Federico Trucco: Lic. en Psicología por la UCSF. Dipl. en Terapia Sistémica por la ESA. Finalizó el ciclo básico como psicoterapeuta gestáltico en IGEC. En el campo del psicoanálisis, realizó cursos, congresos y seminarios en APdeBA y APR. Se encuentra especializándose en Psicoanálisis de las infancias y adolescencias en ASAPPIA. Fue docente universitario y en escuelas secundarias. Actualmente abocado a la investigación y la práctica clínica.
Resumen: Bleichmar propone pensar la constitución del psiquismo según tiempos lógicos, marcados por movimientos internos y externos, en continua interrelación. Cuando habla de sujeto psíquico, indica que ha operado en él, en algún grado, la represión originaria, defensa primordial frente al vasallaje de la sexualidad que proviene del inconsciente materno. En el marco del pensamiento de la autora, se intenta clarificar la noción de pulsión de muerte, como realización directa de la pulsión, derivada de una serie de condiciones de estructuración: implantación pulsional traumática, dificultades en la metabolización de la estimulación y fallas en la represión originaria.
Descriptores: Pulsión, Pulsión de muerte, Autoerotismo, Represión primaria, Narcisismo primario, Trastornos.
Introducción
El presente trabajo tiene la pretensión de indagar sobre el concepto de pulsión, y más particularmente, sobre uno de sus derivados, la pulsión de muerte, tomando como marco teórico una serie de textos de la extensa obra de Silvia Bleichmar. Por el hecho de que la psicoanalista argentina se nutrió, en gran medida, de los aportes del francés Jean Laplanche, uno de sus grandes maestros, se consideran para el estudio de la temática algunos escritos de este autor, más otros de Freud, por ser una referencia ineludible en cuanto a la cuestión
La elección de Bleichmar como referencia tiene dos fundamentos: en primer lugar, se considera a la autora capaz de un fuerte rigor conceptual, con claros fundamentos metapsicológicos, lo cual ha sabido extrapolar a su modelo de abordaje clínico; en segundo lugar, el hecho de que se encuentran escasos estudios que aborden una noción particular dentro del contexto del pensamiento de Laplanche, continuado en Argentina por Bleichmar, si se los compara, por ejemplo, con la vasta bibliografía que se gestó en el seno de la otra corriente del psicoanálisis francés, liderada por Jaques Lacan.
La pulsión se selecciona como una de las nociones centrales del trabajo porque todo el proceso de constitución psíquica, tal como lo concibe la autora, se lleva a cabo en torno a ella. Además, se hace necesario delimitar, en primera instancia, la definición de pulsión y el proceso de formación del aparato psíquico, según lo entiende Bleichmar, si se pretende arribar a la idea de la pulsión de muerte, objetivo último de este trabajo. Al respecto, no se encuentran trabajos anteriores que se enfoquen específicamente en el desarrollo de este concepto y su complemento, la pulsión de vida.
Por lo anterior, gran parte de este artículo consiste en un repaso de los tiempos que derivan en la formación del sujeto psíquico —sujeto con aparato psíquico—. Se trata de tiempos lógicos que se estructuran en función de movimientos al interior y al exterior de la tópica psíquica.
Se divide al artículo, entonces, en tres apartados. En el primero se define la pulsión sexual en contraposición al instinto, se fundamenta la posición teórica que adopta Bleichmar en relación con el origen exógeno de la pulsión, marcando con el ingreso de la pulsión el primer tiempo de estructuración del psiquismo, idea que comparte con Laplanche, y se diferencian las posturas de ambos en torno a la meta pulsional.
El segundo capítulo está dedicado a explicar el tiempo en el cual se produce, mediante la operación de la represión originaria, la creación de los sistemas psíquicos y del narcisismo primario. La represión originaria se ejecuta sobre los representantes pulsionales, logrando que el ejercicio pulsional directo comience a verse inhibido por la influencia del yo en formación. El adulto a cargo del infante, auxiliar en la tarea de drenaje del exceso pulsional, ejerce también aquí la función de dar soporte a la identificación primaria. Esto se aborda utilizando las nociones de implantación e intrusión de Bleichmar.
En el tercer capítulo se expone la idea de que la pulsión de muerte puede equipararse a la pulsión inscripta del modo intromisivo, lo que produce su reiteración bajo la forma de descargas pulsionales permanentes, denominadas por Bleichmar trastornos. El trastorno, en tanto fenómeno clínico, obliga a la ampliación del método psicoanalítico más allá de la interpretación, en la tarea compleja de tejer, junto al niño en análisis, un entramado simbólico que le permita la inserción de las vivencias traumatizantes.
Por último, vale resaltar que la obra de Bleichmar tiene la peculiaridad de que permite extraer de ella una idea de lo pulsional mortificante con bastante claridad, y que, además, es posible asimilar esa idea a fenómenos clínicos a los cuales el psicoanalista se ve enfrentado con frecuencia y bajo una gran dificultad. En este sentido, puede considerarse a la pulsión de muerte más allá de un concepto auxiliar. Por ese motivo, este trabajo pretende ser un aporte no solo al entendimiento del concepto, sino también a posibles sistematizaciones de las estrategias clínicas que pueden erigirse para el tratamiento de los fenómenos clínicos mencionados.
La entrada de la pulsión: el punto de partida del proceso de constitución psíquica
El concepto de pulsión es de fundamental importancia para la comprensión del recorrido que propone Bleichmar en torno a la formación del sujeto psíquico, es decir, sujeto con aparato psíquico escindido en sistemas interrelacionados. En este primer capítulo, se describe la perspectiva de Bleichmar sobre la relación entre el infante y la pulsión, cómo se produce en él el ingreso de la vida sexual, apartándolo de la actividad instintiva con la que nace; se explica, entonces, el comienzo del complejo proceso de constitución psíquica donde la pulsión es instalada por el adulto, para luego abordar los movimientos siguientes en los demás apartados.
Bleichmar toma la noción de pulsión de los escritos de Freud, donde existen varias menciones a ella. Al respecto, Strachey (1966) repasa las definiciones de pulsión freudianas en la Nota introductoria con la cual presenta el texto de Freud Pulsión y destinos de pulsión de 1915, y comenta lo dificultoso que se le hace delimitar con claridad este concepto. Señala que Freud trata a la pulsión, más de una vez, como un elemento “oscuro” dentro de la investigación psicoanalítica, aunque también la declara imprescindible para el avance de la disciplina, y de hecho se refiere a ella como la “más importante” de las nociones psicoanalíticas.
El artículo citado de Freud es, probablemente, el que más luz arroja sobre esta noción problemática. A la ambigüedad del término, se le añadió la dificultad de su traducción. Sobre este aspecto, la traducción del alemán trieb por el español de “pulsión”, en manos de José Etcheverry, permitió su esclarecimiento, al desligarla del concepto de “instinto” (Instinkt en los textos originales de Freud en alemán). De este modo, se logró saldar la confusión que se había producido entre ambos vocablos en la traducción de Luis López-Ballesteros. Quedo claro, entonces, que Freud se ocupó principalmente de la pulsión, y que la emancipó del ámbito de lo puramente orgánico o biológico, donde se sitúa precisamente el instinto.
Sobre la distinción entre ambos conceptos, Laplanche (2005) ubica al instinto como parte de los recursos innatos del ser humano tanto como de otras especies, y a la pulsión —o, en verdad, lo que es asequible de ella, es decir, su representante— la concierne, como todo representante, al orden de lo psíquico, perteneciente a la “vida anímica”, como gustaba decir Freud, y, como tal, patrimonio únicamente del género humano, por ser ésta la única especie atravesada por los avatares de la sexualidad.
A partir de lo anterior, se marcan algunos límites conceptuales: la pulsión es siempre sexual o, dicho de otro modo, la sexualidad siempre es pulsional. Además, no viene heredada como el instinto ni cursa a favor de la supervivencia, lo que es lo mismo que decir que no satisface ninguna necesidad biológica. La pulsión se instala o inscribe en el recién nacido desde afuera, en el proceso de interacción con quien esté a cargo de su cuidado (Bleichmar, 2002).
Si se retoma la definición de pulsión que Freud propone en el texto mencionado, se puede ver que la ubica “entre lo anímico y lo somático” (p. 117), como una puerta de entrada de lo corporal a lo psíquico. Señala que el ingreso a lo psíquico se produce mediante la formación de representantes, y que estos vienen a representar “los estímulos que provienen del interior del cuerpo”. Ésta última frase se presta a interpretación, lo mismo que cuando afirma que las pulsiones “brotan de múltiples fuentes orgánicas” (p. 121), ya que ambas pueden sugerir la endogeneidad de la pulsión, por un lado, pero también el hecho de que el cuerpo se compone, desde el comienzo de la vida, de un conjunto de fuentes de excitación o de estimulación, y que estas fuentes no pueden activarse más que por estimulación externa, con lo cual la pulsión tendría un origen exógeno. Bajo esta segunda hipótesis, en la cual se enmarca Bleichmar, se piensa que el bebé trae en forma innata la predisposición al ejercicio de la sexualidad, pero no la sexualidad en sí misma.
Freud escribe, en el mismo texto, que la pulsión se corresponde con “una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (p. 117). La palabra “medida”, también, puede tomar aquí dos acepciones: referenciando al quantum de la pulsión, a su intensidad que, adoptando la idea de la pulsión exógenamente originada, dependería de la fuerza de la estimulación corporal; o como sinónimo de resolución, haciendo alusión al procedimiento —trabajoso, obligado— de inscripción pulsional que se lleva a cabo en lo psíquico por su enlace —al estilo de las dos caras de una misma moneda— con el soma. En este sentido, Laplanche (1992) piensa que el instinto, originario, se troca en pulsión cuando se ve “pervertido” a partir del ingreso de la sexualidad; se ve obligado, entonces, a desviarse de sus funciones vitales (reproducción, alimentación, etc.).
A partir de lo anterior, se abre un interrogante: queda claro que el instinto nos guía en la búsqueda de su objeto específico de satisfacción, y ésta es lograda una vez alcanzado el objeto, pero en lo que respecta a la pulsión, se hace más complejo discernir la meta a la que aspira. Bleichmar (2002) coincide con Freud (1915) al sostener que la pulsión se satisface en la descarga y que esa es su meta, para lo cual el propio cuerpo se presta al servicio mediante la actividad autoerótica que define el tiempo del autoerotismo. Solo en la medida en que se ve obstaculizada la descarga, y teniendo en cuenta que la pulsión no cesa en su empuje, el plus de excitación obliga al trabajo psíquico. Es entonces que se elaboran vías secundarias a la descarga, mecanismos defensivos, a favor del apaciguamiento del aparato.
La meta pulsional es un aspecto donde parece no haber acuerdo entre Bleichmar y Laplanche. Mientras Bleichmar señala que la pulsión tiende a la descarga, como se afirmó, y que los restantes caminos de la pulsión, lo que Freud llamó sus destinos o vicisitudes, serán vías creadas a partir de la obstaculización de esta descarga, Laplanche (2005) considera que la pulsión no busca la descarga, sino la meta contraria. La descarga o el apaciguamiento es para él la meta del instinto, en esencia no-sexual, y la meta de la pulsión es la excitación sin límite, el placer por aumento de tensión fisiológica “al precio del agotamiento total” (p. 5) —vale aclarar, se refiere al agotamiento del sujeto y no de la pulsión—.
Como conclusión de este apartado, se puede afirmar que Bleichmar toma partido por la hipótesis del origen exógeno de la pulsión, y esto es de fundamental importancia para el desarrollo de su teoría de la constitución psíquica, como se verá luego. Para apoyar este punto de vista, se basa en algunos postulados de Freud y Laplanche. En Freud aparecen pasajes que sugieren tanto la idea de la pulsión generada endógena como exógenamente. La postura exogenesista parece tomar mayor fuerza, no sólo en el texto citado, sino también, por ejemplo, en los Tres ensayos de teoría sexual (1905), donde indica que la pulsión se apuntala en funciones que, originariamente, sirven a la autoconservación. En Laplanche (1998), la idea de la pulsión exógenamente originada se inscribe dentro de su Teoría de la seducción generalizada, que se describirá en el próximo capítulo.
Bleichmar, en este marco teórico, considera que el recién nacido no trae consigo una vida pulsional, sino que esta se inscribe en el intercambio con el adulto, siendo éste quien introduce al niño en la sexualidad, para que luego la pulsión circule por sí misma y presione desde el interior. A su vez, sostiene la idea de que la pulsión es apta para la descarga y a eso se dirige en su repetición, lo cual le proporciona un punto de sustento para la elaboración de su modelo de abordaje clínico de la actividad pulsional, particularmente en los casos donde ésta se ejercita de un modo compulsivo y desorganizado.
Del autoerotismo al narcisismo: el efecto de la represión originaria
En el capítulo anterior se describió la perspectiva de Bleichmar acerca del origen de la pulsión, como un elemento advenido desde el exterior. En esta segunda parte, se explica el hecho de que el inconsciente, como sistema psíquico, es un derivado de la vida pulsional. A tal fin, se entrelazan una serie de conceptos: pulsión, autoerotismo, represión originaria, narcisismo e inconsciente; cada uno de ellos es necesario para el entendimiento de la estructuración psíquica. Como se verá, estos elementos intrapsíquicos no pueden ser comprendidos por fuera de la relación con el otro.
En En los orígenes del sujeto psíquico. Del mito a la historia (2008), Bleichmar describe minuciosamente el proceso mediante el cual el adulto (por lo general la madre o quien ejerza la función “materna”)implanta la pulsión en su cría. La madre se encarga del recién nacido con sus intenciones amorosas, su deseo de protegerlo y sostenerlo con vida, pertenecientes al ámbito preconsciente, pero también con su vida pulsional reprimida en el inconsciente en mayor o en menor grado. Por lo anterior, opera sobre el cuerpo del niño no sólo en función de su conservación, sino también en función de la propia descarga sexual, desde su propia sexualidad reprimida (por lo tanto, infantil y parcial), generando la entrada en la sexualidad del hijo.
La manera en la que Bleichmar concibe la doble influencia de la madre se corresponde con la teoría de la seducción generalizada de Laplanche (1998). El psicoanalista francés retoma una de las primeras, pero luego abandonada tesis de Freud (1906) sobre el origen de las neurosis, como un producto de experiencias abusivas en la infancia, pero la lleva al plano universal, en el sentido de que siempre hay un “otro sexual” que, inevitablemente, “pervierte” al hijo por el hecho de introducir en él la pulsión. Es una “perversión necesaria, inherente a la sexualidad humana”, afirma Laplanche en el artículo citado, para luego agregar que esta acción se produce mediante mensajes (gestos, comportamientos, verbalizaciones) que se filtran desde la sexualidad inconsciente del adulto.
Lo anterior merece ser tratado con cautela. Laplanche no indica que todos los padres abusan de sus hijos, sino que la sexualidad en sí misma ingresa por la fuerza —del inconsciente del otro—, y, aunque este fenómeno es universal, existen obvias diferencias en la influencia que la madre pueda ejercer sobre el cuerpo y psiquismo incipiente del hijo. Estas diferencias están dadas por la intensidad del ejercicio pulsional materno, en el plano cuantitativo, pero también pueden enmarcarse en modalidades o categorías de implantación pulsional, como se verá que propone Bleichmar.
En Las teorías sexuales en psicoanálisis: qué permanece de ellas en la práctica actual (2014), Bleichmar retoma la cuestión de la doble influencia materna y la explica del siguiente modo: en el interior del psiquismo materno se debaten la libido pulsional contra la libido yoica; las pulsiones sexuales reprimidas que toman a la cría como objeto pulsional u objeto de descarga entran en lucha contra el narcisismo de la madre que le permite narcisizar al hijo, tomarlo como objeto de amor y satisfacerse mediante el afecto y el cuidado que le brinda. De este modo, la madre, como sujeto clivado, es tanto quien implanta la pulsión desde su inconsciente, como quien ayuda a su hijo a descargarla con los esfuerzos amorosos que parten de su yo.
Siguiendo el razonamiento anterior, Bleichmar (2010) separa la implantación pulsional de la intrusión o intromisión. Reserva estos últimos términos para designar la inscripción pulsional que toma carácter traumático, desmedido, complicando al rudimentario psiquismo infantil en su tarea, siempre presente, de descargar los restos de excitación que ingresan a partir del inconsciente materno. Tomando el concepto de metábola de Laplanche (1981) redefine lo intromisionante como aquellos elementos que son imposibles de ser metabolizados por el psiquismo infantil. El infante no incorpora nada a su psiquismo sin hacer una “digestión psíquica”, mediante procesos de descomposición y recomposición.
Puede verse como Bleichmar piensa al psiquismo, aún en sus primeros tiempos, de un modo activo, en interacción con los estímulos del exterior y no como mero receptor. La actividad metabólica tiene como fin hacer consonante los elementos externos al funcionamiento interno del psiquismo, tendiendo a la homeostasis, y según los tiempos particulares del mismo, es decir, según sus posibilidades actuales.
Vale la aclaración de que el proceso de metabolización, tal como es descripto, es el modo general de funcionamiento de todo sujeto: lo traumático, lo imposible de metabolizar, es lo que se le ofrece al psiquismo de un modo que éste no puede asimilarlo. Partiendo de esta idea, es tan violenta la higienización excesiva de un bebé, el contacto abrupto y desafectivo con un niño, como la interpretación de un analista que no es acorde a la capacidad asociativa del sujeto en análisis.
Una vez implantada la pulsión, Bleichmar (2002) explica el recorrido al que se ve sometida: en un principio, tal como se describió, la pulsión viene a perturbar la homeostasis, en el sentido de agregar un elemento que excede a la necesidad de autoconservación. El cuerpo sexualizado hace inscripción en un psiquismo rudimentario, incipiente, que se ve obligado ahora a darle un curso a las excitaciones. La pulsión, entonces, es sentida por el infante como tensión, un monto de displacer que requiere ser drenado, para lo cual las diferentes partes del propio cuerpo, aún representado en forma fragmentaria, despedazado, se prestan para la satisfacción pulsional. Esta es la característica del modo de funcionamiento autoerótico.
El autoerotismo pierde prevalencia cuando el niño, ya teniendo registro de la madre como objeto diferenciado, empezando a constituirse como sujeto, a formar su Yo a partir de la primera identificación con la madre que exige la renuncia a la satisfacción pulsional, y por amor a esta madre, intenta sepultar su actividad autoerótica en el inconsciente. Por este motivo, para Bleichmar el inconsciente es el reservorio de los representantes pulsionales.
Es el tiempo, entonces, en que el inconsciente se forma. La institución del inconsciente, como puede apreciarse, es producto de la operación de sepultamiento que Bleichmar prefiere llamar represión originaria y no “primaria”, por ser la que da origen a los sistemas psíquicos, permitiendo la fundación de la tópica. Los representantes de la pulsión en el inconsciente, a partir de entonces, no dejarán de pujar, siendo este empuje el motor que pondrá en movimiento mecanismos de defensa cada vez más complejos, posibilitando el creciente desarrollo psíquico.
Puede verse, en primer lugar, cómo la represión originaria es el fundamento del crecimiento intelectual y, por otro lado, como la formación de la instancia yoica se hace necesaria para domeñar la vida pulsional. Esto último se retomará en el tercer capítulo con el fin de clarificar la cuestión, entrelazándola con la noción de pulsión de muerte. Como se verá, dentro del marco de pensamiento de Bleichmar, se puede considerar a la pulsión de muerte como un concepto necesario y capaz de rastrearse fenoménicamente en la clínica.
Cuando la pulsión mortifica al sujeto
En el capítulo anterior se diferenció la implantación pulsional moderada del modo de sexualización intromisivo, y luego se describió el recorrido de la pulsión que deriva en la formación de los sistemas psíquicos. En este capítulo se intenta demostrar que la intromisión, traumatizante por definición, imposibilita la ejecución del proceso de trabajo que el psiquismo hace en torno a la pulsión, tal como fue descripto en el apartado anterior, y, en la medida que no lo hace posible, provoca que la pulsión sexual adquiera el carácter mortificante contra el sujeto.
La dificultad, en los casos de intromisión, radica en que la capacidad de metábola del niño no puede estar a la altura de la estimulación hiperintensa que propicia el contacto materno, cuando este contacto no está restringido o matizado por las mociones amorosas que debieran partir del yo de la madre. Entonces, los altos montos de excitación no encuentran un modo de ser evacuados ni fijados vía representación; es así como la pulsión no puede ser reprimida o, dicho más claramente, no pueden formarse los representantes pulsionales que serán sometidos a represión, y esto complica la estructuración del inconsciente como sistema.
La consecuencia observable de las fallas en la operación de la represión originaria es la libre expresión pulsional, el ejercicio pulsional desenfrenado que es, precisamente, lo que podría igualarse a la pulsión de muerte. No se trataría, entonces, de un deseo incesante, sino de modos de evacuación que compulsiva e irrefrenablemente toman a su cargo al sujeto.
Cuando el proceso de implantación de la pulsión, con la consiguiente represión originaria, se da de la manera deseable, lo que en principio son los representantes pulsionales que le dan materialidad al sistema inconsciente cursan luego como deseos inconscientes. Estos son, entonces, los remanentes de la pulsión que ha sido transfigurada. El deseo inconsciente puede conciliarse o no con el yo, puede hacerse síntoma por no ser conciliable con el yo y puede, por estas características, interpretarse psicoanalíticamente.
Diferente al síntoma psicoanalítico, el trastorno, tal como lo entiende Bleichmar (2010), no expresa ningún conflicto de orden psíquico, sino que constituye una descarga directa de la pulsión. Es la pulsión siendo actuada sin inhibición por un sujeto que se encuentra a merced de ella y sin posibilidad de tramitarla por la vía de la ligazón representacional. El sujeto no puede hacer uso de su capacidad simbólica para hacer frente a este tipo de manifestaciones.
Podría pensarse, a partir de lo desarrollado hasta aquí, que la pulsión sexual es “de vida” en la medida en que puede ser tramitada según el recorrido que formula Bleichmar en torno a la defensa primordial que constituye la represión originaria, por el hecho de poner en movimiento el aparato psíquico, y es “de muerte” en el caso contrario, cuando no ha encontrado anclaje representacional inconsciente, por lo que los montos de excitación fluyen libremente y dan lugar a descargas periódicas que escapan al influjo ordenador del yo. Esto se corresponde con la idea de Bleichmar (2002) acerca de que la pulsión sexual se convierte en pulsión sexual de muerte cuando ataca al yo y supera su capacidad de encontrarle canales de ligazón.
Puede apreciarse, a partir de lo anterior, la relevancia de la función del yo. Es el yo el que concibe objetos totales y es capaz de designar objetos de amor, incluso a sí mismo, y también el encargado de refrenar la pulsión para que no ataque a estos objetos. La pulsión de muerte, por lo tanto, no puede estar del lado del yo, tal como lo aclara Bleichmar en una entrevista que fue publicada bajo el nombre Pulsión de muerte (2009).
La idea de un yo que pretende la autodisolución carece de sentido psicoanalítico, por el hecho de que la pulsión no es del sujeto ni tiene intencionalidad. Lo que le compete al yo es la tarea de procesar la pulsión, formulación que requiere ser analizada con un grado mayor de profundidad, para aclarar cómo es posible este procesamiento pulsional en el caso del infante, en tanto poseedor de un yo en formación.
El yo concebido por Bleichmar no existe desde el nacimiento. No hay nada parecido a un yo en los orígenes. Como se trató anteriormente, tampoco hay inconsciente ni pulsión que lo forme. La pulsión viene a inscribirse, y luego se produce en un mismo movimiento la génesis del yo, del narcisismo, y del inconsciente. La identificación primaria con el yo materno provee los cimientos para la formación de los primeros elementos del yo propio.
Puede verse, entonces, como el narcisismo primario es correlativo con la represión originaria y con el agrupamiento de las primeras representaciones inconscientes. Esto solo es posible gracias a la presencia de una madre que ama a su hijo como un objeto total y diferenciado de sí. La madre narcisizante es condición de identificación primaria (Bleichmar, 1995). Los casos de niños ferales o autismos severos dan cuenta de cómo una madre puede funcionar para la implantación pulsional o sexualización del hijo, pero no hacerlo en la función narcisizante (Bleichmar, 2009).
Siguiendo la línea de pensamiento presentada, se puede afirmar que la pulsión de muerte radicaría en la revuelta de aquellos elementos pulsionales que fueron ingresados al aparato en un estado desligado. Tomando algunos términos de Freud de la carta 52 de 1986, Bleichmar (2009) asimila lo pulsional mortificante con los signos de percepción, aquellas primeras inscripciones de lo sentido, huellas mnémicas de vivencias tempranas que, bajo un mínimo de elaboración, se fijan de un modo inalterado. Estos signos de percepción, por lo tanto, ingresan como representaciones-cosa, sin adherirse a la cadena significante. Su forma no-verbal los hace inasibles mediante la palabra, por lo que tienden a manifestarse en lo motriz, y lo hacen bajo la misma modalidad en que se vivenciaron, sin transmutación. Esta es la característica de los trastornos. De esta manera, se puede definir a la pulsión de muerte como las formas permanentes de ejercicio de lo pulsional (Bleichmar, 2010), donde lo permanente indica aquello que reitera siempre bajo la misma forma.
Para finalizar con este trabajo, cabe hacer una distinción, teniendo en cuenta lo desarrollado hasta aquí, entre la presencia de la pulsión de muerte en el síntoma y el trastorno. El trastorno, como se afirmó, es la pulsión de muerte en su expresión fenoménica, como marca de vivencias de inscripción pulsional abrupta. El síntoma, por otro lado, es una formación del inconsciente, una expresión de deseo transfigurada por el comercio con la instancia represiva. En este sentido, se diferencia del trastorno por ser producto de un proceso complejo. La reiteración sintomática no constituye una pura descarga pulsional, como sucede con el trastorno, sino una búsqueda de sentido, un intento de ser significado, por lo cual se presta a la indagación psicoanalítica (Bleichmar, 2010). Entendido de este modo, puede pensarse al síntoma como ajeno a la pulsión de muerte, una elaboración dispuesta a ser tramitada en favor del crecimiento intelectual y de la integridad del aparato psíquico, y asimilar la pulsión de muerte únicamente al trastorno.
A modo de conclusión, se detalla una serie de postulados en torno a la pulsión que derivan de los desarrollos teóricos de Bleichmar:
1- La pulsión sexual es un agregado ineludible a la vida psíquica del infante en tanto está sujeto, por su condición de desvalido, al cuidado del adulto, y en la medida en que ese adulto es poseedor de sexualidad inconsciente.
2- El sistema inconsciente se instituye a partir de los mecanismos defensivos que operan sobre la vida pulsional, y todo el proceso de constitución psíquica comienza a partir de la instauración de la pulsión.
3- La pulsión siempre es sexual, pero no siempre reitera bajo la forma de pulsión de muerte. A esta última bien puede caberle el nombre de pulsión sexual de muerte, por poseer ambos caracteres: ser de naturaleza sexual tanto como mortífera. Mientras que la pulsión sexual, en la medida en que es tramitada según el proceso descripto en base a la operación de la represión originaria, propicia el crecimiento psíquico y es positiva para el desarrollo intelectual, la pulsión de muerte genera el efecto contrario de obstaculización del desarrollo.
5- La forma y la fuerza que adquiera la pulsión depende de las condiciones de su implantación, según sea más o menos traumática, como de la capacidad de metábola del psiquismo infantil. La intromisión, como modelo de inscripción pulsional patológico, puede provocar que, una vez comenzado a constituirse el yo, en tanto instancia organizadora de la vida pulsional, pueda verse sobrepasado en esa tarea, y el sujeto quedar fijado a la actividad pulsional compulsiva. 6- El síntoma neurótico da cuenta de un conflicto entre instancias psíquicas. Supone una distancia y oposición entre los sistemas psíquicos y, por lo tanto, que ha operado la represión originaria sobre la vida pulsional. Debe diferenciarse de la clínica del trastorno, conducta que expresa una sexualidad desligada y desorganizada.
Para los trastornos, la interpretación analítica no es una herramienta adecuada ni recomendable. La tarea del analista, en estos casos, consiste en la creación de fundamentos simbólicos para incorporar la pulsión a la trama del pensamiento y el lenguaje. El modelo clínico de Bleichmar para el abordaje de este tipo de manifestaciones representa una innovación en el campo del psicoanálisis y, como tal, se presta para futuros estudios.
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A pulsão de morte na obra de Silvia Bleichmar
Resumo: Bleichmar propõe pensar a constituição do psiquismo de acordo com tempos lógicos, marcados por movimentos internos e externos, em contínua inter-relação. Quando fala do sujeito psíquico, indica que a repressão original, uma defesa primordial contra a vassalagem da sexualidade proveniente do inconsciente materno, operou nele em algum grau. No âmbito do pensamento da autora, tenta-se esclarecer a noção de pulsão de morte, como uma realização direta da pulsão, derivada de uma série de condições estruturantes: implantação pulsional traumática, dificuldades na metabolização da estimulação e falhas na repressão original.
Descritores: Pulsão, Pulsão de morte, Autoerotismo, Repressão primária, Narcisismo primário, Transtornos.
The death drive in the work of Silvia Bleichmar
Abstract: Bleichmar proposes to think of the constitution of the psychism according to logical times, marked by internal and external movements, in continuous interrelation. When she speaks of the psychic subject, she indicates that the original repression, a primordial defense against the vassalage of sexuality coming from the maternal unconscious, has operated in it to some degree. Within the framework of the author’s thought, an attempt is made to clarify the notion of death drive, as a direct realization of the drive, derived from a series of structuring conditions: traumatic pulsional implantation, difficulties in the metabolization of stimulation and failures in the original repression.
Descriptors: Drive, Death drive, Autoeroticism, Primary represión, Primary narcissism, Disorders.
Referencias
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