2024: Culpa y Castigo - Vol XLVI nº 2

Resumen: Este trabajo ha sido realizado en función del problema de la conciencia moral y de la angustia que proviene de la relación del Yo con el Super Yo. Esta cuestión, que marca en el devenir individual de los sujetos un posible destino, nos remite al eje mismo de la constitución de la subjetividad. Es importante, en este sentido, vislumbrar aspectos que hacen a las situaciones objetivas de la vida que rodean a los sujetos, las que coartan o posibilitan el devenir subjetivo, a la vez que condicionan los diferentes destinos personales. Todo el bagaje de la elaboración psíquica, que da sentido y permite establecer un determinado espacio a la psiquis de los sujetos en interacción con el mundo, se vierten en la construcción de la felicidad o de la infelicidad lograda, que deriva en la manera en que las subjetividades están vinculadas con la historia.

En medio del camino de la vida
Yo me encontré en una selva oscura
Porque la recta vía había perdido

¡Ah! ¡Cuán duro es decir cuál se mostraba
Esta salvaje selva, áspera y fuerte
Que aún en la mente el pavor renueva!

Dante Alighieri

                                                                 

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A la manera de un material clínico1

Una persona, que se identifica como Francisco, llama para pedir una cita. Manifiesta que ya hizo una llamada anterior, y que ésta no fue respondida. Se disculpa por ser tan insistente, ya que necesita que se le atienda lo antes posible.

El día de la primera entrevista, se presenta puntualmente. Es un hombre de aproximadamente 36 años, de agradable trato y de aspecto demacrado. Según afirma, se halla indispuesto por una enfermedad pulmonar que se manifestó de manera intempestiva hace dos años, junto a una constipación del estómago que lo ha acompañado desde la más tierna infancia, a lo que se deben añadir, frecuentes migrañas, insomnio y “ataques de hipocondría”.

1. Este trabajo lo realizamos basándonos en una ficción. Lo hicimos como si fueran las entrevistas a un paciente, mediante un artificio construido en función de algunos fragmentos de la “Carta al Padre” de Franz (por eso el nombre Francisco) Kafka, a la par que, de las cartas a Milena del mismo autor y de la biografía que hace de Kafka, Reiner Stach: Kafka, los años de las decisiones.

 Al preguntarle sobre el motivo de consulta, Francisco refiere que desde pequeño se manifestó en él una acusada angustia, sobre todo si tiene que desenvolverse en un medio en el que se encuentran presentes personas ajenas a su familia y a conocidos. Sostiene que esta dificultad ha sido un grave inconveniente a la hora de encontrar un lugar para él en el mundo. Fruto de este inconveniente, no logró elegir con facilidad una carrera, pasando de una Facultad a otra, cosa que lo llevó a tener problemas con su padre, que siempre esperó mucho de él. “Mi padre, dice, seguramente deseaba tener un hijo con atributos muy distintos a los que yo poseo, ya que más que virtudes tengo defectos. Él deseaba un hijo fuerte y yo no lo he sido, un hijo inteligente y yo soy apocado y tímido. Hubiese deseado un hijo valiente y yo soy demasiado pusilánime. Buscaba alguien que cuide de mi familia y yo, en cambio, necesito el apoyo y cuidado de la mía. Para ser el primer hijo entre seis hermanos y hermanas, soy algo así como una completa decepción. Es triste, realmente triste, que yo me haya constituido en… como le digo… una disculpa para que mi padre haga de mí su objeto, el depositario de sus iras, de su rabia, de su desprecio y de su frustración”. Se precipita en un llanto que le resulta muy difícil de contener.

Durante la primera entrevista, mira con fijeza un punto entre él y el lugar en el que me hallo sentada. Mientras pasan los minutos, se lo nota agitado y un tanto sudoroso. Al señalarle su estado de intranquilidad, manifiesta que intuye que el tiempo se está acabando… (ríe con nerviosismo) y él, que no había pensado decir mayor cosa en esta reunión, tiene algo atravesado en la garganta. Dice no haber podido dormir algunas noches y… “es simplemente el temor”. “Es algo que realmente me deja sin voluntad, que juega conmigo como quiere, ya no sé dónde estoy, no distingo la derecha de la izquierda…”. Al manifestarle que ese gran temor que siente debe estar relacionado con algo, refiere Francisco que: “no tengo a nadie, a nadie salvo el temor, me abrazo a él y convulsivamente nos debatimos las noches enteras”. “Pero —dice— no piense que estoy solo, la verdad estoy indefenso frente a…, bueno, ya le contaré…”.

Se le señala el aspecto dramático de su expresión y la tendencia a dejar las frases incompletas y Francisco manifiesta que es así como siente las cosas, además de no querer hablar de ciertas cuestiones en este momento, ya que necesitaría un mayor tiempo y “es por eso que dejo mis frases sin terminar”.

Se conviene en tener tres sesiones semanales y se fijan los horarios y honorarios. Antes de salir, Francisco refiere que le ha hecho bien poder hablar como lo ha hecho, de temas que los trata con pocas personas o con nadie, en realidad. Refiere con una sonrisa dibujada en su rostro: “me alegra haber venido”.

Segunda entrevista

Se comunica Francisco el día de la segunda entrevista, a la mañana, mediante un Whatsapp para disculparse. Se siente abrumado por un fuerte dolor de cabeza y teme que se deba a un resfrío que se venía anunciando luego de la primera entrevista. Dice no saber qué va a hacer, ya que su cabeza es visitada por ideas y por los personajes de sus lecturas en su insomnio; pero el gran ausente, dice, es el sueño y, por ende, el reposo.

Tercera entrevista

Francisco llega 10 minutos antes del inicio de la entrevista y permanece en la sala de espera. Al pasar a la consulta, se disculpa por no haber podido asistir a la segunda reunión programada, dice haber estado congestionado …

A: No entendí la referencia a que su cabeza es visitada por ideas y por personajes literarios, ¿a la manera de una congestión? (eso lo mencionó en su mensaje).

F: Sí, eso le dije. Tuve un sueño la noche del día que conversé con Ud. O fue… al siguiente día… creo que fue al siguiente día. Leí una anécdota del escritor ruso y…A: ¿Del escritor ruso?

F: A Dostoievski le visitan dos amigos, Grigoriew y…. se me fue, espero acordarme. Esos dos amigos le felicitan por su libro de manera efusiva, le besan, al mejor estilo ruso y luego de dos horas de conversar se despiden y Dostoievski los mira desde la ventana de su departamento mientras se alejan. ¡Ya me acuerdo!, es el crítico Nekrassow. Él se siente conmovido y se pone a llorar del regocijo que le produce la visita, es el día más feliz de mi vida dice, pero se pregunta: ¿por qué estos aristocráticos amigos me dicen lo que me dicen?, ¿por qué, tan finos señores me dicen a mí, un hombre tan tosco, poco pulido y vulgar, lo que me dicen?, ¿tengo yo derecho a que me traten tan bien, cuando soy alguien a quien solamente y de manera natural deberían despreciar por bajo e impuro? Soñé que yo era Dostoievski y desperté gimoteando y con sollozos que no podía controlar, hasta el punto que quise ver por mi ventana, desde la que lo único que se podía observar era la obscuridad de la noche y solo ahí, en ese instante, entendí que había sido un sueño. Me acordé de haber leído el relato de ese pasaje de la vida del ruso, a la vez que me percaté del intenso dolor de cabeza que tenía. Ya no pude conciliar el sueño, serían las dos y treinta de la mañana y ya no pude dormir más. No obstante, el tema de los personajes volvía y volvía en cada detalle.

A: ¿Con qué relaciona su sueño?

F: Siempre he admirado al ruso, siempre. Hasta desear ser yo su descendiente. ¡Quien pudiera escribir como él!

A: Usted me habló de su padre en la primera cita, digamos que usted desciende de él en los hechos y me dijo algo parecido, sobre usted mismo, a lo que piensa el Dostoievski de su anécdota y del sueño. Algo de eso, me parece, le conmocionó…

F: Muy fuerte lo que me dice… mire (me muestra sus manos), estoy temblando como una hoja. ¡Ay! Doctora. ¿Por qué la angustia?, ¿por qué…?

A: ¿El sueño le parece un sueño de angustia?

F: No es un sueño de angustia, pero con lo que usted lo relaciona sí.

A: ¿A qué se refiere?

F: A mi padre.

A: Explíquese…

F: Hace poco él me preguntó por qué decía yo que le tenía miedo. Como de costumbre, no supe darle una respuesta, en parte precisamente por el miedo que le tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo, necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. He pensado responderle por escrito, más será de un modo imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a él, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio.

A mi padre la cosa siempre le ha resultado muy sencilla, al menos en la medida en que ha hablado de ella delante de mí y delante, indiscriminadamente, de muchos otros. Él piensa más o menos lo siguiente: he trabajado a destajo mi vida entera, he sacrificado todo por mis hijos, muy especialmente por ti, lo que te ha permitido vivir “por todo lo alto”, te he dado completa libertad para estudiar lo que te ha apetecido, no has tenido motivos de preocupación en cuanto al pan de cada día, o sea, no tienes motivo de preocupación; no te he exigido a cambio gratitud, ya que conozco “la gratitud de los hijos”, pero sí al menos cierta deferencia, alguna que otra simpatía; en lugar de eso, tú siempre te has escabullido de mi presencia, refugiándote en tú habitación, en los libros, en amigos alocados, en ideas exaltadas; nunca has hablado abiertamente conmigo y mientras por mí no mueves un dedo, por los amigos lo haces todo.

Si se resume lo que piensa mi padre de mí, el resultado es que no me echa en cara nada propiamente inmoral o malo, pero sí frialdad, rareza, ingratitud. Y me lo echa en cara de una manera como si fuese culpa mía, como si yo hubiese podido cambiarlo todo con solo dar un giro al volante, mientras que él no tiene la menor culpa, como no sea la de haber sido demasiado bueno conmigo.

A: Considera que su padre no le aprecia.

F: Es más enrevesado que eso solamente, no es fácil para mi explicar todo lo que siento, a pesar de haberle puesto cabeza mucho tiempo. Viene desde que era pequeño y es cuestión de toda una vida.

A: Le escucho.

F: La presencia de mi padre ha sido tan grande y lo es, sin lugar a duda, que me ha marcado a mí y a toda mi familia. De niño la figura de un ser tan gigantesco copaba todos los espacios. Cualquier opinión, la tenía que despreciar, como nos despreciaba a todos nosotros. Cuando yo emprendía algo que no le gustaba me amenazaba con el fracaso y mi respeto a su opinión era tan grande que ese fracaso, aunque tal vez viniese más tarde, ya era inevitable.

Con mi padre me siento intimidado todo el tiempo, cualquier acción de mi parte es sistemáticamente desaprobada por él. Percibo que hay una gran lección que no he logrado comprender: que mi padre puede ser injusto. Así y todo, termino yo dándole razón. Me volví de pequeño, un niño gruñón, desatento, desobediente, con la mente puesta siempre en la huida, casi siempre en la huida interior.

No es que mi padre me castigara físicamente, pero aquellas voces, aquel rostro encendido, los tirantes que se quitaba apresuradamente y los colocaba en el respaldo de la silla, todo eso era casi peor para mí. Es como alguien a quien van a ahorcar. Si lo ahorcan de verdad, ha muerto y todo ha terminado. Pero si tiene que ver todos los preliminares del ahorcamiento y sólo cuando le cuelga la soga delante de la cara se entera del indulto, puede que quede dañado para toda la vida. Por donde se mirase, siempre incurría en falta frente a él. Y eso que no le cuento la vergüenza que me ha producido siempre el trato grosero que mi padre gastaba con las personas que él empleaba: a un empleado que estaba disminuido por una enfermedad le gritaba aparentando que él no le oía, “que reviente ese perro enfermo”. O los gritos y palabrotas que profería cuando alguien se equivocaba. La penosa perplejidad y la infinita vergüenza que sentía me hundían. Toda esa furia que atemorizaba y que se cebaba con aquellos que indefensos necesitaban de su trabajo, haciéndolos dubitativos, titubeantes, ofuscados, tal como él quería verlos y así considerarlos objetos de sus bravuconadas. ¡Un verdadero rufián!

A: Rabia, enojo y culpa hacen que no se sienta merecedor de nada.

F: Sí… tiene razón… la culpa y la rabia sí vienen juntas… Pienso en Elisa, una de mis hermanas. Ella, de pequeña, era una niña sumamente pesada, cansina, miedosa, descontenta, siempre con sentimiento de culpa, exageradamente humilde, maligna, vaga, comilona, tacaña, yo casi no podía mirarla, ni en modo alguno dirigirle la palabra, tanto era lo que me recordaba a mí mismo. De un modo tan parecido a mí estaba ella, bajo el poderoso influjo de la “educación” de mi padre. Sobre todo, su tacañería me resultaba odiosa, ya que posiblemente la mía era aún peor. Mire usted, la tacañería es uno de los síntomas más claros de que se es profundamente desgraciado.

A: ¿Mira a otros como en realidad se mira a usted? ¿Lo dejamos ahí por hoy?

F: ¿Puedo seguir hablando de esto la próxima reunión?, ¿no es esto algo que le incomoda?

A: De ninguna manera.

F: Es que, como usted puede ver, tengo la sensibilidad a flor de piel…

Reflexiones con respecto al material presentado

La aproximación que buscamos realizar, tiene como objetivo establecer ciertas referencias a consideraciones conceptuales que permiten de manera objetiva, explicar las condiciones subjetivas que dan cuenta de una forma muy particular de sufrimiento psíquico, donde muchos de los síntomas, especialmente los que aparecen en el cuerpo, además del despliegue de la angustia, nos remiten al peso que adquiere la realidad psíquica con la que se ven enfrentados muchos pacientes, vertiendo en la clínica su padecimiento. A la vez, se pueden vislumbrar, los caminos que han seguido ciertos destinos personales, para hacer frente al dolor y el malestar psíquicos que les restan potencia como individuos.

En el material clínico de Francisco, los grandes temas que se vislumbran son: la angustia y la cuestión del padre. Donde, en definitiva, su novela familiar tiene un sustento y se organiza en función de aquella figura: el orden que adquieren las formas familiares y relaciones de parentesco, las costumbres, el vínculo paterno filial, las prescripciones o las proscripciones, etc. A partir de lo referido, las muestras visibles de las acciones de Francisco terminan suspendidas por los juicios adversos de un padre que no reconoce las bondades de nadie que no sea él mismo. No obstante, este tema pertenece a un juego que resulta engañoso, ya que no sabemos si la enormidad de la animosidad del padre se debe a él o a la hostilidad que siente Francisco hacia él, como articulador para la generación del miedo, que es una de las tantas caras de la angustia. No nos olvidemos que el relato del que partimos da cuenta de un orden que es descrito por Francisco y, en ese sentido, responde a su propia construcción, en la que su lugar es un espacio colmado de características perniciosas y de situaciones hostiles. Frente a ello, debemos estar persuadidos que el relato de Francisco es su propio relato y da cuenta de aspectos determinantes de su propia vivencia, y no es el reflejo de una realidad, en tanto tal, que le es adversa.

En la exposición de Francisco, durante las entrevistas, muestra un orden subjetivo que condensa elementos de una organización externa a él, donde rige un sistema que le es adverso, signando una interioridad en base a prohibiciones que ponen coto a su propio deseo, cuestión que restringe de tal manera su propia subjetividad, que lo sumen en el desvalimiento y en un marcado conflicto, donde la angustia es el resultado. La distancia entre el propio yo de Francisco y el ideal que representa su padre, lo deja sumido en la falta de recursos, al reconocerse carente de los atributos que lo hacen aceptable.

Hipotéticamente, podemos apuntar en términos generales que la angustia, como estado afectivo sentido por el yo, es la consecuencia de un conflicto psíquico. Por una parte, en el caso de Francisco, una primera alusión al conflicto es al que separa el Yo de un Ideal inalcanzable. Por otra parte, la instauración de la norma y la exigencia de una manera de proceder que aparece en la vivencia subjetiva de Francisco como avasallante, debido a su propio desvalimiento como sujeto que depende de manera sensible de las figuras parentales, depositando en ellas la potestad de decidir con respecto a su vida, en momentos en que tal dependencia se estima anacrónica. El devenir de las relaciones familiares y, en especial, el predominio que adquiere sobre él la figura paterna, nos permite situar cambios en el psiquismo de Francisco, donde la tan mentada tensión con el padre deja como saldo un orden interno donde la exigencia normativa y prohibidora del superyo, acarrea un conjunto de limitaciones al yo. Este se ve aquejado de angustia, cuando teme, frente a sus deseos, que no solo puedan verse condenados si adquieren el estatuto de hechos consumados, sino en el momento que hacen su debut en el dominio de la fantasía. La angustia, en este sentido, se magnifica coartando al yo. El peligro que percibe el Yo de Francisco en forma de angustia, lo invade de un modo que le impide el manejo de sus propios recursos y, de manera semejante, pone en jaque a sus aspectos narcisistas que desdibujan la imagen coherente que busca tener de sí mismo.

Conocemos que lo que Freud llama angustia moral, nos remite a la dinámica que adquiere la relación de un sujeto con los aspectos normativos que llegan a ser propios, como consecuencia del proceso de organización y construcción psíquica que conlleva el pasaje por el complejo de Edipo. No obstante, ¿cómo esta cuestión se juega en Francisco?, ¿qué de todo esto condiciona el surgimiento de sus síntomas tanto psíquicos como físicos?, si bien elaboramos la información de dos entrevistas, ¿qué de lo vertido en las entrevistas nos permite acercarnos a la matriz, en el material clínico, de los elementos que son la fuente de conflicto dentro de la compleja urdimbre que nos trae el caso?

No hay que olvidar que el conflicto psíquico es una condición estructural en el funcionamiento psíquico, tal como lo formula Freud, cuando busca dar cuenta de una tópica, una dinámica y una economía psíquica, sea o no generadora de síntomas. De lo señalado resulta que el conflicto no es algo que deba ser observado de manera particular, sino la forma en la que el psiquismo se expresa, en términos de los medios de los que se vale para tramitar los montos en juego. Así en la fobia, los manejos inhibitorios priman, como en la neurosis obsesiva las conductas ritualistas cumplen una importante función frente a la angustia, mientras que en la histeria acompaña a síntomas conversivos. No hablamos de la angustia generada por un acontecimiento que pone en riesgo a un sujeto, transformando su reacción en angustia, que es cifra de un peligro, sino de la angustia neurótica. Esta no tiene explicación fáctica, propiamente, a pesar de constituirse a partir de eventos como los que genera el padre de Francisco: gritos, insultos y amenazas. Estas y otras acciones lesivas, repercuten en la psiquis a partir de la forma en que son metabolizados los estímulos, produciendo una gama de efectos, cuya causa escapa a la conciencia de quien sufre de angustia. La cantidad de posibles determinaciones que generan el dolor moral del que da cuenta Francisco, quedan suspendidas en el tiempo de un proceso de trabajo, mientras de lo que podemos estar seguros es que su yo se halla inundado de un afecto que lo disuelve y no le permite reaccionar, paralizando su acción y precipitando su rendimiento psíquico en el vértigo de la confusión: “Es algo que realmente me deja sin voluntad, que juega conmigo como quiere, ya no sé dónde estoy, no distingo la derecha de la izquierda…”.

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Referencias

Alighieri, D. (1971). La Divina Comedia. Ediciones Carlos Lohlé.
Freud, S. (1986). Inhibición, Síntoma y Angustia. En Obras Completas (vol. XX). Amorrortu.
. (1979). El Yo y el Ello. En Obras Completas (vol. XIX). Amorrortu editores.
Kafka, F. (1983). Carta al Padre. En Obras Completas (vol. 4). Editorial Teorema.
. (2001). Cartas a Milena. Alianza Editorial.
Stach, R. (2003). Kafka, los años de las decisiones. Siglo XXI.