escenas Freudianas (2017, con pinturas de Elena Kaplan), así como varios libros de narrativa.
Volver al Malestar en la Cultura en este tiempo vertiginoso es volver a impugnar con Freud cualquier intento del progreso de anular la insatisfacción propia del deseo humano. Es volver a descreer de futuros paraísos como falsas promesas, de ideologías salvacionistas, de religiones e instituciones mesiánicas, fuera o dentro del campo del Psicoanálisis.
Volver al Malestar en la cultura hoy es indagar con qué ropajes se visten actualmente los intentos tecnológicos para intentar suprimir la hiancia inevitable entre el sujeto y la felicidad plena por la restricción inevitable de la pulsión por el acceso a lo simbólico.
* Presentado en XIII Congreso Argentino de Psicoanálisis, 22-25 de mayo 2024, Mendoza, Argentina.
El hombre debe vivir en El malestar en la Cultura pues la cultura exige la renuncia al primer objeto de deseo y, desde allí, cualquier intento de colmar la falta. Este es el sentido fuerte de la apuesta freudiana.
La cultura se basa en el freno de la sexualidad incestuosa, en la pérdida de la orientación instintiva, que deja la energía pulsional abierta para sus logros.
Si creemos que el inconsciente es deudor del Otro, podemos verificar que hay conexión entre cada inconsciente y el discurso de lo colectivo. Es la voz del Superyo, resto no simbolizable de la pulsión de muerte, la que se transforma en figura feroz; con sus exigencias obscenas, el Superyó redobla las exigencias del mercado imposibles de cumplir. Su crueldad se une al imperativo de gozar de nuestra época.
La insatisfacción del deseo es constituyente, pero hay que obtener satisfacciones —y un análisis lo logra en su vertiente terapéutica— para acceder finalmente a su contingencia: ningún objeto completa. Sin embargo, el tener —trabajo, amor— es un avatar que el efecto analítico suele lograr con el que nos consulta en algunos de estos dos campos. Pero son estos dos campos señalados por Freud como decisivos para la salud mental los que hoy aparecen seriamente dañados.
Asistimos a una precariedad que toca al desamparo y cada sujeto responderá a este impacto generalizado con sus propios recursos fantasmáticos; los efectos de la morosidad económica, de la soledad, de la precariedad de los vínculos, de las migraciones salvajes, son nuevas figuras del malestar.
Lo que no ha cambiado es el valor de goce del síntoma, lo que sí, la forma del malestar, ligado especialmente a las nuevas tecnologías con la consecuente apatía vincular. Apatía no es un significante freudiano, sino que designa un nombre actual del malestar en la cultura. No es un diagnóstico psicoanalítico sino una forma muy habitual de la narrativa actual. Entregados al espacio de las pantallas, muchos jóvenes —y no tan jóvenes— suelen estar recluidos a merced de la pulsión de auto conservación. Si nada se le pide a Eros, si los sujetos se acantonan en la soledad y el aislamiento, ahí estamos los analistas para lograr, en transferencia, relanzar la libido objetal. Las demandas de reproducción asistida están hoy al servicio de hombres y mujeres como modo inédito de obturar el aspecto siempre enigmático de la diferencia de sexos y la problemática del don, creando nuevos imaginarios en torno a la filiación. La cada vez más frecuente aceptación social de la elección homosexual —transitoria o definitiva— y de la transexualidad, provoca que ya no sea inusual en nuestras consultas la demanda de análisis de sujetos que merecen ser escuchados sin prejuicios.
Estas nuevas demandas ponen a prueba nuestra neutralidad como analistas, nuestras concepciones teóricas e ideológicas, también en las consultas que provienen de los hijos que ya son criados por parejas no heteronormativas. ¿Cómo se producirá la regulación de la sexuación en estas nuevas familias?
Para intentar una respuesta, sigamos el sendero freudiano.
La cuestión de la herencia psíquica que atañe a la transmisión de la prohibición paterna del incesto y del parricidio interesó a Freud a lo largo de toda su obra.
Tótem y tabú inaugura la hipótesis de la transmisión del inconsciente entre generaciones basada en la prohibición del incesto y el parricidio y la culpa por el asesinato originario del padre de la horda primitiva por parte de los hijos.
¿Cómo se asegura la transmisión psíquica de ese contenido a las generaciones futuras, con qué medios? parece ser la pregunta por excelencia que atraviesa el texto. Freud responde así:
Esta continuidad está asegurada en parte por lo heredado de las disposiciones psíquicas que, para llegar a ser eficaces, necesitan sin embargo ser estimuladas por ciertos sucesos de la vida individual.
El infans llega a la vida con una predisposición que cada generación deberá actualizar. ¿De qué manera lo harán las nuevas generaciones cuando los personajes del Edipo tradicional se encuentran tan modificados?
El Complejo de Edipo, en tanto prescribe las relaciones de deseo y de prohibición, reordena las representaciones de la diferencia de los sexos y de las generaciones en cada nuevo hijo. El Edipo constituyente produce la circulación de la falta que deberá inscribirse en el psiquismo.
Freud utiliza el concepto de filogénesis para pautar el lugar de determinación prehistórica, anterior a lo vivido. Lacan lo llamará registro simbólico para insistir en la precedencia de la organización significante en la estructuración del sujeto. El agente de la castración es para él ya no el padre prohibidor del Edipo freudiano sino el lenguaje mismo, que produce una pérdida del goce total, real, mítico, limitado por la palabra.
Habrá que poner el acento sobre este efecto estructural de la castración, con lo cual el Nombre del padre que acuña Lacan ya no se refiere de ninguna manera al padre real sino a la inscripción misma de la represión en el psiquismo.
La cuestión que hoy nos interesa es cómo se realiza este pasaje en las nuevas familias actuales, donde la monoparentalidad, las uniones del mismo sexo, las crianzas grupales, dejan fuera el rol tradicional del pater familia que representaba la ley.
Y aquí, en primer plano, la noción de padre simbólico.
Aunque las modalidades de la paternidad hayan cambiado, no por ello deja de incidir uno de los operadores centrales del psicoanálisis: la función paterna, presente en Freud y revalorizado por Lacan más allá de las modalidades de presentación del padre real e imaginario.
Despejar este ordenador de estructura y diferenciarlo de la contingencia histórica de cualquier organización familiar nos permite situarlo como un universal que tendrá efectos en los diferentes momentos de la civilización.
La paternidad se ha transformado bajo la presión de cambios coyunturales. El padre se ha desacralizado, se coloca muchas veces en su lugar a la técnica. Aunque la familia posmoderna ya no es la de antaño, aunque los divorcios y recomposiciones conyugales problematicen el tema de la autoridad, aunque haya ya nuevo tipo de parejas que crían hijos, y estas novedades tengan efectos, sigue vigente la noción psicoanalítica de padre simbólico en tanto inscripción inconsciente del tercero que posibilita la represión.
El Complejo de Edipo es estructural, inconsciente, no pragmático. Los lugares del padre, de la madre y del niño no se definen por sí mismos, son funciones que se ponen en relación con la falta que circula y quedará o no obturada tanto en la familia tradicional como en sus nuevos formatos.
¿Cómo se transmitirá el operador de la castración en las nuevas configuraciones familiares que hoy aparecen? Lo que sí sabemos a partir de este planteamiento es que no es condición necesaria la organización edípica tradicional. Habrá, como psicoanalistas, que estar atentos a las nuevas versiones que seguramente se aclararán en la clínica de estos nuevos hijos gestados y criados de otra manera. Un hombre puede ejercer cuidados maternos, una mujer puede portar la función tercera.
Nuevos destinos de la transmisión filiatoria
La familia se funda en lo simbólico aunque no se agota en él. En ella crecerá el amor pero también el odio, los celos, toda la trama imaginaria que se teje en los vínculos primarios y que constituirán la biografía destinada a repetirse al pasar de la endogamia a la exogamia sea ésta de cualquier tipo.
Es un imperativo ético que los psicoanalistas no nos quedemos encerrados en el familiarismo tradicional y que no rechacemos los nuevos paradigmas contemporáneos que comprometen ya a muchos de nuestros pacientes.
Un caso clínico
Me consulta Marta, ginecóloga, desesperada ante lo que considera “una locura de su marido”. La pareja se conoció cuando ella rayaba los 40 años, los intentos de embarazarse de manera natural resultaron infructuosos. Entonces recurrieron a óvulos de otra mujer anónima —ovodonación— para lograr los embarazos con el esperma del marido. Nunca volvieron a hablar sobre el asunto. Fueron tres, uno por año. David, Juan y Mateo así lo atestiguan. La vida familiar se complica: demasiado trabajo dentro y fuera de casa, disputas, conflictos. Hasta aquí los problemas habituales de tres crianzas tan seguidas. La pareja se distancia cada vez más hasta que Leo plantea la separación. Pero para sorpresa y horror de la madre le dice: “Por supuesto me llevo a los niños, son míos, no tuyos”. En ese punto consulta Marta. Durante las entrevistas surge la pregunta que la atenaza y no le permite tomar medidas legales: ¿Acaso su marido no tiene razón? ¿Acaso no son de él solo? El trabajo psíquico sobre su maternidad simbólica permitió reducir su angustia, legitimar su función materna y comenzar su análisis.
La familia es el lugar de sustitución de lo biológico por lo simbólico al definir los significantes madre y padre como funciones, más allá de la biología.
Sí no nos desviamos de esta concepción psicoanalítica de la transmisión no nos veremos atraídos como esta paciente y su marido a jugarnos por el discurso biológico.
La pretensión de la técnica de considerar la reproducción como real, más allá de la filiación simbólica, precipitó este fantasma del padre que antes —con la procreación sexual— hubiera tomado la clásica forma de la pelea de ambos por la custodia.
Se trata del estallido de la reproducción sexuada tradicional y de los efectos de esta disociación entre procreación biológica y procreación simbólica lo que los psicoanalistas no podemos pasar por alto si no queremos que los cambios nos pasen por alto…a nosotros.
Senderos. La praxis psicoanalítica en la actualidad
En el sendero quedan huellas. Allí se inscribe nuestra corriente para transitarlo de otra manera. Recorrer el sendero del Psicoanálisis es analizar en nuestro tiempo con las huellas de aquéllos que nos analizaron.
Saber que seguimos en el sendero es saber que tenemos que estar a la altura de nuestro tiempo sin posibilidad alguna de una creación ex nihilo, ya que somos parte de una cadena.
El linaje psicoanalítico resignifica la herencia que, lejos de cortarse, reedita sus huellas sobre los vertiginosos cambios de los últimos tiempos.
Se trata de tomar posesión del sendero y lograr cierta separación respecto al pasado transmitido. Asumirlo y aun así no instalarse en la repetición comandada por la pulsión de muerte para que cada generación de analistas vaya más allá de las generaciones pasadas y no se quede a merced de los guetos teóricos, epocales, institucionales, que condenarían a repetir las mismas huellas.
La pandemia marcó una crisis civilizatoria y con ella, la crisis de la ortopraxia que hoy la acompaña. Atrás quedó el guion institucional, el canon establecido, el fetiche ritualizado del encuadre clásico con su escenario de consulta y diván del que estamos haciendo ya cierto duelo.
Si ya no podíamos hablar de ortodoxia porque la Babel Psicoanalítica se había impuesto en la IPA con los postfreudianos y el retorno de Lacan, la ortopraxia era lo inamovible.
El Psicoanálisis debería apartarse de la ética religiosa, con sus consabidos rituales y liturgias. El encuadre clásico no cura por sí mismo; por lo tanto: rigor conceptual y flexibilidad técnica.
Hoy, muchos analistas estamos donde no se nos esperaba: al otro lado del teléfono o de la imagen virtual o alternando la presencialidad con lo telemático como modos plausibles de nuestra praxis.
Pero estemos donde estemos o no estando donde estábamos nuestro hábitat sigue siendo la voz, el silencio y la palabra. El inconsciente del paciente nunca está confinado: sigue escribiendo cuando habla allí donde se encuentre, el del analista tampoco: sigue leyendo a través del depósito de significantes de cada cura activado por el plus de trabajo psíquico que este tiempo exige a nuestra praxis.
Los cambios epocales tienen efectos, pero no afectan a todos de la misma manera; se trata de conectar el Mal epocal con los males singulares de cada sujeto.
La subjetividad de la época se llama hoy cambio vertiginoso, cómo obviarla. De la apuesta pulsional, del Deseo del analista, dependerá que el lazo transferencial no se interrumpa.
Seguir desgastando inhibiciones, síntomas, angustias para poder llegar a transformar la miseria neurótica en infortunio ordinario, eje de la cura según Freud. Hoy el infortunio ordinario es extraordinario, se une a los regímenes posfascistas que amenazan el planeta ¿Pero acaso no siguió el maestro analizando en otros infortunios extraordinarios? ¿La guerra, la gripe del 18 que mató a su hija Sophie, la persecución nazi en Viena, el exilio?
Dejémonos interrogar por la nueva praxis para que no se convierta en elección forzada.
Una clínica que, sin desestimar los fundamentos legados por Freud, no permanezca cerrada y que aliente la escucha de cada discurso en esta época y no la aplicación trivializada, burocratizada, de los diferentes esquemas referenciales.
Veinte años antes, los tratamientos, y encuentros psicoanalíticos para mantener viva la interlocución no hubieran podido sobrevivir, porque si hacemos una distopía retrospectiva, constataremos que la revolución digital no fue un agregado sino un cambio de paradigma.
Habrá sido entonces una oportunidad para que el sendero inaugurado por Freud siga siendo el camino de la subjetividad que otorga a la escucha del sufrimiento humano —en cualquiera de sus nuevos formatos— su dignidad ética. Situémonos a la altura para que no sea el Psicoanálisis el que muera con nuestro tiempo.